♣ 16.El Beso ♣
El sol estaba casi en su cenit en aquella mañana hermosa y despejada. A través de la ventana de la alcoba de Shell en el segundo nivel del Templo, Annabella observaba el ajetreo en los jardines y en el anfiteatro de ritos. Todo el cónclave estaba volcado en los preparativos del gran recibimiento de su Reina. Pero contraria al despejado y claro cielo de la mañana, la mente de Annabella era un remolino de angustia, confusión y rabia.
Shell le contó todo, o al menos lo que conocía, sobre su hermana, sobre el Círculo y sobre el desconcertante futuro de todo el reino. Y aunque tendría que, por propio pedido de su sacerdotisa, callarse todo lo conocido, no sabía si su ira ante la presencia de la Eritrians se contendría. Incluso ya no confiaba ni siquiera en su Suma Sacerdotisa. Quería explotar y declararles la guerra a todos pero tenía que acatar el consejo de Shell, había mucho más que investigar y ellas de este lado eran las únicas que podían ayudar a Elizabeth.
«Por la Diosa, Elizabeth se suponía que era vacía y puede que sea la más poderosa del reino».Todo aquello era increíble y completamente cierto. Temía que la venganza cegara el alma de su hermana. «No, no podía ser posible, Eli tenía el alma más noble que hubiese conocido. No pensaría ni siquiera eso.» Los sutiles susurros de la toga de Shell le sacó de sus cavilaciones pero no se volteó.
Se había quedado de espaldas mientras ella se cambiaba de ropa. Quedarse reflexionando en todo lo que hablaron le había ayudado a opacar el nerviosismo que le creó cuando le dijo que se volteara para ella asearse y cambiarse. No podía entender porque le ponía tan intranquila compartir momentos tan íntimos con Shell, a la que no le incomodaba en lo más mínimo, o al menos así parecía. ¿Era tonto?,tal vez, y debía dejar de sentirse así.
— Ya estoy lista, usted debería ir a su habitación y arreglarse alteza. — dijo serenamente.
Annabella se giró al fin y se quedó inerte. Shell estaba demasiado hermosa. No tenía ni sombra del demacrado rostro con que la recibió horas antes. Su túnica de gala de Segundo Orden, con sus honores de intrincados bordados plateados, resplandecía sobre su piel tan blanca y perfumada. El modelo escogido tenía un hombro plegado con un broche para que disimulara su vendaje y se veía elegante.
El rebelde cabello rojo estaba medio dominado en una trenza suave y no pudo estar segura pero parecía que se había maquillado muy tímidamente. Anna no podía dejar de mirarla y la boca se le quedó media abierta del asombro. Shell se ruborizó al notarlo y se encogió de hombros haciéndola reaccionar.
— ¿Todo bien?
— Si, este... nada. Tienes razón... debo ir a cambiarme antes de que todas salgan en mi búsqueda — movió la cabeza y se dirigió a la puerta.
— Nos encontraremos abajo — dijo antes de que Anna abriera— Y por favor alteza... — casi suplicó.
— Ya sé Shell, no te preocupes. Por cierto, tendré que arreglarme mucho para superarte este día. — sonrió ante la cara roja de su sacerdotisa. Abrió la puerta y se encontró con Giana que le saludó con una reverencia.
— ¿Vamos a su habitación alteza? — preguntó serena sin indagar más y a Annabella le encantaba que fuera así.
— Si, por favor. — la sacerdotisa le indicó con una reverencia y la reina se encaminó inmediatamente, seguida por ella.
Shell escuchó, pegada a la puerta, los pasos alejarse por el corredor de mármol, luego suspiró y sonrió tontamente. El corazón le latía apresurado. No sabría comparar aquella sensación porque en toda su vida jamás sintió algo así, pero aquello tenía que ser la felicidad. La inundaba y revoloteaba junto a su energía elemental.
No recordaba mucho de su infancia. Llegó al Templo muy pequeña y jamás en los días libres fue visitada por algún familiar como les ocurría a sus compañeras. En aquellos momentos se escondía de todo aquel alboroto alegre y se iba sola a los jardines a leer historias donde se creía la protagonista o se enamoraba de la valentía de esta. Creció sola y se esforzó tanto que pronto dominó y supero a toda su clase. Debía y tenía que ser su propia heroína. No conocía más sentimiento que el respeto a la Suma Sacerdotisa la única que estuvo en su infancia y de la que aprendió mucha sabiduría.
Le resultaba muy raro mezclar el corazón en sus pasajeros momentos de necesidad carnal, así se habían quedado, solo en pasajeros. Pero ahora algo extraño estaba pasando, su corazón latía acelerado, su energía elemental ardía más que nunca. No era igual al fuego que había sentido por la pasión que conocía y lo peor de todo era que aunque no podía explicarla, aquella sensación le resultaba deliberadamente deliciosa.
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Marina se sintió mareada. La Sala de Juntas de Woodville parecía un panal de avispas. Era una cámara circular como anfiteatro y los bancos estaban colocados a diferentes niveles cuidados por barandas de roble, que permitían a sus ocupantes poder mirarse entre todos. En el techo un enorme tragaluz de varios colores dejaba que los rayos del sol iluminaran el estrado del centro, desde donde los exponentes daban su informe de frente al palco real.
Pero aquella mañana la Sala donde debía haber orden, era caos. Los lores de diferentes comarcas cercanas y otros funcionarios habían salido de sus lugares y se agolpaban en los pasillos o en el semicírculo central. Agitaban pergaminos y documentos violentamente y discutían sus contradicciones a gritos, todo se le había ido de control a la Reina.
Marina se atrevió a dar conjeturas de las que no estaba segura y juzgado a la ligera sin medir las consecuencias. Explotó el debate de asuntos de estado en una terrible discusión. La ansiedad la dominaba, le ardía el pecho y sentía como le faltaba el aire. «Que había hecho, era una tonta, jamás sería reina». Se recriminó en silencio. Sentía ganas de llorar y por más que buscaba entre la multitud que estaba de pie no encontraba el rostro de Pierce. Necesitaba tanto su mirada para serenarse.
