𝔡 𝔬 𝔰
Tengo esta sombría y exasperante pesadilla en la que avanzo por un laberinto indefinido de ladrillos rojos desteñidos.
Al mirar hacia arriba, la incipiente sensación de ansiedad recorriendo mi espalda comienza a palidecer, pues me cubre un templado y pacifico cielo azul colmado de delicadas nubes esponjosas. Sin embargo, llega un punto en donde uno de los muros impuestos me obliga a tomar un camino. Ahí es donde la pesadilla comienza: No importa qué tan recurrente sea este sueño y tampoco es relevante la decisión que haya tomado en cada ocasión, el resultado siempre es distinto pero muy semejante, culmina en agonía. Alguien ha matado a mi madre ¿He sido yo? A veces es mi padre. En algunas ocasiones soy yo quien yace tendida en el suelo y me aterra pensar en quién de los dos habrá sido. Tampoco es mejor cuando encuentro una pila de ropa desconocida teñida entre rojo, tierra y lodo. Ni siquiera es un consuelo cuando intento alejarme y, en medio de la desesperación, encuentro a ese niño sin rostro, pero de aura triste que tira de mi muñeca para huir con él.
Después de saberme completamente sola y vulnerable, una vez que decido continuar por el laberinto, despierto de golpe entre lágrimas y con la triste sensación de angustia inundándome el pecho, por esa versión de mí que dejé a su suerte en ese horrible lugar.
●●●
Aunque los siguientes días no fueron mucho mejores, en lo absoluto, al poco tiempo mi madre comenzó con su medicación de nuevo y eso nos regaló un poco de consuelo.
Ir a la escuela ya no implicaba un suplicio donde pasaba la mayor parte del tiempo imaginando escenarios devastadores; siempre alerta, siempre angustiada, siempre temiendo no poder ayudarla. Logré desvanecerle la idea de abrir un nuevo consultorio y poco a poco la convencí de unirse a una casa de acompañamiento a las afueras de la ciudad donde tejía, tomaba clases de cocina y dedicaba gran parte del día a pintar. Algunas noches, cuando se sentía muy mal decidía hospedarse ahí bajo vigilancia médica y, tras hablarlo con mi padre, llegaron a la conclusión de que tal vez era mejor recibir esa ayuda de forma permanente o por lo menos hasta que las consultas con el psiquiatra y su medicación se formaran un hábito y no una obligación.
Mi lugar habitual en el salón de clases curiosamente, a través de la ventana claro, me permitía divisar a lo lejos parte de la colina donde se encontraba la casa de rehabilitación y, cuando la sesión me parecía demasiado aburrida o la hora muerta había llegado, me gustaba anhelar el fin de semana para volver a verla.
—¿Profesor Um?— Nadie había prestado atención al sonido de la puerta corrediza pero sí a Eunbi segundos después al marco de la misma.—Necesitan a Haze en la sala de maestros.
Aunque esa mañana el cielo amenazó un clima acogedoramente gélido, el hecho de imaginar las razones porque tendría que ir a la sala de maestros hirvió cada fragmento poroso de mis huesos. No hablo de un calor similar al de vergüenza o la ira, ni siquiera al del miedo.
Incertidumbre.
Sentía haberme sacado el corazón y tragarlo para dejarlo atorado, chorreante y palpitante en mi garganta.
—¿Haze? ¿Quién es Haze?
Levanté la mano olvidando por completo la posible vergüenza que me invadiría al sentir las miradas incrédulas y hurgonas de los demás.
El profesor Um intercambió una mirada exprés con la representante del grupo y, cuando ella asintió en silencio confirmando mi existencia, el hombre de gustos excéntricos de vestir tanto como para leer, me sonrió procurando no dejar en evidencia su total y absoluto desconocimiento sobre mi persona.
Al levantarme del pupitre, planché superficialmente las tablas de la falda del uniforme y comencé a caminar hacia Eunbi.
—Es mejor que traigas tus cosas, Haze.—Interrumpió con suavidad.
Otro golpe abordó mi pecho y ese mismo dolor helado, casi lacerante, se descendió por mi columna vertebral hasta neutralizar cualquier recepción nerviosa en los muslos y rodillas.
Regresé por mi bolso, tomé mi abrigo del perchero a la entrada y al cerrar la puerta, escuché al profesor Um culpar a sus treinta y un años y a su mala memoria por no recordarme.
—Eunbi ¿Sabes si le pasó algo a mi mamá? ¿Te dijeron algo?
Pero la chica alta de ojos preciosos y pestañas vaporosas no contestó. Se limitó a caminar, conmigo siguiéndole, a lo largo del pasillo, bajar las escaleras de caracol hacia la salida posterior del edificio y volver a incorporarse al pasillo exterior izquierdo adornado por rosas y buganvilias.
Durante ese pequeño pero personalmente interminable recorrido, mis ojos se mantuvieron pegados a la espalda de Eunbi pero mi mente ya había recorrido todos y cada uno de los escenarios devastadores que creí haber superado. Y creo que la peor parte sobre pensar es saber que no tienes el control de ninguna de las situaciones que pasan por tu cabeza. Entonces te sumerges en un océano turbio de dudas, incertidumbre y tempestuoso terror. Las manos me sudaban, las rodillas comenzaban a querer no responderme e incluso el aire contenido en mi pecho parecía tornarse en agua amenazando con derramarse desde mis ojos.
Pero para cuando rodeamos el edificio de administración, comencé a dudar que la sala de profesores estuviera al lado del gimnasio.
Me detuve indecisa por un par de segundos pero ella lo notó.
—Por aquí, rápido.— Insistió. Había bajado el volumen en su voz y apresurado el paso. Yo la imité.
—Qué...
Justo entre la esquina del gimnasio y la cancha de tenis, pasando por el invernadero del club de jardinería, Eunbi abrió la puerta de una polvorosa e inestable bodega.
Miré sobre mis hombros antes de seguirla. El patio, las canchas, la cafetería y alrededores están vacíos debido a los escasos y aun restantes minutos de clase. No sé determinar si el terror en mi cuerpo ya había desaparecido u otro período de incertidumbre se aproximaba.
—¡TADAAAAN!—"¿Cantó?" al saber que ya había entrado con ella y ahora buscaba mi expresión.
—¿Y esto?
La luz que se colaba por la puerta era la única fuente de iluminación que tenía la bodega y aun así, me fue difícil contornear las figuras a mi alrededor para enfocar un sofá polvoriento, escobas, cajas y un montón de pupitres en mal estado olvidados con el paso de los años. Eso sin mencionar el calor vaporoso acumulándose en el techo y el molesto, nítido pero no demasiado escandaloso ruido de la bomba de las cisternas que alimentaban la caldera de la alberca semiolímpica y las duchas del gimnasio.
El polvo no pareció interesarle a la chica que usaba un saco Gucci gris como parte del uniforme, tan pronto emparejó la puerta y encendió un ventilador al fondo de la habitación, se dejó caer sobre el sofá que parecía ser más resorte y retazos de tela que otra cosa.
