♣17.Decisiones♣
Katherine tamboreaba con los dedos sobre la mesa oscura del despacho, de reojo notó a través del ventanal que la noche caía silenciosa. No prestaba oído a la narración de la Sacerdotisa de Primer Orden que le resumía el encuentro con Elizabeth en el páramo. Su mente se quedó con la frase «se ha escapado» y sentía rabia.
— Eso fue todo lo sucedido. — concluyó y se quedó en silencio mirando a su compañera que apretaba los dientes para aguantarse.
En el camino se habían puesto de acuerdo en que presentarían una queja suprema a la Gran Sacerdotisa sin que la Eritrians lo supiese. Pero los ojos azules e intimidantes de Katherine se detuvieron de pronto, en ambas, como si pudiera escrudiñar su alma.
— ¿Quieres decir que son tan patéticamente incompetentes que dejaron escapar a la peor enemiga de este reino delante de sus narices? — sentenció.
La sacerdotisa respiró profundo para abstenerse de contestar. Pero su compañera cerró los puños dominada por el enojo y supo que se desataría.
— Sinceramente señora Katherine, no tenemos certeza de que sea así como usted dice. — replicó. Katherine detuvo el monótono movimiento de los dedos y se reclinó en la silla, mirándola desafiante.
La Sacerdotisa de Primer Orden miró a su compañera intentando que se detuviera pero esta la ignoró completamente. Reinó un silencio molesto.
Katherine repasó el rostro de la sacerdotisa que no huía de su mirada y esto la inquietó. Inmediatamente descibrió como el ministro de Delfeos se escurría como una sombra tras las dos elementales que lo ignoraban completamente. Katherine alzó una ceja, este hombre no dejaba de sorprenderla. La miró desde las penumbras de la esquina de la habitación y los ojos parecían brillar en la oscuridad al igual que algo que llevaba en sus manos y que Katherine no alcanzó a descifrar.
— No escuche a mi compañera. Pedimos retirarnos. Debemos llegar al Templo con urgencia. — dijo la Sacerdotisa de Primer Orden, rompiendo el silencio y Katherine regresó la mirada a las elementales.
— ¿Por qué la prisa? — la voz de Katherine sonó suave pero terriblemente amenazante.
— Muy bien basta ya... — la sacerdotisa alzó la voz. — ¿Quiere saber la prisa? Pues iremos al Templo y le informaremos a la Gran Sacerdotisa sus no muy correctos procederes... Ni siquiera sé porque estamos aún aquí, no le debemos explicación...— se interrumpió.
El zumbido pareció salir de la nada. Surcó el aire y la mano blanca se posó sobre la boca de la chica al mismo tiempo que la plateada hoja de la daga trazó la línea macabra en el cuello, expulsando un chorro de sangre que alcanzó a salpicar con unas gotas la cara de Katherine. Un instante de caos se creó. Katherine no atinó a nada, estaba estupefacta. La boca se abrió un poco ante la imagen descabellada y horrorosa hasta para ella misma, todo sucedió tan rápido que parecía irreal.
El cuerpo de la elemental se dobló a la mitad, cayendo sobre la mesa en una forma terrible e inundando enseguida su alrededor de una sangre oscura que manaba de la herida. Detrás de ella estaba Vlair con una mueca macabra en el rostro. Katherine lo miró y luego a la sacerdotisa a su lado, que estaba pálida, no se movía aterrada y sorprendida.
Sin darle tiempo a reaccionar y con una pastosidad desquiciante, el Ministro de Delfeos se volteó hacia ella y con un movimiento rápido, repitió el golpe, esta vez cortando de frente la yugular y haciendo que la sacerdotisa se llevara las manos sobre la borboteante sangre que la ahogaba. Cayó al suelo lentamente en una escena horrorosa. Luego de observarla contorsionarse en su último aliento, se viró hacia Katherine con un brillo triunfal en su mirada y limpió su puñal en la túnica de la primera muerta, muy despacio.
Katherine contempló toda aquella escena con los ojos muy abiertos, no podía salir de su asombro. Aquel loco que Cripto había dejado a su lado lograba dejarla atónita.
— ¡Te has vuelto loco! ¿Qué has hecho? — exclamó
— Salvar nuestro secreto. — dijo estoicamente.
Katherine se puso de pie visiblemente molesta. Cerró la mano para evitar que se notara su temblor. Intentó reconfortase tras un respiro profundo que calmara su rabia y su molestia. Volvió a mirarlo con la severidad que le caracterizaba. Vlair hizo un ademán para hablar pero ella le lanzó un gesto fulminante con la mano que lo calló.
