♣2.La Profecía♣
Reinaba ya la noche sobre todo HavensBirds. La luna redonda e inmensa obligaba a escurrirse a las sombras que deambulaban en los rincones de las ciudades y aldeas. Casi todos dormían. Solo mal intencionados y oscuros transeúntes inundaban las tabernas y burdeles clandestinos haciéndose dueños de la noche cuando el Concilio no miraba, o se hacía de la vista gorda.
La gran capital Eritrians, la Ciudad de la Luz como le llamaban muchos por ser imponentemente majestuosa y casi divina, dormía apaciblemente bajo el brillo que desprendía el astro nocturno a sus fachadas esplendorosas. Aún en penumbras emitía ese aire de superioridad y de lujo.
Desde lo alto de una de las torres del Palacio de la Reina que descansaba sobre un montículo en el centro de la ciudad, Katherine observaba en silencio la noche, asomada al balcón de la habitación que ocupaba en el ala oeste del SkyHall.
El Concilio se había adueñado de esa área de palacio mientras el trono estaba vacío y sus miembros disfrutaban de llevar las riendas de gobierno así como de los lujos y derroches de la corte. Siempre bajo la mirada controladora de la gran Katherine de Eritrians, imposible de eludir o desobedecer.
Allí estaba, posando arrogante apoyada a la baranda del inmenso balcón de la habitación más alta y fastuosa de la torre como si fuese la misma diosa Ha mirando orgullosa su dominio. Una brisa movió su cabellera color café.
Se estremeció, estaba semidesnuda, cubierta solo por un fino y transparente vestido de toques dorados que cubría su hermoso cuerpo. Pero su escalofrío fue por algo más que la fría brisa. Comenzaba el año de la Ascensión. HavensBirds tendría al fin una nueva Reina Regente después de dieciséis años y ella como Consejera Real y Presidenta del Concilio Obscuro debía prepararse para el acontecimiento. No sería un año fácil. No eran unas reinas fáciles.
Los brazos poderosos de hombre la apresaron en un suave abrazo, sorprendiéndola. Él apoyó su barbilla sobre el hombro derecho de ella y fingió mirar lo mismo que miraban los ojos azules de su amante. Katherine sonrió y acarició la cuidada barba del Capitán Henry mientras él la besó en el cuello.
—¿Qué haces aquí mi preciosa? Vuelve a la cama. Si no puedes dormir entonces me encargare de que te canses — sonrió con lujuria.
Katherine se volteo hacia él y le sonrió sensual, mientras tomaba el rostro apuesto entre sus manos para contemplarlo estaciada . Nunca se hubiera creído a sí misma el haber permitido que el Capitán Henry se convirtiera en su amante por tantos años.
No había permitido nunca que ninguno lo fuera por demasiado tiempo. Hasta empezó a dudar de que los sentimientos le estuvieran ganando la batalla, a ella, a la demasiado calculadora Katherine de Eritrians. Imposible. Se sonrió de sus propios pensamientos y él la besó en el cuello nuevamente mientras la abrazaba muy fuerte y a la vez con ternura. Se quedaron así, en silencio. Ella rodeó su cuello con ambas manos y él hundió sus dedos en el largo cabello y apresó con la otra mano su cintura. Lentamente en un juego sensual se apoderó de su boca en un beso descaradamente intenso.
El capitán la había hecho caer en sus redes de seducción cuando le confesó de golpe que le consumía una inmensa pasión por ella. Cada vez que la veía, sentía su interior arder. Todo aquello la tomó por sorpresa. Y ocurrió a penas, en el tercer viaje que le permitieron hacer en su buque a la isla. Desde entonces desplegó una ofensiva de romanticismo y deseo feroz, a escondidas, haciendo que ese misterio, terminara por conquistarla completamente.
Ella se dejó arrastrar por el ímpetu de aquel hombre de mar demasiado atractivo, de fuerte físico y apasionado corazón, que le entregó no solo su cuerpo en cada encuentro, si no también, su lealtad eterna. Y esto era muy importante para Katherine. La lealtad.