Se sobresaltó cuando vio a uno de aquellos señores perder los estribos y golpear a otro. El altercado le produjo un ligero temblor en sus manos, pero no pasó a mayores. El Prior Rafack intervino y los calmó casi a la fuerza. Él también se notaba muy alterado y discutía tratando de aplacar las opiniones. El mareo se acrecentó pero en el justo instante en que creyó desmayarse, la mano fría de Katherine se posó sobre la de ella.
Marina se asustó pero cuando miró sus ojos azules no le parecieron severos. Al contrario, les sintió comprensivos o no supo si era la necesidad de que lo fueran la que la hizo creerlo. La Eritrians se agachó para quedar muy pegada a ella. Marina se asombró de la complicidad pero en aquel barullo nadie notó como la gran Katherine se pegaba a su oído tan protectora. Ni siquiera ella misma notó como llegó hasta su lado. Era totalmente cierto que sus formas intimidaban, pero en aquel momento, era su salvación.
— Eres la reina, termina esta estupidez de una vez. — le apretó la mano pero no amenazante. Marina sintió una fuerza que no supo describir.
Luego le sonrió y terminó de convencerla. La reina naturalista respiró y cerró los puños hasta clavarse las uñas en las palmas
—Tú puedes... — volvió a susurrar y la soltó entonces. Se incorporó poniéndose detrás de ella.
Marina inhaló profundo otra vez y se puso de pie. Concentró su mente en su poder interior y colocó las manos sobre el barandal de madera tallada que separaba su palco de la cámara circular que formaba el salón. Comenzó a susurrar en voz muy baja y la madera empezó a temblar con suficiente fuerza como para que los hombres delante de ella se tambalearan sorprendidos.
Cuando el pequeño terremoto llegó a todos y a algunos desprevenidos incluso los hizo caer sobre sus bancos, la multitud se calló de golpe. Todos miraron a la vez hacia el palco de la presidencia y Marina sintió un escalofrió cuando aquella decena de ojos la observaron expectante. Con altivez soltó la baranda. Era un manojo de nervios pero imaginó a Katherine detrás de ella orgullosa y aquella idea la sobrepuso.
Tragó saliva para evitar que la voz denotara su ansiedad. Era agotador pero no podía dejarse vencer, «Bastaba un segundo para impresionar», tenía que lograrlo. Luego podría llorar como niña pequeña, a quién importaba. Era la Reina, nada más. Le volvieron a temblar las manos pero las ocultó de todos y de ella misma.
— ¡Basta! — ordenó alzando la voz. Todos regresaron a sus lugares. — En serio creen que... — hizo una pausa para llegar con las palabras. — Creen que es esta la forma de arreglar las discrepancias... — algunos hablaron bajo moviendo las cabezas apenados pero otros aún protestaron.
Marina decidió ignorar a estos últimos, no podía caer en discusión con los que ahora estaban en desacuerdo con ella. Era la Reina, le obedecían y nada más, así que con un esfuerzo inmenso para que sus piernas no flaquearan continuó mirándolos con altivez. De a poco cada uno llegó a su sitio. Solo fueron quedando de pie los más fervorizados. Uno de ellos, a quien quitó la razón hacía un momento y detonó la revuelta, se dirigió a ella después de una media reverencia.
— Lo sentimos alteza, pero usted no se ha conducido correctamente ante el problema grave que es...
— Lord Vrenar ¿no es así? — preguntó con un tono lejano a la diplomacia. — Usted solo esta gritando sus razones, no quiere decir que por hablar más alto sea la razón correcta. No venga acá a gritarme sus problemas, más bien gríteme las soluciones que propone y yo como su Reina lo apoyare. — sintió a Elizabeth hablar a través de ella como les enseño muchas veces, pero tragó saliva para borrar ese recuerdo con frustración.
La sala volvió a ponerse de pie pero esta vez para aplaudirla. Algunos murmuraron sobre el temblor, algo poderoso en el don naturalista, y otros comenzaron a elogiarla. El Prior Rafack, más calmado ya, le pidió a todos silencio con las manos en alto. El lord aludido estaba en silencio, tal vez fue tomado por sorpresa y solo atinó a mirarla con algo de desasosiego.
— Si, alteza. — interrumpió el silencio otro de los presentes. — Lord Vrenar se queja de la situación del abastecimiento, pero sabe muy bien que en sus colindantes del norte las comarcas están dando de sus cosechas a los desplazados de las zonas bajas y eso es una traición. —lo miró con malicia.
— ¡Injuria! Sir Ben. No puedes probar semejante cosa y exijo que muestre su respeto... — los dos hombres se midieron con ganas de golpearse.
— ¡Basta, ambos! — volvió a interferir Marina. La ansiedad nerviosa le hizo sostenerse de la baranda, algo mareada. Le faltaba el aire. El nudo en la boca de su estómago era casi palpable — Esta discusión la trataremos personalmente si les parece. Y espero mejores argumentos para no hacerme perder el tiempo — los miró seria y cumplió su cometido de autoridad casi sin creérselo. No dejó notar su temblor y ambos hombres la miraron un poco desorientados.
— Pero alteza...
— ¿Qué sucede Sir Ben, ahora no está seguro de su acusación? — el hombre no pudo evitar bajar la cabeza. El silencio gobernó la cámara. Todos estaban expectantes de su reina. — Ahora bien, creo que si no hay otro asunto de importancia para el reino yo me retiraré. El Prior Rafack se encargará de ultimar las conclusiones. — los saludó de la forma oficial moviendo en semicírculo la mano hasta la altura y sonrió con una serenidad increíble. Dio media vuelta para encontrarse con una Katherine sonriendo orgullosa.
— Lo has hecho muy bien — le habló muy bajo mientras se posicionaba a su lado. Se encaminaron hacia la salida trasera del edificio, rodeadas de su Guardia Real. Detrás de ellos la sala de juntas se volvió a inundar con el murmullo de varios hablando a la vez pero no se escuchaban alterados, e incluso se logró dar oído a un "¡Viva la Reina!" entre el bullicio.
— Pensé que me desmayaría. — confesó entregándose a la confianza recibida. Katherine sonrió condescendiente.
