♣8.El extraño desconocido♣
La carreta tirada por un cabizbajo asno avanzaba cansada por el camino empedrado. Elizabeth la observó agasajada detrás de unas zarzas en la orilla del camino. Hacía un buen rato que estaba escondida allí, estudiando el ajetreo diario de los habitantes de la pequeña aldea que se divisaba a unos metros.
El arco de piedra con el nombre tallado daba la entrada a la comarca. Era una aldea naturalista y supuso que no una de las más concurridas, pero al parecer la llegada de las reinas había conmocionado cada rincón de la isla por insignificante que pareciera.
Los pueblerinos no dejaban de entrar y salir. Hasta su escondite le llegaban los comentarios de la gran celebración de la noche anterior en Woodville, a unos cuantos kilómetros al norte de allí. Sonrió orgullosa al escuchar los elogios a las nuevas reinas y el mágico espectáculo que sin dudas había dejado a todo HavensBirds impresionado. Trató de imaginar que locura debió habérsele ocurrido a Annabella, de seguro sin la aprobación de Katherine, y esto la enorgullecía aún más.
Se puso de pie sacudiendo su túnica. Era mejor decidirse a entrar de una vez. De igual manera, todos estaban tan ensimismados en el advenimiento de las reinas que ella lograría su cometido de pasar desapercibida. Necesitaba comer, indiscutiblemente lo necesitaba.
Ni toda la exaltación que le provocó su situación actual le había impedido a su estómago replicar insistentemente. Se volteó despacio y se quedó paralizada por la sorpresa. Tres hombres visiblemente desagradables la miraban atrevidamente.
—Que sorpresa nos hemos encontrado aquí — dijo uno con descarado tono. Se miraron entre si y los tres sonrieron mostrando los sucios dientes.
—Una preciosidad — susurró otro mientras saboreaba los labios con su lengua asquerosa.
Elizabeth apretó los puños y reprimió una mueca de asco. Permaneció muy quieta preparándose mentalmente. «De algo tendría que servir su entrenamiento con las sacerdotisas.» se dijo a sí misma mientras los observaba atenta.
Sin que transcurriera un segundo, uno de aquellos hombres se abalanzó veloz sobre ella con la intención de atraparle. Elizabeth giró sin hacer el menor esfuerzo y el hombre cayó estúpidamente de bruces contra la tierra. El acto le dio confianza en su pericia y se volteó de frente a los otros dos sonriendo arrogante. Ellos se miraron entre sí ganados por el asombro.
Reaccionando intempestivamente al insulto, se arrojaron contra ella al unísono, gritando alarmantes. Elizabeth abrió los ojos un poco asustada, pero se colocó en firme respirando pausadamente para concentrarse. Su nueva energía se revolvió en su interior pero no le hizo caso.
El primero en llegar hasta su espacio recibió un golpe certero en la cara con un movimiento elegante de exquisita técnica de pelea, que lo hizo caer al suelo como un tronco cortado. Como si danzara, giró sobre sus talones, sonriendo, disfrutando su superioridad. Siempre fue muy buena en el entrenamiento de lucha que compartió en el Templo, tan sagaz como cualquiera de las sacerdotisas. Espero segura y retadora el siguiente ataque. Estaba decidida a divertirse sin emplear cualquiera de los nuevos poderes que seguían pugnando dentro de ella.
Detuvo con su antebrazo el ataque del tercer contrincante. Sostuvo el brazo grasiento y lo torció sobre su espalda, arrancando un quejido lastimoso del hombre que ya la miraba con los ojos desorbitados de susto, le dio un giro espectacular sobre su espalda y lo estrelló contra el suelo.
Presintió el nuevo ataque por su espalda pero no alcanzó a evitar que el primer bandido que ya se había incorporado, la atrapara, apresándola con los brazos por mitad del cuerpo e inmovilizándola. Se resistió en un gruñido y forcejeó, pero su oponente la apretó más en su agarre para impedir que se soltara. Desde su desventajosa posición observó como el hombre que aun se quejaba de su brazo casi quebrado se levantaba despacio y la miraba molesto. Se acercó a ella y le arrebató bruscamente la bolsa de cuero con sus pertenencias ante sus bufidos de impotencia. Comenzó a hurgar en sus cosas y el que la sostenía lo observó por encima del hombro.
—No tomes nada sin compartir — replicó
—Calla y no sueltes a esta fiera... ya jugaremos con ella. — la volvió a mirar con desagrado — Se cree muy valiente, veremos que tal le va atada de manos... — se rieron impúdicamente.
— ¿Y tu te crees valiente atándome de manos, imbécil? — contestó con ímpetu y se removió enérgica haciendo tambalear al bandido que la sostenía. En el nuevo forcejeo el forajido notó la túnica bajo la capa negra y se quedó muy serio.
— ¡Hey! Creo que mejor... mejor la dejamos... — Elizabeth sintió como tragaba saliva — Creo que nos hemos metido en un buen lío... — su compañero dejo de registrar el bolso y lo miró arrugando la frente. El bandido trató de indicarle que viera el espacio descubierto por la capa pero el aludido ni se daba por enterado.
— Quieres dejar de hacer estupideces con tu cara y concentrarte en sostenerla, idiota... — Elizabeth aprovechó la pequeña distracción de ambos en su discusión y comenzó a moverse violentamente forcejeando con tal fuerza que su agresor se descolocó un poco aunque sin dejar de sujetarla.
En medio de aquella lucha contenida de apretones y tirones, contempló su alrededor organizando un nuevo ataque. Logró entonces alcanzar un árbol cercano y apresurándose se impulsó con los pies para dar una magistral voltereta sobre el sorprendido ladrón, que no pudo impedir que se escapara de la prisión de sus brazos. Cayó de pie a su espalda y sin pensarlo dos veces le propinó una patada a la altura de su columna que lo lanzó violentamente al suelo, sin sentido.