El capitán tampoco contó con perderse en la sensualidad de aquella belleza mítica que jamás había conocido en ninguna mujer, a pesar de haber recorrido medio mundo en su barco. Pero cuando tuvo la suerte de que le mostraran el secreto camino a la misteriosa tierra de HavensBirds no dudó ni un segundo en emprender el viaje convencido de que conquistaría un gran tesoro. Fue muy bien recibido. Rápidamente se contagió de esa extraña magia que reinaba en esa tierra extraña y a su vez, los negocios que completó le trajeron tantos beneficios, que enseguida comenzó a idear la forma de incrementar esa riqueza. El plan: pertenecer al poder de la isla.
Por supuesto que su primer intento fue acercarse a la Reina Regente pero esta era lo más parecido a una diosa que podría imaginar, poderosa e inalcanzable. Entonces decidió dirigir su estrategia hacia la mano derecha de esta, igual de exuberante, y aunque no llevase la corona, comprendió con facilidad que su poder recorría también cada rincón del reino. Ella era: Katherine de Eritrians.
Tenía clara su meta. Pero envolverse en aquella aventura de tanto placer fue mucho mejor de lo que imaginó y sentía que tal vez ya había cometido el error de estar demasiado enamorado. En aquel instante, mientras los jadeos ahogados de sus bocas desdibujaban el silencio de la noche y sus labios se negaban a separarse de aquel beso posesivo y erótico, ambos llegaron a la misma conclusión: era algo más aunque ninguno de los dos lo admitiría ante el otro.
Se separaron un poco para mirarse a los ojos.
—¿Algo te preocupa Katherine de Eritrians? Y estaría dispuesto a entregar mi barco para hacerlo desaparecer — soltó asombrándose de su sinceridad en aquellas palabras. Ambos rieron.
—Gracias por sacarme una sonrisa hasta en mis peores momentos. Henry... en serio, gracias por estar aquí mi amor — lo besó sutilmente —Pero no será necesario que entregues tu barco.... — lo tomó de la mano — Aunque si puedes hacer muchas otras cosas... — lentamente lo arrastró tras de sí de nuevo a la inmensa cama de roble tallado con incrustaciones de oro, adornada en sus pilares con finas cortinas de lino. Se hundieron en las sedosas sábanas y Katherine cerró los ojos mientras que su capitán siguió con besos el camino de sus piernas hasta su ombligo. La sensación era demasiado exquisita y permitió a sus otros sentidos apoderarse de aquel ardor.
Él se arrodilló apresándola entre sus muslos mientras quitaba su vestido. Katherine se mojó los labios ardientes de deseo saboreando con la vista el cuerpo desnudo de aquel hombre que pronto tendría entre sus brazos otra vez y que la transportaría a lo más alto del placer, espantando así por unas horas los pensamientos que la mantenían tan intranquila. Se torció excitada cuando al fin fue despojada de toda vestimenta y él se plegó a ella para apoderarse de su boca nuevamente en un beso profundo, enredando sus lenguas y mordiendo sus labios. Sentir las pieles rosarse aumentaron los gemidos, que sirvieron de aviso para que tomaran aire antes de comenzar otra vez en aquella especie de danza ardiente.
De pronto dos golpes secos retumbaron en la inmensa puerta del dormitorio con un eco casi fantasmal que recorrió toda la habitación. Ambos amantes se quedaron muy quietos por un instante sin romper el abrazo que los unía.
—¿Quién puede molestarte a estas horas? — Henry sonrió divertido ante el rostro hermoso de Katherine que se cubrió inmediatamente de ese enojo que tanto conocía ya.
—No te burles — contestó seria
—¿Lo ignoramos...? — la besó suave en la barbilla. Ella suspiró. Estaba decidida a dejarse llevar, había sido un día muy extenuante.
Los golpes se repitieron esta vez con el doble de intensidad. Katherine se incorporó bruscamente, muy molesta. Henry se escurrió a su costado suprimiendo una sonrisa, ella le alzó una ceja. Se levantó de la cama y se enroscó con una de las sábanas de seda. Henry la miró mientras apoyaba la cabeza sobre sus manos dobladas en la nuca.
—¿Saldrás así?
— No demorare más de un minuto — aseguró.
