Encuentro a mi chica esperándome a un lado de las puertas de cristal. La cojo de la mano porque no puedo vivir ni un minuto más sin tocarla, y me la llevo dentro, a una zona donde no hay mucho tráfico. Su mirada intensa escruta mi cara en busca de señales que le desvelen algo, y por un momento me pierdo en esos ojos oscuros que todo lo ven. Mira hacia abajo y estudia sus manos; tiene la cara más pálida y triste que antes, y yo me empapo de ella, intento entender qué debo hacer. Una desagradable sensación me oprime el pecho y amenaza con colapsarme, pero la ignoro.

<<Soy el responsable de su tristeza.>>

<<Yo.>>

<<Soy el monstruo. Soy quien le ha hecho esto.>>

<<¿Cómo voy a conseguir que me espere?>>

De pronto mi misión parece imposible. Ella jamás querrá esperarme.

<<Reacciona, Zabdiel.>>

Inspecciono de nuevo a Sami y me queda dolorosamente claro que mi mayor miedo es infundado.

<<Me quiere.>>

Esa idea me reconforta y me desconcierta al mismo tiempo.

<<Es el momento.>>

-Toma. -Le digo dándole la cajita junto con la tarjeta.

Estoy ansioso y entusiasmado. Lee la tarjeta que he escrito esta mañana:

Por hacerme tan feliz en sólo tres días. Te quiero.
Z. x

Los hoyuelos de sus mejillas aparecen cuando me sonríe.

-Yo también te quiero. -Me dice.

Sonrío.

-Ábrelo.

Con cuidado abre la cajita de cuero rojo y dentro descubre la delicada pulsera. Noto que está impactada.

-¿Nuestras iniciales? -Digo encogiéndome de hombros y ella se ríe.

-Zabdiel, es absolutamente... preciosa. Gracias.

<<Le gusta.>>

-Puedes llevarla todo el tiempo.

-Por supuesto. -Me mira con los ojos entornados. -Siempre conmigo.

<<¡Sí!>>

Se le llenan los ojos de lágrimas y se lanza hacia mí, rodeándome el cuello con los brazos.

-Qué regalo más bien pensado. Me encanta. Gracias. -Susurra.

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