♣18.La Bruma Mágica♣
Alec estaba sentado junto a la barra. La posada era pequeña pero iluminada y limpia. En una esquina del salón algunos jugaban animados a las cartas. Los observaba en silencio y sonrió nostálgico. La dueña, una mujer regordeta de mediana edad se le acercó y le puso delante una enorme jarra de metal con adornos naturalistasmientras le sonreía.
— No quieres acompañar esta cerveza de calabaza con un delicioso asado que tengo allí detrás. — le hizo una mueca cómica y Alec rió. Siempre trataban de sacar mucha plata a los forasteros.
— Venga, sírveme dos raciones. — contestó siguiéndole el juego.Ella volvió a sonreír y se fue canturreando alguna canción en otra lengua. Alec la vio desaparecer en la trastienda.
— Ya estoy... — se sobresaltó cuando Elizabeth le pegó en el hombro de pronto, con mucha alegría. Se volteó para verla sonreírle con esa manera tan maravillosa que tenía de hacerlo y se quedó disfrutándola.El corazón se le aceleró en el pecho. — Tienes cara de tonto Alec... — el sonrió y se le acercó despacio para besarla con ternura.
Elizabeth le devolvió la sonrisa con un suspiro cuando sus labios se separaron. Le encantaba perderse en ese riachuelo de verde claro que eran sus ojos felinos cuando la miraban con intensidad. Suspiró otra vez y se sentó en la banqueta junto a él.
Él continuaba mirándola. Se había quitado la túnica elemental, debía pasar desapercibida en su compañía, y optó por ponerse uno de los pantalones de cuero, muy ajustados, que usaba para los entrenamientos, una camisa blanca también sujeta a su figura esbelta por el chaleco de hebillas ycubriéndola totalmente, la larga capa de terciopelo negro. Se recogió su cabello en una cola de donde escapaban algunos mechones rebeldes. Alec la contempló extasiado y con delicadeza colocó uno de aquellos rebeldes detrás de su oreja.
— Me encanta como te ves mi elemental. — Elizabeth hizo una mueca incrédula — ¿Qué has hecho con el color del cabello?
— Tu hermana me ha dado una poción para ocultarlo, aun se ve claro pero lo he mezclado y prácticamente no se nota. — él abrió los ojos en gesto de asombro y agarró su jarra de cerveza para dar un gran trago.
Elizabeth lo observaba y le estremecía su virilidad. Ya no podía escapar del amor y el deseo ardiente por aquel hombre, tenía la magia de hacerla sentir con solo su presencia y le encantaba ese nuevo mundo de sensaciones. Su mezcla de salvaje y tierno a la vez le recordaba a las descripciones de los naturalistas, pero demasiado atractivo para ser solo uno de ellos. Los Shinning fueron de estirpe real, no era la única vez que la realeza se mezclaba con el don de la Guerra. Había sido una maravillosa alianza de amor en tiempos muy antiguos cuando HavensBirds era más libre,cuando para el Concilio ellos no eran considerados monstruos porque no peligraban sus intereses.
Notó que Alec también se había cambiado de ropa. Se recogió su melena cobriza atándola en la nuca.Se puso una camisa y una chaqueta verde, a juego con un pañuelo también verde atado al cuello de forma sexy. Parecía un noble y a Elizabeth esto le causó risa y excitación a la vez.
— He pedido asado, debemos comer. — habló al fin mientras se limpiaba restos de espuma de su barba.
Ella apoyó las manos sobre la mesa y se quedó pensativa. Sintió una extraña inquietud en su interior. Había tomado una decisión muy delicada y no dejaba de sentir la sensación de que había sido muy a la ligera.Parecía que su energía interior protestaba contra su razón. Gracias a la Diosa, Alec estaba a su lado.Habían transitado todo el camino hasta aquella comarca, cerca de Puerto Verde, y él no había dejado de darle ánimos y acompañarla en su decisión. Se sentía muy feliz por aquel regalo. Era la primera vez que se sentía protegida e importante para alguien que demostraba su adoración.
Por otro lado, añoraba la estancia con sus hermanas, recordarlas le hacía doler el pecho.Imaginar que tal vez con su partida sentenciaba una despedida para siempre, hacia que ese dolor creciera, revolviera su energía, apretara su corazón. Se agolpaba la angustia e impotencia por verse obligada a alejarse y no verles nunca más.
Pero no podía tampoco evitar sentirse muy asustada. Iba a huir de un destino demasiado abrumador, de algo que llegaba a su vida de pronto y que ella ni siquiera entendía.Descubrir que mucha gente tenía tanta fe en aquel destino imperioso e incierto, le hacía temer, temerse a sí misma y a su nuevo poder. Se sentía aturdida e indefensa. El sonido de los dos platos que la encargada depositó delante de ellos la sacó de sus pensamientos.
— ¿Cerveza? —preguntó siempre sonriente.
— Solo agua gracias. — contestó apresurada y la mujer se retiró.Miró a Alec que ya goloso cortaba bruscamente el trozo de carne con su cubierto y lo llevaba a la boca mientras le alzaba ambas cejas. Elizabeth rió de sus gestos y luego miró su plato. Los naturalistas eran muy rústicos y aquel pedazo de carne demasiado grande con las papas hervidas enteras definitivamente le quitó el apetito.
— Pruébala amor, debemos comer. — ella ladeó la cabeza y comenzó a cortarla muy despacio. Miró a Alec que casi terminaba su plato muy gustoso.
— Alec, ¿cuándo nos iremos? Me siento muy nerviosa.
— Tenemos que esperar. Costará mucha plata pagar a alguien que se atreva a hacer esto. Ten en cuenta lo peligroso que es. — le indicó con un gesto de cabeza la mesa de póker al final. — Probare suerte más tarde y sacaremos buenasmonedas te lo prometo. Confía en tu "bandido". — bromeó tratando de que se sintiera más relajada.
— Eso no es problema, Alec. — sonrió —Tengo dinero... — dijo y él la miró dubitativo. — En serio, tengo coronas de oro. — Alec se atoró y tosió fuertemente. Ella rió ante su cara atónita. Después de tragarse la cerveza y tragarse el asombro la volvió a mirar.
— ¿De oro has dicho?
— Sí. Las encontré en pertenencias de mi madre. Soy una reina Alec, recuerda.
— Shuu... — Alec miró sigiloso a cada lado — No digas eso en voz alta. — luego volvió a mirarla y sonrió con su pizca de malicia que tanto le encantaba. — Es cierto, olvido que eres una reina muy inteligente y valiente y atrevida y audaz y hermosa y quiero besarte... — se inclinó estirando los labios muy cómicamente y Elizabeth hizo un gesto de negación con las manos mientras fingía desagrado.
— Oh no, no, estás lleno de grasas... — se rieron ruidosamente hasta que alguien en el salón les silbó y los hizo callar mientras se miraban traviesos.
— Bueno, en ese caso... pueden cambiar las cosas. Terminemos la cena y veremos cómo proceder, ¿le parece alteza? — susurró la pregunta tan cómplice que Elizabeth se estremeció.
No sabía si por sentirse segura o atemorizada. Estaba muy cerca de hacer la más grande locura de su vida. O es que tal vez ya la había hecho. Pero no le importaba. Ignoraría el volcán que era su energía interior en aquel instante. La batalla de sentimientos encontrados que libraba en silencio. Allí estaba él, su caballero, allí estaba el camino que seguiría fuera de su isla. Allí tenía que ser.
Alec le guiñó el ojo y continuó comiendo tranquilamente. Ella respiró y retornóa su plato.Cortó en pequeños trozos su asado y lo degustó en silencio, evitando sentir el nudo en su garganta.
