♣4.¿Me amas?♣
Annabella atravesó la inmensa puerta para adentrarse en el Salón del Fuego. Las dos sacerdotisas que la acompañaban cerraron las pesadas hojas muy despacio tras de ella, permitiendo solo un instante para que Anna se volteara y mirara a Shell con miedo en sus claros ojos.
La sacerdotisa le sonrió transmitiéndole esa ya conocida pero extraña seguridad. Después del seco golpe de la puerta, el silencio pesó en la amplia cámara. Annabella dio algunos pasos para separarse de la entrada. La habitación no parecía pertenecer al resto del Templo. Era igual a una cueva de piedra angosta, con el techo alto y columnas que nacían de la misma roca. Cada pared tenía pintados raros murales que mostraban leyendas sobre el fuego. Había varios muebles y estanterías con originales objetos que ella jamás había visto. Se acercó a un gran círculo pintado de rojo en las baldosas del suelo en cuyo centro se erigía un pilar alto de mármol, sobre este descansaba un libro muy antiguo con la portada de cuero negro.
La joven Reina se dejó vencer por la curiosidad y lo abrió lentamente. Unas diminutas partículas lumínicas comenzaron a emerger de las páginas abiertas como en una danza muy suave. Las paredes de la cámara se iluminaron con ondas de fuego que las recorrían muy rápido. Era como si el lugar tomara vida y lava ardiente de un volcán se moviera inquieta tras la piedra haciéndola por momentos transparente, como sangre corriendo por las venas.
—El fuego: un elemento hermoso... ¿no te parece?— Annabella se volteó para encontrarse con la Gran Sacerdotisa que avanzaba en silencio con esa característica forma en la que se desplazaba siempre, como si flotara, como si fuese un ser sobrenatural. Llegó junto a Anna y le sonrió condescendiente — Oh, pequeña Annabella, estás hermosa — la reina sonrió con modestia. Las doncellas la habían arreglado magníficamente, con un peinado elegante y un poco de maquillaje en su hermoso rostro. La túnica que vestía era la elegida para la realeza, con incrustados de diamante y tonos azulados en los bordes.
—Gracias Gran Sacerdotisa...
—No. No debes agradecer, eres una reina. Y me siento orgullosa de tener este año una heredera tan maravillosa con nuestro Don. Será un reinado esplendoroso para HavensBirds.
—Aún no he sido elegida... — rectificó. Inna le sonrió indulgente. Annabella se calló al verla caminar despacio hasta el libro que momentos antes había abierto. Se quedó observándolo como si por un instante olvidara que no estaba sola en aquella habitación. La pequeña reina no sabía descifrar la sonrisa de la Gran Sacerdotisa, no sabía si recibiría un regaño o una felicitación por haberse dejado vencer por su curiosidad. Después de un incomodo silencio Inna la volvió a mirar directamente a los ojos con una fuerza inmensa.
—Anna... tú serás la Reina Regente, no te quepa la menor duda. — continuó impasible — No nos podemos engañar, tu hermana Marina es una excelente poseedora del Don Naturalista, pero no tiene estirpe para regir este reino.
—Marina es una maravillosa reina, su bondad... — Inna hizo un brusco ademán para callar a Annabella. Esta se molestó un poco.
—Tienes que entender algo, Annabella... — sonaba serena pero Anna notó su enojo en la penetrante mirada — Que no me gusta que me repliques tanto. Tú eres una Reina, pero sobre todo eres una Elemental. Siempre tendrás la obligación para con el Templo y con tu don... por encima de cualquier otra cosa. Yo sabré guiarte por el mejor camino y tú lo acatarás fielmente. En la Noche de Presentación, vas a deslumbrar a todo HavensBirds y ni siquiera los naturalistas dudarán en elegirte.
—No competiré con mi hermana... — espetó mientras la miraba ya sin poder esconder su molestia. La Gran Sacerdotisa volvió a sonreír esta vez con rasgos sarcásticos en su sonrisa.
