♣21.Cuentos desde Ciudad Perdida♣
Elizabeth no pudo evitar sentir el escalofrío que le recorrió toda la columna como una descarga eléctrica. Recordaba perfectamente la última vez que se encontró con aquella presencia y aunque en el fondo estaba convencida de que no fue dañina, el pavor de todo lo que ocurrió a continuación no la había abandonado aún. Ahora estaba allí y todas aquellas criaturas estaban a su lado. La miraban expectantes y eso era más intimidante que si la mirasen agresivamente. Era aquella extraña mujer la que la esperaba en el mencionado Círculo.
—Al fin estás con nosotros, alteza. — volvió a dibujarse la enigmática sonrisa en los labios rojos que escapaban a la capucha que cubría su cabeza. Elizabeth no se movió. En verdad nadie lo hizo. Fue un instante raro en que la expectación se sentía pesada en el aire.
—« ¿Qué sucede Eli, estás pálida?»— la voz de Alec se coló sutil en su mente arrancándole un pequeño sobresalto que pasó desapercibido a los demás y lo agradeció. — « ¿Dime si te sientes en peligro y te alejo de aquí, así tenga que arrasar con este bosque?» — Elizabeth lo miró y sus labios se tensaron en una media sonrisa para darle una respuesta que lo calmó pero no lo convenció. Luego se volvió hacia la misteriosa mujer y decidida dio un paso hacia ella.
—Tú otra vez. ¿Supongo que es el tiempo de conocernos debidamente? — le dijo determinante con un impulso de valentía que le pareció increíble a ella misma. La alta mujer le mostró una intrigante sonrisa como siempre por debajo de su capa.
—Así es. — contestó serena.
Se retiró la capucha súbitamente, sorprendiendo a Elizabeth más que a ninguno. La luz azulada de las hadas resplandeció sobre la piel nacarada de un rostro fino y hermoso.
Los pómulos bien esculpidos rodeaban la boca, que continuaba tensa en la sonrisa como siempre indescifrable en aquellos ya conocidos labios rojos. Los ojos eran tan claros como el agua de un arroyo y miraban penetrantemente a Elizabeth. Esta le sostuvo la mirada y sintió como su energía interior se sacudió en el acto, el colgante de Lágrima ardió en su pecho.
La mujer se acercó más a ella. Su alta estatura era impresionante a la vez que hermosamente elegante. Su cabello echado hacia atrás con una especie de cintillo de cuero era de un color cobre oscuro y llegaba hasta su cintura, y para sorpresa aun mayor dejaba a la vista sus puntiagudas orejas. Alec y Elizabeth cruzaron una rápida mirada al descubrir el detalle.
Era una alto fae. Era increíble tener una criatura como aquella así tan cerca. Aquellos seres supuestamente no debían existir, pero estaba allí y era real. La mirada intimidante del primitivo ser mutó de pronto a una casi familiar. Levantó la mano tan blanca como la piel de su rostro para acariciar la mejilla de Elizabeth pero esta, en un reflejo involuntario, la esquivó bruscamente.
—Sé que aún no confías en mí, pequeña Reina. Está noche descubrirás mucho de tu pasado y de tu destino. Entiendo que por la forma en que nos conocimos no tengas más que miedo hacia mí. Pero aquel acto era necesario e inminente y tuve que arriesgarme a que me temieras y no a perderte. Ven, entremos al Círculo. — el discurso en forma de disculpa solo logró dejar a Elizabeth mas inquieta.
La fae pasó a su lado haciéndola voltearse siguiendo sus pasos. Se acercó al gigante árbol. Colocó su mano sobre los símbolos que se tallaron en el tronco minutos antes y mientras recitaba en una lengua antigua una oración rimosa, la mano se le iluminó en unos halos de luz verde muy brillante.
Al momento la tierra alrededor empezó a temblar ligeramente ante la mirada atónita de Alec y Elizabeth. Las gruesas raíces se levantaron de su prostreridad y fueron creando mágicamente un camino a las profundidades. Las hadas,con sus faroles tintineantes, se adelantaron por la bocatierra para alumbrar los peldaños que se dibujan frente a ellos. Los duendes les siguieron, avanzando delante mientras las demás criaturas que se habían reunido fueron retirándose lentamente perdiéndose otra vez en la niebla del bosque.
La mujer se giró hacia Elizabeth y le indicó con la mano extendida que se adelantase por aquel nuevo camino. Alec y ella volvieron a cruzar sus miradas cómplices y él le ladeó la cabeza mientras le decía en su mente que todo estaría bien. Elizabeth se adelantó pasando por delante de la mujer que volvió a sonreírle y otra vez le hizo sentir que su energía conectaba extrañamente con una sensación de familiaridad.
Suspiró resignada mientras comenzaba a descender los peldaños semialumbrados por la luz de las hadas. La mujer la siguió con paso sereno y luego Alec, que no dejaba de acariciar sutilmente la empuñadura de su daga. Las raíces centenarias del roble oscuro volvieron a moverse como tentáculos cerrando la abertura de la misma forma repentina en que la crearon, y los símbolos que brillaban en la corteza se apagaron completamente solo dejando los trazos marcados.
« ¡Es una ciudad!» Se miraron en silencio sonriendo cómplices, cuando la exclamación fue unísona en su mente. No podía ser para menos se habían quedado atónitos cuando aquella galería subterránea inmensa y esplendorosamente construida en la propia roca se abrió ante ellos. Había magia, mucha magia allí. Inundaba ineludible su espíritu y la sensación extraña y maravillosa los envolvió. Seguían a la forastera que caminaba despacio y a los duendes que saltaban llenos de algarabía.
Después que descendieron los peldaños hirsutos en las raíces del gigantesco roble descubrieron ante sí la especie de ciudad enmarañada de hiedra florecida y musgo brillante, llena de luces de infinidad de tonos e intensidades, con música en el aire y cientos de criaturas mágicas que salieron a recibirles desde los troncos ahuecados y las casitas de piedra de disímiles formas y colores que se apilaban unas sobre otras rodeando una plazoleta central.
Elizabeth sentía su energía revolcarse en sus adentros, todos aquellos seres estaban escondidos como ella solo porque alguien decidió que eran demasiado diferentes.