El otro la contempló, aterrado. Sucedió tan rápido que solo atinó a salir corriendo hacia el camino de la aldea, con la bolsa de cuero al hombro. Elizabeth gruñó enojada y lo siguió, resoplando con ira mientras corría tras de él, pero se obligó a frenar en seco antes de salir al camino empedrado, cuando divisó unos cuantos caballeros de la Guardia Real avanzando hacia la comarca. El ladrón se perdió de su vista al atravesar el arco de piedra de la entrada y Elizabeth maldijo por lo bajo. Meditó por unos segundos alguna estrategia y sin pensarlo mucho más, decidió al fin a dar un paso sobre las piedras enterradas que marcaban su única opción, colocándose la capa hasta la nariz.
Los pies le dolían dentro de las sandalias de cuero. Llevaba demasiado caminando tras el maldito truhan sin oportunidad de detenerlo. Aunque llevaba su capucha enterrada sobre su cabeza no le había impedido observar todos los movimientos de su asaltante en cada rincón de la comarca, y el maldito se había dado gusto andando de un lado a otro y robando disimuladamente de los puestos de comerciantes. Elizabeth sentía unas enormes ganas de golpearlo pero se mantuvo agazapada, era lo mas inteligente.
Él no la había notado tras sus pasos. Se dispersó entre la muchedumbre para perseguirlo y ni siquiera la pequeña compañía de la Guardia Real que entrevistaban a los caminantes la notaron al pasar. Tomó un descanso de su vigilancia aprovechando que el truhan se había colado en una posada y demoraba dentro. «Seguro estás emborrachándote con mi bolsa como botín, maldito canalla, te romperé los huesos» pensó y apretó los puños con una furia que le estremeció a su conciencia.
Respiró para disipar los pensamientos y movió los dedos de los pies tratando de masajearlos entre sí. El cansancio y el hambre ya le estaban haciendo mecha a su persona. Volvió a mirar a su alrededor, como lo hizo en todo el recorrido siguiendo al maldito. Se distrajo un poco disfrutando del ajetrear de los habitantes, los jaleos en la infinidad de puestos de comercio de la plaza y disimuló para escuchar los comentarios sobre el gran acontecimiento de la llegada de las reinas. Sintió alivio y hasta alegría por sus pequeñas hermanas. Estaban bien y estaban impresionando a todos sin lugar a dudas. Le apretaba el pecho sentirlas ya tan distantes, al menos los buenos comentarios sobre ellas, ayudaban a sosegarle.
Dejó perder su atención otra vez en el cotidiano movimiento de aquella aldea. Todo aquel escenario era nuevo para ella y no podía evitar observar y aprender cada mínimo detalle de los pobladores. Miraba con divertida curiosidad cada objeto sobre las mesas de los artesanos y comerciantes, cada forma de vestir e incluso la manera en la que hablaban unos con otros. Pudiera parecer cosa rara y así la miraban, como cosa rara, pero los largos años de clausura solo podían brindarle curiosidad hasta por lo mas sencillo del mundo exterior.
De pronto se colocó en alerta, el maldito ladrón salió de la cantina al fin pero notó que ya no llevaba consigo su bolsa de cuero. Por un instante pensó en seguirlo y darle una buena paliza para que le dijese que fue de ella, pero se detuvo. No podía perder más tiempo y tenía que recuperar sus cosas, que sin duda alguna las tuvo que haber dejado dentro de la cutre posada.
Con paso decidido atravesó la calle empedrada y empujó la quejumbrosa puerta. Al entrar se desorientó un poco por la oscuridad del lugar, solo unas sucias lámparas de velas iluminaban precariamente. La desagradable mezcla de cerveza agria y olor a sudor le revolvieron el estómago y tuvo que apretar su nariz con los dedos por un segundo para recomponerse un poco. Caminó despacio hasta la esquina más apartada del mostrador donde se sentó en silencio escrutando cada pedazo del recinto.
Era un gran salón aguantado por pilotes de madera que estaban adornados con tallas alegóricas a la caza. Había varias ventanas pero la suciedad de los cristales impedía completamente la entrada de luz. Tal vez lo habían dejado así para ocultar sus perversiones. Las mesas dispersas por todo el salón eran de madera rústica al igual que los taburetes. Todas estaban abarrotadas en su mayoría por hombres que hablaban alto y se reían. Había algunas mujeres de trajes raídos que también reían escandalosamente y se comportaban complacientes en demasía con ellos. En algunas otras mesas solo roncaban mientras dormían la borrachera.
Elizabeth se asqueó de todo aquello, pero tampoco era tonta. Había leído demasiados libros y sabía perfectamente que escenarios como aquel se sucedían en el reino. Todo no era color de rosa y existían miles de cosas que aunque las desconocía, las imaginaba. Pero encontrarse con la realidad de pronto, después de tantos años, fue difícil de asimilar. Siguió mirando a su alrededor hasta detener la mirada en una mesa alejada y muy iluminada por un gran candelabro en el centro de la misma. Varios hombres estaban sentados a su alrededor y jugaban a las cartas tensamente, se podía notar por el silencio que los envolvía. Algunos otros observaban el juego de pie.
No podía distinguir los rostros pero la silueta del fondo le llamó la atención. Fue algo raro, era como si otra fuerza le impulsara a mirarle, como si le atrajera hacia si alguna gravedad. Era muy alto de seguro, porque sentado ya se notaba. La espalda y los hombros eran anchos para dar camino a poderosos brazos. Tenía la cabeza baja concentrado en su baraja, por lo que solo alcanzaba a ver su melena rebelde atada en una pequeña cola sobre la nuca.
Se sobresaltó ante el sonido que provocó la jarra de cerveza que le pusieron delante con brusquedad. Quiso replicar al cantinero pero ya el barbudo y molesto hombre se había alejado al otro extremo del mostrador de madera. Respiró profundo, estaba muy inquieta, demasiado. Ya no podía discernir si era el miedo que inevitablemente le rondaba dentro, provocado por sus últimos impulsivos actos o era ahora aquella extraña y excitante nueva energía que le continuaba atrayendo hacía aquel sujeto desconocido, al fondo del salón. Podría ser una tontería pero ella sabía muy bien cuando sentía magia a su alrededor.