Bordeó la enorme mesa de roble negro muy despacio, ganando más de su presencia intimidante mientras vencía el espacio que lo separaba de él. Con cuidado de no pisar toda la sangre que comenzaba a coagularse en charcos negros se acercó a Vlair, que la miró ya muy serio. Se pegó mucho, cara a cara y notó como su imponente mirada y la intensidad del enojo que desprendía lo hizo tambalearse un poco y tragar saliva.
— Quiero que inmediatamente limpies este desastre y que nadie se de cuenta. No te atrevas a desobedecerme, no existe un nuestro. Eres un maldito loco y no voy a permitir que vengas acá a estropearlo todo. — soltó violentamente y contrajo el rostro. Lo rodeó para salir despacio dándole la espalda.
Vlair apretó los dientes conteniendo su ira y se agachó junto al primer cuerpo. En ese instante la explosión los paralizó a ambos. Katherine se volteó agitada por el estruendo y lo descubrió de nuevo de pie, muy quieto, con la vista sobre el cofre que le entregaran a ella horas antes. Dio unos pasos hacia él para ver lo que le causaba su mirada asustada. Cuando llegó hasta su posición, descubrió que era lo que había causado el estruendo.
La esfera que contenía la profecía se había hecho añicos sobre el terciopelo del cofre. La energía que contenía flotaba sobre el cristal roto en forma de un humo rojo que fue creciendo en intensidad hasta que eclosionó creando una onda de expansión como una estrella al explotar, moviendo algunos objetos e incluso haciendo mover la ropa y el cabello de ellos dos. Katherine observó la cara extremadamente pálida del Ministro y comenzó a inquietarse.
— ¿Qué ha sucedido? —preguntó. Él la miró un poco desconcertado —¡Por la Diosa!, habla ya... ¿qué significa esto?
— Significa que las dos puntas de la profecía se han acoplado. Comienza a cumplirse. No habrá mucho que hacer en poco tiempo. — Katherine volvió a mirarlo y luego fijó la vista en la sombra que había dejado el calor producido sobre la madera.
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El minuto de silencio, sentados aún desnudos, uno al lado de otro, se había extendido más de lo que Elizabeth soportaba y comenzó a incomodarse. Resopló y se dispuso a levantarse cuando Alec la detuvo por la mano y ya no pudiéndose aguantar más soltó una carcajada que retumbó por la gruta. Elizabeth lo miró entre indignada y extrañada.
— ¿Pero...? — se quejó pero el la interrumpió halándola suavemente hasta caer sobre él y la abrazó con ternura sobre su pecho.
Elizabeth creyó que le saldría una lágrima. El calor de la piel de Alec sobre su mejilla y sentirse apresada cariñosamente en su abrazo de oso la conmovió. Sonrió, él jugueteó con los mechones rubios y los miró admirado. Ella acarició los vellos del pecho poderoso que se contraía y expandía en una respiración que a Elizabeth le causó paz.
— ¿Eres... híbrida, Elizabeth? — preguntó aunque sabía la respuesta. Ella suspiró.
— ¿Como sabes...? — alzó un poco la cabeza para mirarle, arrugando la frente. Él le guiñó un ojo — La verdad no lo sé, creo que sí... tengo... algunas páginas antiguas que descifrar... yo aún estoy muy confundida...
— He escuchado leyendas y cuentos de tabernas. Ando por muchos lugares mi preciosa. —ella le golpeó regañándolo cariñosa — Andaba, andaba, quiero decir — se rió— Los de tu estirpe... — continuó — tienen el color del cabello como el sol brillante y pueden dominar los tres Dones Puros principales, aunque destaquen en alguno más que en otro. Así que no cabe duda...— olió deleitado uno de los mechones rubios y ella sonrió. —Es mucho poder, eres un ser especial, mi Reina. Y... — hizo una pausa juguetón — te ves más preciosa con el cabello así.
— Tonto. Pues ocultaré el cabello. Fue una recomendación de tu hermana y creo que tiene razón. La gente puede asustarse. Pensé que tú... te habías... asustado. Que te alejarías después de saber que soy... demasiado rara. — hizo una mueca triste. Alec soltó otra carcajada y la apretó suavemente mientras le besaba los labios.