A Marina le resultaba extraño verla así pero tal vez no era como sus hermanas pensaban. Ahora ella entendía lo difícil que resultaba llevar el reino y podía saber lo constantemente presionada que estaba Katherine. A lo mejor Eli y Anna se equivocaban sobre ella. De todas maneras en ese instante la necesitaba, y nada impediría que se aliara a la gran Eritrians si eso la llevaría al trono.
— Tranquila, no hablemos de eso ahora. Déjame confesarte que lo del temblor de tierra fue muy acertado, hasta yo me sorprendí.
— Con la ayuda de Julia he conocido mucho más mi don. Y empiezo a dominar muchas más cosas. Es realmente increíble.
— Me alegro mucho. Eso es importante, ahora estás rodeada de gente que en verdad te adoran y te respetan, así que veras como serás la naturalista más poderosa. — inyectó las palabras hábilmente.
— No sé porque en la cabaña no podía avanzar. Es que también Anna siempre quería sobresalir. — se quejó inconscientemente.
— Tal vez sencillamente no quería que tu poder fuera superior al de ella. — cizañó
— No creo solo... — hizo una pausa y la miró arrugando la frente dubitativa — ¿Crees que fuera así? — Katherine movió la cabeza.
— No lo sé. Pero Marina, tu hermana también aspira al trono y lo único que puede interferir en que llegue a él eres tú. Y tú eres una reina muy noble, tal vez te subestiman o peor aún, hacen que te subestimes tu misma. — Marina se quedó pensativa. Sintió enojo por un momento, las palabras dulcemente dichas por Katherine habían surtido el efecto esperado. Comenzó a sentirse traicionada y molesta.
— Pues la tonta Marina ya no está más. —dijo con soberbia. Llegaron junto al carruaje real y se detuvieron. Katherine le apretó la mano suavemente.
— Me alegra mucho escuchar eso. — se miraron y Marina se sintió completamente inducida por aquella mirada azul severa.
—Ya estoy aquí. — Pierce se acercó apresurado y sonrió mientras hacía una reverencia frente a Marina a la que se le iluminó el rostro al verle.
— Muy bien querido sobrino. Entonces dejare que acompañes a Marina hasta la Gran Casa yo tengo un asunto que tratar aun aquí.
— Será un placer tía. — le besó su anillo y Katherine hizo una reverencia de cabeza a Marina y la miró con complicidad. «Definitivamente no se apartaría de ella, Katherine de Eritrians se había ganado su confianza». Meditó mientras la veía alejarse, en su manera siempre tan elegante, hacia el edificio de estilo medieval de tres plantas que ocupaba la Junta en medio de la plaza de Woodville.
— Mi tía está muy orgullosa de ti. Tienes que haber arrasado allí dentro, mi preciosa reina. — dijo melodioso y Marina sonrió ruborizándose.
Le pegó juguetona en el hombro arrepintiéndose al instante. Miró que nadie a su lado lo notase, moriría si llegara a convertirse en el chisme de boca de todos. Pero la Guardia Real cercaba demasiado bien el carruaje y los curiosos transeúntes solo pasaban de largo y hacían rápidas reverencias.
— ¿Pierce, crees que sospeche de nosotros? —él le extendió una mano y la ayudó a subir al coche. Un segundo después subió también y se sentó frente a ella. Por la pequeña ventanilla semioculta por la cortina de terciopelo marrón vieron como el General Antuan indicaba a la docena de guardias que los acompañaran. Estos enseguida se distribuyeron y subieron a sus monturas para rodear el carruaje. Todos emprendieron la marcha.
— No te preocupes amor mío, no pasa nada. —contestó al fin y sonrió. Se acercó para darle un tibio beso que la hizo sonreír. — ¿Cuéntame cómo te ha ido?
— Un desastre. Estaba tan angustiada y ansiosa. Pensé que me desmayaría... — él sonrió jocoso — Pero pude salir airosa.
— Lo sabía, tú eres una gran Reina, seguirás triunfando.
— Pero no vuelvas a dejarme sola, necesito de tu presencia para estar segura Pierce. — lo regaño.
— Está bien, perdona. Es que tenía que cumplir unos encargos del Concilio.
— Quiero ordenar que te liberen de todas tus responsabilidades del Concilio. Quiero que seas mi consejero personal. — el alzó las cejas y sonrió otra vez.
— Que honor alteza...
— No juegues Pierce.
— No lo hago. Si lo decretas así, estaré más que gustoso querida mía. — se pasó al asiento de ella para quedar a su lado. Abrazó sus hombros y la pegó a su pecho. Marina sonrió.
— Te amo mucho Pierce.
— Lo sé. — la besó en la frente y se quedaron en silencio mientras observaban el camino que indicabala salida de la ciudad.
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Katherine abrió la puerta del despacho que el Concilio poseía en la tercera planta de la sala de Juntas de Woodville, igual a los que tienen diseminados por todas las principales comarcas del reino. La habitación estaba toda enchapada de una madera muy negra que parecía calcinada, típica oscuridad que los caracterizaba. En una de las paredes había dos grande libreros de puertas de cristal que guardaban algunos mágicos objetos decorativos. En otra reinaba una inmensa chimenea que no parecía haber sido prendida nunca.
En la pared de frente a la puerta no había más que una gran ventana de cristal que daba una vista panorámica sobre la plaza y algunas de las callejuelas aledañas. Al centro de la habitación la inmensa mesa de roble tallada y rodeada de sillas a juego con alegorías de Envenenadores concluían la decoración.
Desde una de estas sillas Cripto recibió a Katherine con una sonrisa impertinente. El prior de Delfeos degustaba de una humeante taza de té, que le fue servido en un espléndido servicio de platería que aun descansaba frente a él. En la otra mano llevaba una medialuna de vainilla que devoraba a pequeños mordiscos.
— Eres valiente al degustar este servicio de té antes que yo, Cripto. — le dijo con ironía mientras se sentaba frente a él elegante y soberbia como siempre.
Dedicó una rápida mirada al apuesto hombre que acompañaba a Cripto. Vestía con trajes de estampados marrones y dorados similares a los del prior así que instruyó que era un Clarividente, pero definitivamente uno muy atractivo. Era alto y los músculos bajo el entallado abrigo se notaban fibrosos y fuertes. Además poseía aquel rostro claro y perfilado, el pelo ensortijado y color bronce y una barba extremadamente pulcra como era costumbre entre sus congéneres. La belleza era extremadamente cuidada y alabada en el clan Clarividente y se vanagloriaban de su voluptuosa vanidad.
