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♣19.Mal Amor♣

Amaneció con un sol precioso que fue colmando de una claridad espléndida los fríos acantilados de Mur y hacía brillar, ya en lo alto, el blanco mármol del Templo Mayor. Annabella se había levantado temprano, le agobiaba estar en la cama. Fue una pésima noche donde la persiguió un sueño inquieto que solo le había hecho dar vueltas entre las sábanas. Desayunó en compañía de Inna y el momento había transcurrido muy temiblemente silencioso. Giana las acompaño y a pesar de intentar no sentirlo, había extrañado la otra túnica de Segundo Orden.

La Gran Sacerdotisa le indicó luego del servicio que la esperara en el Salón del Fuego para conversar de algo importante. Sin más anuncio esto la dejó descolocada. Esperó una media hora y al fin decidió encaminarse hacía allí. Sentía la energía de sus elementos revolotear en su interior. Caminaba despacio, la Gran Sacerdotisa fue tan escueta y seria que Anna llevaba una guerra en su mente tratando de imaginar que era eso tan importante que debían conversar a solas. Se sentía nerviosa, podía ser cualquier cosa y en el peor de los casos las que no debía saber. «Tengo que calmarme o será peor el peso en mi pecho y podría perderme.» Se regañó.

Salió de los pasillos hacia un jardín interior rodeado de columnas para que la brisa le despejara la mente. A aquella hora de la mañana estaban completamente vacíos y Anna lo agradeció. Cerró los ojos por un momento y recordó la paz de la cabaña, a sus hermanas, sonrió mientras contradictoriamente escapaba una lágrima. Siempre se habían dicho que la vida les cambiaría cuando salieran de su clausura, pero jamás imaginó que sería una tormenta así.

Su energía estaba más fuerte, su poder crecía, pero las cosas se desmoronaban a su alrededor. Les faltaba la fortaleza del cariño de sus hermanas, la seguridad de las respuestas de Elizabeth, todo aquello le hacían tanta falta. Le dolía el corazón tan solo pensar en ella, « ¿en dónde estaría su hermana?, ¿Katherine le habría encontrado? ¿Le habría hecho algún mal?»Que estuviese en tan gran peligro y ella no poder salvarla, la llenaba de impotencia y rabia. Solo deseaba mantener la esperanza de que Elizabeth pudiera vencer.

El sutil susurro, ya conocido, de la túnica elemental al moverse al viento la hizo reaccionar y abrió los ojos. Allí estaba frente a ella con la mirada triste y los cabellos rojos revueltos, brillando bajo la luz del sol junto a los destellos de sus tocados de plata.

— Anna... — se interrumpió apretando los labios, arrepentida— Lo sien... siento, Alteza. Necesito hablarle, por favor... — la mirada y la voz contenían la súplica de su interior. Annabella tragó saliva y se mantuvo muy seria.

— Ahora no puedo Shell, me esperan — cortó tajante. La bordeó para continuar su camino pero Shell la tomó del brazo en un atrevido movimiento que hizo a Annabella mirarla molesta soltarse con un gesto brusco.

— Deja de tocarme Shell... No puedes hacerlo lo sabes. Eso es castigado.

— ¿Serías capaz de hacerme azotar hasta destrozarme la piel, en medio de la plaza como una vil traidora...? — las lágrimas se asomaron a los oscuros ojos.

— Si sigues demostrando que has perdido la cabeza si lo haría.

— Te amo... — las palabras sonaron poderosas y emocionadas. Rápidas se colaron como una conexión perfecta y la energía en ambas se iluminó.

Annabella notó el ligero temblor en los labios de su sacerdotisa y el subir y bajar del pecho exaltado. Ella había sentido un escalofrío muy bien disimulado y los puños cerrados comenzaron a iluminarse, contrario a su voluntad de mantenerlo oculto. Aquella excitación estaba muy lejos de ser ira. Respiró profundo y la volvió a mirar.

— ¡Estás loca Shell...! — le dijo autoritaria pero ya sin lograr enojarse ante aquella mirada llena de sentimiento. — ¡Por la Diosa! Estás tan loca,... — susurró casi cómplice sin darse cuenta. Bajó la cabeza y la movió en negación.

— Lo sé. Pero es la locura más hermosa que me ha pasado en mi vida. No se siquiera explicarla, pero no podré desprenderme de ella. Y no quiero hacerlo. No he tenido nada que me llene de tan dulce sentir ni nada por lo que sea tan agradable vivir o morir...