—Descubrí este lugar el año pasado mientras buscaba un lugar para dormir y perder aritmética.—Rotó la cabeza sobre su cuello, disfrutando cada segundo como si su única urgencia en la vida fuera una sesión en el sauna.— ¿Qué te parece?
—Wow, es... polvoriento y oscuro y no me llamó ningún profesor ¿Verdad?
—La profesora del armario de escobas sí. —Se señaló con el pulgar. Sonrió flamante, muy segura y orgullosa de sí. —Me lo vas a agradecer.
No pasaron muchos segundos antes de que estirara la mano sobre una de las cajas a su lado y tomara un par de cigarrillos ocultos entre estopas sin utilizar. Lo llevó a entre sus labios, lo encendió, inspiró como una experta y después lo tendió hacia mí.
Negué con la mano en el aire pretendiendo que en ese momento no me apetecía, cuando en realidad no acepté porque no sabía cómo fumar y la reacción de mi padre al percibir el olor, aunque hubiera tomado una ducha a remojo, no sería la más alentadora.
Me miró sin expresión alguna, se encogió de hombros y terminó por exhalar el humo por la nariz.
—Ven, ayúdame.—Pidió, en ningún momento pretendió soltar el cigarrillo.
Se deslizó por el sofá y llegó hasta una estantería que no había notado.
—¿Qué quieres hacer?
No respondió. En lugar de eso, se colocó al extremo contrario y comenzó a empujar ese anaquel de hierro inestable donde guardaban limpia pisos, cloro y otros envases de plástico polvorientos con la tapa casi ya fosilizada. Me uní sin tener idea de su objetivo.
Pero segundos más tarde, Eunbi tiró violentamente de mi ropa, dejando que se escuchara un golpe bastante ruidoso y pesado en el piso. Y cuando entramos en razón, volteamos a nuestros pies solo para notar que el líquido que salía del envase blanco sin tapa, borboteaba en el suelo haciendo contacto con los restos de una alfombra desteñida.
—¿Ácido? —Tartamudeé.—Gracias.
—Lo usarán para destapar tuberías. ¿Pero por qué mierda lo dejan así?
Supongo que el personal de mantenimiento jamás imaginó que los alumnos tuvieran el más mínimo interés por entrar ahí..
—Necesito regresar a clase.— Insistí.
Aún así, no me retiré. La ayudé porque Eunbi era la chica preciosa, genial y rebelde que me había adoptado tal cual todo extrovertido se hace de su introvertido.
—Ah, ahí está.— Sonrió impaciente.
Detrás del anaquel, se escondía una rejilla oxidada, en algún momento blanca, que solo yacía a la altura de nuestras barbillas sobrepuesta en la pared. Y de aquel hueco, cuando Eunbi retiró la placa y la dejó de lado sin la menor cautela, brotó una pequeña ráfaga de vapor caliente.
—Me agradeces luego.
Me cedió el lugar. Con la cabeza indicó la abertura como si del otro lado de la pared se encontrara el más grande y brillante tesoro jamás visto.
Lo siguiente fue que... Inhalé por la boca, dejando que ese gemido se escuchara más como una señal de depravación que como lo que en realidad fue, una sorpresa no tan desagradable pero grotesca incluso para mí.
—Esto está mal. Si ellos lo hicieran con nosotras, seguro los expulsan.—Regresé hacia ella. Aun no terminaba con si cigarrillo.
—¿Me vas a decir la clase de Literatura es mejor?
El hueco en la pared era el escape de la ventilación de las duchas y vestidor de hombres, en el gimnasio. Lo supe porque las maletas costosas en colores sobrios y algunas ocasionales en tonos rojos vibrantes sobre las bancas, lo confirmaban. Estaba vacío, no había nada más que vapor caliente y algunas risas incipientes a lo lejos.
En ese momento, sonó la campana que anunciaba el cambio de clase.
—Ahí está.—Sonrió.—Mira de nuevo.
Una parte de mí quería irse. Supongo que la incertidumbre jamás desapareció y se había transformado en una ansiedad exasperante.
Sin embargo, me sentía en deuda con ella por haberse fijado en mí. Por hablarme, por tomarse la molestia ocasionalmente llevarme un yogurt de fresa de la cafetería cuando decidía no bajar con el resto y por llenar de halagos mi cabello cuando nos exponíamos al sol, a la hora de deportes.
Entonces asentí y no pregunté más. Prefería solo dar un pequeño vistazo y con Eunbi como amiga a no tener nada.
Llegaron. El club de boxeo acababa de terminar el entrenamiento antes del torneo contra la escuela sede en Seúl. Sin saber qué decir, di una mirada rápida a Eunbi y ella me regresó el gesto invitándome a volver a husmear por la rejilla.
Pasó bastante rápido. Podía verlos desde el nivel del piso, casi a la altura de la primera hilera de casilleros de abajo hacia arriba. A pesar de que la mayoría se desnudó para quedar en toalla y entrar a refrescarse, nada de eso importó. Mis ojos se centraron por completo en Jungkook, quien después de hablar con el coach, permaneció sentado en la banca a mi derecha mientras se sacaba los tenis con el otro pie y texteaba algo en su celular.
Cuando sentí mis mejillas ruborizarse, también caí en cuenta de lo mal que estaba actuando. Y sin embargo ¿Por qué seguía ahí? ¿Por qué el corazón parecía querer salirse de mi pecho? Supongo que la curiosidad resultaba más fuerte que la decencia. Lo observé cerca de diez segundos más y cuando al fin dejó su teléfono de lado, sacudió el sudor de su cabello y se levantó parar tirar del short hacia las rodillas, cerré los ojos con fuerza, alejando el rostro del muro.
Esto no se repitió. Con el paso de los días, incluso si Bi ejercía un poco de presión para hurgar por las rejillas, me limitaba a hacerle compañía durante las clases que en realidad no me importaban tanto. Me resultaba desagradable e irrespetuoso observar la intimidad de las personas desde la comodidad de las sombras y estoy segura de que, si se hubiera tratado de una situación contraria, incluso mi padre hubiera intervenido con una demanda a la escuela o algo parecido.
Sin embargo, ella me agradaba cada vez más y también me gustaba agradarle, porque eso significaba aparecer en el radar de los de tercer año, de las chicas lindas del grupo de animación, de los genios del ajedrez, de algunos grupos de deporte y sobre todo, quizá de Jungkook. Sobretodo de Jungkook.
De hecho, era la única persona que podía hacerme reír hasta que el estómago doliera. Y al poco tiempo, en medio de mi vulnerabilidad, de esa soledad que atestaba mis tardes vacías en una casa inmensa, nos hicimos muy cercanas.
Me gustaba verla reír, me sentía atraída a su sentido tan simple y negro del humor. También me agradaba ver cómo maquillaba sus largas pestañas voluminosas y sentir su perfume olor a ciruela y algodón de azúcar Versace a primera hora de la mañana. Mi parte favorita de la semana era saltarnos la clase de metodología de la investigación, comprar tres paquetes de galletas y compartir los audífonos sorprendiéndonos de nuestros gustos musicales; en ese entonces, yo estaba obsesionada con Artic Monkeys y Ghost y ella escuchaba a Drake y Kanye West.