Desvió la vista hacia el té que ya le servía uno de los asistentes y por un instante pensó que Cripto no parecía ser Clarividente con ese aspecto repelente, su barriga derrochadora y su calva prominente aunque al menos la pulcritud la sostenía aún.
— No creo que sea necesario tener temor de que pueda ser tocado por una pócima Envenenadora sabiendo que somos muy buenos aliados, Katherine de Eritrians. — soltó sin haber terminado de tragar y luego sonrió lo cual le resultó muy desagradable a Katherine.
Ladeó la cabeza para evitar mirar como el prior se limpiaba las migajas y dio un sorbo a su taza de té. Luego la volvió a colocar sobre la mesa y alisó su vestido mientras miró con disimulo al acompañante de Cripto, que no dejaba de mirarla con aquella característica sensualidad inocente de los de su porte.
— ¿A qué has venido hasta aquí Cripto?
— Quería participar un poco de las celebraciones de la Ascensión y conocer a las Reinas, dicen que son unas jóvenes muy hermosas, y la belleza es algo que me maravilla. — sonrió y se reclinó apoyando los codos sobre la mesa. — Además te traje un regalo. — hizo un ademán con la barbilla a su acompañante y este se puso de pie, disipando completamente las dudas de que era un hombre muy apuesto. Se acercó a ella y sonriendo sacó de debajo de su capa un pequeño cofre de un azul celeste con el cierre en forma del distintivo de Delfeos, la montaña y el ojo.
— Permítame presentarme... — habló al fin y su voz era melodiosa y desafiante a la vez, lo que concluyó en convertirlo en un misterioso seductor. — Soy Vlair, Ministro de Delfeos y seré el representante del Clan en las celebraciones del Año de la Ascensión. — Katherine miró a Cripto y alzó una ceja irónica mientras él se volvió a reclinar hacia atrás en la silla y sonrió divertido.
— Mi sobrino Vlair, se quedara por acá hasta la coronación. Sería muy feo que Delfeos no participara, al fin de cuentas somos un don puro.
— Que insiste en mantenerse al margen. —concluyó Katherine
— Esta vez no — inquirió — Tenemos mucho implicado en este asunto. A mí no me gusta estar lejos de mi templo mucho tiempo, me aburro con las reglas de los naturalistas. Así que Vlair se quedará y tiene mi potestad absoluta para determinar por mí en los asuntos que sean necesarios.
— No habrá ningún asunto en que sea necesario... — la risa burlona de Vlair la interrumpió molestándola visiblemente.
— Permítame discrepar señora Katherine — dijo algo petulante
— ¿Esto es algún tipo de broma Cripto? Porque no le encuentro la gracia. — crispó Katherine dedicándole una mirada fulminante a Vlair que hizo borrar su sonrisa.
— Basta Vlair. — le regañó Cripto ya serio. — No es broma Katherine, pero creo que sí lo necesitaras. Y yo quiero que sea así para que recuerdes que Delfeos está de tu lado. — hizo un gesto con la cabeza para que abriera la caja delante de ella. Katherine lo miró y luego obedeció.
Al levantar la tapa descubrió en el fondo de terciopelo del mismo color azul que la caja en sí, una esfera de cristal transparente del tamaño de una manzana pequeña. Dentro encerraba una luz mágica que se movió como si quisiera escapar. La energía flotante que chocaba con el cristal deslizándose de lado a lado era de un rojo sangre.
— ¿Qué es esto? — Katherine lo miró intrigada.
— Es la Profecía de la Reina. — soltó Cripto con misterio y luego hizo una pausa antes de volver a hablar — Rompiendo las reglas sagradas la hemos extraído del pozo encerrándola en este hechizo de esfera y hemos decidido entregártela como muestra de nuestra lealtad.
— Debe comprender que es un hechizo prohibido así que nos ha costado poder realizarlo. — le dijo Vlair con tono grave. — Pido perdón si soné sarcástico anteriormente — se disculpa — No puedo negar que cuando mi tío me conto sobre mi misión en Tierras Altas me sentí un poco asustado tal vez actué mal por mi nerviosismo. — confesó al tiempo que regresaba a su silla frente a ella.
Katherine le miró directamente y asintió con la cabeza, mínimo gesto para aceptar su disculpa. Allí en aquel instante mientras él cruzaba la mirada con la profundidad de los ojos azules acababa de firmar un pacto negro sin siquiera saberlo.
— Está bien... me complace que lo reconozca...Será aceptada su alianza con agrado Lord Vlair — Katherine tomó la esfera y la levantó mirando como la bola de luz de su interior se movía más lenta. — Pensé que se mantenía de color azul como la vi en el pozo.
— Ese es el otro asunto que me hizo traer a Vlair y dejarlo a tu disposición Katherine — le dijo muy serio y Katherine notó el sutil temblor en sus labios. — Cuando una profecía cambia a este color escarlata solo significa una cosa... algo en el destino del profeso ha cambiado y comienza a cumplirse. — sentenció con tal gravedad que Katherine se estremeció sutilmente.
El silencio se adueñó de la sala y ella volvió a notar el temblor en su mano mientras sostenía la pequeña esfera. De pronto la cerró encerrándola como si así pudiera desaparecerla.
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La celebración elemental había sido un espectacular jubileo. Annabella disfrutó en el anfiteatro de un despliegue del don de las sacerdotisas desde las consagradas en el ejército hasta las más pequeñas, niñas y adolecentes, que prepararon actuaciones de danza y mezclaron espectáculos de magia para celebrar a su reina, todas con una devoción grandiosa, que transmitía su alegría. Aún se podían ver pulular criaturas fantásticas hechas de agua y fuego que vagaban como cometas sobre todo el cielo iluminado y los jardines cuidados del Templo.
Anna se sintió tan llena de emoción y felicidad que saltaba junto a las más chicas. Estaba vuelta loca, iba de un lugar a otro, hacía trucos con su don y espectaculares demostraciones de fuego, sin dudas, su elemento más amado. También acompañaba a la Suma Sacerdotisa, hablaba incansablemente con ella, que no se separaba de su lado.