—Entonces te espero aquí —se apoyó sobre el brazo en ángulo de noventa grados para verla llegar a la puerta. Se sonrió. Sabía que Katherine se había molestado y calmar ese enojo sería excitante. Además podría aprovecharse para convencerla de aceptar un trato que debía cerrar antes de regresarse al Continente. Indiscutiblemente cuando Katherine estaba molesta era cuando mejor se lograba pactar algo con ella. Le ganaba el impulso de su rabia.
Katherine abrió la puerta con un gesto un poco brusco para descubrir ante ella al Comandante de la Guardia Real. El hombre alto y muy fornido tenía aspecto de guerrero medieval, con el rostro feroz atravesado por una cicatriz y adornado por una barba muy negra igual a su cabello rizo que casi alcanzaba sus hombros. Vestía el distintivo uniforme de la guardia, su pechera y capa rojo vino con incrustaciones en plata que simulan tribales y el yelmo plateado con aspecto de quimera en la mano. Podría influir miedo solo con su presencia pero a Katherine no se atrevía a mirarle a los ojos. Verla cubierta solo por aquella sábana le hizo temblar las rodillas, pero el Comandante había aprendido con tantos años cuanto podía controlarse.
—Tiene que ser muy importante, Antuan, para que tu... —le empujó la barbilla hacía arriba para que la mirase. El hombre se estremeció con el toque y más aún al notar refulgir el enojo en aquellos ojos azules que tanto conocía y que tanto adoraba desde el silencio. —...te atrevas a molestarme.
—Lo siento... — carraspeó para aclarar la voz — Lo siento mi señora, no quería...
—Basta... —hizo un gesto con la mano —No te disculpes si ya lo hiciste.
—Ha sido el señor Pierce. Ha insistido que venga a buscarla.
—¿Pierce? — Katherine se sorprendió un poco. Su sobrino era más de andar en fiestas a esas horas a no ser que se hubiera metido en algún lío. Pero ninguno en los que ella había tenido que intervenir había tenido que resolverse en medio de la noche —¿Qué es lo que quiere a estas horas? — preguntó tratando de evitar salir.
—No lo sé con exactitud mi señora, pero está esperándola muy ansioso en el Salón de las Mil Tierras. Me envió por usted. Dice que es cuestión de vida o muerte — Katherine respiró convencida.
—Está bien. En ese caso... Espera un momento. Bajaré.
Después de unos minutos Katherine descendió los cientos de escalones de mármol rosado que la separaban del Salón de las Mil Tierras, el lugar oficial de reunión del Concilio Obscuro en sus conclaves privados y también de las cámaras representativas de las diferentes regiones. De ello surgía su nombre.
Sus pasos llenos de elegancia la hacían parecer flotar sobre el suelo provocando que el vestido de descanso holgado, de un satén verde oscuro con bordados dorados que llevaba puesto, ondeara tras de sí. Antuan la siguió en silencio como una sombra.
Llegaron hasta las inmensas puertas de roble y él se adelantó para abrir las dos hojas de par en par. Katherine se adentró seguida por el Comandante que cerró la chirriante puerta detrás de ellos y se quedó de pie junto a esta, en silencio.
Ella bordeó la inmensa mesa de madera redonda con sus más de cincuenta sillas de respaldos altos que descansaban en el centro de la también circular recámara, hasta llegar junto a su sobrino Pierce que no se inmutó. La esperaba de pie, callado, junto al fuego crepitante en la grandiosa chimenea cincelada en el mismo mármol de tonos dorados con que fue tapizada toda la habitación. Íconos fabulosos y míticos adornaban los pasajes dibujados en los cuadros entre cada una de las largas ventanas de cristales de colores y en la altísima cúpula un pasaje de la última gran guerra de HavensBirds rellenaba cada rincón.
Katherine se detuvo frente a Pierce con las manos cruzadas y expresión de esperar una buena explicación. Él la miró muy serio. Esto sorprendió a Katherine puesto que su atractivo y descarado sobrino nunca se mostraba tan serio y reservado.