— ¿Aunque te vaya la vida...?

— Aunque me vaya la vida — sus labios se estiraron permitiendo casi que escapara su sonrisa ansiosa. Dio un paso hacia ella temblando visiblemente y su mirada se llenó de un brillo hermoso.

— Esto es un mal amor... — sentenció Annabella evitando sus ojos.

— Admite que no eres indiferente... — se atrevió y las miradas volvieron a encontrarse.

Annabella se puso muy seria, no podía permitirse un atisbo de lo que ni siquiera tenía claro en el torbellino que era su pecho y su cabeza. No podía dejar de tener el control o ya no habría vuelta atrás, y perder a Shell jamás se lo perdonaría.

— Basta, o realmente te haré azotar... — trató de parecer severa.

Shell liberó la sonrisa muy tímidamente, en sus labios aun temblorosos. Annabella le apuntó con el dedo pero fue el gesto menos amenazante que pudiera haber hecho jamás y la sonrisa se amplió a ambas.

— Te quedarás aquí, no estarás cerca de mí. Es una orden Shell. Hablo en serio — dijo contundente y aunque Shell intentó hacer un gesto de réplica esta se lo impidió alzando una ceja. — No, no te atrevas...

— ¿Y si estás en peligro?

— No lo estaré. Tú lo estarás. Necesito que estemos alejadas hasta que... no sé, hasta que pensemos con claridad.

— No tengo nada que pensar. Solo tú rondarás mi mente.

— Basta Shell — dio unos pasos separándose de ella.

— Que me alejes no cambiara lo que siento, alteza. No es una tontería pasajera. No hay nada que impulse mi vida más que usted. — dijo y Annabella la miró.

La pasión con que Shell le había hablado y con la que la miraba hizo que el corazón involuntariamente le diera un vuelco en el pecho, y la energía de su don ardiera en sus entrañas. Bajó la cabeza y no respondió, prefería no hacerlo. Le dio la espalda y agradeció en silencio que Shell no insistiera. Se marchó despacio. La Sacerdotisa de Segundo Orden la siguió con la vista hasta verla desaparecer en uno de los corredores. Suspiró con angustia, pero en el fondo, sintió una breve esperanza.

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Marina bajó la escalinata de la Gran Casa naturalista mientras observaba el raro movimiento de los alrededores. Vio a lo lejos como los Hermanos Glet señalaban ubicaciones a varios soldados reales y otros muchos se desplegaban en sentido contrario. Los sirvientes se movían nerviosos, cargando a la casa varias cajas de gran tamaño.

Se quedó de pie al final de la escalinata, extrañada. Tenía que estar sucediendo algo grave porque jamás había presenciado semejante desplazamiento de tropas y mucho menos con ese ajetreo. De pronto vio aparecer a Julia por uno de los flancos. La observó despedirse de su padre el Prior, que se quedó hablando con algunos señores de trajes refinados, seguramente Envenenadores, para luego volver a desaparecer por el mismo costado de la casa seguido por ellos. Regresó la mirada otra vez hasta Julia que se quedó en el lugar sin moverse y notó la sombra de preocupación en su rostro.

— ¡Julia! — le llamó y esta se volteó a mirarla. Marina le saludó con la mano. La hija del Prior naturalista se encaminó hacia ella y al llegar intentó inútilmente de disimular su desasosiego con una mueca parecida a una sonrisa. — ¿Qué está sucediendo que todos parecen exaltados hoy?

— Nada, alteza... — contestó demasiado rápido y poco convincente y Marina se lo hizo saber con una mueca incrédula. Julia se pegó entonces a su costado y le habló muy bajo.

— Están redoblando la seguridad en la Casa porque hay un peligro que nos asecha, alteza — confesó con un toque de misterio y Marina la miró comenzando a asustarse – Pero no se preocupe alteza. Está usted a salvo.

— Cuéntame más Julia. No puedes solo decirme así y dejarme con este desasosiego.

— Solo... — se calló repentinamente poniéndose seria cuando Katherine llegó hasta ellas y la miró alzando una ceja.

— Julia tiene otras cosas que hacer ahora, alteza. ¿No es así? — dijo impasible e intimidante como siempre y aunque a Julia no heló su mirada fría no pudo evitar un ligero escalofrío. Marina la miró algo molesta, aún le costaba desprenderse del amargo momento con Pierce y el rencor le seguía latiendo.

— En ese caso, está bien. Pero en la tarde necesito reunirme contigo Julia así que deberás estar disponible. — acotó y Julia la miró algo sorprendida, pero al notar su determinación asintió sin decir nada más y se retiró luego de una reverencia.