—No será necesario, querida. — El ligero sarcasmo pasó ahora a su voz — No es competencia para ti.
—Pero...
—¡Basta! — exclamó exasperada. Volvió el silencio incomodo.
Annabella estaba enojada, su carácter fuerte la dominaba otra vez. Pero se quedó quieta, no podía enfrentarse a la Gran Sacerdotisa con una perreta mimada. Decidió recordar las palabras de su hermana y quedarse tranquila.
—¿Cómo llevas tus Elementos? — Inna volvió a hablar pausadamente pero sin abandonar el tono fuerte.
—La Tierra la domino a la perfección...
—Es el más noble, es lógico... — la interrumpía sin mirarla mientras hojeaba desinteresadamente el libro sobre el pilar de mármol. Annabella respiró profundo antes de continuar.
—Comienzo a juguetear con El Agua, puedo dominarla sobre ríos o lagos, o en recipientes. También puedo hacer que llueva... a veces, o... bueno a veces pierdo el control sobre las tormentas... — Inna movía la cabeza de forma desaprobatoria a cada palabra que salía de la boca de Annabella, lo que provocaba que esta fuera sintiendo una especie de desilusión, como si el desanimo le ganara a su enojo primero.
De repente vio como la dama sagrada se separó del libro y se acercó a ella insondable. Mientras cerraba los ojos movió las manos como si danzara solo con ellas, y el fuego contenido tras las paredes comenzó a escapar como algo vivo, expandiéndose por toda la habitación simulando los mismos movimientos de las manos de Inna.
Annabella se estremeció de miedo. El fuego las rodeó de inmediato y las llamas parecían una fiera viva, expectante, como si estuviera atada, pero creciendo y creciendo. La Gran Sacerdotisa detuvo sus movimientos y volvió a mirar directamente a Annabella, inmutable. De pronto el fuego rugió. Annabella notó como se salía de control, como si al detener sus manos Inna, lo hubiese liberado.
El calor era inmenso y no pudo evitar toser y sentir los ojos arder. La Gran Sacerdotisa continuó inmóvil. El incendio era tan inmenso que Annabella por momentos no podía verla entre el humo y las rojas llamas. El terror comenzó a invadirla, se movió para evitar ser alcanzada por las brasas. Se desesperó al ver que la sacerdotisa no hacía absolutamente nada. Comenzó a sentir que la piel le quemaba.
—Por la diosa Ha, ¡nos quemaremos! — alzó la voz y se estrujó los ojos para aclararse la vista.
—¡No! Tú las detendrás — gritó Inna desde su posición. Annabella sintió el ardor en su piel abrazándole aún más.
—¡No! ¡No puedo!¡El fuego es muy fuerte! No puedo controlar este elemento — sintió el llanto dominarla, se trabó en su garganta y un acceso de tos la hizo doblarse.
—Tienes que hacerlo, o moriremos. ¡Eres una Reina Elemental! — Annabella no veía a la sacerdotisa pero escuchaba su voz fuerte retumbando en sus oídos — ¡Concéntrate! — exclamó exaltada. Annabella gruñó con furia para controlar los sollozos y se apretó los ojos aguados — ¡Vamos! ¡Concéntrate! ¡Qué esperas! ¡Eres la Reina Elemental! — la presión de las palabras de la Suma Sacerdotisa seguían ganándole al rumor de las llamas. Annabella cerró los ojos apretándolos y gritó desde dentro con rabia, como si fuese un grito de batalla. Sintió como una inmensa energía le recorría el cuerpo.
Se conectó profundamente con su alma y notó un cambio, una fuerza que iba borrando todo el miedo. Que la fue haciendo poderosa. Se fue metiendo en cada poro de su piel. Abrió los ojos y descubrió el fuego casi encima de ella, enrojeciéndole la piel, pero no la afectaba, no sentía dolor. Fue entonces cuando sonrió.
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—¿¡Elizabeth, Elizabeth!? — Elizabeth volvió en sí lentamente para descubrir la borrosa imagen de un caballero vestido con elegante traje y una capa corta que caía de costado.
