Capítulo 4 (I)
Zabdiel
Fulmino con la mirada al chico de ojos marrones y pelo rubio que me mira desde el otro lado del espejo. Estoy satisfecho con el resultado de la media hora que llevo escogiendo qué ponerme y cómo peinarme para atraer la atención de esa chica: Samantha. Me gusta como su nombre, un nombre perfecto para una chica perfecta, me acaricia la lengua.
<<¿Por qué no se quedó ayer con nosotros, igual que las demás?>>
Aunque Renato, con su buen carácter de siempre, las haya apartado a todas.
<<Yo no le ví ningún inconveniente a pasar más tiempo con ella.>>
Suspiro.
<<A veces me resulta obstinante.>>
Ni siquiera tuve oportunidad para preguntarle a alguna de las chicas sobre ella y eso me ha tenido en ascuas desde que salimos del cabaret aquel. Sabía que iba a acabar así, sabía que tenía que volver verla, lo supe desde que se paró frente a mí y se sonrojó cuando Armando nos la presentó. He pasado una buena parte del día mirando las fotos que le hice sin su permiso mientras bailaba. El suave contoneo de sus caderas era tan hipnótico como sus ojos. Para mi desdicha, estaba demasiado lejos de ella como para que las imágenes le hacieran justicia a su belleza, pero de momento es lo único que tengo. He intentado resistirme, he esperado veinticuatro horas, veinticuatro puñeteras horas para volver a verla y no me gusta esta incertidumbre... para nada. Ahora temo que yo no le interese.
<<¿Se habrá fijado en mí?>>
Niego con la cabeza. Por eso estoy aquí, como un tonto, arreglándome lo más que puedo para llamar su atención. Los recuerdos de la cautivadora Samantha invaden mi pensamiento: bailando en la tarima del cabaret, posando en el gran columpio de flores, caminando en la pasarela... Y pensar que dentro de poco volveré a verla... y que es probable que pase la noche en el hotel... Me concedo unos segundos para analizar por centésima vez lo que sucedió anoche: primero, el encontronazo con Joel, y luego su baile con Richard... Con solo pensar en las posibilidades, se me cae el alma a los pies. Ahuyento el recuerdo enseguida y me obligo a centrarme. Todavía albergo la vana esperanza de haber despertado su interés.
<<Me gusta. Me gusta demasiado.>>
Hacía mucho que nadie me fascinaba tanto, y eso es... perturbador; entonces me doy cuenta de que, desde que la conocí, tan solo he pensado en ella. Unos golpes en la puerta me sacan de mi burbuja.
-Loco, ya nos vamos. -La voz de Richard suena lejana a través del espacio que nos separa.
Inmediatamente agarro el móvil y la llave electrónica de la habitación y salgo para encontrarme con los cuatro, ya listos para atravesar el pasillo y subir en el ascensor los cinco pisos que nos separan del bar que Renato ha reservado. Llegamos al salón y la música, a un volúmen ideal, nos envuelve. Las luces de neón inundan el ambiente, haciéndolo favorable para pasar una buena noche...
<<...acompañado de la persona que me interesa, claro.>>
Atravesamos el espacio, casi hasta el otro extremo donde está sentado Renato, la única persona que se encuentra en el local, a excepción del barman y dos mozos, frente a tres mesas unidas, alrededor de las cuáles hay varias sillas que ocupamos una vez que nos unimos a él; yo escojo la que está exactamente frente a la puerta de entrada. Al instante uno de los mozos está junto a nosotros y nos pasa la carta de tragos antes de preguntarnos qué queremos tomar. Repaso la lista y me doy cuenta de que conozco menos de la mitad; pero estoy demasiado distraído, pensando en cuándo llegará cierta chica, como para prestarle demasiada atención. Christopher es el primero en decidir:
-Para mí, un Mojito.
Richard y Joel piden lo mismo, y luego Eric un Daiquirí.
-¿Qué vas a tomar tú, Zabdi? -Me pregunta Renato.
Me decido por el Mojito y él por un Presidente.
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