A veces, simplemente perdíamos el tiempo en las gradas del gimnasio, observando al club box a consciencia.
—¿Cuándo vas a hablarle? — Preguntó recargando la espalda en uno de los escalones. —Pensé que la vez del almacén iba a motivarte...
Llevábamos 45 minutos perdidos de la clase de cálculo y no teníamos ni el más mínimo interés en regresar. En las colchonetas, sobre la explanada del gimnasio, el chico moreno irlandés y Jungkook ponían pausa al segundo asalto para tomar agua y volver a colocar esa cosa que va en la boca para protección y de la cual jamás supe el nombre.
Había aprendido a ser su espectadora sigilosa y sucedió casi sin que me diera cuenta de ello.
Comenzó con verlo de lejos. Solía buscarlo de reojo a la hora del descanso, en la cafetería; esto se prolongó a caminar tras de él hacia la parada del autobús y al poco tiempo, darme cuenta de que bajábamos en el mismo lugar. Soy completamente sincera cuando afirmo que, al principio, no tenía un interés específicamente romántico en él, es solo que llamaba mi atención, disfrutaba muchísimo observarlo. Jungkook era alto, indiscutiblemente atractivo y tenía esa energía misteriosa, despreocupada y bohemia que fácilmente ejercía como algún tipo de imán para cualquiera.
Un día, accidentalmente choqué con él, al salir del baño. Fueron poco menos cinco infinitos segundos. Solté un determinado, firme y seguro "Ah, lo siento" pero no reparó en mí. En contraste, mientras alguien a mis espaldas insistía en su nombre, Jungkook aun sin verme, tomó fugazmente mis hombros haciéndome de lado para poder continuar.
Jungkook se convirtió en alguien a quien quería conocer. Y al poco tiempo, aunque sabía perfectamente que no había ni la más mínima posibilidad de que pudiera fijarse en mí, confirmé que sí me gustaba, me atraía demasiado todo lo que reflejaba y acepto que también, todo lo que representaba.
Creo que mi movimiento más atrevido y sagaz hacia él fue tardar días en decidir si debía enviarle una solicitud en Facebook o no. Terminé enviándole esa solicitud bajo el consuelo de que teníamos alrededor de 53 amigos en común y yo solo sería un número más entre sus 3000 amigos y casi 6000 seguidores.
Ya no recuerdo cuántas veces, durante los ratos libres o cuando se presentaba la oportunidad, bajo la seguridad del brazo de Eunbi y algunas otras chicas de nuestra clase que solían pegarse a nosotras para perder tiempo, paseaba frente a él esperando dejar atrás mi etapa de fantasma y que me reconociera tal vez como su amiga de Facebook o la chica que vivía cerca de él, pero jamás sucedió. La única ocasión en la que interactuamos más de tres minutos, fue cuando las amigas de Eunbi planeaban una fiesta y ella aprovechó la ocasión para tirar de mí hasta él e invitarlo. Yo no fui capaz de hablar, aunque Eunbi me cedió la palabra en repetidas ocasiones; lo único que sucedió es que Jungkook me miró fugazmente y le preguntó a mi amiga si las chicas, los ángeles desterrados de nuestro grupo asistirían.
—No lo sé. — Le respondí evitando su mirada. —Tal vez cuando tú seas capaz de hablarle a Abraham.
Eunbi no tardó en sonrojarse y sonreír de oreja a oreja, casi como si le hubieran inyectado un shot de dopamina. Mi amiga estaba en la misma vergonzosa situación que yo, pero quien le gustaba era Abraham Steel, un chico de tercer año que solía sentarse a mi lado en las clases extracurriculares de matemáticas y que por azares del destino, se convirtió en un conocido que más o menos llegué a apreciar.
Recuerdo que ese día salimos relativamente temprano de la escuela y decidimos ir a terminar la tarea a un parque no muy lejos de la zona.
Al llegar, nos recostamos en el césped esperando encontrar figuras en las nubes, pero tan pronto estuvimos cómodas, el cielo empezó a tornarse gris arruinando nuestros planes. Tras refugiarnos en una tienda cercana, el chofer de Eubi llegó y, ya que vivíamos un tanto lejos, fue suficiente con que me llevaran a la parada de autobuses cerca de la escuela. Tuve que agilizar mi paso, tropezar un par de veces y gritar al conductor esperarme unos segundos más, pero al final, pude entrar al autobús.
Y lo cierto es que estaba infestado de gente, creo que jamás me había enfrentado a una situación tan asfixiante. Por unos segundos, pensé en bajar del vehículo y probar suerte en el siguiente turno, sin embargo, para ese momento el cielo amenazaba con caerse a pedazos.
Respiré hondo, pagué mi lugar e intenté hacerme de un espacio entre los que en su mayoría, eran hombres.
Miraba fijamente a través de la ventana cuando una voz singular, a mi parecer casi melodiosa, sonó a un nivel un poco más abajo de mi barbilla. Mi mente estaba tan acostumbrada a escuchar inglés a la periferia, que no supe distinguir cuando esa costumbre iba más allá de los muros del instituto, así que tardé mucho en darme cuenta de que me estaban hablando a mí.
— Oye ¿Te quieres sentar?
Cuando bajé la mirada, me encontré con Jungkook sentado al borde el asiento, casi a pocos movimientos de pararse y ceder el asiento.
Mi corazón se desplomó al estómago.
Conocía a la perfección el nombre de esa reacción química en el cerebro, pero creo que jamás lo había experimentado. Quería huir y al mismo tiempo, en mi mente, vinieron mil situaciones, palabras o excusas que podría haber dicho para tener más tiempo con él. Pero resulta que mis labios se secaron y absolutamente NADA salió de entre ellos. Me paralicé y mientras era testigo de cómo mi pecho subía y bajaba, una pequeña voz en mi interior gritaba: "¡Estúpida di algo!".
Tuve que recordarme respirar cuando Jungkook alzó una ceja y repitió la oración en un inglés más lento y silábico, como si quisiera hablarle a alguien con facultades mentales limitadas.
Entre enojada, ofendida y abochornada, asentí con dificultad y me senté.
Jungkook tomó lugar justo al lado de mi hombro, en silencio. Cruzamos la mirada por lo menos en dos ocasiones desde ese momento hasta la parada de siempre. Al llegar, él bajó primero y no miró hacia atrás en ningún momento.
Apuesto que se escuchó un chillido inquietante a las afueras del baño de mujeres donde solíamos pasar varios minutos hablando sobre cosas sin sentido, mientras Eunbi retocaba sus labios y yo hacía lo posible por imitarla porque, por supuesto, y que no quede duda, al siguiente día corrí a ella para contarle esa mínima e insignificante interacción para muchos, pero un momento histórico para mí.