Inesperadamente el débil destello la tomó por sorpresa haciéndola pestañear varias veces para reaccionar. Pero si, definitivamente volvió a repetirse, no era una ilusión de su cansancio. Venía precisamente de los pies de aquel misterioso personaje. No podía ser una equivocación, ese destello verde ya lo conocía muy bien. Se tensó un poco, « ¿sería posible que alguien más lo viera?», pero no, todo continuaba impasible. «Entonces, ¿sería posible que solo ella pudiera ver aquella señal?» Definitivamente, si.
Frunció el entrecejo y se llenó de coraje, opacando un instante toda la mezcla de nuevas sensaciones y deseando que el valor le durara lo suficiente. Se adelantó hasta la mesa. Al llegar los hombres que le daban la espalda se voltearon sorprendidos por el imprevisto acercamiento, al igual que los que permanecían de pie. Todos en la mesa la miraron extrañados. Pero Elizabeth solo estaba concentrada en aquel del final, que levantó al fin la mirada, muy despacio.
Visto de cerca, era aún más imponente de lo que parecía de lejos. Su gracia natural adquiría un aspecto ligeramente intimidante a causa de su poca corriente estatura, el ancho de sus hombros y de la constante fijeza de sus ojos verdes demasiado claros, como los de un felino. Sin embargo, algo en él, un aura, como habría dicho Genovieves, hizo que su pulso se acelerase de un modo que la intrigó y la excitó.
Era muy atractivo, la barba rebelde enmarcaba perfectamente su rostro atrevido y fuerte. Por un instante Elizabeth presumió que habría lugares recónditos en su naturaleza que merecían ser explorados e involuntariamente saboreó sus labios con la punta de su lengua. La media sonrisa cargada de sensualidad que le regalo él la hicieron reaccionar avergonzada. La reina decidió distraer sus pensamientos dirigiendo la mirada al intrigante colgante de cuero que prendía del fuerte cuello, con un dije de un enorme colmillo nacarado montado en una corona de plata, « ¿... de que animal podría ser semejante diente?» se quedó, involuntariamente, rebuscando en imágenes mentales, cientos de criaturas.
Movió la cabeza para volver a intentar centrarse, se había dejado llevar por su incontrolable curiosidad por cosas nuevas e interesantes y por la extraña energía que la recorría al mirarlo. Se había desorientado un instante, permitiendo que él devorase con la mirada su silueta dentro de la apretada túnica.
Se enfadó consigo misma, tenía cosas más preocupantes en que pensar ahora que en su pudor. Se retiró la capucha con un gesto rápido, haciendo que un mechón de su cabello se escapara rebelde sobre su rostro. Podía notar que la incómoda extrañeza de los que la rodeaban se convirtió enseguida en miradas que se intercambiaron entre si, llenas de asombro. La sonrisa felina también desapareció y por primera vez se miraron a los ojos. Su interior se estremeció como un terremoto. La onda expansiva le golpeó invisiblemente en lo más profundo de su ser, la energía que siempre la acompañaba se movió excitada en sus venas, lo podía sentir como si una explosión tuviera su epicentro justamente entre ellos dos.
Y estaba completamente segura que él había sentido exactamente lo mismo, porque se había puesto muy serio. Su ceja izquierda que estaba atractivamente cortada se había levantado y los ojos la miraban como si traspasaran la piel llenos de fuego. En ese instante se dio cuenta del error que había sido descubrirse y mirarle.
«¿Era la Diosa? tenía que serlo». Tanto vino se le había subido a la cabeza, pero no podía comparar aquella belleza con nada menos. Su tendencia a la aventura hacía de él un macho muy susceptible a la belleza femenina y esta joven tenía un atractivo que no podía compararse con la de las adorables pero un tanto insulsas hembras con quienes había tenido fugaces y muy breves amoríos. Había magia. En ella había poder, temible y exquisito. Había un desafío en su expresión, el porte confiado de su alta y graciosa figura revelaba que estaba acostumbrada a mandar y a ver cumplidos sus deseos. Era Elemental, por lo tanto, era pasión y fuego.
El silencio se volvió incomodo pero nadie dijo ni una palabra. Excepto por una voz desconocida, fuerte pero no amenazante, que sorprendió a Elizabeth pero... dentro de su mente.
«... Es el colmillo de un Fanaani...» — lo miró sorprendida y el sonrió otra vez con esa forma fascinante en que lo hacía
«No puede ser... » — le contestó también sin emitir palabra, atónita, sorprendida incluso de poder hacerlo. Acababa de descubrir que podía saber los pensamientos de aquel hombre, podía incluso ver las imágenes de lo que imaginaba, escuchaba su voz en su mente, sus palabras dentro solo de su cabeza...«¿Entonces...? ¿Él también puede conocer los míos?» Se llevó una mano a los labios como si así pudiera borrarlo, callarse. Él se puso de pie bruscamente, sobresaltándola, definitivamente de cuerpo entero era un hombre aún más impresionante.
Soltó una carcajada y Elizabeth confirmó asustada...«si, el también puedes saber mis pensamientos, escucha mi voz en silencio... ¡Oh por la Diosa!». Abrió los ojos como platos casi segura de que estaba roja como un tomate.
—«Me lo han dicho muchas mujeres, ¿sabes preciosa? lo de que soy muy impresionante...» — la voz volvió a retumbar en su cabeza. Fuera solo seguía aquella sonrisa felina en sus labios, como si los demás no existieran.
—« ¿Qué es esto? Estoy tan confundida... ¿puedes leer mis pensamientos...?¿Puedes incluso hablarme...?» — el asombro era tan grande que tuvo que tragar saliva.