Le había explicado muchas cosas del Templo y Annabella cambió un poco su aprecio hacia él. Miraba la enorme estructura de mármol blanco brillar y parecía algo celestial, además todo el anfiteatro estaba perfilado a uno de los tantos acantilados y la vista sobre el paisaje era alucinante. Se sentía la magia inundando cada baranda torneada, cada columna pulida, cada planta, cada flor. Era divino.
Sonreía, nunca se había reído tanto. Shell la observaba en silencio sin perder un instante. Se movía siempre, sigilosamente, para poderla observar de lejos, se sentía complacida de verla feliz. Todas y cada una de las elementales agasajaban a su reina y esta se sentía una diosa, se veía como una diosa.
Shell la miraba fascinada y a la vez la sentía tristemente tan lejana. Después de unas horas de festejos, todas comenzaron a moverse hacia otro de los jardines justo al frente del Templo. Aquel era más amplio y despejado, rodeado de abetos podados, que lo separaban de otro de los fríos y enormes acantilados de Mur.
Allí se habían dispuesto largas mesas con bancos a cada lado y se había servido un copioso banquete, sin los lujos extremos de los naturalistas, pero igual de apetecible. En una esquina un grupo de sacerdotisas tocaba suaves melodías con oboes y arpas. Al final de la larga fila que sonriente y murmuradora se dirigía a las mesas, Shell caminaba despacio, sumida en sus pensamientos. Aun le dolía el hombro y volvía esa melancolía que le envolvía cuando todos festejaban.
Pensó en pedir permiso en la tarde para ir a descansar, Anna tendría que seguir su agenda real acompañada de la Gran Sacerdotisa, así que podría aprovechar. «Igualmente, sería tedioso vagar alejada de ella. En compañía de la Gran Sacerdotisa no corre peligro.» Meditó.
De pronto alguien llegó hasta su lado y le golpeó suavemente el hombro con el suyo. Levantó la vista y estaba allí, resplandeciente. La cabellera negra suelta, adornada solamente por la corona dorada que le regalaron en la casa naturalista y algunas florecillas prendidas de los mechones ondulados. Los ojos muy claros a la luz del sol, con una mirada divertida y la mágica sonrisa. La túnica para la gala era algo amplia pero ajustada en la cintura lo que la hacía verse más elegante, con los hermosos aditamentos de diamante en sus bordes coloreados de morado.
— ¿No tienes hambre Shell? — soltó juguetona. Por un instante Shell no atinó a nada, solo se detuvo y al hacerlo Anna la imitó. Se habían quedado, justo, detrás de los altos setos que precedían al jardín del banquete. Shell sintió sus manos sudarle y tragó en seco mientras continuaba mirándola sin poder ocultar su fascinación. — ¿Estás bien? —preguntó la reina arrugando la frente de esa forma en que lo hacía siempre que estaba extrañada. Shell sonrió adorando el gesto.
— Sí, estoy bien alteza.
— Por la diosa, Shell, todo es maravilloso. Sabes, a pesar de estar abrumada por lo que me contaste, la mañana ha sido espectacular. Me siento feliz. Por primera vez veo al Templo con otros ojos, me siento como en mi casa... siento por primera vez que pertenezco a un lugar, a algo especial. — Shell la miró con dulzura mientras ella continuó contando cada peripecia matutina, y aunque ella lo había presenciado, la escuchó contarlo otra vez mientras asentía complacida. —...Ha sido espectacular. Sé que tengo que hacer mucho aún, y que otros asuntos importantes reclamaran más seriedad de mi parte pero...
— Alteza... — la interrumpió. — Hoy es celebración hoy no piense en nada más.
— Tienes razón. En la tarde tengo que reunirme con la Gran Sacerdotisa en la sala de juntas. Revisaremos algunas cosas puntuales. Luego tengo que visitar todas las cámaras del Templo... — rodeó los ojos con hastío y Shell sonrió. — Que agotador. Pero necesito que nos veamos... Tenemos que hablar muchas más cosas sobre todo este asunto que sabes. — alzó una ceja para atenuar el suspenso y a Shell le resultó muy cómica.
— No se preocupe alteza. Lo haremos. Solo debe acabar con los pendientes para poder tener tiempo. — Annabella hizo una mueca y luego movió la cabeza pensativa.
— Tal vez termine tarde los asuntos con la Gran Sacerdotisa pero... en la noche podría pasar a tu habitación otra vez y podemos hablar hasta la madrugada. Siempre duermo tarde. — Shell la miró algo sorprendida y un escalofrío placentero le recorrió la espalda. — Tu habitación casi me gusta más que la mía. — confesó divertida— Bueno a no ser que te sientas aun débil y si... olvidé que debes descansar. — rosó con cuidado su hombro vendado. Shell se estremeció pero ocultó su nerviosismo. Sentía que su energía interior revoloteaba y le temblaron levemente las piernas.
— No es eso... alteza es... — trató de convertir en palabras el torbellino de sensaciones. La miró y Annabella se veía tan fresca y radiante que se le hizo un nudo en la garganta.
— ¿Qué te pasa Shell, habla ya? Me pones muy inquieta — le preguntó intrigada.
Shell no dijo nada, se acercó a ella y tomó cada una de sus muñecas. Las acaricio con un suspiro ante la mirada atónita de Annabella. Sin pensar en nada, la besó, dulce y profundamente. Un beso lleno de ansias y de fuego. Los hermosos y sensuales labios se movieron y por un instante fueron correspondidos por los segundos igual de deseosos.
Anna se quedó paralizada pero su energía interior se aceleró y sintió una cándida sacudida en su pecho. Pudo notar como Shell temblaba pegada a ella. Entonces como un resorte, reaccionó y la empujó separándola. Shell la miró asustada, por un momento quiso imaginar que reaccionaría así, su lengua había mojado sus labios, estaba segura de ello. Pero Anna estaba desorientada sintió la respiración acelerársele junto a su corazón y esto le causó desasosiego. Observó a Shell que casi jadeaba y se restregaba las manos, muriendo de incertidumbre.
— ¡¿Qué rayos haces?! — soltó muy seria. El rostro se contrajo con una molestia que le causó su propio miedo.