Esa misma mañana, me crucé con él a propósito en tres ocasiones y en ninguna se detuvo a mirarme.
Para ser sincera, ya no esperaba más. Ni siquiera tenía un plan o un guion para lanzar en el remoto caso de que decidiera notarme.
Así pasaron las semanas.
De una u otra forma, el camino hacia la parada del autobús y el sendero de regreso a casa, se habían convertido en los únicos momentos donde podía verlo y me atrevía a estar más cerca de él de lo que podría hacerlo en la escuela o en la vida. Había días en los que Jungkook no iba a clases o había ocasiones en las que no teníamos el mismo horario y tomaba un rumbo distinto, pero siempre estuve dispuesta a esperar unos minutos más, aunque fuera para poder coincidir.
Jamás hablamos, tampoco nos miramos y de mi parte, actuaba bastante bien el que ni siquiera me importara.
Me acostumbré a ser un fantasma admirador alrededor de Jungkook y podía vivir con eso.
O eso solía ser hasta que, una tarde, cuando Jungkook había bajado el último escalón del autobús y yo iba tras de él esperando poder dar un paso largo de ahí a la banqueta, aguardó, giró el cuerpo y me extendió su mano como ayuda. Ni siquiera tuve tiempo de no pensar. La tomé en completo silencio regresándole un limitado, débil y fugaz "Gracias". No sé si fue mi imaginación o algún delirio hereditario ‐mis traumas, mis chistes- pero creo recordar que incluso hizo un poco de tiempo para caminar a mi paso, supongo para no parecer tan descortés o simplemente no cortar de tajo toda la función del caballero al tenderme la mano.
Mi mente de adolescente juró no volver a lavarse las manos nunca... O por lo menos hasta la hora del almuerzo, cuando visitaba a mi madre en la casa de reposo y mi padre se hacía un tiempo para comer con nosotras y regresar después a su laboratorio ultra secreto mil metros bajo tierra, como me gustaba llamarlo.
Pero un día, un día fue distinto.
Mi madre había perdido aquella buena racha de paz y lucidez. También dejó de tomar sus antipsicóticos y por lo tanto, también aquellos correctores para los efectos secundarios.
Recuerdo que mi padre pasó horas al teléfono intentando convencer a los dueños de la casa de reposo darle una segunda oportunidad. Mi madre comenzaba a mostrarse un poco más agresiva al mínimo signo de frustración y, por lo que escuché, llevaba algunos días sin poder salir sin supervisión al jardín. Papá lloró en silencio, en lo más profundo de su habitación. Pasó la otra mitad de su tiempo libre buscando entre todos sus contactos y conexiones, nuevas posibilidades para incluir a mi madre en estudios de drogas y terapias experimentales para tratar su esquizofrenia.
Pero no tuvimos suerte. Así que me sentía más vulnerable que en cualquier otra ocasión.
Pensando en mi madre, en los esfuerzos inútiles de mi padre y en el hecho de que me restaban pocos momentos reales y conscientes con ella, no toleré permanecer más de dos horas encerrada en el salón de clases. Argumenté un fuerte dolor menstrual para ir a la enfermería y, en lugar de ello, salí de la escuela sin importarme llamar la atención de los monitores de clase.
Cuando subí al autobús, encontré un asiento libre en la parte posterior, coloqué mis audífonos y subí el volumen con la intención de que el sonido fuera tan insoportable, que la persona que quisiera tomar lugar a mi lado prefiriera ir de pie antes que soportar aquel escándalo de grunge y rock alternativo. Recargué la cabeza en el cristal frío y pretendí estar dormida.
Minutos más tarde, el autobús se detuvo y ya por reflejo, mis ojos se abrieron esperando no encontrarse con mi parada designada.
En su lugar, noté a Jungkook subir sin prisa o interés alguno, pagar y buscar un lugar para sentarse. Una vez que nuestras miradas chocaron, desvié mi atención a la ventana y me fijé como meta, por primera vez, no centrar todos mis esfuerzos en que por fin Jeon Jungkook me notara.
No era el día. Ni siquiera tenía fuerza para arreglarme el cabello, aplicarme bálsamo labial o alzar las manos para opacar el brillo de mi rostro.
Supongo que lo atraje o manifesté, como diría Eunbi, no lo sé.
A los pocos segundos noté su presencia y sin decir palabra alguna, retiró su mochila negra de la espalda y se sentó junto a mí.
En cualquier otra situación, mi corazón hubiera trabajado tan rápido, que incluso el retumbar de cada latido me hubiera delatado casi de inmediato. Pero sucede que mi cabeza y tal vez, mi capacidad para procesar tantas emociones juntas, estaban en otro lado, perdidas en un limbo de incertidumbre, profunda tristeza y ansiedad al solo recordar la realidad que me abordaba al llegar a casa. Gran parte de mí quería emocionarse, voltear, sonreír y comenzar una plática casual, pero incluso si tenía las palabras y el valor para hacerlo, no pude.
Lo ignoré como si se tratara de un completo desconocido.
Me enfoqué en la ventana, en la lista de deberes pendientes en casa y en la forma en la que debería distribuir mi día para hacer tareas, estudiar y visitar a mi madre. Mi cuerpo se sentía pesado, torpe y doliente, como si hubiera pasado horas haciendo ejercicio el día anterior y la costumbre del poco movimiento diario me estuviera cobrando factura.
Creí que estaba a punto de enfermar, morir o desvanecerme.
A mitad del camino, Jungkook sacudió su iPod negro y, supongo desalentado, enredó sus audífonos en él, guardándolo en el bolsillo de su pantalón.
Volteó hacia mí. No reflejó o arrojó una expresión específica.
—¿Qué escuchas?
Pude oírlo porque desde calles atrás, había pausado la música. El ritmo ya no tenía sentido para mí y estaba desesperada por escuchar mis propios pensamientos.
Aun así, lo ignoré por un par de segundos porque:
1. No sabía cómo responder y;
2. Estaba escuchando el lado más depresivo de Adele.
Cuando volteé hacia él, momentos después de encontrarme con aquella piel resplandeciente, ojos grandes y marrones, facciones simétricas, nítidas, perfectas y esa idónea combinación entre labios pequeños, carnosos y rosados, cambié de pista agradeciendo que se tratara de las canciones que Eunbi había agregado recientemente, y sin mi autorización, a mi celular.
—Drake. — Respondí, casi balbuceando.
Jungkook asintió y tomó uno de mis audífonos, colocándolo en su oído.
No dije algo más, ni siquiera puse resistencia o me preocupé por reaccionar de forma que pudiéramos tener una conversación decente. A él, se le había acabado la batería de su iPod y por alguna razón necesitaba de un distractor para el camino y yo, aunque realmente quería emocionarme, la prioridad en mi cabeza en ese momento, además del silencio, era otra.
Permanecimos el resto del camino así, compartiendo los auriculares y cada uno en su propio mundo.