— Tendrás que matarme para alejarme de ti. — dijo sin soltar el labio inferior que le mordía sensualmente. Elizabeth sonrió y tembló ligeramente. — Aunque... admito que me sorprendió mucho descubrirte. No imagine conocer algún ser como tú, y mucho menos que sería la madre de mis hijos. — Elizabeth se incorporó un poco, apoyándose sobre los codos y pellizcó su costado sonriendo. El hizo una mueca juguetona.
— ¿La madre de tus hijos?
— Por supuesto.
— Atrevido — rodaron sonriendo sobre la manta y quedaron de costado hacia el riachuelo mágico del nuevo jardín. Alec arrancó unas flores y las comenzó a enredar en el pelo de ella. El momento era de tal candidez que Elizabeth estuvo a punto de llorar de felicidad.
— Nunca supe de mi condición. Katherine la ocultó dándome una poción que además de colorear mi cabello, paralizaba mi poder. Me la dio durante muchos años. Tal vez temía de mi condición o tal vez... temía a la existencia de alguien más poderoso que ella. No lo sé, ni deseo saber, ella es mi némesis y te juro que no me faltan ganas de hacerla pagar. Pero tenía que escapar... — hizo una pausa de pronto y lo miró como niña atrapada en una travesura. Sonrió nerviosa. El alzó su sexy ceja cortada y sonrió travieso. — Es que... yo soy...
— Ajá, lo escuche... ¿Alteza? — se quejó.
— Perdóname Alec. Debí decirte más de mí. No fue justo. Pero tenía miedo, no podría confiar en nadie con, prácticamente, todo el Concilio detrás de mí, y yo sin conocer HavensBirds. Aunque tal vez de haberlo hecho, ahora estarías alejado de mí y no metido en tantos líos.
— Elizabeth, el día que nos conocimos estaba marcado en nuestro destino, no me importa quién eres, me importa lo que siento contigo. Y contigo por primera vez vuelvo a sentir mi hogar. — lo besó emocionada.
Las ganas y las ansias la hundían en una especie de contención deliciosa. Se separaron y él le puso el cabello tras la oreja mientras la miraba con una ternura que parecía cómica en su rostro varonil. Elizabeth sintió que el corazón se le desbocaba en el pecho.
— Te amo, Elemental... — los latidos del corazón se sentían como un toro embravecido de pasión al pronunciar las palabras.
— Te amo Shinning... —alzo una ceja y él se cubrió el rostro un segundo con sus manos, fingiendo vergüenza, para luego sonreír —Exacto. Tampoco lo confesaste.
— No es muy atractivo ir por ahí confesando a las chicas que te gustan que eres lo que muchos consideran un monstruo.
— No creo que los Shinning sean monstruos.
— Eso no es lo que el Concilio se ha encargado en hacer creer.
— Lo sé. Pero tampoco creo en el Concilio. Mira lo que son capaces de hacer conmigo. El miedo a lo diferente hace una tiranía. —él se incorporó un poco entusiasmado volteándola hacia sí.
— Exacto. Y es imposible seguir permitiendo esa tiranía en esta tierra. Elizabeth, podemos terminarla. HavensBirds ha sufrido demasiado. Tal vez ni tú, ni tus hermanas estén aún enteradas, tal vez hasta engañadas. Esta tierra se muere, Elizabeth. Hasta la magia se muere. Apresada entre absurdas restricciones. Somos una tierra viva y poderosa. Cada ser merece su lugar, así habrá respeto, comprensión y armonía. Y eso no se hace Elizabeth, el Concilio y la Eritrians lo envenenan todo como buenos poseedores del don. Solo quieren ser la supremacía de poder humillando y opacando todo lo demás, destruyendo la magia. Tú eres la Reina, tú puedes poner fin a esto. Como en la Gran Guerra, tú puedes devolver la Magia a esta tierra, eres sumamente poderosa para lograrlo. Y te aseguro que yo estaré a tu lado en esa lucha hasta la última gota de sangre de mis venas. Y muchos otros también. — ella lo miró algo admirada.
Los ojos felinos brillaron con esa fuerza que la envolvía, ese ímpetu de sus palabras le emocionaron. Aquel hombre la desquiciaba completamente en todas las formas posibles, y era exquisito sentirlo así. Lo besó con fuerzas. Hundió sus manos en la melena y mordió salvaje de avidez su labio.
— Me fascinas Alec de Shinning... — sonrieron, pero al instante ella bajó la cabeza y él la miró extrañado.
— ¿Que sucede mi Elemental...? —Elizabeth suspiró y se sentó a su lado para tratar de ganar valor.