Un minuto después la puerta de la posada se abrió y ambos miraron de soslayo un poco alertas. Pero el individuo que apareció no medía más que metro y medio. Elizabeth alzó una ceja sorprendida. No esperaba encontrarse un elfo en medio de la región naturalista. Estos seres se habían vuelto muy recelosos luego de la Gran Guerra pues el Concilio los había rechazado alegando injurias sobre su magia sin tener en cuenta que era una de las más ancestrales de esta tierra.El hombrecillo con rostro de pocos amigos se dirigió rezongando a una de las mesas vacías y se sentó luego de colocar su amplio sombrero sobre esta.
— Oh Eli, creo que en verdad la Diosa te acompaña... acaba de cambiar la noche. — Alec le sonrió cómplice y se puso de pie. Elizabeth lo observó en silencio algo sorprendida. Lo vio acercarse a la mesa del elfo y pararse frente a él con los brazos cruzados y mirándolo muy serio.
El pequeño hombre dejó de limpiarse las uñas con la punta de una daga y levantó la vista.Con la mirada desdeñosa observó a Alec de arriba a abajo. Elizabeth notó como los ojos le brillaban bajo las pobladas cejas. Parecía una escena abstracta cuando se levantó, con la altura de Alec no le llegaba ni a la cintura. Se enderezó el ancho cinturón,acomodó atravesada en él, la daga de mango dorado y se colocó con una pose altanera.
— El maldito Alec Cross... — hizo una mueca despectiva en su rostro arrugado. Alec lo miró con los ojos entrecerrados como si estuviera amenazándolo. Elizabeth se puso nerviosa, sintió que se crearía unapelea.
Pero sin esperárselo ambos se abalanzaron de pronto, soltando una carcajada que retumbó el lugar y se abrazaron estruendosamente. Elizabeth se quedó paralizada de la sorpresa, no entendía aquella locura, un instante antes parecía que se batirían en duelo y ahora parecían dos muchachos apiñándose. No dejaba de mirarlos sin salir de su asombro. Alec alzó al pequeño elfo como si fuese un muñeco y resultó gracioso verlo mover los pies en el aire.
— Suéltame ya maldito bastardo... — replicógolpeándolo enfurruñado hasta que Alec lo colocó de nuevo sobre el suelo sin dejar de burlarse.
— Nunca dejo de divertirme contigo, engendro...
— No sé ni para que te sigo soportando pedazo de basura del desierto. — se decían aquellos insultos con sonrisas en la cara y a Elizabeth la dejaban mas desconcertada. Pero comprendió que aquello era una amistad que encerraba más que honor.
— Pensé que te había tragado un Shaani. — el elfo se sentó nuevamentee hizo una seña a la dueña levantando la mano.
— Lo intentó... no te lo voy a negar. Esos malditos lagartijos de mar son demasiado rencorosos... — se remangó su camisa para mostrar una marca horrible de un mordisco sobre su oscura piel. — Pero mi arpón fue más rápido. Que cabronazo... a ti pensé que te había atrapado el Concilio y te había descuartizado en Racons.
— Lo intentó también... — ladeó la cabeza. La encargada se acercó a la mesa.
— ¿Que sirvo...? —preguntó sonriendo condescendientemente. El elfo la miró travieso.
— Trae una ronda de cerveza y carne para todos... este paga. — le indicó con un dedo a Alec, la mujer lo miró y este le contestó con una media sonrisa. Se marchó dispuesta.
Alec se sentó a la mesa junto al elfo y luego miróhacia Elizabeth que seguía de pie tras él. Elizabeth le negó con ambas manos la intención de hacerle repetir carne. Alec sonrió y ella le alzó una ceja haciéndose notar. Le extendió la mano sonriendo divertido, ella la tomó y se acercó a la mesa.
— Rufer te presento a mi mujer. — Elizabeth sonrió al escuchar cómo le había nombrado. El elfo se quedó algo sorprendido y dubitativo. De pronto, de la nada, soltó una carcajada.
— Lo siento señorita... pero conozco a este rufián y me da mucha gracia escuchar algo semejante. Yo le recomiendo que huya ahora que está a tiempo. — Alec le hizo un gesto de desagrado pero Elizabeth solo sonrió y se sentójunto a ellos.
— Pues sepa usted, estimado forastero,que soy peor que él. — contestó utilizando el mismo tono de broma sarcástica y el elfo le alzó una ceja curioso.
— Me caes bien. — le dijo con detenimiento.
— Que bueno porque queremos hacer negocios contigo. ¿Aun tienes la Ostra? — intervino Alec.
— Siempre.Me iré al fondo del mar con ella. — dijo orgulloso. La encargada les sirvió tres jarras de cerveza y las fondas de asado. Rufer le dio un trago profundo casi de inmediato.
— ¿La Ostra? ¿Qué es? —Elizabeth preguntóextrañada, mientras que, aún asqueada, separó de ella el nuevo plato de carne que le sirvieron junto a los demás. El elfo no dejó pasar un segundo antes de caer a mordidas al manjar. Elizabeth evitó mirarle y Alec le hizo un guiño divertido.
— Su barco. Tiene un pequeño velero, que parece endemoniado cruzando el mar. — Rufer bajó los bocados dando un inmenso trago a su cerveza.
— Es magia pura y ancestral. — decretó casi solemnemente. — ¿Y qué negocios quieren hacer conmigo?
— Queremos que nos lleves a Continente. —el elfo escupió la cerveza y su rostro arrugado se tiñó de una mezcla de miedo y sorpresa.
Miró a Alec y Elizabeth, tal vez esperando descubrir la broma, pero ambos lo miraron sin inmutarse. Alec dio un trago a su cerveza y el silencio reinó entre los tres. Rufer observó a Elizabeth ahora más detenidamente. Elizabeth le sonrió encantadora pero interiormente sentía algo de recelo. Aquel hombrecito enigmático la escudriñaba con los ojos entrecerrados bajo las pobladas cejas como si la descifrara en silencio. De pronto los abrió mucho, Elizabeth notó por vez primera que eran azules, y sus labios se estiraron en algo parecido a una sonrisa.
— Acaso ¿Eres tú?¡Oh por la Diosa...!— exclamó de repente como si hubiese descubierto algo demasiado increíble. Elizabeth sintió un estremecimiento recorrerle la espalda y se reclinó en la silla. Ni siquiera pensó en indagar.
— ¿Nos ayudarás o no?— Alec interrumpió poniéndose serio, sin darse cuenta del sutil intercambio de aquellos dos. Rufer no dejaba de mirar a Elizabeth con extraña intensidad, poniéndola algo incómoda.
— Es muy difícil atravesar la Bruma Mágica que protege esta isla.Están seguros de que pueden salir de ella... — soltó y la miró de soslayo.
— Pero lo hemos hecho antes... — insistió y Elizabeth lo miró sorprendida por la información.Este ladeóla cabeza, atrapado en la confesión.
— Si lo sé, pero estos son otros tiempos, tiempos oscuros. — insistió el elfo y retorno su mirada a la reina con aquellaindescifrable complicidad.
— Tengo el polvo de Piedra Corazón... — dijo Elizabeth muy bajo, mas por la inquietud con que se movía su energía interior que por el hecho de que alguien le escuchara. — Y también dinero... — hurgó silenciosa en los pliegues de su chaleco de hebillas y sacó algo en el puño cerrado. Con un toque de misterio abrió la mano lentamente y dejó caer sobre la mesa una moneda dorada brillante con una resplandeciente corona sellada en el metal.
Rufer se reclinó hacía delante y los ojos se le desorbitaron con avaricia.Luego la miró sonriendo malicioso. Elizabeth le devolvióuna sonrisa igual de avispada. El elfo tomó la moneda, la mordió y la miró de cerca, fascinado.
— Es una Corona de Oro... esto es un tesoro. — exclamó. Alec y Elizabeth se miraron y es esta quien le guiñó un ojo esta vez.
— Entonces maldito bastardo, ¿nos llevas? — preguntó Alec
— Partimos al amanecer... —dijo sin demora. Tomó su jarra y la chocó con la de Alec cerrando el trato.Luego ambos engulleron la cerveza, complacidos. Elizabeth no se movió e imitó una sonrisa como la de ellos, pero en su interior la energía de su don se rebelaba, convulsionaba arisca y aparecía otra vez esa opresión en su pecho.
