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♣14.La Sanadora y el Shinning♣

La última luz en la casa de su hermana se apagó y todo se hundió en la quietud de la noche. Alec suspiró y se alejó de la rendija en las tablas del granero donde llevaba varias horas vigilando los movimientos de la casita de piedra. Regresó despacio junto al cuerpo inmóvil de Elizabeth.

A su lado había enterrado el farol entre los bloques de heno para evitar que el resplandor se notara desde afuera, esto provocó que se hiciera un pequeño cuadro de luz que le permitía verla en todo esplendor. Acomodó la manta que Alia le había traído para él y se dejó caer sobre ella apoyando la espalda a un puntal en un ángulo perfecto para contemplarla cómodamente.

Ella continuaba dormida, tan hermosamente tranquila. Las horribles marcas como enramadas oscuras debajo de su piel habían desaparecido y la última vez que revisó el vendaje, estaba completamente seco. Eran sin duda muy buenos síntomas. Le colocó la manta hasta el cuello porque estaba tan fría que le hizo estremecer. Y se quedó allí, disfrutando el mirarla en silencio.

Observar cada línea de su rostro le hizo sentir una extraña sensación de cariño. No podía explicarlo ni siquiera tenía sentido cuando se detenía a pensarlo, pero era algo sublime y fuera de su control. Ella era su destino, ella era suya y él le pertenecía. No podía ser casualidad que fuera él, y nadie más, al que aquellas extrañas la habían entregado para que la salvara.

No podía quitarse de la cabeza la insistencia en que ella debía vivir. «¿Quién era aquella hermosa mujer tan prescindible al punto de causar aquella horrible escena y de lograr la súplica de una Sacerdotisa de Segundo Orden por su vida?» Aquel misterio era irracional y excitante . Deseaba con tantas ganas que abriera sus ojos verdes y le hablara con esa voz melodiosa, esa sonrisa juguetona y triste a la vez, que tanto recordaba y que tanto deseaba.

A él le parecía tan mágicos aquellos detalles. Aquella mujer era ya su magia, ella lo despertaba de ese sueño tonto en que había vivido siempre y que iluso llamaba vida aventurera. Le cambiaba todo ese mundo y lo hacía con fuerza pero en silencio, invisible pero preciso. Era extraordinario sentirlo.

Ella estaba dentro de su cabeza y estaba seguro que en su corazón también. Se sentía tan maravillosamente feliz simplemente en aquel instante en que la miraba dormir. Saber que su pecho se movía despacio por su respiración gracias a que él le había salvado la vida lo llenaba de un gozo inexplicable.

—Siento tantas ganas de besarte — dijo en voz alta y se rió de su tontería

—Hazlo... — la voz de su hermana le arrancó un salto de sorpresa.

—¡Alia, que susto me has dado! — se quejó. Ella se le acercó sonriendo.

—Es increíble verte así. Bésala, tal vez logres igual que en los cuentos antiguos, hacerla despertar.

—No me tientes...

—Recuerda que tienes que ser el amor verdadero para lograrlo, si no, no funciona — sonrió con picardía. — Y no tienes la menor idea de que es lo que siente ella o si existe ya "un amor verdadero"... — tocó la frente de Elizabeth mientras disfrutaba de martirizar a su hermano. — Gracias a la Diosa que no tiene fiebre.

—Eres muy desalentadora cuando te lo propones sabías — volvió a quejarse y sonrieron

—Solo... no quiero que te hagas ilusiones en vano... Cuando estas acostumbrado a crearlas pero no sufrirlas, las ilusiones te hieren mucho.

—Como a ti... — soltó sin querer y su hermana suspiró.

—Cambiemos de tema — bajó la vista un segundo.

—Ya no tiene las marcas negras en su cuello — expresó volviéndola a mirar.

—Está mejorando — continuó Alia — Ha vencido el veneno. Tiene el Don de Envenenadores. No hay otra explicación para que lograra sobrevivir.

—O porque eres muy buena Sanadora.

—¿Para vencer una poción creada expresamente por la gran Katherine? Eso es alardear demasiado. Esta chica es muy fuerte, no hay dudas. Tiene el Don, es una Envenenadora.

—Tal vez Katherine ya no es tan poderosa como todos creen, es solo fachada...

—¿Nunca la has visto verdad?