Alec la observaba en silencio con una mirada complacida. Su hermosa reina estaba disfrutando lo que le habían negado tantos años. A medida que avanzaban las criaturas se postraban a sus pies y el silencio atiborraba con una extrañeza sus corazones desbocados en latidos emocionados. Aquellos seres la reverenciaban con ternura y respeto en cada uno de sus gestos a medida que pasaba a su lado. No importaba si era un pequeño animalillo de brillante pelaje, un ave con fuego en sus plumas o un elfo o alto fae. Todos la admiraban como él lo hacía y eso lo llenaba otra vez de esa fuerza indescifrable que lo atraía a su vórtice y le fascinaba.
Podía sentir los elementos dentro de ella estallar de palpitación. La magia más pura y antigua de la tierra de HavensBirds estaba allí presente.
La misteriosa mujer se detuvo frente a una de las casas de color rosa ocre con florecillas mágicas al frente que se movieron perezosas cuando llegaron junto a la puerta. Las hadas se dispersaron junto a su haz lumínico que fue dejando un rastro tintineante tras de sí. Elizabeth apresuró los últimos pasos para alcanzarla. Se había entretenido acariciando un Fwooper de plumaje fucsia brillante que revoloteaba a su alrededor con mirada dulce.
No pudo evitar quedar cautivada. Lo había conocido solo en libros, creía que ya no existían, como la mayoría de los que allí estaban. Que su magia había muerto con ellos. Pero no. Habían sufrido su mismo trato. Los habían desplazado por ser diferentes. La criatura dio vueltas sobre sí mismo en su vuelo suspendido y las plumas chisporrearon cuando ella se alejó.
Alec pasó a su lado un poco apresurado. Sabía que el canto de aquellos exóticos pájaros podía conducir a la locura aunque en aquel instante, los ojazos con que lo miraron no le anunciaban la amenaza. Llegó junto a Elizabeth y la fae casi al mismo tiempo en que esta última abría la puerta y la invitaba a pasar dentro.
—Tú deberás esperarla aquí, tenemos que conversar a solas Elizabeth y yo. — dijo pausada como siempre sin ninguna expresión en su perlado rostro. Alec quedó un poco confundido y miró a Elizabeth que se había quedado un poco descolocada al escuchar su nombre en aquella voz. Cuando notó la mirada preocupada de Alec sonrió.
—Estaremos bien — le dijo mientras que en secreto, dentro de su cabeza, le adelantaba que gritaría en caso contrario. Alec hizo una mueca casi cómica.
—Yo me encargaré de ti guapo — Lollypoot le sonrió mientras le tiraba del pantalón para que la siguiera. Alec se dejó llevar por los saltos animados de la pequeña duende sin dejar de mirar a Elizabeth hasta que desapareció tras la puerta de la casa adornada de flores y enredaderas verdes.
Elizabeth dio dos pasos en el interior de la casita y suspiró. Sintió a su espalda, como su acompañante cerraba la puerta. Luego la bordeó por el costado para adelantarse. Se quitó la enorme capa raída y Elizabeth se asombró de verla por primera vez sin ella. Los altos fae eran seres sublimes. Elfos hermosos de descendencia divina que poseían una magia suprema en forma de sabiduría y poder.
Aquella mujer no dejaba de transmitir todo aquel conjunto. Su piel era muy blanca, tanto que parecía resplandecer y el cabello de color cobre oscuro enredado en pequeñas trenzas con el cintillo de cuero y oro lo atenuaba aún más. Era muy alta y el vestido verde pastel caía suelto sobre su delgado cuerpo. Elizabeth se detuvo en sus ojos enmarcados en el perfecto y anacarado rostro. Aquellos ojos verdes que la asustaron una vez seguían mirándola con tanta intensidad que sintió un escalofrío recorrer su espalda otra vez.
La fae no dijo una palabra por unos segundos, solo la contemplaba y le dio la impresión que se metería en su mente cuando de pronto suspiró y el verde clarísimo de sus ojos pareció aguarse de nostalgia. Dio media vuelta y se acercó al fuego de la chimenea de donde colgaba una tetera de hierro.
Elizabeth soltó el aire que había retenido prácticamente sin darse cuenta y sintió sus músculos relajarse un poco. Reparó en el interior de aquella cabaña mientras el ser le daba la espalda. Los muebles eran rústicos pero bien propuestos. Había una esquina dominada por enormes estantes llenos de libros y una especie de mesa-escritorio con pergaminos y objetos inverosímiles que le dieron una punzada de curiosidad. Era pequeña la estancia pero acogedora. Al lado del inmenso hogar que calentaba el ambiente había otra puerta que supuso conducía a su dormitorio, no creyó que aquella casita de piedra y madera, como las demás a su alrededor, fuera más amplia que aquello. La alta fae le sacó de sus cavilaciones cuando se volvió hacia ella.
Aún en silencio se acercó a una alacena colgante sobre la mesa de mantel blanco que estaba junto a la ventana donde se asomaban las florecillas que antes le habían dado la bienvenida y miraban a través del cristal con ojitos adormilados. Tomó dos tasas de losa blanca y las colocó sobre la mesilla, luego un frasco del que sacó unas olorosas hiervas que dejo caer dentro de ellas.
— Siéntate, pequeña Elizabeth — le indicó amablemente una de las dos sillas de madera.
Ella obedeció en silencio tratando de opacar el empuje de su don demasiado revuelto en su interior. La mujer de labios rojos retiró la tetera del fuego y dejó caer el agua caliente desprendiendo un humo aromático. Elizabeth observó sus distintivas orejas puntiagudas adornadas de pendientes de oro que recorrían todo el borde. Terminó de servir y la imitó sentándose delante de ella.
— ¿Podría saber su nombre? — preguntó sin darse cuenta que su voz salió tan débil que al escucharse se ruborizó. La fae sonrió.
—Por supuesto, discúlpame. Tantos acontecimientos abruptos me hicieron olvidar presentarme. Pero no tengas miedo de preguntarlo al igual que todo lo demás que desees. — la miraba divertida mientras servía más de aquella rara infusión.
Elizabeth huyó avergonzada de su mirada y se fijó en los tonos dorados de la bebida.
—Aún su presencia me impresiona no puedo negarlo ni esconderlo y creo que tengo mis razones.