♠♠♠♠♠♠♠♠♠♠
El carruaje del Concilio se detuvo frente a la escalinata de la Gran Casa naturalista. Antuan se asomó a la ventanilla en espera de la orden pero Katherine le hizo una señal para que aguardase. Se quedó en silencio mirándola con esa preocupación que siempre le causaba ver a su señora con el rostro compungido. Katherine lo ignoró, tenía una mano sobre la frente y los ojos cerrados.Trataba de calmar su temblor interno que ya era visible en sus manos. Advertía que la situación se escapaba de su control más y más, y a ella, la gran Katherine de Eritrians no podía sucederle tal cosa.
Situaciones extremas necesitaban entonces remedios extremos.Consideró que ella tenía que tomar las riendas por sus propias manos o nada saldría bien. Debía pensar con claridad pero a su vez sin demorar más el hecho de poner un freno a Elizabeth. Dolía, pero era necesario.«Si solo pudiera terminar de una vez con toda la ceremonia de Año de la Ascensión, coronar a Marina de una vez y por todas para que el bullicio se centre en la nueva atracción entretenida del momento. Eso sería perfecto.Podría sentir menos presión para encangarme de desaparecer a Elizabeth para siempre.»
Pensar con todo el enojo que contenía no impedía que la angustia se abriera paso. Elizabeth ahora era su enemiga, era incluso enemiga de ella misma. «Su pequeña Elizabeth.» Pero tenía que entender que era por su bien, era por el Bien Mayor.Elizabeth era una chica impulsiva y no sabía el poder que tenía. O tal vez solo... era ella quien se estaba equivocando. Otra vez.
— Señora... — la voz ronca de Antuan la sacó de sus pensamientos. Abrió los ojos y lo miró algo molesta. Pero él con su cara inmutable le hizo una señal en silencio para que mirase tras ella. Katherine se incorporó un poco en su asiento y observó por la pequeña ventanilla trasera del carruaje. Entonces descubrió el otro coche que llegaba y de donde se apeó Henry junto a otro hombre que parecía su sirviente.
— ¡Oh por la Diosa...! Lo había olvidado— se lamentó indispuesta.Observó cómo se quedaba un poco indeciso, dudando si acercarse o no a la servidumbre que salió a su recibo. Agradeció que no lo hiciera, puesto que ya el Prior Rafack y su esposa descendían altaneros la escalinata y lo miraban intrigados.
Volvió a mirar a Antuan que la miraba expectante y le sonrió a modo de agradecerle que estuviera siempre pendiente a ella. Le indicó y Antuan le abrió la puerta del carruaje,ayudándole a bajar.Respiró hondo y recobró la compostura altiva. Aunque tuviera que cerrar los puños para esconder su molesto temblor. Al verla Henry se le iluminó el rostro pero se quedó quieto. A la par,llegaron junto a él los priores y Katherine. Ambos naturalistas miraron a cada uno con rostro inquisitivo y Katherine se adelantó a cualquier reacción con su presencia siempre imponente.
— Capitán Henry un placer que haya decidido quedarse. — le saludó extendiéndole la mano y este le contestó cortésmente, besándola. Katherine aprovechó para detallar en silencio lo apuesto que se vía con su traje militar blanco ajustado a su atlético cuerpo, el cabello bien peinado, completamente rasurado su rostro de pómulos perfilados y esa mirada miel, profunda y ardiente. Ese era el Henry que la enamoro y aunque no lo demostrase, le encantaba.
— Es un honor señora Katherine. — contestó siguiéndole la corriente.
Henry sintió un estremecimiento, le fascinabagrandemente esta elegante mujer. Aun cuando notaba su cansancio, el mar azul le brillaba en sus ojos y el tocado que la vestía le hacía resaltar su belleza exótica. Las miradas se encontraron y en un lapsus muy íntimo ella se mordió el labio en una media sonrisa y él le guiñó un ojo. Disfrutaban maravillosamente de su complicidad.
— Él es el Capitán Henry Pork, el Continente lo ha nombrado embajador para las celebraciones del Año de la Ascensión. Ellos son el Prior Rafack de la Región naturalista y su esposa...
— Me acuerdo de usted... — interrumpió el Prior mirándolo sin amabilidad. — Lo vi en Puerto Verde. ¿Arreglóel problema con el buque? Porque lo noté muy alterado aquella mañana. — dijo con mala gana. Henry se puso serio y Katherine contrajo el rostro tratando de que no se notase su molestia. Pero el Capitán se adelantó evitando que Katherine perdiera el autocontrol.
— Oh, no me lo recuerde usted... — contestó afable pero el prior no se inmutó y continúa serio. — Terrible problema. Pero a la vez afortunado porque así recibí la carta que me indicaba quedarme como representante de Continente en sus celebraciones.
— ¿Y cómo recibió la carta acá? — inquirió
— Eso que importa Rafack, ¿lo estás interrogando?
— No hay problema. — Henry sonrió con una tranquilidad que asombró a Katherine. — Me la entregó el almirante de la flotilla que llegó ayer a Puerto Verde, ¿quiere que le invitemos también Prior, y así le preguntamos? — jugó magistralmente su carta con una sonrisa de sarcasmo y el prior naturalista ladeó la cabeza inquieto. Pero su esposa dio un paso adelante sonriendo amigablemente interrumpiendo su hostilidad.
— No es necesario, Capitán. Sea bienvenido. Nuestras alianzas con Continentes han sido siempre muy bienhechoras así que será un gusto mostrarle nuestra más espléndida fiesta. — Henry le regaló una reverencia que a la señora Beth le hizo sonrojar.
— Muy bien dicho Beth. Ahora por favor entremos a la casa. ¿Dónde está su alteza Marina?
— Ha pedido retirarse hasta la cena, estaba agotada del día de hoy en la junta. Aunque Rafack me ha contado que nuestra reina se portó muy a la altura. — explico la señora Beth sonriente y Katherine asintió con la cabeza mostrando algo de orgullo.
Todos entraron al enorme recibidor de la Gran Casa iluminado con luces flotantes y llenó de cestas de flores.
— Si me disculpan, iré a cambiarme a mi habitación para unirme a la cena. Capitán Henry le dejo en muy buena compañía estoy segura que el Prior Rafack le hará ponerse cómodo. — Rafack asintiócondescendiente.
— Será un honor para mí. — dijo Henry con la más grande cortesía.
— Venga por aquí Capitán... permítame invitarle a un excelente licor de sauce, destilado a la más antigua costumbre. Mientras que su sirviente acompañe a uno de los nuestros a acomodar sus cosas
— Yo me encargo de ello al igual de ver como marcha la cena
— Por aquí... —el Prior le indicó con una mano para que le siguiera. Ambos hombres hicieron una pequeña reverencia a las damas y se encaminaron hacia la otra estancia.
— Bueno, Katherine quedas en tu casa... — la señora Beth se retiró presurosa.Nunca le había gustado quedarse a solas con la Eritrians, le daba miedo. Y tampoco prefería que una Envenenadora estuviera rondando su cocina.
Katherine se quedó sola y pensó por un instante que aquella prisa era algo de muy mal gusto pero no le dio más importancia.Se encaminó despacio hacia su habitación.
♠♠♠♠♠♠♠♠♠♠
Las pesadas cortinas de color terracota estaban corridas todavía en los ventanales de la alcoba real. Así habían estado toda la tarde, desde que Marina se encerrara en él luego del almuerzo. Se sentía agobiada y el sentimiento de nostalgia le ganó más terreno aunque no se permitiera admitirlo. Extrañaba la paz de la cabaña y a sus hermanas, las extrañaba demasiado. Pero justo cuando el llanto casi asomaba a sus ojos, Pierce se coló en su cuarto.