Apenas aclaró sus sentidos, se incorporó hasta sentarse. El ardor en su muñeca le recordó los instantes anteriores. El hombre, agachado frente a ella le miró preocupado. Elizabeth reconoció el atractivo físico de su querido Josep y se sonrió ante la arruga de extrañeza en su frente.
— Estoy bien — expresó calmada. El hombre le tomó sus manos entre las suyas.
—¿Cómo que estás bien? Te he encontrado de casualidad, tirada en medio del Bosque, sin conocimiento. ¡Por dios!, mi amor, me he asustado — la besó profundamente sin darle tiempo a replicar. Elizabeth recibió agradablemente los cálidos labios. Al separarse, él le regaló una linda sonrisa — ¿Seguro que estás bien? ¿Qué ha ocurrido?
—¿Qué haces tú aquí? Supuestamente ayer tuvimos una despedida porque hoy zarpabas bien temprano, de regreso a Continente. O es que acaso fue solo una estrategia para convencerme de seguirte el juego — sonrieron con picardía.
—Oh, como cree, su alteza — contestó con picardía — Mi capitán dio una contra orden. No sé muy bien el porqué pero ha sido toda una bendición porque estaré otro día más en tierra...
—¿Ah, sí? — sonrió.
—Por supuesto mi alteza. Además, de no haber ocurrido esa "terrible casualidad", como la hubiera encontrado y rescatado. También existirá la posibilidad de tener otra despedida como la de ayer... ya que teniendo en cuenta que no he marchado, técnicamente no fue una despedida... — hizo una mueca de fingida tristeza para luego sonreír y rosar sus labios cariñosamente.
—Umm, tendré en consideración su petición caballero.
—Gracias su alteza — sonrieron ambos con complicidad y juego.
—Por cierto, ¿Cómo es que me has encontrado?
—Estaba espiando a escondidas desde el lugar que tenemos marcado en el bosque para poder verte y darte la noticia de que no había partido. No podía aguantarme. Pero me he quedado toda la mañana sin descubrir un solo movimiento. Hace solo una hora que vi regresar a tu hermana acompañada de esas guerreras de túnicas blancas y me preocupó muchísimo no verte a ti con ella. Así que decidí recorrer los caminos por donde siempre vienes y te he encontrado. ¿Qué te ocurrió? — Elizabeth se quedó en silencio un instante.
—El caballo se asustó y me tiró al suelo. No es nada... — respondió
—Como que no es nada. Puedes haberte golpeado... — comenzó a revisarla preocupado, acariciando cada parte de su cuerpo con demasiada lentitud y dulzura lo que provocó una sonrisa en Elizabeth. Sin querer rosó su lastimada muñeca arrancándole un quejido — ¿Que te ocurre en la mano...?
—No tiene importancia — la alejó de él. Luego desató con suavidad el pañuelo de satén que llevaba Josep atado al cuello y se lo envolvió en la muñeca. Él terminó de atárselo con un delicado lazo.
Elizabeth lo besó sobre la sonrisa que le regaló y dejándose llevar por aquel beso ardiente fueron cayendo despacio sobre la húmeda hierba. Los besos se prolongaron una y otra vez, abandonando la ternura y dejando nacer esa pasión que bien conocían los dos. De pronto un trueno seco estremeció el bosque con un sonido ensordecedor, asustándolos y haciéndolos incorporarse de un golpe. Se rieron de su propia reacción.
—Vamos a la cueva del lago — propuso él. Elizabeth miró el cielo que había comenzado a oscurecerse. Se puso de pie y Josep la imitó, abrazándola por detrás muy cariñoso.
—Si me dejara convencer por las supersticiones de esta tierra, juraría que algo raro sucede en torno a nosotros cada vez que estamos juntos. ¿No te da la impresión que la tormenta nos persigue? — ella sonrió y se quedó pensativa.
—En HavensBirds, todo es un poco raro...