—Sí, las tienes. No nos conocimos en la mejor circunstancia. Pero créeme no había elección. Debo confesarte... — hizo una pausa y se miraron por ese corto tiempo — También estoy impresionada de tenerte cerca al fin. Tampoco estaba menos impresionada cuando te encontré en el Bosque. Te creía muerta todos estos años. Creí como tonta en otra mentira del Concilio y me dio rabia descubrirlo tan tarde. Pero no todo está perdido. Cuando por fin me acerque, no tenía ni idea de cómo eras. No sabía si confundida huirías a contarle a Katherine si me acercaba a ti abiertamente. Ella bien podía haberte lavado la mente a su conveniencia. Pero al descubrir que vivías, fue inminente protegerte y la forma que encontré fue ese cruce... poco convencional en el bosque.
— Y aterrorizarme...
— Te pido perdón por ello. Pero en algo sirvió créeme. Allí... en aquel preciso instante descubrí que eres una chica de carácter y me dio mucha satisfacción ver reflejada en ti... a la Reina Aleene. .
—Yo también descubrí cosas. Descubrí que algo misterioso se desataba a mi alrededor porque la mirada asustada de Katherine al ver la marca... — levantó su muñeca por un segundo — ¡Oh! esa mirada fuera de sí valió más que el ardor de mi piel o el miedo. Fue tan satisfactorio. Y entonces, desde ese extraño momento, esta energía silenciosa despertó en mí así que... — se apretó el pecho. La fae la observo condescendiente.
— ¿A sí que? ¿Estamos a mano? — le interrumpió sonriendo, cediendo confianza, y la complicidad hizo que Elizabeth relajase los hombros y estirara el labio casi hasta sonreír. — Mi nombre es Lady Margara y soy tu protectora Reina Elizabeth de Galp. Tu madre lo decretó así.
Elizabeth sintió el espasmo que sacudió cada músculo de su cuerpo hasta su corazón. Miró directamente a los ojos de aquella mujer que ahora le resultaban cálidos y protectores sin perder el ímpetu que le caracterizaban. La energía de su don se agitó en su interior como una inyección de poder y sin darse casi cuenta, una lágrima silenciosa escapó de sus ojos.
— Te contaré todo lo que ansias saber. — dijo
— ¿Mi madre ha dicho? — tragó saliva. Sentía la garganta tan seca que le ardió. La fae la miró con dulzura.
—Sí, tu madre. Si preguntas si la conocí. Si, la conocí. Tu madre la Reina llegó hasta mí... para pedirme perdón. Había descubierto una verdad sobre la historia de su legado que la avergonzó. Fue la primera vez en muchos años que sentí amor infinito otra vez por los seres mortales. Por ello y muchas cosas más, la misión de protegerte es sagrada para mí. Te prometo que esta historia te la contaré a su debido tiempo. — Elizabeth la escuchó paralizada. Dentro de su cuerpo todo era un torbellino y aunque intentara articular miles de preguntas las palabras murieron en sus labios temblorosos. La mujer la observó tranquilamente.
— Bebe del té, te ayudara a calmarte — ella tomó otro sorbo de su tasa humeante.
— Eres una alta fae ¿verdad?
— Sí — hizo otra pausa como si meditara algo o como si reprimiera una emoción que no alcanzó a perturbar aquel rostro casi irreal. — Tienes mucho conocimiento, Elizabeth. Los libros que hablan de nuestro reino no existen ya. Sin embargo tú, perdida en el tiempo desde hace mucho, sabes reconocerme. Es... curiosamente admirable — se quedó mirándola y ella no supo que decir. Rompió al fin el bloqueo de su lengua nerviosa.
— Si existen. El Concilio los oculta. O lo intenta — los labios rojos se curvaron en una media sonrisa antes de tomar otro sorbo del té. Luego los verdes ojos volvieron a posarse sobre Elizabeth esta vez con una ligera forma familiar que por primera vez la hicieron sentirse algo cómoda.
— Nuestro basto reino se erigía desde tiempo inmemorial sobre las cumbres del Mediodor. Nuestra magia como debes haber investigado viene directamente de la divinidad. Somos la estirpe que intercede entre el mundo terrenal y el Universo de los Dioses Todos.
— Los Dones también provienen de la divinidad — dijo mientras se decidía de una vez a tomar su té y la bebida la sorprendió al descender por su garganta. Fue envolviéndola en una ola de rareza y paz a la vez.
— Los Dones son nuestra creación, pequeña Elizabeth. Somos ante todo, hacedores de magia y ellos son nuestra obra más grande. No estamos solo para acaparar todo el poder divino. — miró un instante hacia la esquina que guardaba las estanterías y pergaminos. Elizabeth la observó detenidamente reprimiendo la excitación y asombro que le causaba escuchar la voz sedosa de aquel ser revelándole cosas intrigantes y nuevas que le inundaban de curiosa estupefacción — Nuestra esencia es la erudición, no usamos ni creamos magia así por así. Debemos protegerla para que se mantenga pura y cada día de nuestra existencia engrandecerla más. — hizo otra breve pausa y bajó el rostro mientras volvía a tomar de su tasa. Indudablemente le hizo saber, en silencio, cuanto sentimiento encontrado le movía expresar aquellas palabras.
— Entonces, los dones...
— Hace muchos siglos...— comenzó a contar —... un mortal llegó a las puertas del Gran Muro Blanco. Nunca habían logrado tal proeza. Era Geral el Hechicero. Debes saber de él.
— El Gran Hechicero. El custodio de la Piedra y el autor del Libro Obscuro de Havens. Protector de HavensBirds — concluyó y observó como la gran fae hacía un gesto exagerado con su mano con algo de desprecio.
— Títulos banales que el mismo creó sobre su persona. Nos equivocamos gravemente... —hizo una pausa pesadumbrosa — Pero aun amamos nuestra creación a pesar de todo. Los Dones Puros nacieron de nuestro deseo de compartir. Te contaré una pequeña historia que te concierne mucho querida reina. — Elizabeth se estremeció ligeramente. La energía de su don no paraba de revolverse excitada en su interior.
— ¿Me concierne a mí? — la pregunta salió temerosa sin proponérselo y lady Margara sonrió.
Se puso de pie y se acercó a Elizabeth. En silencio le tomó la mano y acarició la muñeca marcada por el protegium. Al acariciarle la piel, le provocó una especie de electricidad que le recorrió por dentro.
—Tú eres parte de nuestra magia — la soltó, y Elizabeth cerró la mano sobre la mesa para evitar que notara su temblor. No se movió por sorpresa y hasta temor pero su interior convulsionaba de curiosidad y exaltación. La fae se recostó a la pequeña ventana y perdió la mirada en los seres que deambulaban fuera.