—¿A la Eritrians? No, jamás. Ni quiero.

—Yo sí. Asistí a la celebración de bienvenida de las Reinas, sabes, por el trabajo de Ben. Ahora que trabaja en la Sala de Juntas de Woodville asiste a más recepciones importantes.

—¿Y te ha llevado a ti con él? Eso si es increíble...

—No empieces. Ya la había visto, a Katherine, una vez hace muchos años. Pero en esta fiesta la tuve muy cerca. Es una mujer que te hace estremecer solo de mirarte. Su poder, no es que te lo cuenten, se siente de verdad. Te aseguro que no es fachada, el temor que desprende. Es como si te obligara invisiblemente a reverenciarla como una reina lo increíble es que tu lo haces sin protestar.

—Pero no lo es. Y gracias a la Diosa, tendremos una reina este año, que no es de su clan.

—Sí. Pobres chicas. Son tan jóvenes con una responsabilidad tan grande ante ellas. Y sin su madre para guiarlas, rodeada de todos esos buitres...

—¿Pobres chicas? Y todas las demás pobres chicas, pobres niños, pobres ancianos... todos los que han sufrido estos años. Ojala la que resulte Regente sea lo suficientemente valiente para poner fin a esto... y no se deje manipular por el Concilio — Alec suspiró algo molesto. En ese instante Elizabeth emitió un leve quejido como si protestara. Luego se quedó en silencio. Ambos la miraron extrañados.

—¿Qué ha pasado? — se preocupó Alec.

—Nada. Tal vez tiene un mal sueño. Es normal. Está recuperándose.

—Alia... Nunca me había sentido así, ella me trasmite algo tan especial... que no se explicarlo, no encuentro palabras para describirlo. ¿Estoy enamorado acaso? — ella alzó una ceja incrédula.

—Tal vez. Pero sería bueno que si al fin te vas a enamorar de verdad por lo menos supieras su nombre, ¿no te parece? — él hizo una mueca.

—Sabes Alia, con ella puedo comunicarme con el pensamiento. Puedo entrar en su cabeza y ver claramente lo que pasa por su mente, y ella puede hacer lo mismo conmigo. Igual a como lo hacía...

—Con mamá... — concluyó, el asintió y ella suspiró algo triste — Eso es ¿raro?

—Y maravilloso, ¿no crees?

—Bueno, depende. No sé qué basuras tenga que ver ella en tu cerebro — ambos sonrieron — A lo mejor si signifique algo en tu destino. Por lo menos sabes de ella que es propensa a meterse en buenos líos igual que tu. Eso es prometedor — sonrieron otra vez. Luego el silencio se extendió mientras continuaban mirándola.

—¿Te has metido en su mente? — Alec reprimió un sobresalto.El silencio había sido tan extenso que la voz de su hermana de pronto lo sobrecogió.

—No. Lo intente hace un momento pero todo estaba oscuro y ella se estremeció violentamente, quejándose, me asuste. Me dio miedo causarle algún mal.

—¿Qué crees que haya hecho para que Katherine de Eritrians este tras ella personalmente y sea capaz de hacer algo así?

—No tengo la menor idea.

—¿Y las personas que encontraste junto a ella...?

—Había una mujer extraña que se cubría completamente con una gran capucha. Era poderosa, no sé si tal vez era elemental también, pero podía controlarme, puso una barrera invisible para detenerme y ya había empezado a convertirme — ella abrió mucho los ojos — Tranquila, estaba controlado. Solo me dominó la impotencia de verla allí tirada y esa mujer rara, me detuvo... y además todo el desastre allí. —hizo gestos de desagrado— Hubieras visto toda aquella masacre era bizarro incluso para lo que han visto mis ojos. — Alia hizo una mueca desagradable — La otra chica era una sacerdotisa. Una de Segundo Orden, tenía la túnica. No sé como la ayudaba. Todas sus compañeras estaban allí muertas y ella solo se preocupaba por que la llevara lejos y la salvara costara lo que costara.

—Eso es muy extraño.

—Sí, sí que lo es.

—Bueno, espero que ella te lo cuente. Yo me iré a dormir, solo pase a ver como estaba todo — le extendió la mano a su hermano y este la tomó y la besó con cariño.

