capítulo 1 Sombras del Alma
En un vasto templo celestial, donde las luces doradas danzaban en el aire, Dios observaba a sus hijos reunidos. La atmósfera era tensa, un hilo invisible que conectaba a los arcángeles mientras discutían la creciente disconformidad que sacudía los cimientos del Cielo.
"Mis amados hijos", comenzó Dios, su voz resuena con una calma infinita, "¿cómo va su trabajo?" A pesar de su tono sereno, cada palabra parecía impregnar el ambiente de preocupación.
Azrael, el ángel de la muerte, interrumpió con un tono sarcástico. "Papá, todos sabemos que el futuro no pinta bien". Las miradas se dirigieron hacia él, reflejando la tensión latente entre ellos.
Gabriel, el hermano mayor, frunció el ceño, tratando de mantener la autoridad. "Azrael tiene razón, aunque no me guste". Rafael, siempre el mediador, añadió con su tono calmado, "No podemos seguir así. La creación misma parece desmoronarse".
Miguel, el guerrero de la luz, observó con desconfianza. "¿Redención? ¿De verdad podemos hablar de redención cuando las almas caídas nos miran desde las sombras?"
Fue en ese preciso instante cuando un escalofrío recorrió la sala. La luz palideció momentáneamente y, como si la oscuridad cobrara vida, una figura surgió de las sombras: Lucifer, el hermano caído. Su presencia era inconfundible; la arrogancia brillaba en sus ojos, pero había un matiz de melancolía que nadie podía ignorar.
"¿Así que están hablando de mí?" se burló, acercándose con una sonrisa torcida. "¿Qué quieren, que vuelva a ser parte de su perfecto pero aburrido mundo?"
"Vaya, el hermano caído nos habla de conflictos. ¡Qué sorpresivo!", replicó Azrael, dejando caer su sarcasmo como un dardo. "¿Quieres que sigamos tu camino? El caos eterno es lo único que entiendes, ¿verdad?"
Lucifer rió suavemente, con una chispa de desafío. "Azrael, te preocupas demasiado por las formas. La redención no es más que un juego que ustedes continúan jugando, dejando que el mundo siga cayendo".
Gabriel gritó con frustración, "No tienes derecho a hablar de redención, Lucifer. El cielo no es tu lugar, y lo sabes muy bien".
La discusión se intensificó mientras Miguel cruzaba los brazos, sintiendo que el amor y el odio chocaban abiertamente entre sus hermanos. "Siempre pesimista, ¿no?" replicó, mirando a Lucifer con desdén.
Rafael, en su habitual calma, sugirió, "¿Y si el problema no reside en el orden, sino en nuestra percepción de lo que realmente significa amar?".
Lucifer giró su mirada hacia Rafael y sonrió, una mezcla de desprecio y simpatía. "¿Tú, querido hermano? ¿Te atreves a cuestionar lo que has creído durante siglos? Yo lo hice, y miren dónde estoy ahora".
Dios intervino, su voz resonando con amor y autoridad. "Es cierto que todos tienen sus propias luchas. Tú también eres mi hijo, Lucifer. Y el mundo necesita entender que cada uno de ustedes tiene un papel en este camino hacia la transformación".
"¿Juntos?" preguntó Lucifer, su voz helada, "No somos un reflejo del otro. Y no, no soy tu hijo".
La atmósfera se cargó de tensión, y Azrael observó la confrontación, esperando el momento adecuado para intervenir. "¿Y si hay algo en lo que aún podemos trabajar juntos?" sugirió Azrael, buscando un camino en medio del caos.
"Este es un desastre esperando a suceder", afirmó Gabriel, mirando a Lucifer y luego a Dios, preocupado por lo que podría ocurrir.
Las palabras del padre resonaron: "Todo esto es necesario en el camino hacia la transformación, a pesar de nuestras diferencias".
En ese momento, Azrael decidió romper el silencio. "Si no fuera por Lilith..." La mención del nombre provocó un silencio casi palpable.
Lucifer giró bruscamente, su rostro exudando una mezcla de furia y tristeza. "¿De qué demonios estás hablando?"
"Lilith", repitió Azrael, sintiendo el peso de su propio dolor. La sala se congeló ante la revelación, y la tristeza en los ojos de Lucifer fue evidente.
"Algún día vas a amar a alguien", dijo Lucifer, su tono casi suplicante.
"No sé si quiero entender eso", respondió Azrael, su voz un susurro. "El amor no debería ser un veneno".
"A veces lo es", concedió Lucifer, su mirada profunda cargada de una melancolía indescriptible. "Pero, mi hermano, cuando lo encuentras, sabes que nunca podrás ser el mismo".
Mientras las emociones vibraban en la sala, Gabriel intentó recuperar el control. "Lo que dices, Lucifer, no justifica tus acciones. El amor no puede ser una excusa para la destrucción".
"¿Y qué más pueden hacer?", replicó Lucifer con ironía. "El amor y el sacrificio son los hilos que tejen lo que somos. La caída fue inevitable".
Dios, con voz suave, atrapó la atención de todos. "Lucifer, el amor no tiene que ser destructivo. Cada uno de ustedes debe encontrar su propia forma de aprender. Lo que el uno siente no define lo que el otro debe ser".
El eco de sus palabras permaneció suspendido en el aire, y aunque la tensión persistía, había una sensación palpable de que el cambio estaba en el horizonte.
Años después, Azrael caminaba por un pasillo oscuro, sintiendo que el calor del inframundo se acercaba. La llamada de lo desconocido lo atrajo, llevándolo a abrir una puerta de hierro. Al cruzar el umbral, se encontró en un lugar donde la luz roja iluminaba un entorno viciado, seductor.
"¿Qué haces aquí?" preguntó, consciente de que no debería estar allí.
Una figura femenina emergió de las sombras, su sonrisa seductora revelando secretos ocultos. "Hola, Azrael. He estado esperándote".
Natalia se acercó con gracia, y aunque su presencia era cautivadora, Azrael sentía que el peligro acechaba. "No puedo quedarme", dijo, manteniendo su distancia, aunque su corazón latía con fuerza.
"Oh, pero querido Azrael, todo tiene un propósito", aseguró Natalia, su risa resonando en el aire como un canto hipnótico.
Cada paso de ella lo atraía, desafiando su naturaleza. Azrael, atrapado entre la luz y la oscuridad, comenzaba a cuestionarse a sí mismo. En ese laberinto de emociones, la esencia de lo que era se tornaba difusa, y no podía evitar preguntarse: ¿habría un camino hacia la redención? ¿Era el amor, ese mismo amor que había visto destruir a Lucifer, la clave de su propia liberación?
Mientras la oscuridad danzaba a su alrededor, Azrael se encontró en una encrucijada. La elección entre el deber y el deseo ya no era tan clara como antes. La historia de los ángeles y los demonios, del amor y la pérdida, estaba a punto de reescribirse.
fin de capítulo 1 Sombras del Alma
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