—Pero no has notado que cada vez que estamos juntos, el cielo se oscurece formando una tormenta. No puede ser casualidad.
—Eso es porque has seducido a una reina y la magia se siente ofendida. Has deshonrado... —la interrumpió dándole la vuelta y agarrándola de las caderas para apretarla contra sí.
—Discrepo, su alteza. Su maravillosa majestad, me ha seducido a mi... me ha hechizado — la miró con deseo y volvieron a besarse. Una lluvia feroz se desató sin aviso haciendo que los dos salieran corriendo entre risas.
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Era ya media tarde cuando el carruaje que conducía a Katherine atravesó las murallas del SkyHall, el majestuoso Palacio de la Reina. El cielo seguía empedrado y con amenaza de continuar lloviendo aunque hacía un buen rato que se había calmado la tormenta.
Se detuvo frente a la puerta de entrada y Pierce salió al encuentro de su tía con ganas de preguntarle cómo había ido todo, pero Katherine se bajó y caminó deprisa ignorándolo totalmente. No le quedó más remedio que seguirla expectante, mientras ella andaba los pasillos. Se desviaron para subir por una pequeña escalera casi semioculta entre columnas, evitando el encuentro con algunos lores que descubrió esperándola mientras conversaban en uno de los tantos inmensos salones del palacio.
—¿Cómo ha ido todo en Puerto Verde? — Pierce se sobresaltó ligeramente al escuchar de pronto, por fin, la voz de su tía en un rostro imperturbable que no le anunciaba nada de lo que sentía.
—¿Perdón? — dudó. Se detuvieron después de un giro a la izquierda, frente al comienzo de una segunda escalera que la llevaría directamente a su aposento. Por primera vez se miraron y Pierce no pudo esconder su preocupación ante la mirada tranquila de Katherine.
—Te he preguntado... — repitió pausada. Respiró profundo para no alterarse.
—Sé perfectamente lo que me has preguntado tía. Pero eso no tiene importancia ante lo que puede haber sucedido en Delfeos y que no me has dicho aún.
—Pierce, cuando aprendas a no cuestionarme será mucho mejor. Te dije anoche que me encargaría de la profecía. Pero si tanto te sigue inquietando hablaremos en la noche con más tranquilidad, te lo prometo. Ahora déjame descansar un poco. Aún tengo cosas que hacer y llevo un día muy pesado — comenzó a ascender los peldaños y descubrió que su sobrino la seguía, ignorando su pedido. Volvió a detenerse frente a la gran puerta de su recamara.
—Lo siento tía, pero es que no podré estar en paz sin que al menos me digas si todo fue una exageración del Prior Cripto — Katherine suspiró con resignación y se quedó en silencio un segundo.
—Lamentablemente no — contestó — Por lo contrario, ha sido demasiado suave en las dos líneas que ha escrito en ese mensaje. He visto la visión de la doncella. Pero créeme, todo estará bien. Tomaré cartas en el asunto como tú mismo dices en este preciso instante.
—Entonces ella está viva ¿verdad? — intentó no aceptar. Ella lo miró muy seria — ¡Por la diosa Ha! — el chico se restregó las manos involuntariamente.
—Arréglate, me acompañarás — Katherine ordenó desviando la mirada a un punto vacío.
—¿A dónde?
—Solo has que refresquen los caballos y espérame abajo — entró a la recamara sin dar tiempo a que Pierce replicara y cerró tras de sí.
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El Lago del Castor era un inmenso estanque de aguas tranquilas muy cerca de la capital de los naturalistas. A su alrededor se expandían tierras de cultivos y granjas de todo tipo. Desprendían de él pequeños riachuelos como venas de la tierra que atravesaban los campos hasta llegar a las propias entrañas de Bosque Sombrío, serpenteando a veces bajo la tierra y a veces sobre esta, aportando parajes naturales extremadamente exóticos.