— Lo siento... alteza... yo — Shell dio un paso hacia ella torpemente, pero Annabella la detuvo con un gesto brusco de su mano. Se irguió con soberbia y la miró indignada.
— ¡Basta Shell! — la regañó violentamente.
— No estaba pensando... — balbuceó a modo de disculpa. Bajó la cabeza apenada y luego volvió a mirarla con angustia. Annabella se sentía incómoda pero se mantuvo severa.
— No. Seguro que no. ¡Estás completamente loca! — inquirió.
Shell intentó responder pero Annabella se lo impidió haciendo otro gesto tosco con las manos, mas cómo mecanismo de defensa que como indignación. Respiró profundamente molesta antes de alejarse sin decir ni escuchar nada más. Shell suspiró entre impotente y temerosa, reprimiendo el impulso de sostenerla otra vez.
Annabella llegó veloz junto a la mesa que presidía el banquete y se sentó casi furiosa. La Gran Sacerdotisa qur ya estaba posicionada a su lado, la miró intrigada.
— ¿Estás bien, Annabella? —preguntó algo intrigada. Annabella tragó en seco para calmar su nerviosismo antes de mirar a la Gran Sacerdotisa y fingir una sonrisa tranquila.
— Sí, Gran Sacerdotisa, solo... estoy un poco... abrumada. — logró mentir. Inna le sonrió condescendiente y movió la cabeza.
—Tranquila. Te acostumbrarás. Yo estaré a tu lado. — contestó.
La reina agradeció con un gesto de cabeza y se alegró que en ese instante otra sacerdotisa sentada más allá de Inna reclamara su atención. La Gran Sacerdotisa se volteó para integrarse a la conversación y Annabella cerró los ojos aliviada. Cuando los volvió a abrir vio a Shell llegar a su lugar en una de las mesas más próximas.
Se cruzaron las miradas por un instante y Shell se estremeció ante la severidad de los ojos claros. Se sentó al fin, bajando la cabeza angustiada.
Annabella sentía una revolución de sensaciones en su interior, pero la confusión le ganaba causándole molestia. Así que decidió desviar la vista y apretó sus puños para calmarse cuando la Gran Sacerdotisa se volvió nuevamente hacia ella, introduciéndola en la charla con las demás que la acompañaban a la mesa. Shell la observó otra vez y la vio conversar tranquilamente, así que terminó suspirando resignada.
— Es muy hermosa la reina ¿verdad? — la joven sacerdotisa a su lado le habló sonriente — Y muy poderosa. Es un orgullo tenerla.
— Sí, lo es. Es maravillosa — dijo con añoranza.
— Creo que este año nuestro don si será coronado. — Shell sonrió ante la alegría del rostro de su compañera y agradeció cuando esta continuó su conversación con las demás desviando la atención sobre ella.
Trató de ocultar su angustia mientras fingía escuchar la animada conversación y miraba de soslayo a Anna que la ignoraba completamente.
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Elizabeth acercó las palmas de sus manos al montículo de hojas y palos, un segundo después la magia elemental prendió un fuego vivo que calentó e iluminó tenuemente la gruta donde se habían escondido, una ovalada abertura en un conjunto de piedras gigantes en medio del Bosque Sombrío. Decidieron alejarse de los caminos y la sombría magia del Bosque les protegería hasta que pudieran pensar y restablecerse. Habían caminado mucho y necesitaban descansar.
La cueva no era muy amplia pero si lo suficiente para resguardarse hasta el otro día. Alec se encontraba sentado con su espalda pegada a una de las ásperas paredes y era tan grande que las piernas estiradas llegaban casi hasta la fogata improvisada en medio de esta.Desde ahí podía observar la abertura de entrada cubierta de musgo y mantenerse alerta. Miraba a Elizabeth echar un par de palos más a la hoguera y luego la vio sacar una manta gris de su bolsa y tenderla a su lado. Cuando ella se dio cuenta que él la observaba con la mirada más tierna que había visto jamás, sonrió.
— Te ves tan linda cuando sonríes. — dijo meloso
— Y tú tienes la cara más tonta que he visto jamás, que en tu caso parece fuera de lugar.
— ¡Hey! ¿Por qué?Acaso los grandulones como yo no pueden ser tiernos.
— Bueno sí. Pero es gracioso verlo. — rieron ambos. — Creo que me he pasado en la cantidad de bayas negras que te di para el dolor. ¿Seguro que estas bien...?
— Estoy hechizado por ti. Y ciertamente... casi no siento dolor. — movió el hombro girándolo sobre si y no pudo evitar una mueca de dolor al volverlo a su posición. — Bueno algo me duele. — admitió cómicamente. Elizabeth volvió a sonreír.
— A ver. Déjame mirar tu herida. — se arrodilló junto a él e hizo que se doblara hacia delante. Con mucho cuidado le quitó la camisa y Alec sonrió cuando sus manos le rosaron — Deja de reírte me pones nerviosa...
— ¿Ah sí? No sabía que podía lograr eso elemental.
— No me llames así... — Alec se giró y quedó frente a ella haciéndola callar con un beso rápido. Elizabeth sintió una corriente eléctrica recorrerle todo el cuerpo. Se permaneció muy quieta a pesar de que su energía interior se despertó agitada.
Con la punta de los dedos dibujó imaginarios círculos sobre el pectoral poderoso y acarició suavemente los delgados vellos que hacían un camino hasta el marcado abdomen. Instintivamente se mordió el labio y levantó la vista para encontrarse los ardientes ojos de felino y la media sonrisa traviesa.
— Recuerdas que puedo ver en tu mente ¿verdad? — dijo casi provocativo soltó una carcajada sonora mientras ella cerraba los ojos e hizo una mueca arrugando la nariz como una niña atrapada en una travesura.
— Maldito seas... estas herido, Alec. —lo regaño. Él movió la cabeza a ambos lados negando mientras se deslizaba despacio sobre ella obligándola a inclinarse de espaldas, apoyada en su fuerte brazo hasta quedar acostada sobre la manta.