Cuando llegamos a nuestra parada, justo cuando pensé que se adelantaría y ese episodio jamás se repetiría, Jungkook estiró la mano y de nuevo aguardó por mí, ayudándome a bajar.
—Vives por aquí ¿No? — Dijo al momento que comenzamos a caminar en la misma dirección.
Me sentí culpable al recordar observarlo a través de la rejilla del almacén. Me sentí culpable por sonreír un poco cuando mi madre estaba en una situación tan lamentable.
—En el residencial atrás de la plaza, sí. —Asentí.
A pesar de que mi nula experiencia con hombres no ayudaba en lo absoluto, pensé que retirar la música de mis oídos y caminar junto a él si me estaba haciendo la plática, era la forma más educada y menos incómoda de pasar el resto del camino. Así que lo hice.
—Sí, te he visto en algunas ocasiones. —Sonrió.
Oh, me había visto.
En algunas ocasiones, pero lo había hecho.
—¿Y tú?
—¿Yo qué?
—¿Dónde vives?
De pronto sentí que era demasiado. Supongo que no debí preguntar eso si quería disimular, pero ya estaba ahí y él realmente disminuía los largos pasos que implicaban sus casi 1,80m con el propósito de esperarme.
—Con mi papá, tres calles antes que tú. —Añadió. ¿Era necesario el dato de su papá? Me sentí especial por el hecho de haberlo compartido conmigo. —Mañana tendrás problemas por saltarte las clases.
—Lo hago seguido, la mayoría de las veces-
—En el gimnasio, lo sé. —Interrumpió. Mi cuerpo entró en un agobiante estado de alerta y no cedió hasta que Jungkook aclaró la garganta y completó su frase. —Te he visto con Eunbi en las gradas. Es tu amiga ¿No? La persona que me gusta también suele sentarse ahí así que, las noté.
Fue lindo mientras duró esa esperanza.
—Si estás en el gimnasio los monitores no pueden decirte algo. —Argumenté a mi favor. — Es un buen lugar para perder el tiempo.
—Sí ¿Verdad? —Sonrió arrugando sutilmente el dorso de la nariz.— ¿Tienes mucho viviendo aquí?
—No tanto. Llegué unas semanas después de comenzar el año. ¿Y- y tú? —La respuesta era evidente pero mi mente solo decidió dejar de funcionar en ese momento. — Ah, ok. Es obvio ¿no?
Comenzó a reír sutilmente, como si fuera consciente de la torpeza en mis palabras y aun así, en lugar de resultarle vergonzoso, encontrara esa estupidez de mi parte incluso hasta enternecedora.
Jungkook se despidió tres calles antes de llegar a mi casa. Mencionó "vernos después" pero en realidad, no supe si se refería a vernos en la escuela o vernos casualmente por ahí.
Estos episodios se repitieron cada vez que nos encontrábamos solo en el autobús.
No puedo afirmar que pasaba a diario porque había ocasiones en las que Jungkook parecía faltar a clases o a la hora de salida tomaba un rumbo distinto junto con su grupo de amigos, pero sucedía. No obstante, cuando nos encontrábamos en los pasillos, y no entiendo la razón, me ignoraba. En cierta ocasión, cuando caminábamos frente a frente, me detuve ejecutando una sutil sonrisa mientras alzaba la palma en el aire esperando recibir el saludo de regreso, pero conforme él más pasaba de largo, también comencé a ignorarlo.
Lo cierto es que era muy frustrante que esa hostilidad acabara cuando subía al mismo autobús que yo y de todos los lugares disponibles, elegía sentarse a mi lado para escuchar música o "platicar", por no decir vacilar, cosas irrelevantes durante nuestro corto camino a casa.
Y todo el ciclo se volvía a repetir.
Y para mí seguía siendo suficiente.
Una tarde, mientras Eunbi y yo tomábamos el desayuno en las gradas del gimnasio, justo cuando Jungkook había ganado por knockout —sin serlo, claro— secó su frente con una toalla blanca y dirigió la vista hacia nosotras. Sonrió de punta a punta, alzó la mano en el aire y le regresé tímidamente el saludo. ¿Por fin estaba pasando? Al parecer no. Este pequeño momento de alegría donde creí haberme ganado el mundo entero terminó cuando mi amiga carraspeó la garganta y me señaló a una chica gradas arriba, quien aún seguía riéndose con Jungkook desde la distancia.
—Juro no hablar de esto por el resto de mi vida. — Susurró Eunbi, luchando ferozmente contra la risa que comenzaba a estallar al fondo de su garganta.
Para ser sincera, también creí que terminaría mojando mi falda de la risa.
—Te lo agradecería bastante... — Vocalicé escondiendo mi rostro tras la botella de plástico con licuado de avena. Le di un sorbo para intentar reprimir una carcajada, pero fallé cuando Eunbi se adelantó.
Salimos corriendo del gimnasio y esa fue la última vez en el ciclo que pisé aquel lugar por miedo a que me recordaran como la chica que escupió licuado de avena por la nariz.
Dejé de ver a Jungkook por el resto del año.
Se decía que alguien de la UFC había insistido en llevarlo a entrenar con Johny Hendricks, campeón de la liga el año pasado, y que aún estaban en pláticas de unirlo a la liga menor de la federación. Ese hecho resultó ser un orgullo casi olímpico para el comité escolar y curiosamente, aunque no asistió los últimos 4 meses de clases, pasó con B+ todas sus materias.
Al inicio de mi segundo semestre, hasta la tercera semana, volví a encontrarlo en el pasillo.
Esta vez, me miró. No dijo palabra alguna, ni siquiera se detuvo, pero para mí fue suficiente que alzara las cejas en mi dirección y trazara una sutil sonrisa mientras pasaba de largo.
Lucía diferente. Jungkook estaba un poco más alto y aunque su uniforme quedara holgado a sus extremidades, era evidente que hizo mucho ejercicio; se notaba en su pecho, en los muslos y en la piel traslúcida del antebrazo que denotaba sus venas cuando alzaba los puños de la camisa hasta el codo. Creo que lo más impresionante de todo, es que dejó crecer su cabello; caía por medianos mechones ondulados por encima de su frente y eso, admito que, para mi mala suerte, lo hizo ver más inalcanzable que de costumbre.
—Háblale y ya. —Dijo Eunbi, recostándose sobre el césped del campo de fútbol.
Ya no era sorpresa que tuviéramos horas libres debido a las juntas super extensas en la sala de profesores. Además, se aproximaba la fecha de graduación de la generación de Jungkook y según me habían contado las chicas con las que solía hablar en el taller de oficio, la escuela organizaba una fiesta destellante al estilo de los Estados Unidos.
—Te vio. —Continuó. — Compartieron audífonos por tres meses, Haze. Oye, sabe dónde vives, es más que evidente que te recuerda.
—Es más complicado que eso, Bi. —Respondí. —No quiero parecer la loca que se frustra al no ser recordada por la persona que le gusta. No le voy a hablar primero.
—Va a invitar a alguien más a salir. Después irá a la universidad y adiós a tu máquina super sexy y mortal de boxeo.