—Gracias por todo Alia — ella lo besó en la frente. Se dispuso a salir pero se frenó de pronto. Alec la observó intrigado. Su hermana se había quedado mirando fijamente a Elizabeth ahora desde su posición de pie y había una sombra de miedo en su rostro. — ¿Qué pasa? — se incorporó empezando a preocuparse. — Alia ¿Qué pasa?

—No puede ser... — se acercó al cuerpo inmóvil de Elizabeth, aun perturbada. Con cuidado levantó su cabeza para soltar la cola de caballo que le había hecho ella misma para recoger su cabello cuando vino a asearla antes de taparla con la manta limpia.

Alec observó como deshizo el nudo y regó el cabello de Elizabeth sobre la sábana. Por más que la miraba no podía descubrir que era lo que tenía a su hermana así de impresionada. Pero entonces, de pronto, lo notó. Alia levantó el mechón de cabello de la parte detrás de la oreja de Elizabeth y le dirigió una mirada entre asombrada y terriblemente asustada.

«Dorado brillante» Exclamaron en silencio. Todo el cabello en aquella sección estaba aclarándose, estaba desdibujando su tono café y estaba volviéndose tan amarillo y brillante como el sol.

—Alec, esto... ¡no puede ser...! — profirió perturbada.

—¿Qué es? ¿Qué pasa? ¿Es el veneno? No te quedes así Alia ¡Háblame! — gritó aún aturdido por el semblante pálido de su hermana. Alia soltó el mechón de cabello y diestra lo mezcló en una suave trenza ocultándolo con el resto que aún permanecía sin cambiar, como si quisiera borrarlo. Estaba lívida.

— Sé porqué la protegen. Tiene que irse de aquí inmediatamente... — sentenció rígida. Se incorporó con una mirada solemne. Aún la impresión no se borraba de su rostro como si algo demasiado irreal le hubiera sorprendido de pronto. Alec se puso más nervioso. — Quiero que cuando se despierte se marche inmediatamente. Y quiero que me prometas que te alejaras de ella, Alec, por favor, aléjate de ella. — le dijo conmovida

—¿Qué? Eso no puedo prometértelo. Ya no puedo alejarme de ella.

—Es peligrosa Alec.

—Pero que dices... — reclamó. Miró a Elizabeth un instante tratando inútilmente de justificar lo que su hermana decía — ¿Qué dices? — repitió como si con ello encontrara respuesta. No entendía porque aquel cambio brusco en Alia. La miró con el rostro agitado y ella suspiró resignada.

—Solo aléjate de ella, por favor. Su camino y el tuyo no pueden estar ligados por mas conexión que quieras perpetuar. Escúchame por una vez en tu vida. Ahora me voy a la cama. Tú trata de descansar. Y mañana se marchan. O no, se marcha ella. Tú no la sigas por favor. — concluyó y Alec notó la súplica en sus palabras.

—¿Y si mañana no ha despertado? — inquirió cuando su hermana ya había llegado a la puerta.

—Lo hará. Despertará — contestó con una seguridad que acrecentó la incertidumbre en que lo dejaba. Se dedicaron una mirada y luego La Sanadora se marchó en silencio.

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Annabella estaba parada delante del suntuoso espejo de marcos dorados más grande que ella que adornaba una esquina de su alcoba. A su espalda sus tres doncellas preparaban el lecho para su descanso. Ya se había quitado todo el pesado vestido de noche y colgaba sobre su desnudo cuerpo una finísima bata de dormir. Se lavó la cara y soltó su cabello ondulado, libre como le gustaba. Había sido un día muy largo, lleno de experiencias y demasiado extenuante. Realmente se sentía cansada.

Estaba segura que no demoraría ni dos segundos en caer rendida en sus magnificas almohadas. Por el rabillo del ojo observó a sus doncellas que la ignoraban por completo, aprovechó entonces y desató un poco el escote de su bata para introducir su mano, mientras una morbosidad nueva le nacía mirándose al espejo. Cerró los ojos al tiempo que recorría con sus dedos sus pechos hasta su ombligo, despacio, deliciosamente. Se recreó recordando los instantes en que el Conde la acarició de esa misma manera más temprano y las sensaciones nuevas y exquisitas que experimentó.