Estaba vestido muy elegante, así que no dudaba que viniera de una de esas exuberantes fiestas en las que se perdía muchas noches. Pierce era un joven muy atractivo, apuesto, de cuerpo atlético y facciones principescas; y al poseer un puesto privilegiado en el poder del Concilio y en la familia más determinante de la capital, lo hacían tener libre albedrío en cuanto aplaceres se le antojase, sin miramientos.Y cuando algo se salía de sus manos, acudía a su poderosa tía para dejarlo en las sombras.
—Espero que realmente sea una cuestión de vida o muerte — Pierce la miró y sonrió sin ganas.
—Estás molesta porque he interrumpido tu divertimento con el capitancito —Katherine se acercó a él y lo miró directo a los ojos con enojo.
—No te atrevas a hablarme de esa forma, Pierce — se quedaron en silencio. Pierce suspiró para tranquilizarse. No podía enojarse con su tía sabía que saldría siempre perdiendo. Ella lo observó por un instante y notó como temblaban sus manos. Algo grave debía sucederle y decidió calmarse para escucharlo — Noto que estás muy nervioso, así que olvidaré esos arranques malcriados que tienes de vez en cuando.
—Lo siento tía. Yo... Solo estoy algo molesto pero es más porque... tengo miedo...
—Y porque tú estés asustado tienes que hacerme salir de mi habitación a estas horas.
—Pensé que confiabas plenamente en mí. Me has criado desde que era un adolecente. Sabes que he aprendido mucho de ti. Cuando... Sucedió lo que sucedió en el pasado, tú... tú no me diste la espalda. Me acogiste y me pusiste en donde estoy hoy. Jamás podré olvidarlo y jamás dejaré de agradecerlo. Sabes que dentro del Concilio y fuera de este yo te sigo como el más fiel sirviente. Que estaría dispuesto a dar mi vida por ti...
—Basta Pierce, no tienes que decírmelo. Lo sé perfectamente mi querido. Eres la única familia que me queda y te quiero mucho. No entiendo a que viene todo esto precisamente ahora... —apoyó una mano sobre el hombro del muchacho con su arrogante sentido de merecimiento. El gesto frío no consiguió quitar esa inexplicable sombra de desasosiego del rostro de él. Suspiró resignada — ¿Qué es lo que sucede que te tiene así de alterado?
—Si sabes que estoy aquí para ti siempre, entonces porque no confías en mí...
—Pierce deja de decir tonterías. Sé que puedo confiar en ti. Tu lealtad es probada.
—Entonces porque me dijiste que la tercera reina había muerto fuera de HavensBirds cuando eso no es verdad... es todo lo contrario y lo ocultaste. ¡Me lo ocultaste a mí! — soltó alzando la voz alterado y se quedó mirándola fijamente.
Las palabras tomaron a Katherine por sorpresa. Contrajo el rostro poniéndose muy seria. Se alejó lentamente hasta sentarse en una de las sillas junto a la gran mesa para procesar las palabras de su sobrino. Luego lo miró con su característica pose altiva e imperturbable. « ¿Pierce sabe algo?» Se dijo a sí misma. Nunca se había tocado ese tema entre ellos y hacerlo así de pronto, de la nada, no era normal. Decidió no desmentirlo.
—Puedes estar seguro que fue por un bien mayor...
—¡Entonces lo admites! ¡Pero tía...! — Pierce se acercó a ella convirtiendo todo vestigio de enojo en total agobio —¿Sabes lo que significa...? —ella hizo un gesto con la mano para que callara. A la gran Katherine de Eritrians le molestaba sobremanera que le cuestionaran una decisión suya, incluso en aquel momento, con la más grande confianza que pudiera profesarle a su sobrino.
—No te preocupes Pierce, está todo bien. No sé por qué ha salido a relucir este asunto ahora, pero puedes estar seguro de que no es un problema — Pierce se hundió los dedos en el cabello con algo de desesperación.
—¿Ah sí? ¿No te sobrepone ni siquiera adivinar como lo sé ahora...? — lo miró con un poco de inquietud.
—Tampoco es para que estés tan alterado ni para que no pudieras haber esperado a que amaneciera para contarme cada detalle de lo que sea que haya ocurrido... — intentaba restarle importancia y su tono seco implicó que estaba dispuesta a terminar la conversación pero Pierce insistió.