Katherine no intervino pero su mirada continuaba severa sobre Marina la cual se esforzó para no hacer notar su temblor.

— Entremos, hay algo muy delicado que debo contarte.

— ¿Dónde está Pierce? — soltó

— Se ha ido a Eritrians unos días.

— No te permitiré que me alejes de él.

— No te preocupes, no lo haré. Pero después de lo que vamos a conversar es difícil que tengas tiempo de seguir reclamándome esto. Nos esperan tiempos difíciles Marina, y necesitó... necesitamos que llegues a la Regencia lo más pronto posible. HavensBirds necesita una reina que establezca el orden inmediatamente sin miramientos y esa eres tú.

— O Annabella... — corrigió. Katherine la interrumpió sonriendo y Marina la miró intrigada.

La Eritrians hizo una señal para que le siguiera y ambas entraron a la casa. En total silencio evitaron a los que se cruzaron en el trayecto hasta el despacho del Prior, donde entraron y Katherine cerró la puerta tras ellas. Tanto misterio provocó que a Marina le empezaran a sudar las manos.

— Tú tienes que reinar — dijo, rompiendo el silencio al fin con esa voz tan pausada y determinante de siempre que la hacía amenazante.

— No puedes decretar eso, Katherine — trató inútilmente de parecer tranquila.

Katherine volvió a estirar los labios en una indescifrable mueca. Se sentó junto al escritorio de roble y le indicó la butaca frente a ella. Marina obedeció.

— No. Yo no puedo, pero tú sí. Vas a convencer a todo el mundo que tú eres la que debe ser elegida Reina Regente... cueste lo que cueste. — Marina se estremeció y comenzó a sentir que le faltaba el aire.

— Basta... no quiero saber nada. No quiero regir.

— Escúchame muy bien. No es una decisión que tomes... es tu deber.

— ¡Deja de manipularme...! — se quejó en un atisbo de cordura y rompió a llorar. Cerró los ojos un momento, todo comenzó a darle vueltas. Katherine se levantó molesta, la tomó de los hombros y la zarandeó para que le mirase nuevamente. Los ojos azules parecían desprender fuego ígneo.

— ¿Sabes porque hay un despliegue de seguridad extraordinario? Porque tu hermana Elizabeth le ha declarado la guerra al reino y por consiguiente a ustedes... — espetó. Marina se puso pálida y la miró con los ojos muy abiertos.

— ¡Cállate!... — replicó soltándose. Respiraba con dificultad tratando de que las palabras salieran de sus labios — Que... que es... eso tan horrible que... ¿qué dices?

— La verdad. He tratado de ocultarla a ti y a Annabella, porque pensé que convencería a Elizabeth de lo equivocada que estaba. Pero no lo logré, sabes que ella no confía en mí. No aceptó quedarse en la cabaña hasta que ustedes estuvieran posicionadas en sus regiones, se reveló su envidia por ser una Vacía y ha traicionado su estirpe. Ha hecho pactos con criaturas marcadas, magia negra y desplazados. Oh Marina, me da tanto miedo por ustedes... — expresó con todo casi afligido. Arrugó la frente compungida, fingiendo una angustia que Marina en su confusión se creyó completamente.

— Pero Eli... ella... — se le hizo un nudo en la garganta, sentía dolor y miedo.

— Se ha vuelto muy peligrosa. Quiere ser la Reina y hará cosas imperdonables para lograrlo, porque ella no tiene dones y ha corrompido haciendo pactos de magia negra. — Marina se puso de pie alterada pero tuvo que sostenerse al respaldo porque la ansiedad le hizo marearse.

— No... no puedo creerte... — los sollozos le ahogaron. Katherine le tomó de la mano esta vez, y la obligó a sentarse. La contempló con ironía mientras Marina la ignoraba por completo. Sujetando sus manos pudo notar su temblor y enseguida preparó su estocada sin un atisbo de compasión.

— Si no me crees, puedes preguntar a Annabella cuando regrese. Que te cuente el acto tan atroz que sufrieron un grupo de sus sacerdotisas que fueron en su búsqueda — Marina la miró con sus ojos enrojecidos y llenos de dolor todavía negándose a creer lo que escuchaba.

— Anna... ¿Anna sabe esto también...?

— Por supuesto y debe llegar sin preámbulos hoy. Eso espero. Aunque tampoco confiaría en ella totalmente.