— Te amo mucho, alteza. Te amo mucho... Elizabeth — le susurró y ella se estremeció con el roce de sus labios a su oreja. Alec volvió a separarse para mirarla apoyado en sus brazos, uno a cada lado de los hombros de ella, como par de pilares poderosos. Se quedaron mirándose con dulzura y pasión.Elizabeth arqueó el cuerpo lo más que le permitió su posición apresada y lo pegó al de él, besándolo con delicadeza. Él suspiró aún pegado a sus labios y liberó una de sus manos para ponerle el cabello casi rubio tras la oreja y acariciarle la mejilla, dejando caer la mano hasta su nuca y apresándola para no deshacer el beso que empezó a ponerse intenso.
Cada uno podía sentir al otro arder. Era imposible descifraraquella magia que quemaba sus entrañas. Alec bufó y giro, sentándose, y trayéndola hacia él, sin dejar de besarse, de morderse los labios, de dejar que las lenguas empezaran su danza desenfrenada. La sentó a horcajadas sobre sus muslos. Elizabeth pudo notar lo tenso que estaba cada uno de sus músculos. La separó al fin para tomar aliento. La miró con una lujuria desenfrenada y Elizabeth le devolvió una mirada llena de deseo.
La energía de sus dones era un volcán en su interior que se mezclaba con el feroz deseo de amarse, de quemarse en una pasión irracional. Ambos lucharon por no destapar los pensamientos en el otro, pero los deseos de que sus cuerpos se fundieran no necesitaban ser adivinados.
Elizabeth pegó sus caderas a su cuerpo y las movió con tanta vehemencia que Alec no pudo reprimir un gemido sordo. Llevó sus manos desde la nuca rosando suavemente la espalda de Elizabeth que temblaba a cada contacto y las posó en su trasero, agarrándolo con fuerza y alzándolo sobre sus caderas, quedando muy abierta sobre él y sintiendo su virilidad enhiesta.
Aquel acercamiento la hizo estremecer de gozo y lo rodeo con sus brazos volviéndolo a besar con fuerza. Dejó que sus manos acariciaran la espalda fornida y resbalaran por los musculosos brazos, mientras él seguía apretando susnalgas contra sí. De pronto la detuvo, jadeante, alejándola y retándola con el gesto.
Levantó sus manos hasta su rostro y la volvió a acariciar con dulzura. Para Alec mirarla era contemplar a un ser divino y le causaba deleite exquisito. A Elizabeth le hacía desbocar su corazón aquella forma maravillosa que tenía de ir desde una caricia dulce hasta con una pasión ardiente, esa mezcla la excitaba más aún.
— Te amo Alec... te amo... — le susurró al oído con la voz tomada por el deseo.
Sentía su interior convulsionar, deseaba fundirse a su "salvaje desconocido" hasta saciarse. Él le sonrió travieso, había hurgado en su mente y descubrió lo que pasaba por ella. Le besó la barbilla cuando ella le regaló un fingido puchero de protesta. Elizabeth se separó de él hasta poder colocar una rodilla a cada lado de las de él que se mantenían juntas. Sin dejar de mirarlo intensamente, detallando aquel poderoso cuerpo que dentro de muy poco estaría rosándose con el suyo desenfrenadamente, comenzó a desvestirse apresuradamente mientras se mordía el labio y el corazón le latía arrebatadoramente.
Alec la observaba jadeante, podía notarse como su torso se elevaba con la respiración agitada. Elizabeth lo volvía loco, el sentimiento profundo que le dominaba se mezclócon el deseo más feroz que había sentido jamás, era una extraña e irracional unión de sus energías, algo sublime. Elizabeth se deshizo de cada amarre de su túnica y la liberó de sus hombros cayendo al suelo de una sola vez, dejándola completamente desnuda.
Él ahogó un gemido y la miró detenidamente como si admirara la obra más esplendida de la naturaleza. Esa mirada poderosa y ardiente no hizo más que hacerla temblar. Él se acercó lentamente. Acarició con los dedos sus hombros, los bajó lentamente por sus senos duros y excitados, dibujo círculos con los pulgares sobre sus erectos pezones haciéndola gemir deliberadamente.
Llegó hasta su cintura y la obligóa tumbarse otra vez hasta quedarse sobre ella, con sus caderas a cada lado, apresándola. Elizabeth se arqueó para rosarlo con ellas, pero él no tenía prisa.Continuó admirándola y haciendo que aquel momento fuera una tortura deliciosa, la excitaba sobre manera aquella contemplación felina.
Alec se inclinó hacia abajo, cepillando sus dientes sobre el cuello de ella. Esto fue definitivamente aún más torturante. Elizabeth sintió la necesidad de más fricción, necesitaba que su cuerpo se deslizara rápido contra el suyo, se lo pedía su interior a punto de explotar, su poder estaba desenfrenado. Envolvió sus brazos alrededor del cuello masculino, tratando de acercarlo a ella. Pero el Shinning se las arregló para mantener la compostura, moviéndose lentamente. Cuando le lamió la piel, el cuerpo de Elizabeth tembló de placer.
Luego, movió sus labios hacia los ella, besándola con una desesperación salvaje que se convirtió en una pasión en movimiento. Sus lenguas se rozaron, y Elizabeth gimió mientras sus manos se deslizaban sobre las caderas atrevidamente. Alec le palmeó un pecho, con un toque demasiado ligero.
Con un bajo gruñido, se apartó del beso, mientras ella intentaba liberar sus caderas para frotarlas a las de él. Arrastrando su mirada sobre su cuerpo bañado por la tenue luz que desprendía la hoguera en la penumbra de la gruta, se sintió como ante una diosa y esto le hizo resoplar por lo bajo. El aire de la cueva casi refrescó su piel febril.
— Divina — murmuró, y la palabra tembló sobre el cuerpo de Elizabeth en un golpe erótico. Se alzó un poco y alcanzó el cinturón de sus pantalones. Lo desabrochó tan rápido como pudo. Mientras lo hacía, las puntas de sus dedos lo rozaron, y él dejó escapar un sonido gutural en su garganta.