Uno de ellos era la comúnmente conocida como Cueva del Lago, poco concurrida por estar ubicada dentro del Bosque Sombrío, pero hermosa casi sobrenaturalmente. Las piedras empinadas semejantes a conos que salían del suelo iban creando la gruta de acceso que descendía unos metros enmarañada de musgo y plantas escaladoras, volviéndola casi invisible.
Después del pequeño pasadizo, la cueva se ensanchaba de forma circular como una cámara subterránea. Los rayos del sol se colaban en días despejados por una pequeña abertura en el techo como si fuese la boca de un volcán por donde también caía la cristalina cascada, formando en medio una pequeña laguna deliciosa, rodeada de verde césped y pequeñas plantas llenas de flores silvestres. Las paredes de piedra cóncavas le brindaban privacidad y misterio, a su vez expandía el gorgoteo del agua como una melodía contagiante.
Elizabeth lo descubrió una vez sin querer y desde entonces se había convertido en su refugio de amor y soledad.
Después de amarse apasionadamente sobre la hierba fresca, fundiendo como les era costumbre sus cuerpos en un placer ardiente y delicioso, Elizabeth y Josep se habían vuelto a sumergir en las azules aguas donde empezó su siempre atrevido y sensual juego de amor aquella tarde. Abrazados, compartían la candidez que dejaba el desborde de lujuria. A pesar de que no entraba ni un exiguo rayo de sol por la abertura del techo, debido a la fuerte tormenta que aún no se disipaba totalmente, los dos disfrutaban jugar abrazados en la fría agua.
—Bésame, alteza. Estoy tiritando — Josep le susurró al oído. Elizabeth rodeó sus brazos alrededor del cuello de él y se sonrió al descubrir el pequeño temblor en su barbilla — No te rías. No sé cómo no sientes frío — la abrazó mientras ella se colgó, bajo el agua, con sus piernas a su cintura y descansó sus brazos sobre los fuertes hombros de él.
—Estoy acostumbrada. Venía a aquí desde mucho antes de conocerte — él arrugó la frente cómicamente – Sola, tonto...
—Estoy seguro de que es la magia que poseen todas ustedes, la que no le permiten al frío apropiarse... — ella rosó sus labios con el pulgar haciendo que callara y lo miró con un anhelo insistente — ¿Qué pasa...? — indagó tratando de ver en sus ojos.
—¿Me amas, Josep? — los ojos le brillaron con un suspiro callado tratando de no perderse ni una sombra en el resplandor de los de él.
—Claro que sí. Desde el primer día que te vi. Crees que es fácil olvidar la pedrada que me propinaste aquella tarde en el bosque — sonrieron, pero la línea de los labios de él no llegó a sus comisuras y Elizabeth creyó sentir el agua muy fría por primera vez, como un presagio.
—Que querías. No estoy acostumbrada a conocer a mucha gente. Y tú te abalanzaste sobre mí tambaleándote de un lado a otro, pensé que eras una extraña criatura, me asustaste — sonrieron otra vez.
—Llevaba dos días perdido en este bosque, ya estaba alucinando, perdiendo la cabeza. Pero creo que al final me compensó esta tortura, llevándome directamente a ti — la besó tiernamente.
—Josep... quiero pedirte algo. Llévame contigo a Continente. Puedo colarme en tu barco y partir mañana... — él la miró totalmente sorprendido.
—Pero que dices. Eres reina aquí. En todo caso no te olvides tú de mí cuando estés en el trono.
—Yo nunca estaré en el trono — sonó melancólica y hasta triste. Desde que salió del Templo aquel día y después de cómo reaccionaron a ella en él, presentía que su futuro acababa de cambiar completamente sin su consentimiento.
Además había aparecido aquella extraña mujer de labios rojos y había dicho que tenía que protegerla. « ¿Protegerla? ¿De qué?» Todas aquellas raras cosas que le habían pasado en un solo día no la hacían más que sentir una honda angustia y una opresión en el pecho.
— ¡Hey...! — Josep le acarició el mentón y la hizo salir de sus pensamientos — Eres la mayor de tus hermanas se supone...
—No funciona así. Aquí es diferente...