—¡Se lo has ocultado a todo HavensBirds! ¿Qué pasará si se descubre? ¿Qué pasará con los Priores de cada ciudad, con el resto de la corte, con los miembros del Concilio, con todos los habitantes...? Eso es traición. Sabes muy bien que hay Priores en la cámara de las Mil Tierras que te odian, que ansían por fin destituirte. Sabes muy bien lo que le pasa a un traidor —Pierce se dejó caer abatido sobre una silla y miró a Katherine desesperado ante su inmutación. Ella se sonrió complacida ante la verdadera preocupación del joven y también para evitar perder la poca serenidad que aún mantenía.
—Me da mucho gusto que te preocupes así por mí. Pero puedes estar tranquilo. La definición de traidor dentro de esta propia sala... — miró en rededor —... la dispongo solo yo — se acarició la barbilla arrogante y sonrió.
Su rostro nacarado brilló macabro con el resplandor de las llamas. Pierce se estremeció. Esas palabras de Katherine le lastimaron. Había recuerdos que aun mantenían una herida abierta en su interior. Respiró profundo no podía dejarse ganar por un rencor que a veces ni siquiera sabía justificar, no en aquel momento.
—Pues entonces tendrás que tomar cartas en este asunto de inmediato — dijo por fin y dejó caer sobre la mesa, un pequeño pergamino de un color azul intenso unido por un sello dorado que dibujaba un ojo en la cima de una montaña. Katherine borró la sonrisa de su rostro al instante. Reconoció perfectamente de donde provenía aquel mensaje. El papiro pintado de azul y el sello, eran inéditos de la isla de Delfeos. Pierce se inquietó otra vez al ver la palidez aparecer en el rostro de su tía.
—Entiendes ahora porque no podía esperar a...
—Lo has abierto — lo interrumpió. Tomó el pequeño mensaje en sus manos y notó el sello roto.
— Lo siento — se disculpó poniéndose de pie y le dio la espalda para volver a perder su mirada en las llamas de la chimenea — Me ganó la curiosidad debo admitirlo. No es muy común recibir un mensaje de Delfeos. Justo entraba al palacio cuando vi caer desfallecida la paloma mensajera cerca de mi caballo. Le dije al centinela que me encargaría cuando note el color del papiro atado a su pata. No lo he entendido muy bien por eso te he hecho llamar. Me parece de suma importancia recibir a estas horas un mensaje del Prior de Delfeos. Habla de una nueva visión de una de las doncellas clarividentes. Pero tan grande que el Pozo de Luz la ha convertido en Profecía. ¿Hace cuánto tiempo que no surgía una profecía en HavensBirds? Entiendes ahora mi temor y nerviosismo... — Katherine trató de que no se notara el insipiente desconcierto que se apoderaba de ella. Desenroscó el pequeño papiro y leyó calmada alzando la voz solo en la última frase.
—«Y la primera saldrá con su cabello de oro y espada de rayo, para reinar sobre las otras dos. La tormenta se desatara, HavensBirds llorara con su sangre por haber olvidado a su Reina» —estrujó el papel —Esto no significa nada.
— ¡Como que no! Habla de la primera, la primogénita... y menciona a las ¡tres! Tres reinas. Además profetiza algo espantoso, HavensBirds llorara sangre.
—Ay por favor Pierce — se puso de pie un poco exasperada — No seas tan dramático. Sabes que a Cripto le encanta adornar con palabras despampanantes lo que le describen las doncellas del oráculo cuando tienen una visión clarividente.
—Pero el Pozo de Luz la ha convertido en Profecía. Sabes lo que significan las profecías en esta tierra, como determinan... Además no tardará en llegar a cada rincón, a estar de boca en boca. Corren como el viento en esta tierra. Muy pronto todo HavensBirds lo conocerá y comenzaran a cuestionarse, a cuestionarte a ti. Por la Diosa... todavía recuerdo el pomposo funeral y las peregrinaciones...qué gran teatro ¿cómo vas a justificarlo...? —Katherine se mantuvo en silencio con la vista fija en las llamas ondulantes de la chimenea. Su rostro estaba rígido y no podía ocultar su preocupación.