— No puedo Alec. Lo siento aquí... — se golpeó en el pecho — Siento que no puedo hacerlo. No sé si soy lo que esperan de mí... Hasta hace unos días desconocía mi poder. Aún no lo entiendo completamente, a veces me asusta porque siento su fuerza inmensa. Y no sé si pueda llenar las expectativas, de ser la Reina, o de hacer eso que piensas. Tu hermana también me hablo así, con esos anhelos, como tú lo has hecho, y yo solo me siento más abrumada y confundida. Presionada por un deseo colectivo que aún ignoro como tonta. Ella, Alia, me indicó un camino. Encontraría a personas que me están esperando... ¿Te imaginas? ¡Que me están esperando!, Alec, y yo prácticamente no sé quién soy. — lo miró agobiada, él arrugó la frente extrañado por un segundo.
— ¿Alia te dijo?
—Sí.
— Eso es... extraño
— Me hizo jurar que no te diría nada pero bueno... tampoco creería que estarías aquí ahora. Me contó que hay seguidores de mi madre la Reina Aleene que quieren ese cambio para HavensBirds como quieres tú, que ellos añoraban el milagro de que yo viviera porque sería la que podría lograrlo... porque soy como mi madre, y podría seguir el legado maravilloso que dejo y que el Concilio ha enterrado. Que tenía que salvarlo, que esa era mi misión en esta tierra. ¡Mi misión Alec! Solo mencionarlo me hace temblar.
— Pero calma Eli, calma. Es cierto que eres como ella, mi amor...
— No soy como ella, muero de miedo. Soy cobarde, Alec. Siento miedo de ser en verdad, lo que ha querido Katherine ocultar siempre: un monstruo... — él se acercó a ella otra vez y le acarició la mejilla.
— Tranquila, mi reina, tranquila — apresó protectoramente su rostro en sus fuertes manos — Has estado engañada toda tu vida, claro que estás asustada de todo lo que has descubierto de ti en tan poco tiempo. Pero es tu despertar Elizabeth, es tu renacer. Eres la Reina que necesita esta tierra y puedes hacerlo, yo estoy convencido de ello. — Elizabeth tragó saliva y se quedó mirando los ojos que la contemplaban detenidamente. No quería que su mente la hiciera dudar de él, «No por favor, no podría ser como Joseph, no podría ser aquel también su afán. No podría él también romper su corazón»
— Mis hermanas están en medio, no puedo ponerlas en peligro. Ellas están en las manos de Katherine y créeme esa arpía es capaz de cosas terribles. Jamás permitiré que les pase nada por mi culpa, o por unas soberbias ganas de vengarme. Y eso también puede pasarles a más personas que me ayuden, inclusive a ti y a tu familia... Demasiadas cosas que perder por una tierra que me enterró solo con la palabra de quien reconocían como su opresor. Eso es muy injusto — el bajó la cabeza afligido. — No podría con ese cargo de conciencia, Alec, no podría...
— No todo el mundo te enterró con el anunció del Concilio de tu falsa muerte. A muchos los hicieron callar la desesperanza de la pérdida. Pero estás viva, ¡Vives! Tienes que saber que muchas personas estarán dispuestas a salir de su inmovilidad para seguirte, y que del Concilio es posible protegerse. Jamás dejaría que dañen a tus hermanas o a mi familia. — hizo una pausa en la que Elizabeth creyó que desviaría la mirada, pero no lo hizo, siguió contemplándola con fuerza y pasión y eso la hizo encenderse de excitación. — Todo eso es una verdad mi Elizabeth, pero también entiendo tu temor... — continuó sereno — No te juzgaría jamás. Te amo demasiado Elizabeth de Galp, haré lo que me pidas siempre que eso me permita estar a tu lado. —sonrió con un amor profundo y Elizabeth dejó escapar esas dos lágrimas contenidas sonriendo muy emocionada.
— Vámonos de la isla. Huyamos a Continente. Allá Katherine no podrá perseguirme... ya has visto la cacería contra mí y los que me ayuden. Estaremos libres, juntos. Y todos estarán libres de mi peligro.
— ¿Salir de HavensBirds? —la miró dubitativo — Pero... huir no salvara esta tierra...
— Yo tampoco lo haré. Una de mis hermanas llegara al trono y sé que cualquiera de las dos podrá ser una buena Regente — el suspiró resignado.