Bendecido atrevimiento. Pierce la compensaba, Pierce era su pilar para sostenerse. No le importaba que pudiese decir Annabella o cuantas dudas tuvieran todos de él.No le importaba que fuera de estirpe de Envenenadores, el no era frío ni calculador, ella lo sabía bien.En sus momentos de fragilidad a solas, él le demostraba lo que necesitaba. Se arriesgaba para estar a su lado sin importar consecuencias y eso le hacía sentir protegida y amada.
Se había quedado ahí, una hora o más, respetando su silencio, solo abrazándola, y el calor de su cuerpo unido al sonido de su respiración que ya comenzaba a ser un poco agitada, hacía a Marina contagiarse de la naciente excitación. Estaba recostada al respaldo de la cama con su bata de descanso, de una seda muy fina, colocada al descuido, dejando un escote muy libre al igual que un hombro. Pierce estaba recostado sobre su pecho jugueteando con las cintas de color rosa. Se había quitado la camisa contagiado por la complicidad y la sensualidad de su intimidad.
— Eres tan increíblemente hermosa — dijo con voz grave de deseo — Cuando intento recordarte tal como eres ahora, mi deseo por ti se vuelve desesperado... Sin embargo, los recuerdos son una pobre imitación de la realidad. Ningún sueño, ningún pensamiento, ningún recuerdo podría hacerte justicia nunca. — la mano de Pierce se deslizó por su pecho con otra caricia más, exquisitamente armoniosa, antes de caeren la suave línea de su cintura. — Tan pequeña, tan femenina... — susurró, acercando los labios a su seno —Tan dulce...
Ella profirió un gritito cuando la ávida boca cubrió su pezón y la lengua se movió astutamente, propagando chispas a través de su cuerpo como si fuera una violenta cascada. Ella separó las piernas al contacto de sus manos, luchando febrilmente para atraerle más cerca.
— ¿Es éste tu castigo por estar tan callada toda la tarde gimoteando como niña?— preguntó atropelladamente, recorriendo con las manos los duros y anchos músculos de su brazo y agarrando sus hombros —. ¿Hacerme esperar hasta que muera de deseo por ti?
— Ya sé cómo me recompensarás por todo lo que me has hecho pasar esta tarde — contestó él.Su voz era un ronroneo perezoso mientras saboreaba el suave valle que separaba sus senos — Jugaremos aquí y ahora. Y aunque en la cena los dos estaremos exhaustos, te prometo que también estaremos demasiados saciados para que nos importe.
Los dedos de Pierce parecían sentirse atraídos por las partes más sensibles del cuerpo de ella, vagando de nervio en nervio y provocándole indescriptibles sensaciones de placer. Una tras otra se interrumpieron las conexiones entre sus pensamientos, dejando a Marina sólo con la capacidad de responder a él como una criatura mecánica. Pierce sabía exactamente cómo darle placer, con caricias firmes en algunos lugares, tan ligeras en otros, acallando sus grititos de súplica con sus besos, para evitar ser escuchados desde el pasillo. Sus cuerpos flexionándose, amoldándose el uno al otro y enseñándole como devolverle el goce.
— Basta — jadeó, agotada y dolorida de tanto deseo reprimido — No lo soporto más, y no sé cómo tú puedes. Te lo ordeno... — Pierce sonrió pícaramente.
—¿Me lo ordenas, alteza...? ¿Qué me ordena? —preguntó sonriendo.
Sin esperar respuesta, sus manos la cogieron firmemente por las caderas y para sorpresa de Marina, la volvieron boca abajo. Le arrebató la bata por completo dejando a la vista su exquisita desnudez. Sus senos se aplastaron contra el colchón, la cabeza girada hacia un lado intentaba mirar a Pierce. Un extraño espasmo de excitación recorrió su piel mientras él besaba su nuca y mordisqueaba ligeramente las delicadas depresiones de su columna. Sintió como se apoyaba en sus brazos y escuchó el pantalón caer al suelo.
Instintivamente Marina presintió lo que estaba a punto de suceder y se estremeció con nerviosa expectación. No le importaba el temor de aquella nueva forma salvaje de Pierce, solo quería sentir su piel caliente. La aterciopelada voz de Pierce acarició sus oídos, susurros oscuros y eróticos que le evocaban imágenes vívidas y terrenales. Con suavidad, sus dedos se deslizaron entre ella y el colchón, separándose bajo las caderas y elevándola hacia arriba. Ella flexionó las rodillas y fue vagamente consciente de la fricción del vigoroso pecho masculino contra su espalda.
— ¿Pierce? — preguntó aturdida, oyendo la tensa respiración de él.
Y entonces dio un gritito cuando Pierce la penetró de una embestida con su potente miembro, una sensación imperiosa y contundente arrasando todos los rincones de su cuerpo. Los brazos de él rodeaban los suyos y Marina se aferró a las muñecas con fuerza, colmada de aquel torrencial impulso hasta que ambos cuerpos quedaron encajados.
Aunque la pasión de él era violenta, también era amorosa, ya que la satisfacción de su deseo era primordial para él y cada movimiento buscaba aumentar el éxtasis. Las sensaciones manaron en su interior hasta que se rindió a ellas sin poder contenerse, arqueándose contra él mientras se sentía inundada de una dicha absoluta. La mano de él buscó su sexo para acariciarlo, alargando la gratificación tanto como fuera posible. Pierce la tomó con vehemencia, sujetando con fuerza sus caderas mientras se estremecía con profundogozo. Los gemidos de ella se hicieron eco del choque de sus carnes sudorosas y los gruñidos de él, cada vez más ascendentes, hasta que explotaron hinchados de placer y cayeron desplomados sobre el lecho.
Marina tardó mucho rato en recuperarse.Su mente y su cuerpo aún drogados con la agradable laxitud que la envolvía como un abrigo de terciopelo. Volviendo el rostro hacia Pierce, lo apoyó en su hombro y quedó aprisionada en su abrazo, el refugio más seguro que conocía. Antes de que sus respiraciones volvieran a la normalidad y pudieran calmar su energía interior, el estruendo de la inmensa puerta al abrirse de par en par los hicieron incorporarse como un resorte.
Marina sintió un escalofrío de pánico al ver entrar con paso amenazante a Katherine. Su vestido de cuello largo y bordados negros, junto a su rostro altivo y perverso le hacían verse realmente intimidante. Marina se cubrió con la sábana ocultando así su temblor. Vio como Pierce, se deslizaba hasta ponerse de pie.Se colocó el pantalón y la camisa pero con tal parsimonia, que le puso muy nerviosa.«Acaso está tratando de rebelarse ante la impaciencia de Katherine.» Eso era demasiado peligroso y le asustaba. Luego miró a Katherine y pudo notar cómo se contenía la ira.
— Pierce retírate inmediatamente y no quiero que te aparezcas más por esta casa hasta que te lo indique. — ordenó tajante con la voz pausada pero cargada de rabia.
— No puedes ordenarle... — las palabras que salieron como un hilo de voz de una Marina aterrada fueron interrumpidas por una mirada severa de Katherine.
— Yo puedo hacer lo que me plazca. — sentenció muy seria. Pierce se dispuso a salir pero al pasar por el costado de Katherine se frenó un momento. Ambos se miraron y los ojos de Pierce fueron altaneros contra el azul furioso de su tía.
— Mide tus palabras con la Reina... — le dijo con un desprecio que ni él mismo se explicó.Las palabras salieron desafiantes y apretó los dientes. Katherine abrió los ojos, no pudiendo creer lo que escuchaba.Semejante atrevimiento le hizo hervir la sangre.
Apretó los puños hasta enterrarse las uñas en la palma de la mano para evitar explotar y pegarle una bofetada a la ambiciosa y altanera cara de Pierce que continuaba de pie ante ella. Marina lo observaba y sintió un estremecimiento.