—«! Ooooh sí! Esto es algo muy sorprendente. Y estoy tan paralizado como tú... Comprendes lo increíble que es esto ¿verdad?... podemos... o por la Diosa Ha. Y quiero que sepas que...tú también eres una mujer muy impresionante... me has hechizado desde que me has mirado a los ojos. ¿Cómo han tenido encerrada en el Templo Mayor semejante belleza de mujer...?»
—No he estado encerrada en el Tem... — se calló de pronto. Recordó la túnica que llevaba puesta y que esto último tontamente, lo había dicho en alta voz y no sonaba muy lógico.
—¿Qué hace alguien como usted por estos lares, Elemental? — la voz en vivo era aun más profunda y mas electrizante que la que ya sabía, jamás volverá a salir de su mente.
—Tienes algo que me pertenece... — decidió tutearlo para imponer un poco su superioridad. Él miró de soslayo la bolsa de cuero que descansaba a sus pies y luego volvió a fijarse en los verdes ojos que se habían reconfortado un poco de la distracción y lo miraban fijamente. De pronto uno de los hombres se levantó molesto tirando sus cartas sobre la mesa.
—Si ya no jugaras mas... lárgate... estás distrayendo el juego por gusto...— hasta Elizabeth se asustó de la mirada fulminante que le dirigió al tipo que se arrepintió en el instante de haber hablado. Luego volvió a mirarla regresando increíblemente a su serena complicidad sonriente.
—Mejor... Salgamos de aquí... — dijo incómodo. Se adelantó cogiendo la bolsa en una mano y con la otra apresando seguro, pero suave a la vez, el brazo de Elizabeth, que no atinó ni a discutir. Conduciéndola a su lado, la sacó del lugar ante la mirada silenciosa de todos los presentes.
Elizabeth agradeció la fresca brisa que le golpeó el rostro cuando salieron y cerró los ojos por un instante. Él la condujo hasta doblar una esquina e internarse en una callejon desierto.
—« ¿Cómo es posible que...? » — la voz en su cabeza la volvió a la realidad.
—Deja de hablar dentro de mi cabeza — se puso muy seria. Él no dejó de mirarla con una fascinación extrema ni dejó de tratar de inmiscuirse en sus pensamientos, podía sentirlo como una rara presencia.
Aquello le causó algo de miedo y su energía interior se encendió de manera diferente, alerta. Inesperadamente, Elizabeth logró bloquear completamente, sin entender bien como, la inexplicable conexión. La expresión de él cambió frunciendo el ceño extrañado y decepcionado, casi cómica, lo que le provocó una sonrisa.
Elizabeth siguió escuchando sus palabras en su mente e inmiscuyéndose en cada cosa que pensaba pero él no podía hacerlo ya con ella, algo invisible se lo impedía. Ella conectó con su energía interior y podía decidir desde ese momento si lo dejaba entrar o no. Aquella nueva habilidad la divertía.
—¿Cómo... cómo lo haces? Has... no puedo ya... Oooh, maldita sea — se quejó. Ella se encogió de hombros mientras el golpeaba el suelo empedrado en protesta infantil.
—Devuélveme mi bolsa — replicó sin darle más importancia a su protesta. El continuaba mirándola curioso.
—« No puedo leerte... » — Elizabeth no pudo evitar volver a sonreír —« Pero tú sí... oh, oh, eso es muy injusto...Muy injusto. ¿Cómo rayos lo haces, es un hechizo o algo? Aparte del que ya has puesto sobre mi pasión.» — recitó en su mente. Ella evitó mirarle sus ojos atrevidos.
—No tengo la menor idea, sinceramente, como tampoco tengo la más remota idea de esto que... pasa entre los dos. Pero en este preciso momento no debo perder el tiempo, tengo que seguir mi camino. Dame mi bolsa por favor — alzó una ceja medio molesta para luego mirar a ambos lados intranquila. Una extraña sensación le erizó los vellos de la nuca y se desesperó ante la inmovilidad de él.
—¿De qué huyes? ¿En realidad eres una sacerdotisa...? — Elizabeth se había descuidado y él había vuelto a hurgar en su mente un instante fugaz. Vio los recuerdos de toda su noche huyendo y percibió la sensación de que algo la ponía nerviosa, un mal presentimiento.
«¡Por la Diosa!, esta conexión es demasiado peligrosa.» Reaccionó imponiendo otra vez el bloqueo protector. Le costaba esfuerzo de concentración pero increíblemente y sin explicárselo lo dominó muy bien.
— ¡Ah vamos!, no me bloquees. No te das cuenta que lo que ocurre es extremadamente... sorprendentemente... e increíblemente... mágico — Elizabeth sonrió con la entonación que le había dado la voz profunda a cada palabra. Sus ojos se volvieron a cruzar y estuvo segura que aquel brillo felino no podía ser fingido. «Sinceramente estaba emocionado.»
—Si lo estoy... — ella suspiró, se había descuidado otra vez. El rió con malicia.
—Ciertamente, tengo que admitir que es muy extraño... — dijo tratando de restarle importancia.
—¿Extraño...? — la interrumpió dando un paso hacia ella encantado — Extraño es lo menos que es... Es tan fascinante. Escucha, siempre he tenido esta especie de... "poder especial". Generalmente se lo que algunas personan piensan o por lo menos tengo más facilidad para deducirlo, pero nunca he podido comunicarme en los pensamientos con nadie, nunca he podido ver tan claramente en la mente de alguien, y sobre todo, y lo que es aún más fascinante, es que tu puedes hacer lo mismo conmigo. Esto solo me había ocurrido con...— hizo una pausa. Elizabeth notó como se quebró un instante la voz profunda — Con mi madre cuando era muy niño. Teníamos esta misma conexión. Después de su muerte no había pasado... hasta hoy. Tienes que entender que esto debe tener un significado muy grande ¿no crees...? — había un atisbo de tristeza en su reflexión pero no le ganó a la genuina emoción curiosamente inocente, que a Elizabeth le comenzó a influir una especie de desconfianza. O era un maestro fingiendo aquella extrema fascinación con algún otro fin, o había en realidad algo más profundo que hizo clic entre los dos, o ya no sabía que creer. La energía excitándola en su interior estaba segura que ya no era mentira — Esto, es muy increíble para mí... tú tienes que ser alguien especial en mi destino para que tengamos esta conexión... — continuó él pero ella lo interrumpió levantando las manos.