— Basta Katherine... — protestó limpiándose el rostro con fuerza. — Son mis hermanas...

— Elizabeth ya no es tu hermana. Es tu enemiga. Pero tranquila. Sé que te sientes decepcionada y herida. Lo siento, yo también estoy atormentada por esto. — apretó ligeramente sus manos para acrecentar su poder de persuasión. — Pero estoy a tu lado Marina, has resultado la heredera más pura, has honrado el legado de tu madre. Sé que vas a ser la Reina Regente que tanto espera HavensBirds. — Marina esbozó una media sonrisa. — Esta tarde si, ve con la hija de Rafack, entrena tu don, hazlo poderoso, muy poderoso, hazlo magnifico. Es lo único que debe preocuparte.

— Quiero que Pierce vuelva, lo quiero a mi lado. — exigió lo más determinante que pudo lograr. Katherine suspiró mal convencida.

— Si es de esa manera entonces las cosas cambiaran. No puedo permitir que lo conviertan en un mal amor así que... — Marina la miró asustada de lo que pudiera decir pero al ver la sonrisa en los labios rojos soltó el aire, aliviada. — Lo hará de la forma correcta. — le limpió una lagrima sobre la mejilla a la reina. — No te preocupes pequeña Marina, estaremos a tu lado, porque mereces ser la reina.

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— ¡No puede ser, no lo creo, me niego! — Annabella bufó mientras caminaba de un lado a otro dentro del Salón de Fuego.

Las llamas que resguardaban las paredes parecían refulgir con su ira. La energía le hervía en las venas. Inna la observaba en silencio, prefirió dar tiempo a que se calmara. La notaba verdaderamente furiosa y entendía que no era para menos después de lo que le dijo, así que evitaría empeorar el humor de la heredera elemental. La piel de Annabella comenzaba a brillar demostrando que sus elementos estaban igual que exaltados que ella.

— ¡No voy a creer nada que diga Katherine...!¡Jamaás! — dijo gruñendo por lo bajo, y las llamas embravecidas empezaron a escapar de la roca en pequeños hilos. Inna suspiró un poco hartada, dio un paso hacia ella y esta detuvo su caminar violento al notarla.

— No te parece suficiente con los hechos...

— No tengo los hechos

— Tienes las palabras de tus sacerdotisas...

— ¡No tengo los hechos!— recalcó alzando la voz e interrumpiéndola. Inna perdió su pastosidad y dio un fuerte golpe con su bastón en el suelo provocando un temblor que hizo tambalearse a Annabella tomándola por sorpresa. La miró con los ojos muy abiertos.

— ¡Cuida tus palabras, Annabella! Eres la reina heredera, pero yo soy tu protectora por designio mágico y no voy a permitirte un berrinche más que nuble tu raciocinio poniendo en peligro la estabilidad. Controla tu impulsividad. — Annabella gruñó molesta, una llama leve se levantó desde la punta de sus dedos.

Inna alzó su mano haciendo un movimiento extraño y una fuerza invisible se adentró de pronto en el pecho de la reina, deteniendo sus movimientos y congelando cada uno de sus músculos. Anna sintió un frío helado incluso en su aliento que salió con humo como si estuviera a punto de exhalar el último suspiro. Hizo una mueca de dolor cuando aquella extraña magia apretó su corazón y la punzada le desgarró el interior. Inna bajó entonces su mano, liberándola al instante. Annabella la miró asustada de su poder mientras recobraba la respiración corriente.

— Mi hermana no es la enemiga... — alcanzó a decir aun mostrando su indignación

— Lo es. Porque en su afán de vengarse te está poniendo en peligro y lo que es peor aún, está poniendo en peligro tu ascensión. Y eso no lo permitiré, ni tu tampoco. Ten en cuenta que te estoy comunicando la situación para que estés enterada no para pedirte permiso. Si Elizabeth es capturada será juzgada como una traidora y tú y tu hermana como Reinas, ordenaran su sentencia. Ahora ve a prepararte, nos iremos a Woodville. Continuaremos con las celebraciones planificadas y no sé si lleguemos a decidir de conjunto, apresurar la coronación. — Annabella inhaló sonoramente con una resignación que le quemaba de ira.

— ¿Apresurarla a su conveniencia?

— Ante situaciones extremas, medidas extremas Annabella. Lo entenderás cuando seas reina. — le dio la espalda soberbia. Annabella limpió las lágrimas que se le escapaban, mezcla de su dolor e impotencia, antes de que se notasen.

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