Pudo sentir el calor en sus entrañas y se mordió el labio para reprimir un gemido cuando su mano pasó el umbral de su vientre. En su mente se dibujaron los labios de Constantino sobre los de ella. Pero en un segundo fugaz esos labios ya no fueron los mismos, se volvieron otros en su mente, otros que sintió tan ardientes que creyó besarlos de verdad, allí, en aquel momento. Su mente jugaba con ella mientras no detenía su instante de lividez cándida, «¿qué está pasando?» La alerta salto en su pensamiento aun con los ojos cerrados y los sentidos a flor de piel.

Aquellos labios se separaron de los suyos, su visión era borrosa en una mente muy excitada, pero los conoció, los conocía ya muy bien, no necesita ver el rostro completo, la sonrisa le bastaba. Abrió los ojos rápidamente, avergonzada y sorprendida, rompiendo aquella especie de trance. Se abotonó la bata otra vez bruscamente como si así limpiara sus pensamientos.

—Shell... — susurró casi involuntariamente. Mencionarla trajo un recordatorio acompañado de un frío espasmo. Hacía demasiado que no sabía de ella y se reprendió por el abandono.

—Perdón alteza... ¿ha dicho algo? — preguntó la criada. Se volteó y sus doncellas la miraban atentas y condescendientes.

—No, nada — ladeó la cabeza para desperezarse de sus pensamientos. — Bueno, ¿ya han terminado?

—Sí, alteza. Nos retiraremos si no necesita nada más.

—Pueden marcharse, gracias. No necesito nada más. — las tres chicas hicieron una reverencia y salieron en silencio cerrando tras de sí.

Annabella se dejó caer sobre sus almohadas boca arriba con los brazos abiertos y resopló arrugando la frente. «¿Qué es lo que acababa de pasarle? ¿Había imaginado a Shell besándola otra vez? ¿Y porque se sentía tan bien? ¡Estaba loca!» Un toque seco en la puerta la hizo incorporarse aún exaltada. Con una mueca de protesta se levantó y abrió para encontrarse a Constantino apoyado en el umbral, sin camisa, con los musculosos brazos cruzados y esa sonrisa descarada de siempre.

—Alteza... estaba esperando que sus doncellas se retiraran para venir a decirle algo... — dio un paso hacia ella, pero en respuesta Annabella dio un paso atrás y no sonrió.

—Tendrá que esperar a mañana, Conde — respondió secamente

—Es algo importante.

—Mañana...

—Anna... — susurro él, de una forma demasiado sensual. Se dispuso a argumentar una protesta pero ella hizo un gesto despectivo con la mano empezando a molestarse.

—"Alteza Annabella" — le corrigió y él borro su sonrisa — Debes dirigirte a mí correctamente.

—Imaginé que después de todo lo que pasó podría llamarte Anna, cuando estemos a solas claro está... — protestó él demostrando su ego herido.

—Imaginaste muy mal, Conde. — respondió ella continuando muy seria.

—¿Por qué eres así? — Ella alzó una ceja con soberbia pero él no se detuvo ante la llamada silenciosa a la cordura — Haces daño, ¿sabías? No debería decir esto pero no me sentía así desde hace mucho tiempo. Me he enamorado... — las palabras salieron con tanta ardiente dulzura que Annabella las creyó por un instante o al menos la hicieron emocionarse. Trató de disimularlo manteniéndose fría y distante. Constantino se acercó a ella y le acarició la barbilla. — Te amo Reina Elemental, no me importa lo que hagas con mi confesión, si la tomas a broma, si te ríes a mis espaldas, pero... — tomó una de sus manos y la volteó hacia arriba, luego hizo un gesto de arrancarse el corazón y lo colocó imaginariamente en la mano abierta, cerrándola después.

— Pero te suplico que tengas cuidado con mi corazón, lo tienes en tu mano. — la miró por última vez para luego darle la espalda y marcharse lentamente.

Annabella se estremeció de pies a cabeza y soltó el aire que había retenido. Tardó un segundo en volver a moverse. Cerró la puerta e involuntariamente mantuvo su mano cerrada en la misma posición como si realmente guardase algo en ella. Se sintió tan confundida y mucho más aterrada de que el Conde pudiera turbarla tanto con semejante tontería «Era patético», volvió a repetirse. Otro golpe en la puerta la hizo reaccionar, volviendo a la normalidad.

—No puede ser... ¿en serio? — se dijo así misma.