— Puedes estar segura que aunque te parezca incorrecto, en esta habitación solo ha primado el amor y el respeto... así que aunque quieras abofetearme, no dejaré que injuries sobre Marina y siempre daré la cara por mi Reina. — concluyó despacio sintiendo que el corazón se le salía del pecho e hizo un esfuerzo enorme para mantenerse controlado.
Su tía lo miró con una fuerza endemoniada y los temores por ella y su malignidad, que le encogían el alma desde muchos años atrás, le pugnaron por salir, pero no los dejó, ahora él tenía un punto a su favor: la reina Marina. Katherine continuaba mirándolo detenidamente.No dejaba de causarle asombro que Pierce fuera capaz de enfrentársele aunque fuera tan sutilmente, pero tampoco se dejaría amilanar, ella podría destruirlos a ambos si la provocaban demasiado, con solo chasquear los dedos.
Pero no era prudente dejarse provocar por el momentáneo sentir rebelde de semejantes incautos, había demasiadas cosas en juego, que eran de máxima prioridad así que optópor reprimir su ira. Respiró profundo ante la inmovilidad de Marina y la altivez contenida de su sobrino.Respondió con la sonrisa más sarcástica y maléfica que Pierce hubiera visto en su tía jamás y que lo hicieron estremecerse tanto a él como a Marina, que se mantenía callada intentando no romper en llanto.
— No me hagas reír Pierce. Vuelvo a repetirte que desaparezcas de mi vista inmediatamente y te aconsejo que de esta casa también, por unos días. Créeme es lo mejor. No me tientes a dar la orden de azotarte en la plaza hasta que pierdas toda la piel de tu espalda...
— ¡Basta! — Marina gritó ante la imagen que imaginó de aquellas palabras. Se puso de pie tratando de parecer decidida aunque le temblaban las piernas. Se sorbió la nariz y la miró—¡No te atrevas a decir tal cosa, jamás lo permitiría Katherine... soy la Reina!— Katherine la miró con burla y se apretó con sus dedos la frente dando a entender lo harta que estaba de aquella escena.
— No... eres... la Reina, Marina, aún no. — habló con un tono seco y fuerte que los sobresaltó. —¡Deja de actuar como una niña inconsciente y estúpida...!— Pierce fue a hablar indignado por la frase pero Katherine lo detuvo con un gesto feroz de su mano. — ¡Sabes que estuviera pasando ahora mismo si no hubiera sido yo la que los descubriese... ingratos estúpidos! — alzó la voz tan amenazante que Marina se sacudió aterrada. Pierce bajó la cabeza y mordió el labio hasta casi sangrar. — Están rodeados de exagerados necios fanáticos. ¡¿No se dan cuenta!? Por este hecho tu echarías por tierra tu camino real, y tú... — miró a Pierce secamente — No tengo que recordarte que sucede a un traidor en esta tierra... —el chico tragó saliva.
— Pero no le trates así... todo es mi culpa... —lo defendió farfullando entre los sollozos que asomaban a su garganta. — No volverá a pasar Katherine, lo prometo. — casi suplicó — Y Pierce... — hizo una pausa sin poder mirarle directamente —Se retirara de Woodville por unos días, es una orden. —zanjó tratando de no romper en llanto mientras sus propias palabras le hacían doler el corazón.
Él la miró con una sombra triste en sus ojos y sin decir nada más dio media vuelta y se retiró terminando de arreglar su vestimenta antes de salir.Cerró ruidosamente la inmensa puerta tras de él. Katherine apretó los ojos deseando en silencio que el sonido no alertara a nadie más en la Gran Casa naturalista. Marina se dejó caer suavemente hasta quedarse sentada en la esquina de la cama y se apretó el pecho hasta romper en un llanto lastimoso. Sentía que su corazón se rompía en mil pedazo, no podía explicarlo pero algo dentro de su ser le confirmó que a partir de aquel momento, nada volvería a ser igual.
Katherine la observó sin un ápice de remordimiento y empezó a hartarse de toda aquella escena. Se acercó a ella y le tomó la barbilla para hacer que la mirase. Marina era un mar de lágrimas, lágrimas llenas de una verdadera tristeza. Pero Katherine la miraba sollozar impasible, con hastío.
— ¿Piensas que esto es un juego Marina? — le dijo secamente, no podía evitar que la ira le helara todo su ser. Así era ella cuando alguien cometía un error estúpido. — No puedes equivocarte en lo más mínimo o perderás todos tus beneficios reales. ¿Crees que a tu hermana Annabella le importara pasar por encima de ti para ser coronada? No, no le importará. Así que deja de ser estúpida y concéntrate en tus prioridades. — Marina empujó la mano que la sostenía por la barbilla y se estrujó los ojos bastante herida y enojada.
— No te... permito... que me llames así, Katherine. Soy la Reina, ya no soy la niña asustada de la cabaña... — balbuceó luchando contra el llanto y tratando de hacer sentir su indignación. Katherine se sonrió con burla y se puso de pie mirándola insensiblemente.
— No, definitivamente no eres aquella niña. Pero si eres más tonta. Escúchame bien, porque no lo repetiré. Puedes hacer lo que quieras, cuando seas la Reina Regente. Pero antes de eso, estas en medio de una tormenta Marina, y si no te cuidas serás arrastrada por el viento. Si no eres coronada, ¿qué crees que pasará? Serás relegada a un palacete cualquiera en el final de la región naturalista. Todos se olvidaran de tu existencia con el tiempo. Brindaran su absoluta dedicación a la Reina Regente. ¿Y a Annabella crees que le importara su hermanita? No. Será la Reina, será la monarca de todo HavensBirds, se hará su voluntad y la de su don; y tal vez por misericordia te invitará a alguno de sus bailes. ¿Así es como quieres terminar? — Marina la miró con enojo, no sabía si la enfurecían sus palabras por falsas o porque acaba de creerlas todas.Imaginó aquel destino y la rivalidad de su hermana le hicieron revolotear la energía de su don y sentir una terrible furia contenida. Katherine permaneció inalterable, fría. Los labios eran una fina línea de sarcasmo triunfal.
— No dejaré que Annabella sea coronada. — sentenció con una frialdad que la estremeció hasta a ella misma.
— Eso espero. Por lo tanto, escenas como estás no se repetirán. No cometerás ninguna otra estupidez y te vas a concentrar en hacer a tu don el más poderoso, cueste lo que cueste. Y tomando la decisión que sea necesaria. ¿Estamos de acuerdo? — Marina continuó mirándola intensamente con los ojos llenos de lágrimas de dolor e impotencia.
Su corazón se estrujó en su pecho, sentía la tensión como una piedra que la presionaba. Se colocólas manos sobre su rostro tratando de calmar su interior, apretó sus ojos y asintió, como si perdiera al fin, una batalla. Katherine se acercó a ella nuevamente, agarrando sus muñecas quitólas manos de su cara para mirarla a los ojos. Aquellos claros ojos lastimados y llenos de pesar. Sin soltarle la obligó a levantarse. Marina sintió un poco de vergüenza, estabaaún desnuda, pero Katherine no pareció incomodarse, la miraba directamente a los ojos.
— Escucha... Te vestirás perfecta para la cena. Quiero ver descender por la escalera, a la próxima Reina Regente.
♠♠♠♠♠♠♠♠♠♠
La línea del horizonte parecíainmensamente lejana. El naranja quemado de los últimos rayos del sol, manchaban tanto el cielo como el mar, como si un fuego celestial quemara más allá del alcance. Elizabeth lo contemplaba en silencio, envuelta en su larga capa de terciopelo negro.Se abrazó a sí misma para que la brisa del mar no le calara los huesos. Sus pies se hundían en la arena rocosa y su interior se hundía en una amarga pena y una intensa inquietud. Delante de ella estaba el poderoso mar de HavensBirds. Agitado, portentoso, rompiendo el ímpetu contra la costa, bramando en el fondo de sus oídos. Parecía danzar cada vez con más violencia, extraño y oscuro, como si estuviera enojado.