Elizabeth observó expectante cómo se quedaba pensativo y decidió intentar hurgar en su mente, pero se encontró pensamientos de ambos que la sorprendieron. Alec estaba soñando en su mente, una casa campestre con un fondo de campos de cultivos se dibujaba en su memoria. Podía verse a los dos abrazándose en un atardecer. Sonrió con una emoción gigante aunque él aún ignoraba su intromisión.
— ¡Alec! — se lanzó a su cuello abrazándolo y besándole tiernamente. El sonrió y después fingió enojarse.
— ¿Te has metido en mi mente, reina Elizabeth? Oh que mal portada — la regañó y rieron.
— Me encanta lo que he visto... — él le guiñó un ojo y luego hizo una mueca cómica de intriga
— ¿Crees que haya granjas allá en continente?
— Pues... creo que sí. — contestó aún sonriendo divertida.
—Yo... te seguiré donde vayas. No me importa. No sé como rayos vamos a vivir en esa tierra diferente y lejana pero... ¿que te pareció la idea de la granja? No estoy muy familiarizado con el trabajo pero podría... — habló haciendo muecas cómicas y Elizabeth rió llena de felicidad mientras lo besaba por toda la cara.
— Te amo, Alec, te amo. No sé si es locura que pueda sentir este amor por ti pero no cabe otro sentimiento en mi pecho cuando me haces sentir así. Haremos todo. No necesito nada más que tu presencia a mi lado. Haremos magia en Continente.
— ¿Crees que nuestra magia siga existiendo allá, en esas tierras? — le preguntó intrigado. Ella se encogió de hombros. El sonrió—Umm, sería muy provechoso...
— Apenas estas conquistando mi amor y ya piensas en buscarte problemas. — el soltó una carcajada, contagiándola. Le golpeó en el pecho, regañándolo.
— Concretamente, ya te he conquistado...
— Vámonos Alec. Empecemos a preparar nuestra partida lo más pronto posible. — se puso de pie exaltada y él la miró deleitándose de su bella desnudez y de su elegancia mientras se vestía.
Era deliciosamente exquisito solo observarla y lo que le provocaba le hacía estar cada vez más seguro de que estaba arrebatado por aquella mujer. Ella se volteó y se cruzó de brazos al descubrirlo contemplándola con aquella cara deleitosa y notar además como su excitación era más que evidente en su entrepierna.
— ¡Alec! — replicó e indico con la barbilla hacia su enhiesto miembro. Él siguió la mirada de sus ojos hasta el objetivo y sonrió.
— No puedes dejarle así, te ha deseado tanto... Además está por llover, no podremos movernos hasta que el camino en Bosque Prohibido sea lo bastante seguro.
— Primero: no está por llover, soy elemental y puedo sentir si habrá tormenta... — se arrodilló y se acercó a él sensualmente, caminando sobre su cuerpo como una pantera y rosándole a propósito, hasta llegar a su rostro al mismo tiempo que él ahogaba un gemido.
Se besaron y él posó las fuertes manos sobre sus caderas haciendo que se pegarán a su miembro, el rose de la tela de la túnica elemental les creó una sensación que les hizo jadear a ambos.
— Nos iremos al anochecer mi reina, este caballero hará lo imposible por complacer su deseo... —rieron mientras se dejaban llevar otra vez por la sensualidad de sus cuerpos unidos. Se besaron con ternura y pasión mientras afuera el bosque se iluminaba con el polvo fugaz que precede al amanecer.
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El Salón del Agua dentro del Templo Mayor era una sala fabulosa. Con el techo abovedado y varias columnas que formaban una pasarela, dejaban un espacio central de forma ovalada que parecía salido de las profundidades del océano. Toda la piedra que fue esculpida para hacer la cámara era aguamarina resplandeciente, que cambiaba a color del mar profundo en algunos mosaicos del suelo, los cuales dibujaban extraños arabescos y pasajes marinos. El espacio de los arcos que separaban cada columna estaba dominado por una cortina de agua cristalina que nacía y se perdía en la propia roca. La frescura y el ronronear de las corrientes inundaban de una extraña paz, todo el lugar.
Las sacerdotisas usaban siempre el salón de este elemento como sala de reuniones pues la energía que manaba allí dentro, les llenaba el cuerpo de una vibra exquisita. Habían colocado una larga mesa de mármol en la zona central y varias sillas altas con tallados de imágenes de elementos.