Eunbi colocó la cabeza sobre mis muslos y utilizó mi suéter para tapar sus ojos de los rayos de sol.
—Dame tiempo — Susurré enredando su lacio y bien cuidado cabello negro entre mis dedos. —Necesito-
—Ovarios más grandes.
—Valor, sí.
Pero Eunbi no estaría satisfecha. Tan pronto notó a un grupo aproximarse al campo para jugar una partida exprés de fútbol, llamó a ese chico de apellido extraño y andar encorvado, Joonhun, hacia nosotras.
—Necesito un favor. —Sentenció mi preciosa y muy extrovertida amiga en cuanto él llegó a nosotras. Era tan alto que tapó el sol para ambas y tan torpe que llegó a pisar el cabello de Eunbi. —Presenta a mi amiga con Jungkook.
Joonhun se cruzó de brazos, miró a su alrededor y dirigió la atención hacia Jungkook, quien se aproximaba con sus amigos y algunas chicas hacia una de las porterías libres.
Yo sentí que la tierra podría comerme y, aun así, la profundidad no sería suficiente para borrar la huella de mi vergüenza. Tiré del saco de Bi pero decidió ignorarme.
—¿Por qué lo haría? —Respondió con bastante interés. —Por cierto, hola Haze.
Joonhun, al igual que Eunbi, tuvo que repetir año. No entiendo cómo, pero logró entrar al club de box y de cierta forma, ganó relevancia en la escuela. Gracias a esto mejoró su promedio y su padre, el vicepresidente de la mesa directiva, durante su cumpleaños número 18, regaló motocicletas de pista a seis de sus mejores amigos, incluyendo a Jungkook.
—Porque es linda. — Respondió. —Haze te pasa las respuestas en Cálculo y algún día va a ser hacker en la NASA y tú un jodido apostador con cirrosis olvidado por su familia y dos pensiones alimenticias qué pagar porque te desheredaron. La hacker podría conseguirte trabajo en la NASA.
—En el caso hipotético de que sucediera, Haze es muy buena persona y me conseguiría trabajo en la NASA sin pedir algo a cambio ¿Verdad?
Yo asentí tímidamente. Y no porque fuera verdad, sino porque el hecho de plantarme frente a Jungkook y ser el centro de atención por algo tan bochornoso como mi atracción por él, podría, no sé, dispararme el ritmo cardiaco hasta el cielo.
Pasa que, aun no podía controlar mi cuerpo y emociones cuando se trataba de él. Incluso si ya habíamos pasado tiempo sentados al lado del otro, el hecho de la presión que ejercían los demás a nuestro alrededor, seguía poniéndome los nervios de punta. Siempre que pasaba algo similar, cuando Eunbi insistía en presentarnos de una forma evidentemente nada casual, un terrible cólico frío invadía mi abdomen extendiéndose a cada parte del cuerpo; era incapaz de hablar, de moverme, pensar o actuar racionalmente.
Es por eso que, en ese momento, en el caso de que Joonhun decidiera "presentarme" a Jungkook, correr hacia los baños y encerrarme ahí hasta que fuera seguro salir, fue el único plan definitivo al que le encontré sentido.
—Le gusta. —Insistió ya irritada, usando ese argumento como última carta a mi favor.
¿Eso me ayudó? Ahora que lo pienso, no del todo.
En lo absoluto.
—¿Te gusta Jungkook?
Pues es que era más que evidente. ¿O solo fue demasiado obvio para mí?
—Me agrada. Solo me agrada. —Recalqué casi sin voz.
Pero pareció que no tomó en cuenta esas últimas palabras porque su mirada viajaba, con cierta preocupación, de Jungkook y todo su círculo hasta nosotras dos y de regreso.
—¿Por qué a todas les gusta Jungkook? —Sonrió Joonhun, mirándose en el reflejo de su celular. —Yo también soy bastante guapo ¿No lo crees, Bi?
—¿Y bien? — Presionó ella.
Hasta a mí me dolió ese rechazo.
—¿Y qué le digo? ¿Por qué tengo que ser yo? Solo ve y dile que te gusta. Lo peor que puede pasar es que te rechace públicamente y se burlen de ti por el resto del mes.
¿Entonces ya lo daba por hecho?
— No seas un imbécil, Hunnie.
Solo diles que invitarás una amiga a comer con ustedes y ya. Más tarde, Haze se sienta con ustedes, Jungkook la reconoce, se enamoran, serán novios por diez años, se van a casar y tendrán hijos guapos, fuertes e inteligentes con doble nacionalidad. Y tú no vas a entrar en la lista nacional de deudores de pensión alimenticia ni irás a prisión porque Haze te conseguirá trabajo en la NASA.
—No lo sé, Eunbi. — Musitó. Creo que debí prestar atención a esa inquietud que lo acompañaba, pero estaba más enfocada en mis posibles rutas de escape. — Haze, de verdad ¿Tanto de gusta?
Yo permanecí en silencio, con toda la intención de salir corriendo, pero sin que las piernas me respondieran para ello. ¿Por qué? Hoy supongo que una parte de mí quería terminar con eso de una vez por todas, independientemente del resultado.
—¡Tiene una foto de él en su celular! — Alzó la voz. No pude detenerla porque ya fue demasiado tarde para llegar a su boca. En ese momento, me sentí tan expuesta y perdida, que, aunque sabía que Eunbi hacía eso para ayudarme, otra parte de mí no pudo evitar caer un profundo pánico y odiarla al mismo tiempo. Comencé a temblar, quería vomitar. — Muere por conocerlo. No estoy diciendo que los cases solo, haz una buena acción en tu vida y ya, Hun.
—Basta. —Susurré, casi sentencié. —Me iré en cuanto él me vea, así que para, por favor.
El chico pareció analizar mi rostro y vaciló un par de veces antes de ponerse de pie de nuevo, responder al llamado que le hacían sus amigos desde lejos y comenzar a caminar hacia ellos.
Al no poder detenerlo y ofrecerle mi mesada completa para asegurar su silencio, recé por su negativa total.
Quise reclamar a Eunbi la total falta de respeto a mi privacidad, pero vamos a ser sinceras ¿Cómo es que podía hablar de eso si era verdad que tenía una foto Jungkook en mi celular?
Durante su estancia en Estados Unidos cambió su foto de perfil en Facebook unas cuatro veces y, cuando me topé con una de ellas, no pude evitar el impulso — muy primitivo— de guardarla solo porque sí. Le había contado ese hecho a Eunbi confiando que jamás saldría de sus labios, y claramente me equivoqué.
Salí huyendo, dejando a mi amiga tumbada en el césped.
Fui al baño, me lavé el rostro con agua helada y me prometí no volver a mencionar, ver o encontrarme a Jungkook por el resto de mi estancia en esa escuela. O del año. O en mi vida.
Divagué. Visité la sala de profesores esperando que a alguno de ellos le surgiera el impulso por alabarme las notas, encontré refugio en la biblioteca y, al pasar los minutos, cuando ya había decidido irme temprano a casa, me di cuenta de que tenía que regresar por mi bolso a la cancha.