Ahora le tocaba a Elizabeth mirar su perfección física, el dios musculoso que estaba ante ella. Su cuerpo exigía plenitud. Era maravillosamente poderoso, masculino, desafiante. Elizabeth no pudo aguantar un gemido al fijar sus ojos verdes que ardían en su poderosa virilidad. Alec sonrío ante la mirada lasciva.Sus ojos felinos habían pasado de reverente a completamente salvajes, mientras observabasu desnudez y su creciente excitación.Su vista permaneció en la parte superior de los muslos muy blancos de Elizabeth. El Shinning parecía a punto de desatarse.
Se desplegó sobre ella como una serpiente. Le levantó las muñecas sobre la cabeza, sujetándolas al suelo con una mano. La otra mano palmó el pecho de Elizabeth, con su pulgar sobre el pezón.
Entonces, su boca se movió a la de ella, besándola tan profundamente que le hizo quejarse.
Su mano se movió más abajo en un lento movimiento por su elegante piel, dejando cosquillas calientes sobre sus costillas, su cintura, sus caderas. Pero lo necesitaba entre sus piernas, se lo gritaba en su mente, en esa conexión silenciosa que los unía y enloquecía aún más. Elizabeth sentía que todo su ser, que toda su magia, que todo su poder necesitaba con ansias fundirse a su "extraño desconocido".
— Alec — suspiró — Tócame más fuerte — suplicó.Él pareció estar disfrutando de su control, usándolo para ponerla más húmeda.
Sonrió descaradamente otra vez aunque la excitación era fuego en su mirada, en las gotas de sudor que corrían por su musculoso torso.Con una ligereza insoportable, le acarició con la punta de los dedos entre las piernas, la lentitud la volvió loca y dejo escapar otro gemido sonoro. Alec se inclinó y la besó de nuevo, profundo y sensual.
Sus dedos todavía hacían movimientos perezosos en el ápice de los muslos de Elizabeth, un dedo se deslizaba dentro de ella para burlarse un poco más. Sus caderas se doblaron contra él, y le devolvió un fuerte beso sorprendiéndolo y arrebatándolo. Era perfecta su conjugación como si ambos cuerpos estuvieran destinados a fundirse en la pasión y llevarlos a una explosión de éxtasis.
Elisabeth se liberó de sus manos y le rodeó el cuello con sus brazos. Algo se rompió en él, y se movió con una fiereza diferente ahora, agarrándola por debajo de su trasero para levantarla del suelo. La empujó contra la pared de la cueva. La pasión que se había construido en ambos les estaba borrando la cordura. En ese instante se metió dentro de ella, llenándola palmo a palmo. El cuerpo de Elizabeth se agarró a su alrededor, el placer se agitó a través de ambos, de su magia, de su fiereza, de su poder.
Elizabeth arrastró sus uñas por su espalda, tirando de él dentro de sí mientras sus cuerpos se fusionaban en un vaivén coreografiado. La magia de Alec pulsaba a su alrededor, su piel comenzó a tornarse dorada y brillaba sin que ninguno prestara atención al cambio, acariciando la piel de Elizabeth y regalándole una sensación maravillosa. La boca de Alec estaba en su garganta, los dientes la rozaban. Elizabeth arqueó su cuello, cediendo ante él.
La penetró más fuerte, acelerando el ritmo, instintivamente Elizabeth aferró una mano a la pared húmeda de la cueva, y sin notarlo los dedos brillaron con la luz azulada de su don naturalista. Estaba tan excitada que el poder escapaba sutil y toda la zona que tocó empezó a llenarse de un musgo húmedo y nuevo, siguió creciendo como una manta y llegó al suelo.Ella solo se aferraba a las embestidas de placer de Alec, pero el don seguía creando, creo florecillas de colores, hierba y musgo. El placer que Elizabeth estaba experimentando se extendía a su don más noble, la magia escapaba, creaba belleza y vida, salían tallos más largos, flores que se abrían con colores brillantes.
Los dos seguían moviéndose inundados de goce, la piel de Alec brillaba más, el vaivén de sus cuerpos húmedos de sudor se incrementaba, sentían como sus muslos mojados resbalaban deliciosamente. Ambos jadeaban hasta que el placer entró en erupción como un volcán, en ambos. Las uñas de Elizabeth se clavaron en su espalda, los dientes en su hombro como si lo estuviera reclamando. Alec se estremeció contra ella con un sonido ronco y Elizabeth gritó por lo bajo, vencida justo antes de que su mente se aquietara en perfecto silencio.
Con su liberación, Alec gimió el nombre de ella en su cuello. El sudor y un rocío mágico que surgió del pequeño jardín creado en silencio mancharon sus cuerpos.Continuó sosteniéndola entre sus muslos fuertes y la roca, mientras recuperaban el aliento.
Cuando la miró a los ojos otra vez, Elizabeth sonrío viendo como su piel dejaba de lucir como la arena del desierto. Él suspiró hinchado de felicidad y luego hizo un gesto atónito al mirar a su alrededor más próximo. El pequeño jardín florecido tenía hasta un minúsculo riachuelo que salía de la roca y dos mariposas revoloteando sobre las margaritas. Sus labios se enroscaron en una sonrisa satisfecha.
— ¿Elizabeth? —preguntó sin salir de su asombro. Ella alzó los hombros inocente sin dejar de sonreír y recostar su cara a los poderosos brazos que aún la apresaban. En este gesto él la besa en la frente con ternura. Era delicioso ahora ser mas consiente de la candidez de sus cuerpos pegados.
— Creo que disfrute demasiado... y el don se liberó— se justificó. El arrugó la nariz cómicamente.
— Pero... ¿eres naturalista? — se extrañó.Ella suspiró.
— Creo que soy mucho más. — muy despacio se separó completamente de ella y la dejó sentar sobre el musgo fresco.
Luego se giró para quedar a su lado en la misma posición de espaldas a la pared rocosa y admirando el pequeño jardín mágico a su alrededor. Por un instante Elizabeth lo miró con algo de miedo, los ojos muy claros de él estaban confundidos. Noquería ni siquieraimaginar que al descubrirtodas aquellas cosas sobre ella, él se alejará y le temiera.
No podía después de lo que sentía por él, después de lo que habían vivido, no aguantaría su desprecio, y sin ese equilibrio, temía a su oscuridad. Se estremeciósolo de pensarlo, pero impidió que él indagara en su mente y a su vez, se abstuvo de descubrir lo que pensaba él.
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