— Valedior era un reino esplendoroso. El sol y la gracia de Todos Los Dioses bañaban cada mañana las resplandecientes construcciones de nuestros palacios y ciudades. Su creación había bordado el lujo sublime no por avaricia sino porque nuestra estirpe ama la belleza y lo majestuoso. Sobre las cumbres del Mediodor no solo creamos una ciudad divina, la rodemos de un bosque mágico lleno de vitalidad. Porque no puede existir riqueza alguna sin la magia de la vida. Nuestras manos fueron capaces de hacer una obra de arte porque fueron acompañadas de la gracia de nuestros dioses supremos, te lo digo sinceramente... — sonrió melancólica — Nos encargábamos de mantener su vegetación y allí todos los seres como estos que ves ahora aquí ocultos vivían en perfecta libertad y armonía. No sentíamos necesidad de salir más allá del Muro Blanco, la frontera con el exterior inhóspito y frío. Sabíamos que en la tierra de HavensBirds había más vida. Los mortales. Pero sinceramente no teníamos intensión de encontrarlos. — Suspiró taciturna. Elizabeth intentó articular palabras de comprensión pero se detuvo. — Entonces... ellos nos encontraron a nosotros — hizo una pausa y Elizabeth la vio cerrar los ojos un momento.
— ¿Y no fue de su agrado que sucediera así?
— Fue nuestra perdición. Geral llegó hasta la puerta del muro casi muerto. La travesía escalando el monte no era fácil, verdaderamente era casi imposible para un hombre. Pero él lo logró. Lo recogimos y le brindamos hospitalidad. Nos llenó de curiosidad su proeza y luego, cuando se recuperó, su oración nos encantó. Era un hombre de mucha palabra. Nos fascinó su visión, su energía, su afán, su pasión por la magia y por la tierra. Fue ganando nuestra admiración aunque sabíamos que su hechicería era solo de principiante.
—...La confianza que ganó entre nuestro consejo le vanaglorio con conocimiento. Comenzamos a enseñarle a cultivar magia pura. Por supuesto que él era un simple mortal no podría llegar a poseer el poder ancestral. Entonces... — otra vez suspiró. Se retiró de la ventana y regreso a la silla frente a ella. Elizabeth notó cómo se ensombreció su rostro.
— Si no es el momento no insistiré en que me cuente todo. Estoy asustada y llena de dudas pero he esperado mucho tiempo puedo hacerlo un poco mas — Lady Margara la miró con agrado y negó con la cabeza.
— No te preocupes, pequeña Elizabeth. — hizo otra pausa recobrando su impavidez elegante y continuó pausadamente — Entonces... Geral jugó su pieza maestra. Logró que me enamorara de él — Elizabeth se sorprendió con un ligero sobresalto y tomó un sorbo de su té para disimular pero el gesto torpe fue observado por la fae con una ceja levantada incrédulamente.
— Lo siento... Me sorprendió. — se disculpó sin saber por qué. Sintió el rojo en su rostro.
— Sí. Algo inaudito nunca esperado ni permitido. Pero era un hombre fascinante y no se a estas alturas discernir si fue fingido o real, pero su amor me desbordó. Y fue maravilloso disfrutarlo no lo negaré. Así que usé mi influencia en el consejo y le entregamos a Geral más magia y poder, de la que debíamos para un corazón fácil de corromper como el de un hombre.
—...Al principio fue grandioso. Estábamos envueltos en la emoción nueva: compartir. Abrimos nuestras murallas y expandimos la magia por toda la tierra siguiendo su pedido y consejo. Así nació el HavensBirds que conoces, o al menos aquel de la Era de la Luz que prosperó rápidamente. Le entregamos uno de nuestros tesoros: Un cristal de Poder.
— La Piedra Corazón de Havens — concluyó Elizabeth emocionada y ella asintió.
— Exactamente. Cúmulo de poder ancestral. Geral guardó la Piedra Talismán, en el corazón de la isla y ella se encargó de diseminar la magia desde las entrañas.
— Pero la piedra fue un regalo de la Diosa... — la interrumpió y se arrepintió pero los ojos de la fae no la miraron intimidantemente — Discúlpeme...
— No tengo que hacerlo. Admiro tu capacidad de no callar lo que estas pensando. Ya te había dicho que llevas carácter y eso mientras no te meta en problemas es algo que cautiva.
— Creo que me proporciona más problemas que bondades...
— Porque no estás acompañada de un punto mediador... — Lady Margara miró hacia la ventana como si indicase algo y luego dibujó una media sonrisa confabulada — O al menos no lo habías encontrado... — Elizabeth giró para observar a Alec desde la plaza que inútilmente trataba de prestar atención a otros faes que le rodeaban, pero sus ojos felinos no perdían la vista, más de un segundo, sobre la casa. Bajó su mirada hasta sus manos algo apesadumbrada. Luego volvió a encontrarse con los ojos verdes intensos que la miraron dudosos.
— A veces... siento que es demasiado abrumador todo lo que "he encontrado". También siento mucho miedo de que lo mejor de ello, pueda perderlo porque no sé cómo manejarlo. — confesó y sintió tristeza. La fae se reclinó hacia delante y le tomó la mano.
— ¿Sabes que es lo único superior al poder de la magia de los cristales corazón? El amor. Porque crees que le llamamos piedra corazón. Es el único ingrediente que la mantiene omnipotente e indestructible, pero sobre todo, controlada. Eso es lo que no se debe olvidar jamás. Todo caos tiene un punto de equilibrio, todo equilibrio tiene un punto de caos. Las estrellas lo saben, lo han dicho. — Elizabeth arrugó la frente inquiriosa. Sabía que esta última frase no se refería exactamente a la piedra ni su magia. Recordó la mención de la profecía por los duendes y el corazón se le aceleró. Abrió la boca para hacer más preguntas pero la fae retomó su posición erguida y decidió no romper el giro de la conversación.
— Entonces... ¿Qué ocurrió después?
— Los altos fae del Consejo crearon en un ritual celestial los Dones Puros y lo otorgaron a todos los hombres que habitaban la isla. Era nuestro regalo para que sus almas se vincularan a la energía mágica de la piedra corazón. Geral fundó la ciudad de Eritrians sobre la caverna donde guardó la piedra, para protegerla en una cámara subterránea acorazada. Tomó semejanza de Valedior por eso es tan deslumbrante, llena de suntuosidad y luz. Todo iba bien hasta que la ambición de los hombres quebró el equilibrio y Geral me traicionó.