—Eres un clarividente... — insistió en aplacar todo lo que sentía buscando una explicación y optando por ponerse seria.
—No, no lo soy. Y tu tampoco. Porque los que poseen el Don Clarividente no pueden hacer lo que nosotros... Esto es algo más...Oh sí que lo es. Definitivamente tú y yo tenemos un destino y será delicioso descubrirlo... — rió ahora con una pícara malicia mientras la miraba de arriba abajo y se saboreaba los labios con la punta de la lengua.
—¡Oh por la Diosa¡, ¡que puedo saber lo que piensas...! — exclamó haciendo una mueca de desagrado y movió las manos como si borrara algo en su mente.
—Oh... lo... — rió algo nervioso — Lo siento, lo siento... me he dejado llevar por un pequeñísimo desatino de lujuria y me he distraído imaginando esas escenas, olvide que podías verlas también... — tosió para evitar sonreír y molestarla aún más. — Lo imaginé deseándote desde el respeto, te lo juro...
—¿Desde el respecto? Vi lo que imaginabas. Eres un pervertido.
—¿Pervertido? No, no por favor. Es el deseo ardiente que has despertado en mí hacia tu sublime presencia. Te juro que soy totalmente sincero. De igual manera... — arrugó la frente cómicamente como si reflexionara por un segundo con esa mueca que a ella ya le causaba risa — Pensándolo bien, de igual manera no hay forma en que pueda mentirte, sabes lo que pienso de antemano...ummm... — soltó una carcajada contagiándola de una inexplicable complicidad que no pudo evitar sentir.
—¿Así conquistas a todas las mujeres? — preguntó siguiéndole la corriente
— En verdad... — se paró con pose de orador — Generalmente no pueden descubrir en mi mente de antemano que las llevare al lecho y que haremos todas esas demás cosas divertidas del arte del placer, lo cual es una ventaja que facilita un poco las cosas, ya que la sorpresa de experimentar placeres nuevos les debilita la sensatez — Elizabeth lo escuchaba con los brazos cruzados y con una mueca de incredulidad — Contigo pierdo esa ventaja de planear la sorpresa. Debo admitir que es un nuevo desafío aún más excitante. Además no puedes negar que es ardiente también poder tener un adelanto de primera mano...
—Oh por favor, cállate... — él volvió a sonreír. Siempre sonreía con esa forma atrevida que llegaba hasta sus ojos y que la molesta, porque la hacía imitarlo sin siquiera pensarlo. El cosquilleo en su estómago, también le molestó — Mira, no sé que es este... raro poder que podemos compartir, tampoco me había ocurrido antes. Pero no tengo tiempo para averiguarlo ahora, de verdad lo digo. No me voy a ofender de tus obscenos pensamientos de hace un instante... si acabas de devolverme mi bolsa...
—¿Obscenos dices?, pero eso no es justo... — replicó. Dio un paso hacia él y le colocó el dedo índice sobre los labios para callarlo. Él suspiró ante el contacto.
—¿Justo, dices? A ver, "Extraño Desconocido". En el fondo puedo sentir que a pesar de ser un ladrón, un descarado, un desmoralizado y un atrevido, aún conservas algo de caballero. Así que por favor, no me hagas insistir más... regrésame mi bolsa. Tengo que marcharme — estaban muy cerca, casi podían sentir el calor que desprendían sus cuerpos.
Aunque él ya no hablaba, ella no le quitó el dedo de sus labios. El tomó su mechón rebelde y lo colocó con tal delicadeza detrás de la oreja de ella, rosándola y suspirando al hacerlo, que Elizabeth tuvo que reprimir un gemido inesperado. Se estremeció al contacto pero se mantuvo concentrada. No podía permitir que se metiera en su cabeza y supiera que la inquietud en sus entrañas se convertía en calor. «¿Qué es todo esto? Es tan fuerte, inquietante y delicioso.» Cuidó que sus pensamientos no escaparan al bloqueo de su conexión. Se quedaron muy quietos y callados pero sus corazones saltaban en su pecho. Al fin Elizabeth se recuperó de la hipnótica mirada y volvieron a tomar distancia. El soltó aire sonoramente.
—¿No me vas a contar porque huyes...? Tal vez pueda ayudarte. Como mal dices no soy un ladrón, soy un bandido que no es lo mismo...
—¿Ah no? — inquirió
— No — sentenció — Soy un bandido que ayuda a los pobres burlando a los ricos —pronunció la frase como si fuese su manifiesto de costumbre y luego hizo una mueca arrepintiéndose de lo absurdo que sonaba.
—Oh... — lo miró extrañada — ¿Estas tomándome el pelo...?
—De ninguna manera... — le devolvió una mirada seria. Elizabeth comprendió que no estaba bromeando — No sé qué cuentos de hadas les inventan en el Templo o en la Lujosa Eritrians pero hay aldeas que se mueren de hambre. Y el Concilio es tiranía y está destruyendo HavensBirds — dijo con una mezcla de desánimo y rencor a la vez y notó que los hermosos ojos verdes elementales se tornaron un poco oscuros.
Todavía no podía indagar en su mente pero ella no era indiferente a lo que él acababa de decir. «Esta chica está huyendo porque molestó a alguien. Valiente, eso es muy valiente... y es hermosa o ¡por la Diosa!, no puedo dejar de pensar en lo hermosa e hipnotizante que es, ¡que tiene!, que energía es esta... oh muero por tus labios...»