O al menos así lo sentía Elizabeth. Así también sentía el oleaje de la energía dentro de su ser. Su don estaba molesto y bravío como aquel mar. Miró un momento a su izquierda. Rufer estaba sobre la barcaza mediana que los sacaría de allí. El viejo elfo la miraba desconfiado de vez en vez mientras amarraba o desamarraba nudos. Sus pequeños ojos la escudriñaban y a Elizabeth le inquietaban aquellas formas. Los elfos enanos eran seres muy enigmáticos además de malhumorados, y este, con su rostro impertinente, la juzgaba,estaba completamente convencida. Tenía casi la certeza que en la posada había descubierto algo sobre ella, pero lo aún más extraño, era su silencio.
O tal vez solo estaba igual de preocupado que ella. Lo había sorprendido más de una vez rezando cánticos antiguos al mar. Hacía algún ritual de magia muy propia a lo largo del casco, de color verdoso, de su barcaza de dos velas. Ahora estaba en la baranda de lo alto de la caseta de popa y cuando sus ojos escondidos bajos las pobladas cejas no estaban detenidos en ella, se perdían en las temerarias olas.
Esperaban, más o menos,desde hacía una hora. Alec había tenido que ir a conseguir el polvo mágico para sobrepasar la Bruma que cuidaba los límites de la isla. En todo ese tiempo de espera, el cielo se había oscurecido demasiado. El mar se encrespaba y el rostro del elfo se había endurecido aún más que sus arrugas normales. También cambiaba la energía dentro de Elizabeth a cada segundo, se inquietaba como aquel mar.
— Ya estoy aquí — Alec llegó a donde ella prácticamente corriendo y sonriente le besó. Luego miró al elfo, al notar que no se fijaba en él volvió la vista a Elizabeth y abrió sus manos. En una de ellas traía un paño azul aterciopelado. Elizabeth lo tomó inmediatamente y lo desdobló. Era su colgante con su lágrima real. En la otra Alec le mostró un diminuto frasco en forma de diamante con un polvo amarillo dentro que brillaba con gran intensidad.
— Pudiste hacerlo. — dijo emocionada
— Sí, solo tuvieron que lijar la piedra lagrima y extraer el polvo. Ellas son fuente pura de él. Hay suficiente para marcharnos e incluso... regresar... — le dice muy despacio con un escondido deseo. Elizabeth lo miró pero no dijo nada más. — En fin... lo más difícil fue convencerlos de extraer el polvo de una legítima Lagrima Real. Ten en cuenta que es un amuleto casi sagrado.No es muy común que tan poderosareliquia se vea frecuentemente, pero al final, accedieron los malditos "duendes del demonio". Estos elfos son muy desconfiados. — hizo una mueca indicando al barco. Rufer se movía de proa a popa atando y desatando cuerdas profesionalmente.
— La lágrimas son pedazos extraídos puramente de la propia piedra corazón, la que muy poco tienen el privilegio de tocar o ver. Toda la magia nace de ellas, incluso este extracto único que te permite escapar de la protección de la Isla. Es normal que sean desconfiados. —dijo sin más importancia.
Tomó el colgante y lo apretó en su mano. Su piel se iluminó un instante y cerró los ojos adueñándose de la sensación de energía y poder que emergía del contacto y que se entrelazaba con la suya propia. Cuando volvió abrir los ojos estos le brillaron. Alec la contemplaba deleitado.Elizabeth notó en su mirada ese fuerte deseo y adoración que la hacía estremecer. Él se le acercó y le acarició la mejilla amorosamente.
— Eres el ser más sublime de este universo, te amo mi reina. — le susurró con su vos ronca haciéndola estremecer y sonreír extasiada.
— ¡Hey! Ustedes dos, tortolos. Embarquen ya, flojos. — la voz carrasposa y mal humorada los hizo voltearse. Rufer los miró desde lo alto con los brazos cruzados. — Si tienen todo no perdamos más tiempo, no me gusta cómo está el maldito mar. — protestó dando media vuelta y continuó preparando su barcaza.
Hasta aquel momento Alec no había reparado en lo encrespado que se había vuelto el océano desde que se fue. Lo notó ennegreciendo con el último atisbo del sol y arrugóla frente, un poco preocupado.
— ¿Qué sucede? — le dijo asustada por su expresión.
— ¿Cómo es que se ha vuelto tan tormentoso todo el paisaje?
— No lo sé. Creo que deberíamos subir. Quiero terminar con esto de una vez. — contestó nerviosa.Él le tomó la mano y la apretó con fuerza.
— Estoy contigo Elizabeth, nada pasará.
♠♠♠♠♠♠♠♠♠♠
Katherine entró al despacho del prior Rafack donde Pierce la esperaba caminando molesto de un lado a otro.
— Pensé que había sido clara... — soltó
— ¡No me alejarás de ella! — la interrumpió alzando la voz y le apuntó con el dedo muy enojado.
Katherine se molestó y dio un paso amenazante hacia él agarrándole fuertemente por la muñeca. Lo miró con tal intensidad que los ojos azueles se oscurecieron. Pierce hizocontrajo el rostro un poco pávido.
— Te irás ahora a Eritrians y esperaras a calmarte o tendré que hacer que te vayas a la fuerza. Están perdiendo el control. ¡Tú lo estás perdiendo! No voy a permitir que este estúpido capricho destruya la oportunidad de tener la corona de nuestra parte.
— Pero... — trató de armar una réplica pero quedo en sus labios.
— ¡Pero nada, Pierce! — gritó y luego cerró los ojos un segundo para tranquilizarse.
— Está bien... — aceptó arrugando la frente y soltándose despacio del agarre de su tía — Haré un esfuerzo, me marcharé. Un poco de distancia aplacara tu inquietud y permitirá que las aguas vuelvan a su cauce. Pero no me alejaras de ella, estaremos juntos... — sentenció y la miró con algo de desespero. Katherine permaneció inmutable — ¿Y cómo harás para justificar mi ausencia? Sabes las responsabilidades inquebrantables que me fueron impuestas por el Concilio. No puedo simplemente incumplirlas, menos ahora con tanta incertidumbre en las filas como bien sabes...
— Estás enfermo, Pierce... — dijo muy suave y deslizó la mano hasta la muñeca de Pierce, con suavidad,volteándola hacia arriba. Él la miró extrañado mientras ella acariciaba sutilmente con sus uñas las palpitantes venas de su antebrazo.
— Como que estoy enfer... auch... — se quejó con un gesto de dolor y sorpresa cuando Katherine le hirió con la garra afilada que llevabasiempre como adorno en su dedo meñique, tallada a juego con su anillo fundido en un arabesco de plata, con alegorías de pociones.
Una gota de la roja sangre se deslizó ante la mirada atónita de Pierce que observó como la punta entera del extraño adorno continuaba hundida en su carne.La piel alrededor de la incisiónempezó a agrietarse con extrañas marcas como ramificaciones ennegrecidas que le causaron pavor. Lo soltó y Pierce se apretóel antebrazo mirándola espantado.
— ¿Qué haces? — preguntó aterrado
— Brindándote una justificación — lo miró impasible y estiró los labios en una mueca triunfal. — Te he envenenado. Una nueva y maravillosa creación que ha salido de mis dones. No te preocupes, como buen envenenador que eres solo sentirás malestar, cuyo malestar ocuparemos para que puedas retirarte unos días a descansar. — Pierce la escuchaba hablar con aquella frialdad y notó que se mareaba.
Dio unos pasos hasta una de las butacas de la instancia y se aferró a ella intentando zafar el nudo de su pañuelo que sentía como le asfixiaba.
— Es una magnifica poción ¿no te parece? La envasaré y guardare en nuestras arcas del Concilio. Otra creación especial de nuestro don, silenciosa y eficaz. —el joven Eritrians intentó hablar pero no le salieron las palabras. Sudaba copiosamente y notó que las piernas se le doblaban.