—... Volteo la espalda a todos los seres mágicos que confiados habían decidido convivir fuera de las murallas. Pero lo peor es que cegado por sus consejeros quiso todo el poder existente y en una cruzada infernal destruyó Valedior en busca de más cristales. Nunca dejamos que los encontrara, los ocultamos en las grietas más profundas. Pero esa desconexión debilitó la ciudad y terminó cayendo. Creó el Concilio para que se encargara de hacer desaparecer cualquier amenaza sobre su dominio, y cualquier rastro del pasado, es por ello que todas las criaturas mágicas salidas de nuestro reino fueron perseguidas, excluidas y hasta asesinadas. Todo por el miedo irracional de que el poder que poseía le fuera arrebatado o porque llegara a existir un ser más poderoso que él y que sus allegados del naciente Concilio Obscuro. — suspiró nuevamente con tristeza.
— Lo siento mucho — se lamentó sin siquiera saber porque pero sentía incluso un impulso por tomarle las manos a modo de consuelo.
— Dividió a los Dones, considerando unos más que a otro solo guiado por la cantidad de seguidores que tuviera en ellos. Los Envenenadores pasaron a ser más privilegiados. Eran demasiados buenos en manipular.
— Los Envenenadores ni siquiera deberían considerarse puros... — soltó despectante.
— No. Eso es un error. Es un Don tan puro como el de la Guerra o el de la Sanación y estos son considerados males. Todos fueron creados para tersar un equilibrio. Eso fue lo que Geral olvidó cegado por la avaricia y el poder. El equilibrio... — Elizabeth la miró atentamente.
— ¿Y así fue cómo surgió la Regencia en HavensBirds?
— Se puede decir que sí. Geral se proclamó primer rey y su descendencia debería continuar. Pero el necio olvidó que todo lo que había hecho era una ofensa y agravio a Todos Los Dioses. La Diosa Ha molesta por el final lo castigó horriblemente. Cada hijo que Geral tenía, moría a los doce días. A él le costó doce días destruir Valedior, así fue maldecido. — Elizabeth se quedó paralizada. Sintió el corazón desbocarse en su pecho.
— Surgieron miles de ideas en el Concilio y realizaron miles de ofrendas, pociones y hechizos, nada resultaría. Nada logró sacarle esa sensación de pérdida y de desolación. Su primera esposa se quitó la vida desde las torres de SkyHall y la sombría oscuridad conquistó el reino y el corazón de él. No había nada que le animara. Le hicieron contraer nupcias tres veces más y el final siempre fue el mismo. Comenzó a perder la cabeza. Se hizo construir una torre muy alta quería que rozara las estrellas. Quería en su arrogancia alcanzar el Universo de Los Dioses Todos, como siempre.
Por suerte sus constructores le convencieron de que era lo suficientemente alta cuando ya no era posible poner una roca más. Le llamó La Torre de Hechicería. Aún existe en las cercanías del palacio. Se dice que allí comenzó a escribir el Libro Obscuro de HavensBirds y a hablar solo. Era Envenenador y fungió miles de pócimas y extractos tratando en vano de vencer a la marca de muerte que pesaba sobre su familia pero lo único que logró fue perder más la razón.
— Entonces... — la interrumpió con el rostro arrugado por la incertidumbre — No entiendo... como es que... Esta definitivamente no es la versión de historia que el Concilio dejo plantada durante siglos.
— No, por supuesto que no. Pero todos los testigos no pudo opacarlos. Y los que hoy funden el Círculo, leal a tu estirpe, son muestra de ello.
— ¿Por qué a mí? Digo... somos tres Reinas.
— Geral fue consumiéndose poco a poco y fue cuando por primera vez el Concilio Obscuro, traicioneramente, tomó las riendas del reino supuestamente por el Bien Mayor. Pero no tuvo opción de ganar ante la nueva profecía que surgió tras esa traición. Antes de la terrible maldición había sucedido algo, que también influyó en el presagio. Yo había dado a luz a la primera y única hija de Geral y aunque en la clandestinidad quise protegerla, las estrellas decidieron otro destino — suspiró y una lágrima se escapó de su mirada, triste y feliz al mismo tiempo. Elizabeth la miró con los ojos muy abiertos por la sorpresa.
— ¡Oh por la Diosa...! — alcanzó a decir antes de que se secara su garganta. Sintió una sacudida en su interior.
— Sí, exactamente, por obra de la Diosa... La maldición era el castigo a la soberbia de Geral pero no al poco amor que regaló. Y nuestra hija era muestra de ese amor. Ella no murió maldita. Tuve una hija de un mortal algo inusitado pero fue el regalo más maravilloso. Esa niña fue la primera híbrida como tú. — Elizabeth tragó saliva tratando de suavizar el nudo en la garganta.
— La Diosa Ha nos envió el mensaje como profecía eterna. "Cada descendiente de ese linaje, de esa sangre que se unió, sería mujer, esa sería la heredera real y reinaría en la Regencia." Representaba la unión de seres mágicos y mortales. Pero eso no era todo. Cada cierto tiempo los seres como tú nacerían siempre que la magia estuviera en peligro, para restaurar el equilibrio. — la miró emocionada aunque lo trató de ocultar y a Elizabeth esa mirada la perturbó aun mas. La energía de su don le ardía en el pecho acompañada por los desbocados latidos de su corazón.
— Pero yo no pedí... yo... — sintió ganas de llorar pero apretó los puños hasta que le causó dolor.
— Lo sé. Ninguna lo pide. Sé que estás asustada. Pero ese miedo es por todo lo que has sufrido, no por tu don. Debiste crecer conociéndote. Tu despertar de poder debió haber sido acompañado. Ese castigo injusto al que Katherine te obligó es el acto más terrible. Pero ahora estás aquí. Nosotros y cientos más te conocemos y estamos dispuestos a estar contigo. Eres nuestra legitima Reina y jamás volveremos a permitir que seas alejada ni puesta en peligro...
— ¿Por qué tendría yo que regir? Mis hermanas, cualquiera de ellas puede llegar a ser coronada. También son descendientes...
— Son valerosas sí. Pero tú eres especial. No sabíamos que eras la elegida. El Pozo de Luz nos devolvió la esperanza.
— ¿Solo por ser lo que soy?
— Eres el equilibrio, Elizabeth.