Al cruzar el arco hacia al campo, noté que Eunbi ya no estaba en el mismo sitio; a lo lejos, justo al lado de la portería opuesta, identifiqué su silueta platicando con Joonhun... Y el resto de sus amigos.
Caminé de nuevo tras pies hacia el baño pero fue inútil, me habían visto.
—¡Haze! —Jungkook gritó mi nombre. Trotando, atravesó el resto del campo hacia mí y esta vez, no fui capaz de hacer otra cosa más hacerme pequeña y sonreír. — Así te llamas ¿No? Haze.
Nunca me sentí tan profunda y contundentemente intimidada por alguien.
Y creo que él lo sabía.
De hecho, me dio la impresión de que Jungkook era consciente de que tenía algo que llamaba la atención, y eso le encantaba. Quizá se trataba de su actitud, de la seguridad con la que recorría los pasillos de la escuela, de las líneas simétricas de su rostro, de su impecable reputación o tal vez, de una percepción magnífica e insuperable del inconsciente colectivo. Realmente no lo sé. El punto es que estar cerca de él, también traía como consecuencia ser el centro de interés de las miradas que solían escoltar sus pasos; ya sea como uno de sus amigos o un simple conocido, si estabas dentro del círculo de Jungkook, también estabas en boca de los demás.
Entonces me atrevo a pensar que, tener unos diez pares de ojos atentos en cada una de mis gesticulaciones, irremediablemente activó esa necesidad imperante, otra vez, por salir corriendo de ahí.
Pero no, sucedió todo lo contrario.
—En realidad se pronuncia "jez". — Comenté puntual y casi robóticamente cuando llegó hasta mí. Según yo, fui muy sutil y cálida, casi graciosa. — No hay una "e" antes de la "a" así que...
Y no, tampoco sé por qué lo dije.
Tenía la costumbre de aclarar la pronunciación de mi nombre casi asemejando la revelación de un dato curioso, pero no fue hasta segundos más tarde que por su expresión neutra y un tanto incómoda, comprendí que fue totalmente innecesario.
—¿Eh?
—Mi nombre... — Por desgracia, volví a abrir la boca. — Se pronuncia "jez", no "jeiz". Es algo así como un dato curioso de mí. E-es normal ¿Sabes? A todos les pasa. — Reí.
Desafortunadamente no reí de forma que se tratara de una anécdota graciosa para nuestros futuros nietos, no. Fue una risa nerviosa, seca y muy incómoda.
—Claro...
Él frunció suavemente la piel de su frente y eso activó una alarma ecoica en mí... Y también mi lado más simple, estúpido y.... mierda, vulgar.
Pero ¿Por qué? ¿Por qué dije eso?
—De hecho, yo pensaba que tu nombre literalmente se pronunciaba yung—kook. Como "cock"... —Mi voz se fue desvaneciendo conforme comprendía la tremenda, bestial y vergonzosa vulgaridad que había recitado tan a la ligera. —Ahora sé que es gguk.
Era de esperarse. Mis mejillas lucían de la misma forma que las sentía, así que ni siquiera intenté disimularlo.
Estaba a punto de disculparme cuando, solo por un acto de misericordia de algún dios aleatorio en el universo, Jungkook sonrió animosamente, arrugando el dorso de su nariz. No entiendo si lo hizo para ocultar su incomodidad o si de verdad le había parecido gracioso, pero de cualquier forma, le agradecí mentalmente que se esforzara por hacer de esa escena algo menos vergonzoso.
—Bueno, "Jez". — Corrigió— Yo... ¿Tienes algo qué hacer hoy? Iremos por cervezas, el hermano de un amigo las comprará por nosotros. ¿Vienes?
—Estoy ocupada.
No lo estaba. La verdad era que no sabía nada de alcohol.
Jungkook balanceó el cuerpo sobre sus talones y entornó la mirada aun un tanto extraviado.
—¿Ocupada? —Preguntó. — ¿Con qué?
— Yo...
Lo pensé demasiado. Permanecí más de veinte segundos balbuceando palabras al azar sin lograr que alguna de ellas tuviera sentido o pudiera formar una oración completa. Era bastante evidente mi necesidad por encontrar excusas y, lo peor de todo esto es que Jungkook lo notó.
Sí, entiendo. — Interrumpió transformando su suave sonrisa en una línea neutra. —Nos vemos, Haze.
Mientras Jungkook daba media vuelta y regresaba hacia ellos, Eunbi ejecutó pequeñas señas con las manos insistiendo aceptara unirme a ellos, pero conforme caminé un par de pasos de vuelta al edificio de aulas, también noté que comenzó a ceder en la insistencia, más exhausta y decepcionada que cualquier otra cosa.
El resto de las clases la pasé en completo silencio, preguntándome una y otra vez si es que algún día podría enfrentarme a Jungkook de nuevo.
Cuando sonó el timbre de salida, desperté de mi tortura mental y recordé que no había razón para llegar temprano a una casa donde nadie esperaba por mí, así que busqué acreditar puntos adicionales con alguna tutoría irrelevante y, a eso de las 7:30 pm, salí de la escuela esperando que el autobús de regreso estuviera más despejado de lo normal.
Crucé la avenida sin específicamente algo en la mente y, una vez en la esquina, justo cuando colocaba mis audífonos y preparaba mi tarjeta de transporte, un alboroto de risas bruscas y voces torpes captó mi atención.
Tardé unos segundos en enfocar y entender por completo esa escena, pero tan pronto reconocí la espalda encorvada de Joonhun y la mochila rosada de Eunbi, también me encontré con los ojos de Jungkook, sobresaliendo de entre el cuello de una chica delgada, alta y de muy envidiable silueta. Tenía los brazos alrededor de su cintura, la atraía a su pecho como si el objetivo fuera aferrarse a ella toda la vida y en la espera de ese exacto momento, bailaran un suave y muy cálido waltz del cual, él llevaba ritmo.
Pero estoy segura de que sus ojos estaban fijos en mí.
Y en absoluto se trató de una mirada dulce, casi seráfica y electrizante como solía reflejar por lo menos cada vez que nos encontrábamos.
A pesar de que desvié las pupilas en un par de ocasiones, siempre terminé regresando a esa misma dirección, testificando en sus ojos una inquietante, hostil y hormigueante sensación que recorría cada parte de mi cuerpo solo para explotar a lo largo del pecho. Daba miedo. Agitaba. Alarmaba. Jungkook fruncía el entrecejo tan sutilmente, que nadie me creería si afirmo que daba la impresión de estar ahí, en ese instante, aferrando a esa chica a su pecho y luciendo tan indescifrable como nunca, solo para incomodarme, para hacerme saber a la distancia que me había otorgado el privilegio de ser invitada por él y que tal vez, esa exhibición era una pequeña muestra de lo que dejé ir.