—¿Que dices...? — la separó no pudiendo evitar un poco de brusquedad en el gesto lo que la sorprendió sobremanera. El rostro hasta entonces meloso de él se enturbió con una sombra de molestia — ¿Cómo que no es igual aquí? No entiendo, explícame...
—No es por nacimiento... — lo miró un poco extrañada ante tanta insistencia de su parte.
—Bueno... — caviló —Pero de igual manera eres reina... ¿No? ¿No puedes salir de la Isla? Tu misma me lo has dicho. Casémonos y apresuremos a tu corte con nuestro compromiso... No creo que exista entonces objeción para que gobiernes y yo te acompañaré...
—Oh no Josep... No es así...
— ¡Hagámoslo así! La Isla no te dejará salir, tienes sangre real, la Bruma, tú me lo has contado... No seas tonta, no abandones tu poder...
—Puedo encontrar una manera de hacer el ritual a la Bruma y que me permita salir...
— ¡No! Por más que lo repitas... No creo que sea una buena idea — se separó de ella alejándose hasta la orilla. Elizabeth lo observó salir y comenzar a vestir apresuradamente. Se abrazó a sí misma con ansiedad y se quedó allí en silencio completamente asombrada de la repentina y extraña reacción de su amado. Convenciéndose en lo más profundo de su corazón lo que su cerebro le dictaba hace mucho.
—¿Pensé que me apoyarías en cualquier decisión que tomase?
—No esta vez porque es una locura total. Anda ya, sal del agua... — se volteó para mirarla y encontrarse con unos ya no tan dulces ojos verdes. Elizabeth se había puesto seria y volvió esa altivez a su mirada. El abrazo de protección se había convertido en su coraza ante el desengaño. Ya estaba acostumbrada — Elizabeth por favor, sal ya. No te parece que llevamos demasiado tiempo aquí. Pronto oscurecerá y estamos muy lejos... — trató inútilmente de suavizar el tono tratando de ganar el terreno perdido. Por un momento sintió la consecuencia de su error.
—Nunca te ha importado el tiempo...
—Esta vez el frío está afectando tu cordura — Elizabeth comenzó a salir del agua con esa extraña mezcla entre sensualidad y arrogancia que la dominaba cuando estaba molesta y que la hacían divina. Josep evitó mirar su hermoso cuerpo mientras se vestía muy despacio. Podría sin dudas excitarse fácilmente solo de mirarla y terminar haciendo el amor desenfrenadamente otra vez, pero sabía que no era ya la mejor idea. Al terminar se volteó. Él se acercó despacio colocándole la larga capa de terciopelo suavemente sobre sus hombros y la anudó mientras simulaba una sonrisa que no la convenció.
Elizabeth lo miró mientras el terminaba de anudar el último cordón dorado sobre el pecho de ella. Notó perfectamente el cambio en el semblante de él, un sentimiento de desilusión comenzó a adueñarse de ambos, con diferentes sentidos.
— Estas lista, vámonos ya, te acompañaré hasta las cercanías...
—Josep, ¿me amas? — repitió la pregunta interrumpiéndolo. Sonaba como si no quisiera respuesta. Él la miró por primera vez directamente a los ojos, unos ojos que se habían tornado oscuros.
—Ya te lo he dicho...
—¿Lo has dicho? — Movió la cabeza y sus labios se estiraron en una sonrisa que nació muerta —Llévame contigo...
—Eso no lo haré.
—¡Entonces no me amas! — alzó la voz y notó la molestia en la mirada de él. Elizabeth iba sintiendo que la impotencia le dominaba.
—¡No tiene nada que ver una cosa con otra! — espetó
— ¡No dudarías en estar junto a mí aunque sea en el fin del mundo si me amaras realmente! — el tono de Elizabeth se hizo más fuerte y lleno de ira. Él se exasperó.
—¡Aquí es donde único valdrá estar juntos! — alzó la voz y se arrepintió al instante del tono y de las palabras que habían escapado.
—¿Por qué aquí?