—Valiente... ¿crees que soy valiente? — él ladeó la cabeza ofuscado, ella continuaba metiéndose en sus pensamientos y él no podía hacer lo mismo en los de ella.
—Definitivamente... — se cruzó de brazos en protesta.
—A lo mejor soy una loca peligrosa... escapada tal vez... — hizo una pausa pensativa — De Racons... — él alzó una ceja fingiendo preocupación.
—Para escapar de la prisión del Concilio tienes que ser muy valiente...
—O una loca peligrosa... — repitió reteniendo la risa.
—No me importaría... Eres una loca muy hermosa entonces — hizo una mueca mientras imaginaba en su mente besarla muy despacio y lució para Elizabeth terriblemente maravilloso.
—A penas eres un extraño desconocido, como pretendes que te bese de esa forma que imaginas — dijo y alzó una ceja.
—Ah, ¿te gusta saber lo que pienso? No sales de mi cabeza. No soy prejuicioso. Tengo un poderoso atractivo sobre las mujeres, generalmente ellas suplican besarme a mí... — ella rodeó los ojos burlándose mientras él la mirada orgulloso — Es verdad. ¿No te da curiosidad...? Ya has visto lo que puede pasar...
—Con demasiado detalle a mí pesar — él sonrió.
—Enséñame a bloquearte en mi mente y estaremos a mano, eso sería justo... — ella movió la cabeza a los lados.
—Ni siquiera sé como lo logro...
—Bueno da igual, no lo hagas entonces, solo... — hizo otra pausa. Ella levantó una mano en gesto de alto al ver que el intentó acercarse — No desaparezcas aún... Por favor — casi suplicó.
— Está bien... ya tienes que parar, "bandido héroe". Puedes... por favor... — la interrumpió estirando el brazo antes de que volviera a pedírselo y le entregó la bolsa al fin, desanimado.
Elizabeth la tomó sin chistar y en ese mismo instante él la haló hacia sí, atrapándola, haciendo que los cuerpos chocaran violentamente. Una corriente eléctrica los recorrió de pies a cabeza.
Se miraron en la profundidad de sus ojos, por un instante que pareció sublimente eterno. Elizabeth no pudo disimular el pequeño temblor de su cuerpo, él la soltó al sentirlo en el suyo también. Ella dio un torpe paso hacia atrás y volvió a respirar. El siguió muy cerca, a cada paso que daba, ella daba uno atrás. El corazón estaba desbocado, esto se salía de su control.
—Sé de memoria cada rincón de esta tierra. Te aseguro que puedes confiar en mí... Podría ayudarte a escapar... de lo que sea que huyas. No me importa si es del mismo Concilio. Por favor... no me prives de volverte a ver — le susurró suplicante. Ella alzó la mano y él se detuvo. Dio dos pasos más atrás y se alejó completamente del vórtice ardiente de aquel hombre.
—¿Y qué me pedirías a cambio de tu ayuda...? — preguntó sin saber por qué.
—Un beso de esos maravillosos labios rojos. Lo demás me lo pedirás tu misma... — contestó sonriente.
—¿Ah sí? — dijo con sarcasmo, quitándole importancia. Se colgó su bolsa al hombro. — Es mejor que no me acompañes. Y será mucho mejor que hagas como si no me hubieras visto en tu vida, "bandido héroe".
—Eso es imposible, no puedes pedirle al ave que no vuele... — le dijo pero ella siguió restándole importancia a sus palabras con una repetida sonrisa incrédula. Se puso las manos en la cintura a modo de protesta — Aunque no me creas he pagado por esa bolsa. No es justo que te la devuelva y no reciba ninguna recompensa, ¿no te parece? Las sacerdotisas se caracterizan por ser justas ¿no?
—Siento que sea así. Eso pasa cuando tomas algo que no es tuyo — se encogió de hombros.
—Ni siquiera la dicha de una promesa de volver a verte, "Elemental" — insistió.
Elizabeth ladeó ligeramente la cabeza. Pero sorprendiéndolo, se detuvo. Sorteó la distancia que ya había entre ambos y se le acercó, rosandole despacio y atrevidamente la boca con su pulgar. No supo como se atrevió a hacerlo ni porqué, pero era delicioso verle contraer el rostro y a su excitada energía no le importó justificarlo.
Luego le sonrió mientras él ahogaba un gemido al mismo tiempo que apretó sus poderosos muslos. Ella le dio la espalda aún sonriendo.
—Podría acusarte de robo... — le habló sin voltearse, jugueteando con el momento — Eso es un delito... y más si has ofendido a una Sacerdotisa. El castigo sería horrible. Así que agradece la suerte de que no lo haga. Esa será tu recompensa... — se volteó un segundo para que la viera sonreír y luego siguió alejándose despacio. Él alzó sus fuertes brazos en señal triunfante mientras volvía a colar sus palabras en su mente.
— «Te encontraré preciosa mía... así tenga que escalar los acantilados de Mur, cruzar el Río Helado o incluso colarme en el Templo a expensas de terminar decapitado en la losa. Y no podrás resistirte a un beso ardiente que queme tus labios...» — ella alzó la mano para despedirse sin voltearse y para indicarle que había recibido su mensaje. Rieron a carcajadas a la par y luego desapareció entre la maleza del bosque.
Alec Cross era un Casanova, no había mujer que se le resistiera jamás. Incluso a veces tenía que huir cuando la desquiciada pasión femenina se desbordaba en más de una que se volvía su persecutora. Su impresionante físico unido a esa enigmática energía que podía desprender lo habían convertido en un hombre fascinante. Además el morbo feminista se enloquecía con el hecho de que le precedía la fama de bandido-héroe, de excelentes habilidades tanto en el timo y las peleas como en la cama. Las aldeas bendecidas por su actuar heroico lo recordaban y adoraban en silencio.