Se aprestó a abrir la puerta predispuesta a no permitir otra escena romántica que la dejara tan confundida, era demasiado molesto. Pero al abrir se encontró el rostro serio de una de sus sacerdotisas. Los destellos de la túnica plateada la hicieron recordar por un segundo la escondida ansia de ver aparecer una similar.

—Buenas noches alteza... — dijo solemne la alta joven de tez morena y ojos muy verdes al mismo tiempo que hacía una reverencia con la cabeza. — Disculpe que la moleste a estas horas, alteza, pero es imperativo que le entregue este mensaje. — le extendió el pequeño pergamino enrollado con el sello del Templo.

—¿Es de la Gran Sacerdotisa? — indagó

—No lo sé. Solo se me ordenó entregárselo urgente en sus propias manos. ¿Desea que espere respuesta?

—No. ¿Cómo es tu nombre? — Annabella no se acostumbraba a aprenderse los nombres de las oficiales de más alto rango, pero estaba segura que aquella no la olvidaría. Su mirada amable y lo curioso de su cabello totalmente rapado en ambos laterales le llamó la atención.

—Giana, alteza.

—Bien, Giana. Quédate cerca por si necesito de ti.

—Como ordene alteza. Estaré al final del corredor. — hizo otra reverencia de cabeza y se alejó. Annabella cerró la puerta y ladeó la cabeza sonriendo.

—Me costará acostumbrarme a esta obediencia. — suspiró. Rompió el sello y desenrolló el mensaje con una pizca de entusiasmo.

Se dejó caer sobre la cama, dispuesta a leer con tranquilidad pero como un resorte se volvió a incorporar, quedando sentada. Su rostro se tornó sombrío a medida que avanzaba en la lectura. Ni siquiera llegó al final de la carta, arrugó el papel y se levantó como un bólido hasta su armario. Había sido un día largo y sería también una larga noche.

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La posada era suficientemente elegante y sobre todo muy discreta, alejada de la gran ciudad de Woodville. Katherine observaba la habitación a oscuras que simulaba un lujo conservador. Los muebles decentemente ordenados, el lecho de madera oscura donde ahora se encontraba acostada, era cómodo y acogedor.

Cuando llegó se notó un poco escéptica ante la rústica construcción, pero al recibirla Henry con esa magnífica sonrisa volviendo a ser el hombre sumamente atractivo y galante que la había seducido una vez y con la sorpresa de la cena romántica, la tina y la cama de flores, no fue capaz de resistirse. Lo necesitaba.

Ahora estaba dormido a su lado, le encantaba sentir el ruido de su respiración, la calmaba tanto. Los dos estaban exhaustos de tanta lujuria desbordada pero ella no podía dormir. No lograba hacerlo hace varias noches y si lo conseguía solo era un letargo agonizante. Se incorporó un poco hasta apoyar su espalda desnuda a la cabecera de roble y miró un segundo su mano, el leve temblor no la abandonaba y no lo haría hasta que estuviera en paz, lo sabía bien.

Apretó el puño intentando hacerlo desaparecer a la fuerza y con furia. Henry se movió en su sueño y ella le acarició la espalda con ternura para sentir como regresaba su respiración calmada, profundamente dormido. Mientras sus dedos se movieron despacio sobre los músculos marcados por el brillo del sudor de placer de su amante, su mente escapó del recuerdo pasional a su agonía.

Se encaprichaba en repasar exaltada, como una tortura, los últimos acontecimientos. «¿Quién rayos era esa extraña mujer de labios rojos que al parecer estaba muy pendiente de Elizabeth? ¿Quién podía ser lo suficientemente valiente o estúpida para enfrentarse así a ella, para ser capaz de hacer lo que había hecho en aquel claro, sabiendo que estaba condenándose a una muerte terriblemente atroz? Sabiendo que aunque hiciera lo que hiciera, Elizabeth, jamás estaría a salvo, no ahora. »

Se repetía todo aquel discurso pero no lograba sosiego. La encontraría y la haría ocupar el lugar que se merecía por su traición aunque fuera lo último que hiciera. Sintió mucha rabia. Pero lo que más la inquietaba era el poder, el poder que había demostrado esa persona, y sobre todo el poder que Elizabeth tenía y que desconocía. «¿A lo mejor estaba muerta? » La hipótesis le produjo un escalofrío.