Aquella mañana, a la cabecera de esta, en la silla más alta, estaba sentada Annabella. Frente a ella tenía algunos pergaminos que revisaba despacio. A su derecha la Gran Sacerdotisa leía también, en silencio, unos enormes libros escritos a mano de hojas atadas con cordones de cuero. A su lado estaba sentada Giana con otro grupo de documentos y frente a ella una sacerdotisa de Segundo Orden llevaba una pluma y hojas en blanco, dispuesta a anotar lo que fuera necesario.
Completaba la comitiva una sacerdotisa más joven que les servía un té con hidromiel a cada una. Al finalizar, colocó unas bandejas de plata con algunos aperitivos en los espacios que encontró libres de papeles y posteriormente se retiró en silencio. Justo al abrir la puerta para salir, apareció frente a ella Shell, apresurada. La chica se hizo a un lado para permitirle pasar y esta entró con algo de nervios.
Al llegar junto a la mesa solo Giana y Annabella levantaron la vista para mirarle, la primera solo unos segundos, enseguida volvió la vista a los pergaminos sin darle más importancia. Anna si se quedó mirándola muy seria.
— No vuelvas a llegar tarde — la regañó bruscamente casi sin pensar y se arrepintió pero no lo dio a entender.
Shell se contrajo ante el tono grosero y le dedicó una apenada reverencia. Desvió la mirada, centrándose en buscar lugar para unirse a la mesa. Notó que el único disponible estaba justo al costado izquierdo de Annabella, por supuesto aún ella era su escolta, o así lo creía.
Suspiró intentando calmar su nerviosismo y se sentó al fin. Cuando volvió a fijar los ojos en Annabella, esta ya no la miraba pero su rostro estaba rígido. Tragó saliva, tenía que lograr calmarse, el cuerpo le volvía a temblar ligeramente. Miró a Inna pero esta la ignoraba por completo, con sus lentes de media luna sobre la nariz, sumida en la revisión de los registros, lo que Shell agradeció en silencio.
— Tenemos que organizar alguna celebración... — dijo Inna de pronto, pausadamente, rompiendo al fin el pesado silencio. Todas la miraron mientras dejaba el enorme libro que leía a un lado y tomaba la taza de té para darle un sorbo. Hizo un movimiento de cabeza y las dos sacerdotisas a su lado y estas tomaron el suyo también obedeciendo la orden.
Annabella no se movió, le molestaba un poco semejante ordenamiento y que tuvieran que estar pendientes a la Gran Sacerdotisa para siquiera moverse.
— Creo que el Festival Elemental sería una buena cele... — Shell habló algo animada pero se interrumpió inmediatamente. Annabella la miró algo molesta, aunque sinceramente, estaba molesta con ella misma y su revoltosa confusión interior.
— Lo siento... — Shell se disculpó sin saber muy bien porqué lo hacía, sorprendida de cómo la voz le sonó demasiado débil.
Estaba tremendamente nerviosa. No se esperaba la reacción de Annabella y ahora su forma severa de tratarla la asustaba tanto más que el dolor que la hería.
— Muy buena idea Shell. —expresó Inna sonriente. — Annabella, no estás muy familiarizada con esta celebración pero seguro has leído de ella ¿no es así? — continuó pasmosa. Annabella suspiró e hizo una mueca parecida a una sonrisa. Inna la miró inquisidora y luego observó a Shell que trataba de mantenerse impávida mientras sentía un leve mareo por la tensión. — ¿Sucede algo Annabella? — preguntó inesperadamente, reclinándose en la silla y siguió degustando su té sin dejar de escrutarla.
Shell sintió que el lugar le daba vueltas pero respiró hondo para calmarse. El rostro de Annabella continuaba tan austero que temió que cometiera una terrible imprudencia. Tal vez se dejo llevar por lo que le hacía sentir y se apresuró en contarle demasiadas cosas. Annabella era tan hermosa como impulsiva y Shell se había equivocado con las señales.
—No... — dijo al fin, y aunque continuaba sonando seca y enojada, Shell respiro al fin. — Disculpe Gran Sacerdotisa, es que a veces me abrumo un poco. Además, encuentro aquí tantas cosas que tratar, a mi parecer, demasiado importantes, como para enfrascarnos en una celebración que tal vez... por ejemplo... deberíamos priorizar... — Inna sonrió condescendiente y la detuvo con el gesto.