Con algo de trabajo alcanzó a sentarse en la butaca donde se sostenía.Se espantó al tocarse los muslos y sentir una horrible rigidez. Katherine se arrimó a él con un movimiento soberbio y pasmoso, casi sarcástico.
— Enviaré a unos sirvientes que te lleven hasta el SkyHall, te pondrás bien querido sobrino, te lo prometo. — hizo un gesto de fingida aflicción y le besó en la frente.Pierce temblaba visiblemente como si estuviese atrapado en su propio cuerpo — No te muevas, enseguida vendrán por ti. — se retiró lentamente.
♠♠♠♠♠♠♠♠♠♠
Dentro de la caseta de la vieja veleta el viento se escuchaba rugir con un eco demasiado grave. Elizabeth estaba sentada sobre uno de los catres pero luchaba inútilmente por mantenerse quieta. Estaba muy agobiada. Su interior se removía y había tenido que apretar varias veces sus manos, pues la energía de su don estaba exaltada y las hacía brillar. Determinada ya, se puso de pie y salió afuera. Se frenó en el umbral donde tuvo que sostenerse para evitar que el vaivén la hiciera caer.
Todo afuera era un caos y las sacudidas del barco comenzaban a ser demasiado violentas,haciéndola sostenerse con más fuerzas para no resbalar. Vio a Rufer debatiéndose fuertemente con el timón junto al mástil principal y gritaba desenfrenado a Alec, que de traspié en traspié se movía por la cubierta haciendo y deshaciendo nudos en las amarras, a las ordenes de elfo. El viento retumbaba y las velas parecían contraerse y estirarse en una danza frenética. Todo era ensordecedor. Las olas terribles se rompían con furor en los costados verdosos de la barcaza, sobrepasando las barandas y mojando el casco. El barco se mecía con fuerza endemoniada.
Elizabeth alzó la vista hacia el cielo y entonces la vio. La Bruma Mágica. La pared de humo gris azulado que rodeaba y protegía los límites de la isla. Era impresionante, se erigía colosal casi hasta el firmamento,moviéndose como si tuviese vida.Ondas extrañas, oscuras y potentes, la estremecían en su superficie, como un mar vertical de niebla. Era imponente e inquebrantable.Los restos de embarcaciones que no lograron atravesarla se observaban esparcidos en su confín y eran avisos silenciosos del gran poder de la Diosa.
La magia de la isla era un regalo divino, del cual no era digno: ni huir ni apoderarse sin que fueras previamente privilegiado.La Bruma estaba allí para recordarlo espantosamente. Un muro tan intangible y a la vez tan sólido. Dentro de su densidad se podían ver pequeños destellos de luz, una tormenta atrapada en su magnitud de velo. Elizabeth la contemplaba paralizada entre el terror y la admiración.
— ¡Elizabeth, te dije que no salieras hasta que completemos el ritual! — el grito ronco de Alec en medio del rugir le hizo sobresaltarse.
Lo miró bambolearse agarrado a una cuerda con el cabello alborotado por la brisa y el rostro serio y poderoso. Sintió una sensación de angustia y culpa por todo a su alrededor. Alec la observó con el rostro apagado y haciendo equilibrio para que el romper de las olas no lo tirase al suelo de cubierta. Se apresuró como pudo para llegar hasta ella y la tomó de las manos mirándola con aquella fuerza e intensidad tan deseada, que lograba asentar la calma a su energía que se movía feroz por todo su ser.
— Estará todo bien — le dijo tratando de que no notara su contraído rostro. Elizabeth tragó en seco, amaba que se esforzara tanto por brindarle tranquilidad —Haremos el ritual y atravesarla no es tan terrible como parece.De hecho sentirás como si flotaras y acabará en pocos minutos. Ya lo he hecho antes, solo que esta vez...es esta maldita tormenta que lo ha dificultado todo, no teníamos previsto un mar tan violento... — le besó las manos al notar como Elizabeth lo miraba con el rostro compungido — Te prometo que todo irá bien mi amor...
— ¡Toma el timón! — el grito del elfo interrumpió su momento — ¡Haré el ritual ya, antes que nos engulla este maldito mar! — Rufer gritaba a garganta rajada. Alec le guiñó un ojo a Elizabeth antes de alejarse a cumplir. Llegó hasta el timón y lo tomó con ímpetu.
Elizabeth lo seguía con la mirada sin perder un instante.Se veía tan atractivamente fuerte, con la melena bailando al viento y el rostro tenso pero perfecto, el cuerpo recto y poderoso, luchando contra la fuerza del océano embravecido. Mirarlo así le provocó un vuelco al corazón. Reaccionó desviando la vista cuando el elfo pasó cerca de ella y le refunfuñó mirándola con sus cejas tupidas alzadas con molestia. Se detuvo justo frente a ella donde el ancho de cubierta era mayor.
El barco crujió otra vez golpeado por una ola que sobrepasóla altura y los empapó a los tres. Rufer volvió a gruñir y Elizabeth por momentos pensó que lo vería caer y rodar por el suelo de tabloncillos.Pero el hombrecillo se mantenía de pie haciendo equilibrio, no cabía dudas que su experiencia en el mar era sobrada. Con algo de esfuerzo logró arrodillarse y sacó el frasco con el polvo de Piedra Corazón que le entregaron al zarpar. Mientras rezaba un cántico en una lengua antigua e ininteligible, dibujó con el polvo sobre la madera del piso unas runas que se entrelazaban en círculos y arabescos. Elizabeth pensó por un instante que las olas se llevarían el polvo, pero la magia de la piedra estaba en él, y apenas tocó la madera se fundieron como si la quemara, dejando marcada perfectamente la runa.
— Ahora brinden sus sangres así el hechizo los cubrirá a todos... — dijo y sin esperar respuesta sacó su encorvada daga del cinturón.Cortó la palma de su mano, las gotas de sangre cayeron sobre la runa dibujada en polvo y esta fue cambiando a un color azul brillante que iluminó el espacio cercano. —Está funcionando... ¡rápido! — ordenó con frenesí.
Alec soltó el timón y saltó apresurado.Tomó la daga e imitó a Rufer. Al caer su sangre se repitióel destello azul exactamente igual,aumentando la luminosidad del dibujo. Luego llegó hasta donde Elizabeth y le dio la mano para ayudarla. Se acercaron a donde el elfo continuaba arrodillado. Desde allí Elizabeth percibió perfectamente el ritual y le brillaron los ojos admirada de la magia nueva que cada día descubría en aquella fantástica isla. La sensación era tan gratificante que regresó a su pecho ese atisbo de agobio que le causaba la duda de si realmente era correcto huir de su destino.
— Rápido Elizabeth... hazla caer... —reaccionó a la voz de Alec. Le habló con firmeza y dulzura a la vez,entregándole la daga. La miró un instante con vehemencia antes de salir presuroso hacia el timón otra vez, que giraba fuera de control.Con un gruñido logró encausarlo nuevamente.
Elizabeth lo miró y luego desviósus ojos hasta la daga en su mano, fueron mínimos segundos en que la duda anudaba su garganta. Al fin, inhaló profundo al mismo tiempo en que una nueva ola rompía contra el casco y la hizo tambalearse. Miró al elfo que la observaba quisquilloso.Alverse descubierto volteó el rostro hacia el cielo y cerró los ojos mientras abría los brazos en forma de cruz. Elevó la voz y el cántico se mezcló con el rugir de las olas en una monofonía extraña.
Elizabeth continuó mirándolo con sorpresa aún por un segundo más.Su mente se agolpaba por dejar grabado cada detalle de aquella magia nueva y excitante para ella. Estaba nerviosa, su interior era casi tan caótico como aquel vendaval pero el miedo del principio iba desapareciendo.Sentía fuerza, una fuerza desconocida, como algo que se conectaba a su ser, a su don.Los elementos de aquella tormenta se agolpaban en sus venas, parecían fundirse a ella. Cerró los ojos un pequeñísimo instante y al abrirlos brillaron con otra energía.