No podía evitar que la idea le causara un nudo en la garganta. «¿Elizabeth... muerta? » Una lágrima se escapó de sus ojos, silenciosa y dolorosa. La limpió rápidamente, pero surgió otra y otra. Se acurrucó sobre la espalda de su capitán, allí, sola, donde no tenía que aparentar, y lloró silenciosamente.

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—Pero te ha dicho cuanto tenemos que esperar... — la sacerdotisa se puso en cuclillas con una mueca de cansancio. — Estoy agotada... — protestó mientras se masajeaba el muslo.

—No lo sé. Tenemos que esperar el tiempo que sea... es la Reina. — contestó Giana mientras suspiraba.

Los pasos apresurados se sintieron en el silencioso pasillo. Las dos sacerdotisas se pararon en firme al ver aparecer a Annabella vestida con una túnica de bordes violáceos, sus cinturones de cuero y la gran capa oscura.

—Preparen todo, partimos al Templo. — ordenó sin preámbulo. Ambas sacerdotisas se miraron entre si un segundo, algo asombradas, pero luego hicieron una reverencia como respuesta. — Esperen en los establos, me reuniré con ustedes allí. — se marcharon inmediatamente sin decir nada más.

Annabella suspiró y se dirigió por el pasillo desierto hasta la alcoba de Marina. Al llegar tocó a la puerta y espero pacientemente aunque le costara esfuerzo. Sintió unos susurros y luego el sonido del cerrojo. La puerta se abrió a medias, Marina apareció con la cara sonrojada sosteniendo una sábana alrededor de su cuerpo.

—¿Anna? ¿Qué ocurre? — la miró con una mezcla de asombro y miedo.

—Tengo que partir al Templo... Quería avisarte.

—¿A esta hora...? — La interrumpió — Es muy peligroso Anna, no puedes...

—No te estoy pidiendo permiso Marina... — contestó exaltada. Marina hizo una mueca de reproche y Annabella suavizó el tono. — Escucha, es inevitable que parta, es muy importante. No quiero que te preocupes iré acompañada por mis sacerdotisas, no pasará nada. Solo quería que lo supieras para qué estés tranquila. Y para que informes mañana de mi ausencia. Di que fue una decisión mía y que no sucede nada malo ¿Está bien?

—Está bien. Pero por favor hazme saber que has llegado bien Anna.

—Lo haré — Se abrazaron — Y no te asustes estarás más que acompañada, de eso estoy segura. — le hizo un guiño indicando por encima de su hombro. — ¿No es así Pierce? — no lo vio pero desde ahí escuchó su risa.

—Anna puedes contarme lo que sea que sucede, lo sabes ¿verdad? No hay secretos entre nosotras... — insistió con angustia.

—No seas tonta Marina, lo sé perfectamente. No sucede nada te lo prometo. Solo que es muy necesaria mi presencia en el Templo.

—Ten cuidado, Anna. — su hermana le sonrió y la besó en la frente. Luego se marchó despacio. Marina la vio desaparecer al doblar el pasillo y suspiró volviendo adentro. Pierce le sonrió desde la cama ante la mirada preocupada de Marina.

—No te preocupes cariño mío, estará bien. Su sequito la acompaña. — dijo consolador

—No es eso — Marina volvió a acurrucarse entre las sábanas y Pierce la abrazó. — ¿No te parece extraño esta partida tan misteriosa de Annabella en medio de la noche? La Gran Sacerdotisa también se ha marchado desde la última cena y no ha vuelto aparecer.

—Bueno, será algo de sus rituales tal vez... Las sacerdotisas elementales son así de enigmáticas, es su forma de ser.

—Me siento un poco nerviosa Pierce. Siento que tal vez todas ellas están planeando algo a mis espaldas, digo para obtener el trono. Eso puede ser ¿no? Estoy segura de que la Gran Sacerdotisa, diga lo que diga, estará luchando por su reinado elemental.

—Puede ser... — contestó sereno

—Y lo dices así tan tranquilo... — protestó

—No te preocupes cariño mío. Estoy contigo. Mi tía estará contigo. El don naturalista es el más extenso de HavensBirds... No habrá nada que impida que llegues a ser la reina.

—No puedo imaginar que Annabella se atreva a hacer algo a mis espaldas... traicionarme... ella siempre se ha creído más poderosa que yo... — había algo de recelo en su mirada.