Incluso el simple hecho de pasar saliva se volvió un mecanismo desconocido para los músculos de mi garganta. Revisé mi ropa, cepillé mi cabello con los dedos e incluso toqué mi rostro pensando que algo en ellos podría estar llamando su atención, pero todo estaba tan ordinario como de costumbre.
Creo que, al ver este pequeño gesto de inseguridad, las comisuras de Jungkook se elevaron sutil y sombríamente. Aun con esa hostilidad adherida a mí, sujetó sigilosa pero violentamente la nuca de la chica y tiró de ella hasta que se encontró a centímetros de impactar un beso en ellos.
No vi el desenlace. Tampoco miré hacia atrás cuando subí al autobús y preferí marcar a mi padre lo que restaba del camino con el único propósito de mantener mi mente ocupada.
Pero resulta que al llegar a casa y encontrarme con un profundo silencio y cierta absurda oscuridad, al cruzar el marco de la puerta, cada agobiante e iracunda pulsación que había logrado reprimir durante los últimos treinta minutos, explotó. Jamás había experimentado tanta rabia y, a pesar de que por algunos segundos mi razonamiento se vio completamente nublado, nunca dejé de sorprenderme ante cada nueva emoción entrante.
Mi pecho subía y bajaba, el ritmo abrupto de las palpitaciones justo detrás de la piel de mi garganta se ensanchaba conforme recordaba sus largos dedos delinear la cintura de esa chica y, extrañamente, no recuerdo en qué punto, imaginar ese segundo en el que sus ojos nublosos y hostiles se encontraron conmigo, disparó un ardor nítido, mezquino y temperamental hacia cada esquina muy recóndita de mi cuerpo.
Era demasiado. No tenía pista, idea o indicio de cómo manejarlo. Dolía y mi cuerpo estaba confundido porque no era capaz de determinar si se encontraba bajo el hostil efecto fulminante de la rabia o si es que se trataba de algo más allá. Tanta adrenalina bajó mi piel era alarmante. Solo pude encontrar refugio presionando mis mejillas, pechos, muslos y abdomen contra el helado piso del recibidor y minutos más tarde, bajo el vaporoso manto gélido de una ducha a presión.
Al salir, ya con las mejillas ruborizadas, poros abiertos y la mandíbula relajada, encontré breves minutos de paz a lo largo de mi cama, intentando sumergirme en un desesperado sueño e importándome muy poco haberme colocado ropa para dormir o no. Todo lo que deseaba, era acabar con ese día, dejar de lado aquel episodio de ¿rabia? y que papá regresara al día siguiente anunciando una muy desafortunada, pero nada sorprendente mudanza.
Y sin embargo, no lo logré. Los ladridos exhaustivos del perro en la casa vecina, una pipa de agua escogiendo el residencial para operar justamente a esa hora de la noche y los vecinos de enfrente gritándose como de costumbre, me regalaron un pase directo y definitivo al insomnio.
Abrí los ojos de golpe, maldije con profundo recelo y extendí la mano esperando encontrar mi computadora.
Pasé la última hora buscando y ordenando en línea ropa que jamás usaría por falta de autoestima, avancé muy poco de tarea para la siguiente semana y de alguna forma, mi poca habilidad para concentrarme en esos momentos, me llevó a Facebook para bajar por la sección de noticias hasta que mi dedo no respondiera más o los pocos niveles de batería me advirtieran muy a su forma, que había sido suficiente.
Todo lo anterior hubiera sido preferible a encontrarme con fotos publicadas por Joonhun esa tarde. Eunbi, el irlandés, Jungkook y la chica que abrazaba, estaban en ellas. A simple vista, en aquella salida al billar más horrible e inhóspito que pudieron encontrar, no pasó nada más allá de cervezas, palomitas rancias a la orilla de la mesa de billar y algunos besos entre Eunbi y Joonhun. Estaba a punto de pasar de largo cuando, creo que cierto impulso absurdo por complicarme la vida un poco más, invadió mis dedos al no poder evitar hacer "click" en el único nombre femenino ajeno a Eunbi en la liga de etiquetas al borde la publicación.
"Joanne Eom" no era mucho más grande que yo.
No entiendo qué truco hacía a sus fotos de perfil, pero parecía una auténtica modelo de cosméticos de alta gama. El cabello castaño oscuro otorgaba cierta aura angelical a su rostro y no existía la más mínima duda de que era guapa, bien parecida y dueña de una sonrisa envidiable. Jungkook había llenado cada foto en su perfil con reacciones que involucraban corazones y de hecho, la felicitó en su cumpleaños. De un momento a otro, ya me encontraba de nuevo en el perfil de Jungkook, evaluando las últimas interacciones que había tenido y la mayoría, apuntaban a chicas muy bonitas que tal vez ni siquiera conocía.
Me sentí absurda. Yo no era el tipo de persona que necesitaba llenar vacíos con obsesiones pasajeras, pero arrastré todo el asunto a un punto donde ya me encontraba inspeccionando ese perfil de Facebook y por primera vez sintiéndome irrelevante.
Todo empeoró un poco más cuando recordé el abrazo entre Jungkook y Joanne Eom esa tarde y aunque me causó vergüenza siquiera procesarlo, me pregunté si yo hubiera podido tomar su lugar de haber ido con ellos.
En medio de ese pequeño colapso de autoestima, la ventana derecha inferior de la página anunció un nuevo mensaje.
Era Andrew, un chico de Lyon que conocí durante un ataque excesivo de likes en Instagram y con el cual, después de meses intercambiando mensajes, fotos y actualizaciones de nuestras solitarias vidas en la escuela, forjamos a lo que le podría llamar una "sólida amistad". En realidad, nosotros lo nombramos como "friendnication" porque inevitablemente, en algún punto los mensajes escalaron a una connotación íntima y sexual.
Andrew era algo así como mi lado más oscuro y menos correcto. Todo empezó como una broma y tiempo después, nuestras interacciones se resumieron a desnudarnos frente a la cámara e infligirnos placer pretendiendo que el propósito era la satisfacción del otro. En realidad, él me buscaba cuando no había porno que le funcionara, o yo lo hacía buscando algo con qué deshacerme del aburrimiento.
Lo cierto es que Andrew me hacía sentir bien. Más allá de los sentimientos de consideración o sutil afecto que pudiera experimentar, el hecho de que alguien tan atractivo como él acudiera a mí para satisfacerse, me otorgaba cierta sensación de poder. No lamento haber descubierto mi sexualidad de esa forma porque con él, durante esa hora frente a la computadora, era capaz de ser deseada y en conclusión, algo que alguien, por más que lo soñara, no podía tener.
Esa noche, más que en cualquier otra ocasión, me enfoqué en tomar la satisfacción de Andrew, dos veces, como un halago rotundo, una ovación que me arrancó la idea de ser invisible e irrelevante.
***
Haze nos salió más traviesilla en esta versión.
¿Qué piensan de Jungkook?
Perdón por un capitulo tan largo pero hay mucho qué contar y pocos capitulos para hacerlo.
Muchas gracias por leerme. Lxs tkm
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