Elizabeth se puso de pie. Estaba nerviosa. Caminó de un lado a otro exaltada. Trataba con todas sus fuerzas de que su mente se calmara. Todo caía en tropel y le pesaba como roca, fue demasiado para asimilar. Sintió la respiración acelerándose como si el aire no le llegara a sus pulmones. Otra vez la invadió la fuerza misteriosa que nacía en sus entrañas y le recorría como fuego por las venas. Sus manos se iluminaron involuntariamente. Miró a la fae que la contempló sin inmutarse. Sus ojos potentes la analizaban detenidamente.
Elizabeth sintió un leve mareo algo le hacía perder el control. Un zumbido en los oídos la le provocó una tensión pujante. Su energía interior liberaba una guerra que le empezó a atemorizar porque la rabia estaba ganando. No supo cuánto duró el segundo fugaz en que cerró los ojos pero al abrirlos, ella estaba de pie más cerca, mirándola, admirada, serena y preparada no sabe discernir para que exactamente.
Entonces Lady Margara repentinamente la abrazó muy fuerte, tanto, que se sacudió violentamente impresionada. La piel suave de la fae irradiaba y le transmitía una sensación que fue apaciguando su agitación interna. Poco a poco Elizabeth fue dejando de estremecerse y sintió como se calmaba el volcán en su pecho. De pronto rompió en llanto. Se desprendió de su paralización de una vez y enterró las uñas en la tela suave del vestido de Margara.
Hundió su rostro en su pecho sin cohibirse, adentrándose más en el abrazo, dejándose vencer agotada. La luz que emergía de la fae se hizo más intensa. Desprendía a lo largo de su cuerpo, nimbos brillantes que las rodearon a las dos. La magia enigmática se metió en cada poro de la piel de Elizabeth y la envolvió en una sensación de familiar paz. Su energía interior aun refulgía, poderosísima, pero no la abarcó la oscuridad.
— No puedo... — sollozó lastimosamente.
— Eres especial. Acabo de darme cuenta que más de lo que imaginé, créeme. No dejo de estar impresionada. — sin contenerse más llevó una de sus manos hasta el cabello de Elizabeth que se había decolorado aún más, notándose muy dorado entre sus trenzas. Lo acarició con ansias reservadas desde hacía mucho tiempo. — Gracias a la Diosa que ya estás aquí.
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— ¡Anna! — Marina se abalanzó sobre su hermana y la abrazó con fuerzas. Annabella sonrió y le acarició el cabello cariñosamente. Se separaron luego de un rato y se apartaron del tráfico de las sacerdotisas que entraban los numerosos baúles que conformaban el equipaje de la reina elemental y su séquito. Algunos de los empleados de la Casa naturalista les ayudaban en la coordinación.
Aprovechando que eran ignoradas, las dos hermanas se alejaron hasta uno de los salones vacios. Al entrar los sirvientes que limpiaban se retiraron en una reverencia.
— ¡Oh, Anna! Te he extrañado tanto. — soltó ansiosa cuando se quedaron solas. Annabella miró a su hermana con ternura. Marina estaba realmente aliviada al verla, lo podía notar.
— Ya estoy aquí Marina, no te preocupes — trató de sonar tranquila aunque su interior era un hervidero. Su energía elemental no había estado quieta y las miles de cosas que le rondaban la cabeza la hacían sentirse abrumada. Marina la abrazó otra vez y Annabella sintió como su hermana temblaba. La separó y la miró a los ojos.
— ¿Qué pasa Marina? — inquirió
— ¿Has escuchado los acontecimientos? — le dijo con exagerada preocupación. Una sombra de molestia cubrió los ojos claros de Annabella. Marina se frotaba las manos, muy nerviosa, intentando detener su temblor.
— No creas todo lo que te cuentan Marina.
— Pero me han contado el acto atroz contra tus sacerdotisas. — exclamó. Annabella dio unos pasos para rodearla y no permitir que su enojo la dominara.
— Exactamente... te han contado.
— De igual manera, me da mucho miedo que Eli... ¡Oh por la Diosa! Si Eli ha sido engañada y se ha vuelto una impura. Si ha hecho magia negra para suplir su falta de dones... y ahora es... es — Anna tomó por los brazos a su hermana para hacer que la mirase otra vez. Los ojos claros resplandecieron ante los llorosos de Marina.
Sintió el impulso de contarle más sobre Elizabeth, pero el atisbo de miedo y dudas en los ojos de Marina la obligaron a detenerse. Marina estaba confundida y Anna sabía que era débil. Los malditos Eritrians como buenos Envenenadores, la tenían muy bien manipulada.
— Pero escucha tus palabras Marina. Estas hablando de nuestra hermana. ¿Cómo puedes siquiera pensar algo así?
— Pero Anna, mira a tu alrededor todo lo que está pasando. Elizabeth se ha vuelto a la magia negra. Quiere dañar la paz del reino.
— Elizabeth está siendo obligada a huir y tú y yo tenemos que averiguar el porqué. Marina somos las Reinas, basta de que quieran manipularnos más y escondernos la verdad.
— Eso crees, entonces... ¿Según tú por qué crees que está siendo obligada a huir, alteza? — la voz helada de Katherine las sorprendió haciéndolas sobresaltar. Se voltearon ambas para quedar frente a ella. Katherine impetuosa las miró con el rostro indescifrable como siempre y esa frialdad azul de sus ojos malévolos.
— La respuesta a esa pregunta la tienes tú, ¿No te parece? — soltó Annabella encarándola con un enojo que se dibujaba en la energía que encendía sus puños cerrados. — Tú has ordenado una cacería de brujas tras ella.
— Estoy velando por su segu...
— No seas cínica Katherine... — la interrumpió — Demuéstrame que es un peligro para mí y no para la fachada de tu Concilio. — dijo determinante.
Katherine se enfureció y dio un paso amenazador hacia Annabella apuntándole retadoramente con el dedo. Anna no se inmutó y se reprimió para no dejar notar su ligero temblor ante la mirada fulminante de los relampagueantes ojos azules.
— Cuida tus palabras Annabella. Estas pisando terreno muy peligroso...
— Soy... tú... reina... — recalcó cada palabra y le bajó el dedo con un golpe brusco de su mano. Katherine se sorprendió ante el atrevimiento y sintió la sangre hervir con la pose impertinente de la elemental.
— ¡No, aun no lo eres! — alzó lo voz y retumbó en la estancia — Y por menos que esto ni siquiera puedes llegar a serlo. Estas faltando gravemente al Concilio rector de tu reino, estas comportándote a defensas de la persona declarada Enemiga de Reino, estas a punto de cruzar la línea delgada que te convierte en traidora... — Annabella apretó los puños y la energía elemental destelló en un humo azul.