—Marina, no voy a confirmar esa teoría porque no tengo pruebas, pero tampoco te mentiré, porque te jure no hacerlo nunca. El camino a la ascensión al reino es escabroso y difícil. Annabella estará dispuesta a luchar hasta el final. Y tú debes estar alerta, no puedes confiar en nadie, en nadie...ni siquiera en tu hermana — la reina naturalista lo miró con una mezcla de miedo y disgusto — Pero lo que sí puedo asegurarte es que no debes pensar que es más poderosa que tu. Tú eres poderosa.

—Seré la Reina, Pierce... ¿lo seré? — preguntó agobiada casi suplicando.

—Te ayudaré a convertirte en la Reina Regente más poderosa que haya existido jamás. — sonrieron con complicidad sensual y se besaron. Sin interrumpir la danza de sus labios, Marina subió sobre él, a horcajadas.

—Haces que me olvide de todos mis miedos. — dijo mientras él aún mordía su labio inferior y hundía sus dedos en la espesa cabellera.

—Reinaremos juntos mi preciosa, y nada lo impedirá. Ni el Templo Mayor. Di que sí... — dijo él con aquella voz llena de voluptuosidad.

—Así será. No dejaré que nadie se interponga en nuestra felicidad... — volvieron a besarse con ansias dejándose encender nuevamente por las deliciosas caricias de la pasión.

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Estaba a punto de amanecer cuando un leve ruido de cascos de caballo despertó a Alec de su letargo. Sobresaltado se escurrió hasta las rendijas junto a la puerta del cobertizo para mirar afuera.

Respiró aliviado cuando vio a su hermana despidiendo a su esposo que se marchó junto a otros dos jinetes. Al desaparecer los tres caballos por el camino de grava, notó a su hermana volver a la casa no sin antes echar una mirada hacia el lugar desde donde la espiaba.

— Espero que Alia venga con algo para desayunar... — resopló en protesta mientras se frotaba la barriga. — Tengo el hambre de un león. —  se dijo así mismo.

Un leve quejido lo hizo apresurarse a llegar junto Elizabeth. Se había movido. Aún no estaba despierta pero Alec notó el cambio de posición de su cabeza. Sin explicárselo, sonrió alegre. Elizabeth ya tenía color en sus mejillas y la respiración era calmada pero fuerte.

El leve movimiento dejó el rostro totalmente hacia arriba y la luz del farol la iluminaron opacando los rastros de sombras de su terrible padecer.

—Oh mi preciosa, estas mejor, lo puedo notar... se aviva la esperanza de que pronto pueda escuchar tu nombre en tu melodiosa voz... y eso... es lo mas cursi que has dicho en tu puñetera vida tonto... — se regañó tras su discurso involuntario. Movió la cabeza a ambos lados riéndose de sí mismo.

Se sentó despacio al lado de ella y colocó un mechón de cabello rebelde que caía siempre en su frente, tras su oreja, con una ternura que casi no se la creía. Al rosar su mejilla recordó lo sucedido la noche anterior, como su hermana se puso extremadamente nerviosa al ver el cambio en el cabello, y volvió a preocuparle aquella sensación.

— ¿Qué misterios encierras a tu alrededor mi preciosa? — se quedó quieto, mirando fascinado los labios cerrados, e inevitablemente, se estremeció de pies a cabeza.

El deseo era ardiente y real. Se acercó sutilmente y su boca se apropió de la de ella, apagando el último vestigio de cordura que le decía que no estaba bien. No pudo reprimirlo, era un instinto primario que superó todo raciocinio, fue un mandato de alguna fuerza interior que lo rebasó completamente. La deseaba y la necesitaba y la... amaba.

La besó con ternura pero con ímpetu. Sus manos acariciaron sus mejillas mientras su boca se resistía a separarse de aquellos quietos pero cálidos labios carnosos. De pronto sintió el corazón acelerarse en el pecho. Los suaves labios ya no estuvieron quietos. Se movieron sobre los suyos, se abrieron atrevidos y ardientes. « ¿Lo estaba imaginando? No podía ser, ¿aquellos labios lo besaban también? » Las bocas se abrieron más y el beso se hizo profundo y exquisito. El temblor que le sacudió desprendió un gemido muy suave.