—Está bien. Iré a la isla de Delfeos. Aclararé todo este asunto. ¡Antuan...! — El comandante dio un paso al frente como perro fiel — Prepara la barcaza. Tengo que zarpar desde Ensenada Escondida hacía Delfeos está misma noche, en secreto.
—Pero mi señora, Ensenada Escondida está muy picada por la última tormenta será muy difícil zarpar desde allí. Además de noche es peligroso...
—No te estoy pidiendo tu opinión Antuan. ¡Haz lo que te digo! — el hombre respiró resignado. Chocó los talones en saludo oficial para después abandonar la sala cerrando la puerta ruidosamente tras de sí.
—Iré contigo.
—De ninguna manera, Pierce. Te necesito aquí para que cubras mis espaldas. Mañana parten los tres buques incluido el de Henry, hacia Continente. Necesito que supervises eso directamente en Puerto Verde. Quiero que todo el mundo vea que el Concilio está muy pendiente del comercio con Continente y que no habrá cabida para aprovechadores o contrabandistas ni de fuera ni de dentro de HavensBirds — Pierce hizo un gesto para replicar pero Katherine lo interrumpió con un ademán de su mano. El joven respiró resignado, la gran Katherine había dicho su última palabra —Ahora vete y descansa. Te quiero mañana perfecto en el puerto. De paso te reúnes con el Prior de los Naturalistas, te dejare escrito los asuntos que quiero que trates con él. Si te menciona algo sobre el año de la Ascensión o el Festival de la Cosecha le dices que espere a reunirse conmigo personalmente.
—Los naturalistas están muy desesperados por las festividades de la ascensión de la reina ¿no?
— Sabes como son. Cualquier pretexto para festejar. Y este es sumamente importante. En el fondo son arrogantes. Este año tienen una heredera de su don después de tanto tiempo y esto los vuelve locos. Aunque digan que no distinguen por los dones, si lo hacen cuando se trata de un naturalista.
—Tal vez una naturalista llegue al trono esta vez.
—Teniendo en cuenta que no hay una de nuestro don, es la mejor opción. Las elementales son mucho más difíciles de controlar — la sonrisa con rasgos de maldad de Katherine contagió por un momento a su sobrino.
—Quieres decir que el Concilio seguirá con las riendas...
—Si no es así, HavensBirds sería un caos. Aunque muchos no lo crean.
—¿Y la profecía?
—No te preocupes por eso, ya te lo he dicho. Me encargaré a penas llegue a Delfeos. — le extendió la mano con la palma hacia abajo para que la besara como era la costumbre de respeto a la hora de despedirse de la presidenta del Concilio. Pierce la besó y se retiró en silencio.
Con el eco de la puerta al cerrarse, Katherine se dejó caer sobre una silla nuevamente y se quedó por un instante mirando el mensaje estrujado sobre la madera pulida.
Imágenes pasadas se desplegaron en su mente muy despacio, recuerdos que había enterrado muy profundo. Ante ella apareció Elizabeth en aquella noche cuando tenía solo 12 años. En aquella ocasión había logrado que se mantuviera de pie más tiempo del esperado después de hacer que la víbora de anillos la mordiera en la muñeca.
Pero al final había caído de bruces sobre la fría piedra de las catacumbas del Templo Mayor. Katherine se desanimó, el veneno de la víbora iba matarla. Debería haber sucedido al instante, pero aún vivía y eso le había dado la esperanza de que si sobrevivía significaba que todos sus esfuerzos para despertar en ella el Don de los Envenenadores podrían tener éxito. Con más entrenamiento podría lucirlo aunque fuera un poco en público, lo justo para demostrar que podía regir y así logar que tomara el trono de HavensBirds otra heredera Envenenadora. El resto solo sería manejar muy bien el hecho de que la Reina no fuera lo suficientemente fuerte en su poder, y eso no era problema para ella.
Pero Elizabeth convulsionaba a sus pies, otra vez, fracasó. Sintió algo de pena por la chica, delgada y demacrada, que se retorcía como si un demonio le arrancara el alma. Se arrodilló para acariciarle su frente, húmeda por el sudor, con algo de lástima. En el fondo la quería, igual que quería a las pequeñas mellizas, aunque todos creyeran que su forma tan rígida fuera todo menos cariño.