—Porque aquí es tu lugar, ¡porque aquí seré...! Porque no voy a permitir que te dejes llevar por un capricho. Eres la reina, todo esto es tuyo... y será nuestro mi amor... — ella lo miró y suspiró decepcionada.
—Lo siento tanto...
—No entiendo porque de pronto estás actuando de esta manera... Tu solo estás asustada mi amor. Yo estaré a tu lado, te lo prometo... Reinaremos juntos...
—Lo siento tanto... Josep — Elizabeth volvió a suspirar hondo, como si quisiese expulsar el dolor que comenzaba a quemarle.
—Pero que... porque te disculpas. No lo sientas.
—Si lo siento. Siento haber creído en ti. Haberte amado tanto.
—"Haberte amado tanto", pero que estás diciendo... — trató de tomarla por el brazo pero ella lo esquivó bruscamente intentando detener el llanto que se apoderaba de su garganta.
—Tú no me amas. Tú quieres ser rey... Es lo único que has querido siempre.
—No digas semejante cosa... Estás siendo injusta... Solo... no quiero que renuncies a lo que es tu destino, tu herencia. ¿Qué harías escapando de aquí...?
—Tú no entiendes nada Josep — se escapó una lágrima de sus ojos — Y justo de pronto, ahora, me doy cuenta de que no lo entiendes, porque nunca me escuchaste en realidad. Todas las veces que estuvimos juntos, yo te confesé... yo te entregué toda mi vida. Por primera vez creí que alguien al fin me comprendía, que podía confiar y sentirme protegida. Y solo estabas aprovechándote para urgir el plan perfecto. Ser el Rey Consorte de todo HavensBirds. Tener el poder que esto implica — el intentó tocarla otra vez. Ella se alejó, caminando de espaldas a la salida para no dejar de mirarlo. Aquellos ojos que de pronto ya brillaban diferentes para ella, aquellos a los que no volvería a creer más. Respiró profundamente para evitar que los sollozos la dominaran por completo — Pero... pero sabes que...— alcanzó a balbucear — Si tan... si tan solo... me hubieras escuchado, te hubieras ahorrado el tener que fingir...
—Nunca fingí nada, Elizabeth. Estas siendo muy injusta. No sabes nada del mundo de afuera. ¿Piensas que escaparte solucionara tu capricho? No. No sabes lo que es vivir en las calles, donde te desprecian... no sabes lo que es tener que hacer cualquier trabajo para poder sobrevivir... para poder llevarte algo a la boca.
—Sé muy bien lo que es el desprecio, Josep. No creas que todo aquí es tan perfecto. Puedo hacer lo necesario, puedo ayudarte... no me da miedo luchar...
—Oh, no, Elizabeth, no digas tonterías. Estas acostumbrada a tenerlo todo sin esfuerzos. No podría dejarte sola en mi ciudad ni un segundo, las personas son despiadadas, Elizabeth. Sabes que paso mucho tiempo en alta mar, y no podría dejar de ser navegante, porque de que viviríamos entonces. Tienes que creerme, lo que trato de que entiendas es que quiero lo mejor para ti...
—O para ti... — lo interrumpió, desepcionada.
—No hables así. Reinando juntos aquí. Yo podría dejar el buque y estar siempre a tu lado... — Elizabeth sintió como se helaba su corazón. Fue como si despertase de pronto de un sueño. Tal vez estaba exagerando pero su instinto interior casi nunca le fallaba.
—No quiero verte nunca más, Josep — él hizo un gesto para replicar pero ella lo interrumpió alzando una mano en ademán de desprecio. El comprendió que estaba enojada y herida tal vez, y optó por quedarse en silencio.
Elizabeth se puso la capucha sobre su cabeza a modo de despedida y para ocultar sus lágrimas. Le dio la espalda y se alejó lo más rápido que le permitieron sus fuerzas. Josep la vio desaparecer por la estrecha gruta de entrada sin hacer nada para evitarlo. Un trueno seco retumbó en el cielo.
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