Nadie sabía de su misterioso pasado ni de dónde venía ni a donde iba, solo de las pequeñas pero sembradas anécdotas heroicas que quedaban a su paso o la huella que dejaba en el cuerpo y el corazón de sus amantes y en el rostro de los maridos enojados. Siempre había vivido así y se jactaba de ello, pero en aquel instante, su forma de ser había sufrido un brusco giro. Se había quedado paralizado un buen rato en el mismo lugar, como un tonto, fascinado, sin poder calmar el extraño torbellino en su alma, sin poder dejar de mirar el lugar exacto por donde había desaparecido «su diosa».
Había seducido una que otra sacerdotisa alguna vez y el peligro que esto significaba hacía más excitante el encuentro, eso sin contar lo apasionadas y ardientes que resultaban las Elementales, lo llevaban en su estirpe. Pero esta, esta era la encarnación de la Diosa Ha. «¿Donde había estado?»
Esas sensaciones que le producía eran mucho más que ardiente deseo. No podía ser la última vez que la viera, estaba decidido a eso. Era su destino.«Nadie es tan osado de obviar así como así su destino ¿no?» Tal vez solo lo había hechizado, pero definitivamente una fuerza superior a sus propios sentidos había estallado y eso en HavensBirds no era casualidad. Terminó sus cavilaciones con un suspiro resignado.
Se dio media vuelta y se sobresaltó al encontrarse una pequeña cuadrilla de soldados de la Guardia Real que lo miraron con desagrado. Alec siempre trataba de evitar encuentros cercanos con las fuerzas reales o del Concilio por lo que se puso en alerta, receloso.
—¿Dónde está? — el soldado soltó las palabras bruscamente.
—No sé a qué se refiere... — Alec lo miró más detenidamente para descubrir con una mueca de burla, el sello plateado en la pechera que indicaba el grado — ¿Sargento?
—¿Dónde está la chica? Y no me hagas perder el tiempo, imbécil — repitió molesto
—Oh vamos, sin ofender. Vaya, vaya... tiene que haber hecho algo grande para que la mismísima Guardia Real este tras ella. Soberbio — sonrió con admiración.
—Escúchame maldito...— el soldado dio un amenazante paso hacia él apuntándole con el dedo. Alec se puso muy serio — Me han dicho que ha salido contigo, dime donde esta o te encerrare en las mazmorras.
—¿Puedo saber porque la buscan? — preguntó con algo de insolencia
—No es de tu incumbencia — el soldado lo miró enojado
—Acaso no tiene el pueblo derecho a saber las "transparentes" decisiones del Concilio.
—Ya me hartaste... — dijo con tono elevado.
El hombre, visiblemente molesto, se llevó la mano a la empuñadura de la espada. Alec levantó las manos en señal de rendición. Analizó por un segundo que si lo encerraban o se dejaba señalar por la Guardia Real, no podría encontrarla ni ayudarla y ese, había decidido, sería su plan a partir de ahora. Estaba casi convencido que la volvería a encontrar.
—Vale, vale... se ha ido rápidamente por ese sendero... — señaló el lado opuesto al lugar por donde Elizabeth se marchó minutos antes — Solo se marchó, me había confundido con alguien, por eso salimos afuera. Después de darse cuenta de que no era la persona que buscaba, no dijo nada más y se fue — dijo con un tono tan sereno que los guardias se quedaron meditando creídos completamente de lo que contaba.
—¿Te había confundido? ¿Quiere decir que buscaba a alguien? — Alec se encogió de hombros haciéndose el desentendido. El soldado se quedó pensativo por un instante más. — Vamos... — dijo de pronto. Hizo un ademán a sus hombres y se marcharon por el camino indicado. Alec los vio alejarse y luego volvió la mirada hacia el lado opuesto. Se acarició la barba con curiosidad.
—¿Qué has hecho preciosa? Oh por la Diosa, que excitante. Tengo que encontrarte lo más pronto posible — se marchó prácticamente dando salticos de emoción.
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—Fantástico, Annabella, fantástico. Hubiera deseado ver tu demostración ayer. Pero tengo entendido que ha sido deslumbrante — Inna estaba de pie visiblemente emocionada. Annabella no podía sentirse más que orgullosa de sí misma. En un rincón de la misma habitación, Shell la miraba también llena de orgullo.
—Gracias, Gran Sacerdotisa. Pensé por un momento que cometería una impru... — la interrumpió con un movimiento de cabeza y le tomó las manos sonriendo.
—No — dijo serena — Eres la Reina Elemental y estoy orgullosa de ti. Creo que... sin querer ofender a los naturalistas, serás la Reina Regente en este Año de la Ascensión — Anna se puso seria por un momento. Inna la ignoró. Se dirigió a una amplia butaca y se sentó despacio mientras estiraba su túnica y colocó su mágico bastón a un lado de sí — Tengo que informarte que un poco a mi pesar, tendrás que permanecer más tiempo aquí en la región naturalista. Mucho más del que imaginaba — habló con desagrado. Anna miró a Shell un poco sorprendida y esta se encogió de hombros ligeramente.
—¿Puedo saber por qué esta decisión, Suma Sacerdotisa? — trató de no sonar indiscreta
— Tengo algunas cosas muy importantes que preparar en el Templo y será mejor que tú permanezcas por acá mientras tanto. De todas formas tendrás un séquito de sacerdotisas contigo siempre y en el momento en que yo no este, me informaras con ellas de cualquier cosa que necesites. Ellas se encargarán de que no dejes de ejercitar tu don en ningún momento y de que sigas tu preparación general sin distraerte demasiado. Me tienes que prometer eso, no distraerte, tienes un destino que cumplir y debes estar preparadísima para ello. El lado bueno es que seguirás un tiempo más junto a tu hermana y te divertirás sin ninguna duda, puesto que los naturalistas son expertos en este sentido — Annabella no pudo evitar sonreír agradecida.
—Está bien, obedeceré con agrado — hizo una pausa — Gran Sacerdotisa yo... Yo quisiera pedirle algo — Inna alzó una ceja extrañada.