— ¡Por qué lo decretes tu no será verdad...! — contestó igual de ardida.
— Lo decreté yo. — interrumpió como un golpe seco. La voz de Marina sonó quebrada pero suficientemente alto para que Annabella se voltease a mirarla sorprendida.
La reina naturalista levanto la barbilla sobreponiéndose y tragó en seco tratando de que no se desvanecieran sus fuerzas. La ansiedad era una roca oprimiéndole el pecho. Se mantuvo inmóvil y así logró que la habitación dejara de dar vueltas a su alrededor. Annabella inhaló fuertemente y sus manos apagaron la luz elemental.
Dio un paso hacia su hermana, el cuerpo le temblaba de la furia pero sus ojos se cristalizaban con lágrimas de dolor, cuando se posaron sobre la mirada confusa y contraria de Marina. En ese instante fugaz se dio cuenta que había perdido la maravillosa inocencia y confianza de su hermanita.
— ¿Qué has hecho qué? — preguntó sin siquiera querer escuchar la respuesta. Una lágrima corrió por su mejilla y la interrumpió antes de que callera.
Sintió la decepción como un afilado cuchillo. Marina hizo un esfuerzo por mantenerse altiva. Annabella le bastó para comprender todo: era una batalla por la supremacía y la ansiedad e inseguridad de Marina se escondía tras sus decisiones absurdas y tiranas.
— Lo he firmado hace un momento. Puedo hacerlo y es mi deber. Está poniendo en peligro mi región. No lo permitiré... — espetó casi sin creérselo. Annabella ya no la miró, movió la cabeza sin dar crédito a lo que escuchaba.
Su hermana continuó intentando encontrar justificaciones sin sentido ni para ella misma. Se le quebraba la voz en su discurso de excusas que llegaba a Anna como un eco distante, de alguien distante. Sus propias palabras empezaron a punzarle el corazón a medida que salían de su boca, como si aquel dolor alertara su terrible equivocación. Pero se resistía a escuchar su voz interior
— ¡Sabes que tengo razón Anna! — gritó al fin con desespero ante la rota y decepcionada mirada de su hermana. Un grito quejumbroso para que Annabella detuviera aquel movimiento de negación ante cada una de sus palabras que sentía que golpeaba en su alma.
La impotencia crecía alimentada por su inseguridad y mantenía soberbiamente en firme su decisión. En el fondo sabía que estaba perdiendo el hilo que la unía a su hermana, las estaba perdiendo a las dos. Aceptarlo de pronto la hizo marearse, le faltó el aire y disimuló para sostenerse del respaldo de la silla que tenía cerca. Annabella la miró al fin.
— No quiero saber nada más... — dijo con una sombra de dolor y molestia a la vez. Se alejó dándole la espalda a ambas.
— No puedes simplemente huir de la responsabilidad que es también para ti esta situación. — Katherine habló secamente. Había permanecido aparte, dejando que la disputa creara la brecha definitiva en el alma de las mellizas. Era necesaria esa ruptura desgarrante y disfrutó verla nacer. Annabella se volteó justamente antes de salir por la perta.
— No me convertiré en lo que tú quieres Katherine. Y si Marina tuvo el valor o la irracionalidad para hacer algo así, supongo que asumirá las consecuencias ella solita...
— ¡No habrá consecuencias, Anna! Deja de hacer que me sienta como un monstruo. No te permitiré que me hagas sentir así. No te das cuenta que esto es para salvarla. Cuando Elizabeth sea detenida será traída ante mí, ¡viva...! — acentuó la palabra mirando seriamente a Katherine que alzó una ceja pero se mantuvo en silencio.
— Eres una tonta. Y no soy yo la que te hace sentir mal. Es el poco sentimiento que aún te queda en tu corazón. Se llama remordimiento Marina. — le dio la espalda y salió al fin de la habitación dando un portazo. Marina rompió en llanto y apretó con fuerza el respaldo de la silla hasta que los nudillos se tornaron blancos. Katherine se acercó y posó su fría mano en su hombro derecho.
— Cálmate Marina. Lo entenderá. Con el tiempo entenderá que tú has sido valiente, que tu fortaleza se ha impuesto por el Bien Mayor.
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Había pasado mucho tiempo o así le pareció a Alec. No sabía bien. Pero la sensación le pesaba en los hombros. No le molestaba el cansancio del viaje de las últimas horas tanto como la tensión que se acumulaba en sus músculos y en su corazón. No podía dejar de mirar la casita que a la distancia estaba tan quieta y silenciosa. «Y Elizabeth no me deja entrar en su mente, rayos, la incertidumbre me arde dentro» Machacó las brasas en la pira frente a él y el fuego resplandeció.
Mientras Elizabeth tenía aquella reunión demasiado extensa él había recorrido la «ciudad perdida», así había decidido llamarle, observando el discursar de su gente afable, con miradas tristes pero amables. Por instantes recordó su aldea detrás del Mediodor y sintió encogerse su pecho. Aunque no podría compararse, esta ciudad perdida era rica en magia, sencilla pero próspera y llena de luz. Su ciudad Shinning no tenía la misma suerte.
Aquellas criaturas que la habitaban, principalmente los duendes y algunos faes, le habían dado la bienvenida más animada. Le habían proporcionado ropa limpia, agua y comida. Algunos se habían detenido a hablar de cómo estaba todo fuera lo que le dio la impresión a Alec que hacía mucho no salían de aquella cueva. Esto le hizo sentir pena de alguna manera.
Ahora estaba sentado sobre un tronco situado junto a otros, alrededor de una fogata. Se había escurrido hasta allí para quedarse en silencio y vigilar la casita más de cerca. Al otro lado del fuego había un elfo enano con una barba gigante en su arrugado rostro de pocos amigos. Le recordaba a Rufer. « ¿Donde estará este desgraciado?». Pensó. Aquel hombrecillo lo miraba receloso de vez en vez luego volvía a su labor de tejer una inmensa red y mascullaba por lo bajo.
—Si lo haces a la inversa lograras atrapar mas peces y tal vez hasta un Faani — se arrepintió al instante de su intento de ser agradable cuando la mirada de los ojos pequeños le fulminó.