Todos sus actos estaban justificados por la razón de protegerlas, de hacerlas más fuertes. Sabía que Elizabeth había llegado ya a odiarla por los continuos entrenamientos con veneno.Tal vez si fueran demasiado crueles. Pero «Claro que las quería, las había visto nacer». Se justificaba a si misma a modo de calmar un poco su conciencia.
La madre de las pequeñas, la Reina, había sido su mejor amiga desde muy jóvenes. Aunque en los últimos tiempos de su reinado, antes de la gran sublevación y durante esta, habían existido asperezas entre ellas, al punto de llevarlas a discutir fuertemente en público, sabía, se aferraba, a esa amistad que aún transcendía el deber. Inevitablemente, Aleene había cambiado. Se retractaba de su acuerdo, se enfurecía y hacia oídos sordos a sus consejos. Ella que solo vivía por su bienestar. Era muy injusto de su parte, aunque fuera la reina y su amiga.
Pero Katherine sabía que la Reina Regente en el fondo sentía aún un inmenso cariño por la amistad que las unió siempre y ella lo correspondía totalmente, aunque pareciera lo opuesto en los últimos años. Katherine a veces también perdía sus estribos, el carácter de las dos era demasiado dominante.«Ella era la presidenta del Concilio y la Consejera Real, la reina tenía que escucharla, su intención era por el Bien Mayor»
El hecho de que no se pusieran de acuerdo de forma bastante violenta, generó demasiados comentarios malintencionados en las altas cámaras, pero aun así seguían unidas, en deber y en cariño. La familia de su única amiga era muy importante para ella, aunque esta fuera la familia real. Katherine sabía perfectamente cuál era la causa de que su amistad convaleciera, pero era el sacrificio que tenían que pagar. HavensBirds atravesaba una crisis y la guerra desgastaba sobre todo la esencia mágica de aquella tierra divina.
Habían hecho un pacto las dos, un pacto de sangre. No podía permitirle a su Majestad que descuidara su promesa, tenía que enfrentarla. Ese secreto se lo llevarían a la tumba ambas. Por eso después de la muerte de la gran Reina Aleene, Katherine decidió convertirse en la protectora feroz de las tres herederas, no solo por su responsabilidad ante el Concilio sino por el cariño que la unió a su madre, era su deber, para su propia conciencia, sus actos estaban más que justificados.
Se puso de pie notando otra vez la soledad del salón donde estaba. Desperezándose de sus meditaciones limpió una lágrima discreta que se había escapado de sus ojos. Llegó junto al fuego de la chimenea y lanzó el mensaje del oráculo a las llamas que parecieron rugir ante el contacto.
Con el sonido, Katherine volvió a abstraerse en su mente mientras miraba el fuego revolverse. Volvió la imagen de la pequeña Elizabeth retorciéndose en el suelo. Katherine ya se había convencido de que no se pondría en pie por ella misma. Sacó de su traje el pequeño frasco ámbar con el antídoto y se dispuso a dárselo cuando algo extremadamente sorprendente hizo que se separara de ella con un sobresalto. Elizabeth aún estaba inconsciente pero había dejado de moverse.
Su cuerpo reaccionaba poseído por una extraña magia. Luces muy refulgentes cubrían toda su piel como una areola tornasol. De pronto comenzó a levitar hasta ponerse erguida sin tocar el suelo con sus pies. Se abrieron sus ojos y el color verde de ellos se convirtió en un tono parecido al mismo fuego. El cabello castaño claro se transformó en instantes en un permanente color rubio brillante. La areola a su alrededor se expandió un poco más, como una estrella a punto de explotar y toda la habitación de piedra comenzó a temblar fuertemente, agrietando las paredes temiblemente.
Katherine se puso de pie asustada y se alejó chocando su espalda contra la áspera pared. Nunca había visto nada igual pero su incesante estudio de la magia y hechicería, así como de cada ser existente en HavensBirds le permitía comprender perfectamente que era lo que presenciaba, aunque nunca hubiera imaginado que un solo ser, tan débil, tan pequeño, pudiera contener tanto poder mágico en su interior.