—¿Qué sería? — preguntó. Annabella miró a Shell, esta bajó la mirada nerviosa.
—Querría que Shell se convirtiera en mi escolta personal... o como sea que quiera llamarle. Ella es una Sacerdotisa de Segundo Orden, creo que está preparada para ser mi consejera. Confío en ella y quisiera que siempre este a mi lado, en toda mi preparación... — Inna las miró a ambas por un instante y apoyó el mentón sobre los dedos, pensativa.
—Es una petición peculiar... — Annabella abrió la boca para argumentar pero Inna se reclinó en la silla y continuó con su voz pasmosa. — Aunque no me parece tan mala idea. Pero llamarla "consejera" es un poco apresurado. Tienes que entender que tu única consejera soy yo — la reina elemental asintió para evitar importunar. — De igual manera... Está bien, está concedido. Sabrá la sacerdotisa Shell que asume una gran responsabilidad. Que la conviertas en tu escolta, por así decirlo, requiere que este siempre a tu pendiente y que te proteja sobre todas las cosas... con su propia vida. No tengo dudas de que podrás hacerlo, eres una de nuestras mas fuertes sacerdotisas — le dijo directamente y Shell se colocó muy firme para confirmar sus palabras.
—Si por supuesto... — contestó mecánicamente. Annabella tuvo que reprimir una sonrisa de triunfo ante el halago de la Gran Sacerdotisa y un gesto de burla ante la cara roja de Shell, que empeoró cuando esta notó que ella se divertía a su costa.
De pronto se abrió la puerta sorprendiéndolas. Katherine entró seguida de Antuan. Miró a Inna severamente y esta hizo un gesto comprensivo. Luego llevó la vista hasta Annabella que le sostuvo la mirada aún un poco molesta.
—Por favor Inna, necesito hablar contigo. Es algo de suma importancia. — la Gran Sacerdotisa la observó y notó su intranquilidad.
—Annabella puedes dejarnos un momento... — dijo pasivamente
—Como desee Gran Sacerdotisa, me retiro. Estaré en el jardín con Marina y los demás. Me esperan hace un rato... — obedeció sin discutir, no quería perder el favor afable de su suma guía. Saludó con una leve reverencia y se marchó seguida de Shell ignorando completamente a Katherine a propósito.
Esta las observó marcharse y levantó una ceja algo extrañada de volverse a encontrar a la Sacerdotisa de Segundo Orden tras Anna, como una sombra que comenzaba a ser molesta. Ya solas se desperezó de este pensamiento y se dirigió a la mullida butaca más cercana a Inna donde se acomodó tratando inútilmente de dilatar lo que la había llevado hasta allí.
Era orgullosa no podía evitarlo. Respirando profundo intentó permanecer lo mas impasible posible. Inna continuaba observándola en silencio, descifrando su rostro como si fuera un pergamino. Katherine juntó las manos para evitar que se viera su temblor.
—Necesito tu ayuda — soltó como si ardieran las palabras. Inna embozó una sonrisa casi triunfal. Sabía el esfuerzo que conllevaban para Katherine aquellas palabras y movió la cabeza con gesto de que lo esperaba.
—Te lo dije, Katherine. — sentenció. Katherine se puso de pie perdiendo la paciencia.
—¡No empecemos! — espetó — Tienes que ayudarme o estará en peligro tu reinado elemental.
—No uses ese chantaje conmigo... ¿Qué ha ocurrido exactamente? — respondió manteniéndose tranquila.
—Lo ha descubierto todo y se ha escapado de la cabaña. Ahora mismo no sé donde está. He desplegado toda la guardia y no le encuentro en ningún lugar... — expresó de carretilla alisándose el vestido inconscientemente. — Viste una túnica de Annabella. Tal vez por eso los pueblerinos la ignoren más, sabes que respetan a tus sacerdotisas... Pero definitivamente alguien tiene que estar ayudándola. No puede ser posible que después de tantos años encerrada pueda desaparecer con tanta facilidad... ¡Por la Diosa! — volvió a sentarse y se frotó las manos nerviosa.
—Nunca pensé que te vería... realmente asustada, Katherine. — dijo Inna, preocupada.
—No estoy asustada. Solo que Elizabeth... — hizo una pausa ordenando sus ideas. —Ella no entiende las consecuencias de los actos, Inna. Es demasiado impulsiva. Estoy completamente segura que ahora mismo tiene un juicio erróneo...
—Tú eres culpable de eso, Katherine. — la interrumpió — Se lo ocultaste todo este tiempo y para colmo la catalogaste como Vacía, cuando realmente es todo lo contrario. Imagino cuanta furia pudo sentir si realmente como dices, ya descubrió que es... — se detuvo meditativa — Bueno, considera que se ha atrevido a escapar... Solo con ese acto debes imaginar la ira que siente... — constató alzando las cejas — Sí que me deja muy sorprendida. Sorprendida de imaginar lo que es capaz de hacer si se te ha escapado de entre las manos... — Katherine le dedicó una mirada furiosa.
— Lo imperativo ahora es encontrarla. ¿Me ayudarás? Se perfectamente que tus sacerdotisas son excelentes rastreando personas. Podrías enviar un grupo selecto que mantenga total discreción... ¡total discreción!... por favor, Inna. — dijo con firmeza pero Inna notó la súplica implícita. Se reclinó en su asiento y suspiró con resignación.
—Está bien. Enviaré a Nun al frente, ten por seguro que dará con ella, es suficientemente profesional diría yo. Solo tengo una duda... — se miraron severamente. — ¿Qué harás cuando la tengas aquí de vuelta, Katherine? — preguntó casi no queriendo escuchar la respuesta. Katherine no dijo nada, dejó escapar la mirada hacia el jardín por la inmensa ventana e Inna suspiró otra vez, convencida con su silencio. No necesitaba la respuesta.
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