— Todo tiene su tiempo Annabella. Y aunque no lo creas la celebración es tan importante como cualquiera de estos asuntos. — indicó los papeles frente a ellas. — Es importante que celebres con el pueblo. Que HavensBirds te conozca. Tienes que deslumbrarles. Tienes que ser la elegida. Y eso solo se logrará si estas activa y muestras tu maravilloso poder y le das la alegría que tanto les pierde al populacho... — la miró esperando su reacción pero Anna se mantuvo con la vista en los pergaminos tratando de mantenerse serena.
Todas comenzaron a comentar alegres y apoyaron la idea de Inna. Pero mientras festejaban el rostro de Annabella estaba triste, sonrió cuando alguna le dirigió una palabra pero Shell la conocía y no dejaba de observarla, su sonrisa estaba apagada.
— También es preciso que su alteza este tranquila. La meditación en el Templo fortalecerá su don y le ayudara a crecer. — dijo Shell con la intención de ayudarle a aplazar lo que creía le resultaba abrumador, pero se arrepintió al instante cuando Annabella volvió a mirarla molesta. Inna las contemplaba en silencio.
— No necesito que me des consejos Shell. —soltó bruscamente y Shell sintió que su rostro se enrojecía.
— ¿Pensé que Shell era tu consejera? —inquirió Inna con un tono calmado y extraño.
— Ya no. — dijo demasiado tajante y se regaño en silencio — Creo que no es... necesario. — dudó un leve segundo pero continuó de forma tajante — La libero y volverá a sus obligaciones ordinarias. No quiero que está más a mi corriente. — levantó la vista para mirarla severamente. Shell notó que el dolor que le quemaba dentro se convertía en enojo. Apretó los puños hasta enterrar las uñas en las palmas de sus manos para intentar calmarse.
— Bueno, en ese caso no tengo nada que objetar... en cuanto a lo que hablábamos... —retomó la charla la Gran Sacerdotisa.
Shell ya no escuchaba, Anna seguía tan fría que le hacíafaltar el aire de la ansiedad. Percibir comose alejaba y perdía su complicidad con ella, era a lo que más había temido siempre, y la soberbia testaruda de su Reina insistía en hacerlo. Se arrepentía con tanto desgarro de aquel equivocado beso.Fue una estúpida por imaginar que una persona insignificante como ella podría ser algo mas para la Reina Elemental, confundió todas las señales y ahora el estúpido amor le hacía morir.
Además no había medido el peligro y lo prohibido que era un sentimiento entre ellas, era una completa estúpida. Sintió que el llanto se agolpó en sus ojos y tuvo que hacer un esfuerzo para no llorar.La había perdido, había perdido ese pedazo de gloria que era tener su confianza y cercanía. « ¡Por la Diosa!, no puedo permitirlo.»
Pero en aquel instante no le quedaba más remedio que mantenerse calmada, aunque le costaba un esfuerzo enorme.Pero Anna no lo haría y podría explotar, y la Gran Sacerdotisa aunque conversaba sin ápice de incomodidad, las miraba demasiado concentrada en ambas y no podía poner en peligro ni a Anna ni todo lo que sabía.
—Así que pienso que Giana... — volvió a la conversación de la Gran Sacerdotisa mientras esta se dirigía a su compañera.La aludida asintió complacida mientras que la otra chica movía su pluma fugaz anotando cada detalle. — Puedes encargarte de las preparaciones de un esplendoroso Festival Elemental. —concluyó.
Shell volvió a mirar fijamente a Anna con la esperanza de que sus ojos claros se fijasen en ella y poder ablandar su enojo, Annabella tenía que volver a verle, lo necesitaban ambas. Sus ojos se decían tanto, esa magia no podía haberse perdido, no podía permitirlo.Pero Anna no lo hizo, estaba sumida en sus pensamientos aunque fingía seguir el hilo de la conversación.
— ¡Shell...! — su nombre en la voz profunda de la SumaSacerdotisa la sacó de sus cavilaciones con un sobresalto. La miró y esta le alzó una ceja recriminatoria. — Estas distraída hoy.
— Lo siento Gran Sacerdotisa.
— Ayudaras a Giana en los preparativos ya que te quedaras nuevamente con nosotras. — Shell no pudo contenerse por más tiempo, se puso de pie perdiendo el autocontrol.
— Creo que su alteza está cometiendo un error. En estos momentos convulsos no es prudente que me separe de ella. — todas la miraron sorprendidas. Annabella la observaba enojada pero Shell no la miró, sus ojos marrones se concentraron en los grises de la Gran Sacerdotisa que la miró detenidamente.
— Shell cálmate... — le dijo al fin la reina, cambiando un poco su tono a preocupación. Notó de una vez como temblaba su labio inferior y sintió pena de sus formas hacia ella.