Cortó su mano y las gotas cayeron lentamente.Esperaba ver repetir los destellos anteriores pero se quedó paralizada de terror cuando no sucedió. Esta vez, toda la runa dibujada cambió repentinamente a un color morado oscuro y un estruendo portentoso estremeció el cielo. Miró hacia arriba y entonces lo descubrió.
Sobre aquel cielo ennegrecido, la espiral de nubes grises, dominaba por rayos rojos y azules apareció como venida de otra dimensión, agrandándose terriblemente, más y más. En su centro solo había un vacío que adsorbía desastrosamente todo su alrededor. Una terrible boca de tormenta tan poderosa, que engullíatanto al viento como al mar. Era un tornado de fuego oscuro y energía maligna, que parecían chocar en sus vórtices y explotaban en su incansable giro eterno.
— ¡Un Waaalsh! — el grito despavorido de Alec la hizo estremecer violentamente, volviendo la mirada al barco. Rufer abrió los ojos y Elizabeth notó como el rostro del elfo se aterroriza. La infernal espiral de agujero negro crecía más y más en el cielo sobre la embarcación.
La tormenta que ya era un caos terrible se desbordaba en una hecatombe. Las olas se volvieron más intensas y altas como murallas.El agua rompiendo en la superficie prácticamente no les dejaba ver su alrededor. Las maderas de la barcaza crujíanbrutalmente y comenzaron a quebrarse por diferentes extremos.El sonido del viento parecía el gruñido de un dragón, era profundo y ensordecedor.
Una de las velas crepitó ante la fuerza centrífuga de aquel organismo feroz y cayó destrozada. El cono sin fin seguía aumentando y Elizabeth notó como el mar a su ladoera succionado en columnas de agua que se perdían en la oscuridad absoluta de su centro. La majestuosidad del poder de aquella tormenta no se detenía ni por el inmenso océano. Era como si se alimentara de aquel desastre que tragaba, las nubes y los rayos de la espiral se volvían más fuertes y más densos.
Elizabeth recordó lo leído en muchos libros sobre los Walsh: tormentas mágicas terribles que surgían sin explicación en HavensBirds. Algunos contaban que eran castigos de la Diosa, otros que eran maldiciones de tiempos ancestrales que de vez en cuando surgían para engullir y alimentarse. En lo que todos coincidían era que nadie salía vivo del encuentro con un Walsh, su boca como la de un gusano gigante te tragaba, enterrándote para siempre en la eterna oscuridad. Elizabeth sintió el espasmo frío recorrer su columna.
— ¡Me mentiste! — el grito encolerizado y el apretón de las manos frías de Rufer la hicieron reaccionar espantada. Frente a ella el elfo temblaba con el rostro desencajado y los ojos desorbitados. — ¡Eres la Reina! — Elizabeth se estremeció nuevamentehelándose hasta los huesos al escuchar la frase. La forma en que Rufer le miraba, tan alterado, le horrorizaba. Tenía razón y la consecuencia de aquello la inquietaba más.« ¿Acaso soy la causa de este caos?»
— ¡Déjala Rufer! — Alec le gritó enojado desde su posición, impotente por no poder moverse o el barco se iría a pique. Entre la fuerza del Walsh que los contraía haciendo que las maderas se rompieran como huesos aplastados y el poquísimo espacio que les quedaba antesde impactar la Bruma Mágica, impasible como muralla de piedra en forma de niebla, si dejaba el timón a la deriva, irían a la perdición aún más rápido.
— ¡Estas maldita! ¡La sangre real no puede huir de HavensBirds! ¡Idiotas! ¡Pensaban que podían engañar a la magia! —Rufer gritaba fuera de sí y la zarandeaba histérico. Elizabeth volvió a estremecerse. La soltó al fin y se volteó hacía Alec indignado. —¡Tú eres un estúpido...! ¡Lo sabías...! ¡Es la Reina!
— ¡Ella tiene una lágrima, la lleva consigo, esa es la llave para la realeza! — Alec gruñó y forcejeócon el movimiento imponente del barco en medio de aquel terrible caos. El elfo regresó la vista a Elizabeth y dio un paso amenazante apuntándole con el dedo. A Elizabeth le atemorizó la mirada desorbitada de aquellos ojos pequeños.
— ¡No es tuya! ¡Tonta! Sabes que esa lágrima no fue forjada para ti... Por eso no funciona... ¡estas maldita...! La magia ha enviado un Walsh, porque estas traicionando algo muy grande del destino... ¡No eres cualquier reina, eres la Reina! ¡Oh por la Diosa! Que tonto, lo sospeche desde que te vi... — se cubrió la cara con sus pequeñas y arrugadas manos — ¡Mi barco...! ¡Moriremos! — gritó desgarradoramente mientras caía de rodillas y farfullaba lamentos y maldiciones.
Elizabeth sintió un peso en el pecho, la desazón y el desespero deaquel escenario empezaron a hacerla sentirse mareada. Otra tabla rota saltó cerca de ellos, cada minuto era una derrota. El rugido de destrucción del Walsh arrancó el mástil mayor y todos se quedaron paralizados ante el poste inmenso que se venía abajo como su inminente fin.
El zumbido ensordecedor apareció de pronto, aturdiéndole los sentidos. Se mantuvo quieta pero percibió algo dentro de ella explotar. Miró sus manos y estas se iluminaron como antes lo habían hecho, con aquella intensa energía resplandeciente en rojo y azul. El cabello se liberó de su atadura por la fuerza del viento y su melena suelta empezó inmediatamente a teñirse de rubio muy claro. Toda la poderosa energía de catástrofe a su alrededor se conectó de pronto con la de sus dones, lo sintió, la conexión ardía en sus entrañas.
Se irguió entonces, poderosa.Alzó sus manos y gritó fuertemente estremeciéndolo todo. Pudo ver como Alec y Rufer la miraron estupefactos cuando detuvo la caída del mástil con una manga de agua que creó y dominó con el movimiento de sus manos iluminadas. Lo alzó envuelto en la espuma bajo su control y lo lanzó fuera del barco. Enfiló sus manos hacia el Walsh y disparó dos columnas de luz hacia el centro del ente.
Las mantuvo así, gruñendo por el esfuerzo. La luz se hizo más intensa, cegadora, obligando a los demás a cerrar los ojos evitándola. La energía disparada fue alzando el mar a su alrededor, el agua cristalina formó una esfera suspendida por el poder de Elizabeth, que seguía pugnando contra el caos. La burbuja mágica envolvió todo el barco,como si se encerrara en una botella, y lo sumergió en una quietud que solo se rompía por el raro zumbido que desprendía el chorro de energía,con el que Elizabeth continuaba golpeando la tormenta.
— ¡Rápido, gira, gira, gira! — Rufer reaccionó y gritó a Alec casi con un alarido, haciéndolo despertar sobresaltado.
Tomó el timón y con un gruñido lo giró en redondo haciendo que el barco diera vuelta justo cuando tocaba la impávida pared de la bruma. El roce con aquella magia potente hizo saltar algunas astillas pero lograron alejarse cubiertos aun por la esfera mágica de agua salada. Se salvaron por pocos centímetros de ser aplastados contra la niebla que no lograron romper.
Rufer se puso de pie y se abalanzósobre Alec para ayudarle a mantener el barco en línea recta y alejarlo del caos. Elizabeth sintió como si su piel se quemara pero no declinó ni un instante y su poder elemental en forma de rayo de luz permaneció conteniendo de forma increíble, la fuerza del Walsh. Notaba como la sangre caliente brotando de su nariz, sus huesos crujiéndole y sus músculos se contraían causándole un fuerte dolor.Intentaba ignorar todo aquello. Su don era más fuerte, su energía se transformaba en oscura, aún más poderosa y casi maligna. Al final de aquel momento solo quedaba una verdad: había vencido un Walsh y eso la hizo sonreír. Cerró los ojos sin detenerse. Y pidió en silencio no desfallecer.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro