Capítulo 1 (III)
Cuando llegamos al cabaret, el ambiente está tranquilo; es lógico, teniendo en cuenta que hoy no hay función; no obstante, la música se escucha en la entrada del centro nocturno, por lo que asumimos que Armando ya ha llegado. Sin perder tiempo le mostramos al portero nuestras identificaciones; el chico de unos veintitantos repite varias veces mi nombre y cuando estoy por perder la paciencia, nos permite pasar al recinto.
Desde el fondo de la platea localizamos al grupo de modelos que han llegado ya. No son muchos, todavía es temprano para la hora a la que hemos quedado, pero como de costumbre, siempre que ensayamos aquí venimos más temprano y Armando nos permite repasar las coreografías que montamos por diversión. Caminamos por un pasillo lateral y llegamos al extremo donde está la tarima, frente a la que se extiende una gran cantidad de sillas y mesas, que normalmente ocupan las personas que vienen a disfrutar de los shows que se presentan aquí; nuestros compañeros han apartado unas pocas sillas y conversan sentados a pocos metros del escenario. En el acto, saludamos cariñosamente a los siete y por último nos dirigimos a Armando, que de la nada me suelta con una sonrisa enigmática:
-Estás preciosa, Samantha, como siempre.
Su comentario me sonroja.
<<¡Qué inapropiado!>>
-Gracias, Armando. -Le respondo medio descolocada, antes de reparar en la mirada de advertencia de Jhoni.
Me separo cuanto antes de nuestro director y nos sentamos junto a nuestros compañeros. Entre comentarios sobre temas triviales, disfrutamos del ambiente que nos resulta tan familiar y que, junto con la canción del Chacal que empieza a sonar a gran volumen en los altavoces, se nos hace tan placentero. No ha pasado mucho tiempo cuando me sobresalto al sentir una vibración conocida en mis muslos, donde descansa mi mochila. Rebusco inmediatamente mi móvil y, cuando lo he desbloqueado, veo tres notificaciones de mensajes, pero en cuanto abro la aplicación, el teléfono indica el recibo de una llamada. Reparo en el nombre que refleja la pantalla y al instante siento como toda la sangre de mi cuerpo desciende hasta mis pies: es David.
<<Probablemente tiene una duda.>>
Como un ciclón, me levanto del asiento y echo a andar hacia la salida después de lanzarle una mirada a Jhoni; justo donde estamos la música se escucha demasiado alta como para permitirme escuchar a través del teléfono. Caminando a toda prisa por el pasillo lateral del salón y, centrando la atención en el móvil, minimizo la llamada y leo los mensajes:
*Samantha, tengo un problema. El lunes no podré ir al hospital. Sorry*
*Samantha, ¿leíste mi...*
No puedo terminar de leer el segundo mensaje. Mi frente choca contra un torso duro que me hace rebotar hacia atrás y dar un traspié; evidentemente pierdo el equilibrio.
<<Ay, mierda.>>
El impacto provoca que el teléfono haga presión sobre la parte baja de mi pecho y me ha hecho perder el agarre; en cuestión de segundos lo recupero antes de que termine en el piso, mientras soy consciente de cómo unos brazos fuertes me rodean e impiden mi caída.
-¿Estás bien? -Me pregunta una voz desconocida que suena profunda y prístina a través del amplio pecho.
Ese acento... Alzo la mirada pero no veo más que una figura bastante alta que se mantiene muy cerca de mí y cuatro siluetas más alrededor de ella, aunque el perfume caro de hombre no me pasa desapercibido. La iluminación de la zona es muy escasa así que, despejando la confusión de mi cabeza y recuperando la compostura como si nada hubiera ocurrido, le respondo por encima de la música:
-Sí, gracias. Perdona.
Sin esperar respuesta y levantando el mentón con toda la dignidad que me queda, me deshago de las manos que siento a mi alrededor y termino de atravesar el vestíbulo, esta vez más pendiente del camino. En cuanto me aseguro de que voy a escuchar, contesto el aparato:
-¿David? -Mi voz suena irritada a través del teléfono.
-Samantha, ¿leíste mis mensajes? -Su tono de voz enardecido me confunde al inicio.
<<¿A este qué coño le pasa?>>
-Acabo de leerlos. ¿Qué pasa? ¿Por qué no vas a ir a la defensa del trabajo? -Gruño con disgusto; tengo muy escasa tolerancia a las personas informales y David tiene esa fama.
-Samantha, mi novia viene de Holguín y voy a pasar el día con ella.
Soy consciente de como mi buen humor se esfuma en décimas de segundo y grito:
-¿¡CÓMO?! Mira David, la defensa del trabajo no te va a llevar más de media hora. YO PASÉ TODA LA SEMANA PREPARANDO LA EXPOSICIÓN, ¿¡Y TÚ VAS A FALTAR ASÍ COMO SI NADA?!
-Ey, cálmate. -Dice como si nuestro cuarto año no dependiera de ese trabajo. -En todo caso la nota es mía; si termino con 2 en Cirugía Pediátrica es problema mío, no tuyo.
-De eso puedes estar seguro. A mí tu nota me importa un pepino, pero la mía no... -Y sin dejarlo hablar, chillo: -Mira David, haz lo que te dé la gana; yo si voy a defender el trabajo, a fin de cuentas me encargué de hacerlo y puedo discutirlo sola sin ningún problema, pero nunca más hago equipo contigo. -Y dominada por la rabia, cuelgo sin escuchar su réplica.
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