— Entiendo que debes estar aun alterada por los sucesos por los que has pasado. Creo que lo mejor es que tomes un descanso. Nuestra Reina estará a salvo, tú no eres imprescindible en su protección... — contestó Inna regiamente.
Shell sintió tanta impotencia que una lágrima resbaló por su mejilla. Miró a Anna y apretó los dientes. Annabella se movió algo incomoda en la silla, estaba muy confundida y esto le causaba enojo y desasosiego.La mirada tan triste de su Sacerdotisa de Segundo Orden le dio un vuelco al corazón. Shell era importante para ella, la quería... si la quería, de eso no tenía dudas. Pero tenía más pánico de perderla que de tenerla. Shell podría morir de la forma más atroz por su atrevimiento. Y estaba tan loca que ahora mismo no se daba cuenta que estaba a punto de crear un caos con su comportamiento. Respiró para mantenerse rígida, tal vez así entendería y se calmaba.
— He dado una orden. — dijo cortante. Inna alzó una ceja satisfecha. Shell se sentó bruscamente y Anna notó como apretabala mandíbula para evitar llorar. — ¿Qué castigo sería aplicable para una desobediencia o falta grave? — soltó de pronto logrando mantenerse increíblemente serena aunque su interior era un huracán de sentimientos encontrados. Las sacerdotisas que las acompañaban se miraron entre sí un poco sorprendidas e Inna la observó a ella, detenidamente. Shell no aguantó las ganas de llorar y el llanto escapó silencioso, aún tragaba saliva para que no llegara a sollozos.Permaneció inmóvil, sentía que cada palabra de Annabella se clavaba en su alma.
— ¿A qué te refieres Annabella? —inquirió Inna suavemente pero con esa forma recta que siempre tenía.
— Quiero conocer los castigos a las faltas delReglamento Sagrado Real, solo eso. — la chica de lentes que llevaba la pluma levantó la mano, casi emocionada por contestar y mostrar su conocimiento. Anna le asintió y en el instante que miró a su dirección pudopercibir a Shell a su lado, las lágrimas le caían en silencio. Sintió un enorme deseo de abrazarla, pero apretó sus puños para negarse a pensar si quiera en ello.
— Pues dependería de la falta grave, alteza. La persona sería juzgada y podría ser azotada hasta casi la muerte, luego encerrada en Racons. O directamente condenada a muerte en la horca, si la falta fuera dirigida directamente a su persona o su integridad o fuera una traición a HavensBirds o a la Magia Pura. — contestó la chica.
— He escuchado que Racons es el infierno. —todas se quedaron en silencio — Así que los azotes y las torturas que seguirían en la prisión serían igual una condena... ¿no es así? — insistió tratando de que aquella entendiera el mensaje, pero no se dio cuenta que cada palabra de desprecio suya era peor que la condena explicada.
Shell se puso de pie interrumpiéndola. Todas la miraron sorprendidas menos Anna que lo evitaba a toda costa.
— Pido permiso para retirarme... — la voz sonó lastimosa casi en un susurro.Hizo un esfuerzo para no romper en sollozos. — Mi herida aun no sana y me siento agotada... — Annabellacontinuaba sin mirarla pero le indicacon un gesto concediéndole el deseo sin decir una palabra.
Shell cerró los ojos un segundo y luego se dirigió a la puerta demasiado rápido. Annabella pudo sentir su llanto al pasar cerca de ella. Nadie dijo una palabra hasta que el golpe seco de la puerta al cerrarse retumbó en la cámara. Annabella soltó el aire retenido hasta el momento y levantó la vista para encontrarse con los ojos claros de la Gran Sacerdotisa, mirándola inquiridoramente.
— Creo... que mejor hablamos más de este tema en otra ocasión. —dijo tratando de sonreír pero sin lograrlo.
— Si alteza. Mejor,hablemos del Festival... — concluyó Innay se cruzaron las miradas otra vez. Los ojos de la Gran Sacerdotisaeran severos.
Annabella tragó saliva, sabía que no convenía que su enojo le hicieraperder la cordura en ese momento. Agradecióinternamente cuando las demás comenzaron a plantear ideas llevándose la atención de Inna hacia ellas. Se reclinó en la silla y fingió seguir su conversación pero aunque no lo quisiera, sus pensamientos estaban en la imagen de Shell llorando. Sin proponérselo, su corazón se estrujó en su pecho.
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