capítulo 8
En la penumbra de una oficina oscura, el jefe se aferraba a su escritorio de cristal, su rostro enrojecido de frustración. A su alrededor, los papeles volaban en un torbellino que ni él podía controlar. En medio de aquel lío, su asistente, un demonio travieso llamado Zeth, estaba más encantado que preocupado.
—¿Qué viene, señor Asmode? —preguntó Zeth, con una sonrisa que desbordaba inocencia maliciosa.
—¡C*****! —gritó el jefe, exasperado.
—¿Qué hice mal, jefe? —inquirió Zeth, sacudiendo la cabeza como si realmente no comprendiera la magnitud del caos que había creado.
—¡¿¡Qué hiciste!? ¡Hacer! ¡¡Todo salió mal!! —respondió el jefe, con las venas marcadas en su frente.
Zeth se cruzó de brazos, desafiando la gravedad de la situación.
—¿De verde? ¿De verdad, jefe? ¡Si todo estaba perfecto, con estilo y todo!
—¡No me veas! ¡No me vengas con eso! ¡Esto no tiene ni pies ni cabeza! —replicó el jefe, sintiéndose impotente ante la realidad que lo azotaba.
Zeth, sin rendirse, insistió:
—¡Pero, jefe... el caos es hermoso!
—¡Es un caos, pero no el tipo que quiero ver en mi oficina! —la voz del jefe resonó, reverberando en las paredes, como un eco de una tormenta.
—Oh, vamos, jefe, ¡un poquito de diversión nunca hace daño! —dijo Zeth, guiñándole un ojo.
Fue entonces cuando la puerta se abrió de golpe, dejando pasar a Asmodeo, una figura imponente con una aura de autoridad que hizo que el ambiente se cargara de tensión.
—Con permiso, ¿se puede pasar? —dijo Asmodeo, mirando a su alrededor con curiosidad.
—Sí, señor Asmodeo —murmuró el jefe, aún intentando reorganizar sus pensamientos.
—Oh, y por si acaso, ¿dónde está Natalia? —preguntó Asmodeo, su tono leve pero firme.
—Pensando a dónde está ella —respondió el jefe, incapaz de ocultar su preocupación.
Mientras tanto, en otro rincón del inframundo, Natalia y Azrael estaban atrapados en una conversación sobre los peligros de las decisiones impulsivas.
—Y si usamos eso de protección, podría quedar embarazada —dijo Natalia con una mezcla de seriedad y temor.
—Nada, nada malo va a pasar —replicó Azrael, despreocupado, pasándose una mano por el cabello. Su confianza era casi palpable.
Treinta minutos después, el caos en la oficina del jefe continuaba, reflejando el tumulto en el corazón de Natalia. Aquella chispa de insensatez que Zeth había introducido había sacudido vidas y remecido destinos. El equilibrio entre el orden y el desorden parecía estar siempre al borde de la ruptura.
Reuniendo toda su fuerza, el jefe se dio la vuelta hacia Zeth y Asmodeo, con una idea brillante iluminando su mente.
—Escuchen, tal vez... el caos puede tener su propio lugar en este mundo, siempre y cuando lo controlemos. Ábranse a la idea, pero con límites. Quizás podemos encontrar belleza en sus locuras sin dejar que se apodere de nosotros. Un nuevo orden.
Zeth sonrió, entusiasmado, sintiendo que su travesura había encontrado su propósito. Asmodeo asintió lentamente, considerando la propuesta. Y en un rincón oscuro de aquel inframundo bullicioso, Natalia y Azrael, sin saberlo, estaban a punto de entrar en una nueva etapa que podría cambiarlo todo.
Así, el caos y el equilibrio comenzaron a bailar juntos, creando una sinfonía inesperada que resonaría en las entrañas del inframundo y más allá, recordando a todos que, a veces, lo inusual es exactamente lo que se necesita.
En ese momento, Natalia tomó su celular.
—C****, es mi jefe y tengo muchos mensajes perdidos de él. —Se vistió apresuradamente, un sentimiento de urgencia invadiéndola.
Minutos después, llegó a la oficina.
—Lo siento por llegar tarde, jefe —dijo, con un aire de disculpa.
El jefe, aún lidiando con el eco del caos, respondió:
—Por fin llegaste, perra.
Pero justo en ese instante, el ambiente cambió. Zeth, mirando a ambos con picardía, dijo:
—¡Bienvenidos al nuevo orden donde el caos y el equilibrio bailan juntos!
Así, en aquel inhóspito rincón del inframundo, las vidas de todos comenzaron a entrelazarse de maneras inesperadas. Juntos, crearían una sinfonía peculiar que resonaría no solo en la oficina, sino en cada rincón del inframundo, recordando a todos que, a veces, lo inusual es exactamente lo que se necesita.
fin capítulo 8
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