Ya había conocido a alguien como ella, el cabello rubio era el distintivo de aquellos seres, solo ellos lo poseían. Esa persona y ella juraron ocultarlo siempre porque los habitantes de HavensBirds no estaban preparados para asimilar a los diferentes, para asimilar tanto poder en una sola persona, y el miedo ella bien sabía que podía conducir al caos. Entonces, volvía a suceder. Acababa de descubrir que Elizabeth no era la chica vacía sin dones que creía, todo lo contrario, solo que aún no se daba cuenta. En ese segundo fugaz decidió que así tenía que permanecer, en total secreto. Otro secreto enterrado en su memoria y en los fríos ladrillos del Templo. Movió la cabeza para huir de sus pensamientos otra vez y volvió a la realidad del desértico Salón de las Mil Tierras.
—«Ocultarlo una vez destruyó el único sentimiento real que has tenido en tu vida, ocultarlo una segunda vez... te destruirá a ti, Katherine.» — la voz pareció provenir de otra dimensión.
Katherine miró a ambos lados de la recamara entre sorprendida y asustada, pero no había nadie más allí, estaba completamente sola. La voz no estaba más que en su subconsciente. La intranquilidad la invadió como algo latente. Respiró profundo para tratar inútilmente de calmarse. Tenía que aclarar bien todo este asunto de la profecía. No había querido demostrar nada ante Pierce, pero muy en el fondo de su corazón, la gran Katherine, estaba asustada.
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El silencio reinaba en la Cabaña Negra. Todas dormían pero no todas tranquilamente. Un extraño sueño se adueñaba de Elizabeth que se movía inquieta entra las sábanas. En su mente un revuelo de imágenes se sucedía como flashes. Al final se detuvieron con la visión del Lago del Castor, rodeado por el pequeño bosque que se encontraba en las afueras de la capital de los naturalistas, Woodville.
Lo sabía muy bien porque ya había estado allí una vez cuando tenía 6 años. Fue la última vez que recorrió HavensBirds con su madre, la Reina Regente. Pero la imagen no era igual a aquella vez, en esta todo el paisaje era gris aplomado, podría sentir que oprimía su pecho. Apretó los ojos inconscientemente para evitar que el sueño volviera a interrumpirse como había sucedido anteriormente. Y lo logró.
De pronto la tranquila superficie del lago comenzó a arremolinarse. Columnas de agua feroz salieron disparadas y se perdieron en el cielo que centellaba violentamente. Las nubes oscuras y gruesas formaban una infernal espiral semejante a la que mostraba la superficie del agua. Desde el mismo centro del remolino una mujer ascendió flotando. Vestía con un traje esplendoroso cubierto de fulgurantes luces, como si estuviera estampado de estrellas, que desprendían su haz luminoso como ligeros hilos flotando a su alrededor. El cabello rubio brillante se alborotaba al viento y las manos con las palmas hacia arriba mostraban una llama viva que se tornaba roja y naranja, flotando sobre ellas. Elizabeth se estremeció. Podía sentir la poderosa magia de aquella mujer. Creyó por un instante que era su madre, encontraba un parecido, aunque el color de su cabello era muy extraño, nadie en todo HavensBirds tenía el cabello rubio brillante, nadie.
La presencia levantó la cabeza para mirarla directamente con sus ojos verdes brillantes y fue entonces que descubrió que aquella joven con tanta magia era ella misma. Era ella vestida con aquel traje de cielo, como la Diosa Ha, con aquel cabello tan extraño, con aquel poder en las palmas de sus manos. Entonces aquella "Elizabeth" le sonrió de repente, movió sus manos y disparó una columna inmensa de fuego que arrasó horriblemente con todo a su alrededor. Elizabeth se despertó en un salto que la dejó sentada en la cama, transpirando y tiritando de terror.
Se miró instintivamente las manos, las mismas de siempre. Miró a su lado para cerciorarse de que sus hermanas continuaban durmiendo y se dejó caer otra vez sobre la almohada. Cerró los ojos para tratar de conciliar el sueño otra vez pero el salto en su estómago le anunciaba que sería una noche muy larga.
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