Ni siquiera sabía para que se entrometía. El elfo se puso de pie visiblemente molesto. Alec lo miró alzando una ceja, sorprendido. Entre maldiciones murmuradas con mal genio recogió de mala gana la red y se machó como si fuese a asesinar a alguien. Lo observó alejarse con la boca medio abierta en una disculpa que no supo ni siquiera porque debería darla. Hizo una mueca desganada cuando reflexionó.
— ¿Haciendo amigos? — se puso de pie como un resorte. Elizabeth apareció al fin frente a él sonriendo dulcemente. Alec se abalanzó emocionado y la abrazó con unas ansias desesperadas. La abracó con sus gigantes brazos en un desborde de dulzura que a Elizabeth le provocó una sonrisa conmovida.
— ¡Por la Diosa, no aguantaba más! — dijo y continuó apretujándola empalagoso.
— Me dejaras... sin aire... Alec... — protestó juguetona y él la separó para quedarse en los ojos verdes que le regalaron una mirada tierna y triste a la vez. Se encogió divertido y Elizabeth agradeció tanto ese momento fuera de todo aquel caos. Sin pensar nada más la besó suavemente.
El calor del beso se traspasó despacio encendiendo el pecho de Elizabeth con esa sensación exquisita que la dominaba sin poder evitarlo desde que el Shinning apareció en su vida. Antes de que el ardor apasionado de Alec se desbordara, la liberó. Suspiraron al unisonó y rieron de ello. Se quedó entrelazada en sus fuertes brazos y él trató disimuladamente de adivinar en su mente que le había opacado la mirada pero no insistió demasiado.
— Este... Los duendecillos revoltosos nos prepararon una cabaña. ¿Quieres ir antes de que te descubran fuera y te aborden a preguntas?
— Si por favor. Estoy muy agotada. — Alec la puso a su lado rodeándola con uno de sus brazos protectoramente. La besó en la cabeza y ella colgó sus manos de su cintura. Silenciosamente la condujo hasta el lugar señalado.
Había muy pocos rondando las callejuelas y agradecieron llegar hasta la casa de paredes verdes sin contratiempo. Entraron a la cabaña acogedoramente dispuesta. El mobiliario dentro no diferenciaba mucho del que Elizabeth observó en la que ocupara momentos antes junto a la alta fae.
Un gran hogar con un fuego tenue coronaba el espacio circular. Junto a una de las ventanas laterales había una pequeña mesa de madera con dos sillas similares, talladas con alegorías naturalistas. Muy cerca de estas una alacena con algunas losas bien organizadas colgaba de la pared adornada con plantas que hacían una guirnalda de flores. El detalle le impregnó una sensación hogareña. Hacia la otra esquina escondida tras una cortina alta había una pequeña cama semicircular delicadamente iluminada con faroles de luz azulada.
No dudó ni un segundo y se lanzó sobre ella con afán cansado. Para sorpresa las sábanas se sintieron cálidas y placenteras. Sonrió ante la sensación de alivio. La tensión acumulada se desplomó a su lado mientras acariciaba con las palmas de sus manos la textura de las mantas. Sonrió al mirar a Alec. Su altura era demasiada y tenía que caminar con la cabeza gacha. Disfrutó verle avivar el fuego y luego se volvió hacia ella esquivando cómicamente la viga del techo. La miró arrugando la frente cuando descubrió su burla en los ojos cansados.
— ¿Se está riendo de mí, alteza?— entrecerró los ojos mientras se quitaba las botas muy despacio casi provocativo.
Elizabeth volvió a sonreír plácidamente y se estiró como felino para acomodarse de costado al mismo tiempo en que él imitó el movimiento colocándose detrás. Alec la abrazó desde su espalda abracándola junto a su pecho y le acarició el cabello con gran ternura. Elizabeth se embriagó de la candidez del momento cerrando los ojos. La sensación de los cuerpos apretados le inundó cada parte de su ser con una mezcla de placer y tranquilidad. El delicioso calor se fusionó con su energía y la hizo estremecerse. Alec gimió remolonamente. Deslizó su mano acariciando despacio y sensualmente el hueco del cuello al hombro desnudo de Elizabeth, marcando el camino trazado por sus dedos con besos cortos y suaves.
— Umm,... no. — dijo cortante. Escuchó el gruñido de protesta como respuesta por el "no" demasiado determinante, diferente al sonido sensual con que suspiro al principio de la frase.
— Está bien, me basta con tenerte apresada en mis brazos, así, para siempre.
— No dudaría ni un instante, en que podemos ser interrumpidos por cualquier duende atrevido. — él se rió sonoramente. Supo perfectamente que lo había imaginado.
—Tienes toda la razón. Además, estas últimas horas han sido muy cargadas. ¿Me contaras que has hablado con esa fae? — volvió a acariciarla. Esta vez jugueteó con su cabello. Liberándolo de su peinado.
— Demasiadas cosas — dijo muy bajo, la voz se le resquebró sin proponérselo.
— Puedes contármelo cuando desees, Eli. Estaré aquí, no lo dudes. — sin zafarse de su abrazo se volteó para quedar frente a frente a aquella mirada felina tan maravillosa. Él le dedicó una media sonrisa compasiva y ella acarició su barba suavemente.
— A veces tengo mucho miedo. Llegaste a mi vida tan tempestuosamente y cambiaste mi mundo. Temo tanto que de esa misma forma puedas alejarte. Siento que haces complemento en mi energía interior, no quiero perder este equilibrio que me faltó desde hace tanto tiempo.
—No me iré. Tendrán que arrancarme de tu lado. Además, me gusta mucho tu nuevo cabello dorado... — sacó hacia delante uno de los mechones claros y ella sonrió. — Triunfaras, volverás con tus hermanas. Devolverás a HavensBirds lo que le fue arrebatado y al final de todo, yo estaré ahí para disfrutarlo contigo... Y para... — hizo una pausa y la miró con un brillo electrizante — Amarte mucho... — la besó profundamente con esa pasión salvaje que la hacía estremecer. Jugueteaban las lenguas mientras el beso crecía en intensidad. Los cuerpos se fundieron aun más como si fuesen uno solo. El calor los encerró con voluptuosidad y los gemidos ahogados les ayudaron a recuperar aliento. Disfrutaban de la explosión de sensaciones contenidas y se rieron de su juego sensual. Los faroles tintineaban envolviendo sus risas y susurros discretos. Etéreamente la energía flotó en hilillos de luz y los capullos de flores de las plantas que adornaban la alacena se abrieron iluminados por la silenciosa magia.
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