De pronto una fuerte punzada en su costado lo hizo gruñir incómodo despertándolo del maravilloso aturdimiento. Se separó todavía apoyado en sus brazos estirados a cada lado de Elizabeth y descubrió la mano de ella enterrada con fuerza en su costilla derecha.

El puño continuó presionando, pero los ojos no se abrían aún. Alec se rió y en aquellos deliciosos labios frente a él se dibujó también una divertida sonrisa.

—«Eres un atrevido...» — la dulce voz se adentró en su mente y avivó la sonrisa descarada de él.

— «Oh por la Diosa... al fin. Temía tanto que nunca más te adueñaras de mis pensamientos. No me disculparé, que lo sepas, porque jamás me arrepentiré de probar tus labios. Y jamás me rendiré en la batalla de poseerlos una y otra vez...» — los párpados se deslizaron al fin y aquel verde inmenso y mojado lo atravesó con una deliciosa sensación de gozo.

Otra vez apareció la sonrisa divertida en ella y él solo atinó a poner aún más acentuada, la cara de niño bueno. Intentó acercarse a su rostro pero ella hizo un gesto doloroso que lo detuvo. Se incorporó apoyándose en los codos para hacer que él se separara y dejara de atraparla entre sus poderosos brazos. Logró su cometido, pero Alec no se levantó de la cama.

— Oh... ¿Qué haces? No te puedes mover... — dijo algo preocupado.

—¿Dónde estoy? — contestó ella y se estrujó los ojos. Miró a su alrededor tratando de recomponerse. El volvió a acariciar su mejilla al llevarle nuevamente tras su oreja, el mechón rebelde que le caía en el rostro.

Elizabeth sentía adolorido cada centímetro de su cuerpo como si hubiera caído de una colina, pero el calor excitante y delicioso que le producía su "extraño bandido" no lo podía evitar, así que decidió intentar ignorarlo.

—¿Tu, tú me has curado?

—No exactamente. Pero te he traído para salvarte. Estas en un lugar seguro. ... ¿Recuerdas lo que sucedió? — ella movió los ojos inquietos y revivió los últimos recuerdos con un quejido de dolor. Terminó por sentarse erguida y acariciar el vendaje de su costado. Lo miró entonces asustada y confundida.

—Algunas cosas... Yo... ¿cómo estoy viva?

— Por un milagro. Estabas muy mal herida. Dos mujeres me ordenaron llevarte y salvarte. Por suerte pude lograrlo, la verdad, hubo momentos en que dude que sobrevivieras, estabas realmente mal. La daga con que te hirieron, estaba envenenada con una poción demasiado mortal... horrible... No sé cómo alguien pudo hacerte algo tan atroz. Siento hervir la sangre de rabia por no haber podido impedirlo de alguna manera... Ah, sí me hubieses permitido acompañarte cuando te encontré en la cantina...

—En la cantina te encontré yo para empezar y justamente porque habías robado algo mío, como pretendías que confiara en ti... — protestó, él levantó un dedo para defenderse.

—Permítame señorita: primero yo no te robé, pagué por tu bolso...

—Que sabías que no pertenecía al que te lo vendía...

—Ese no es el punto. — escapó de la réplica. Hizo una mueca cómica y Elizabeth no pudo evitar sonreír — El punto es que si aquel día nuestras vidas se cruzaron era porque tenía que ser así. Creo que existo para salvarte... o algo parecido me hicieron entender esas dos extrañas que te rescataron... — repitió otra mueca cómica con su ceja cortada y ella suprimió la sonrisa divertida. Él comenzó a contarle pero ella se abstrajo en sus pensamientos.

Se dejó llevar por sus recuerdos, lo escuchaba mientras él le relata como la recogió y la llevó hasta allí, detallando cada instante del camino entre suspiros, pero ella solo lo escuchaba lejano. Sus ojos se movían inquietos en sus órbitas, tratando de organizar sus ideas, las imágenes se le arremolinaban en la mente.

Recordó a Nun y la oscura maldad en sus ojos, el dolor horrible del Horrodum y la fría crueldad con que la apuñaló. Pero sobre todo su debilitada energía interior se enfureció al recordar a Katherine. «Katherine de Eritrians es la única culpable. » Suspiró ante la frente arrugada de Alec que intentaba descifrar su rostro y a la vez meterse a indagar que la tenía pensativa.

—Lo sé. Una poción así solo pudo ser obra de esa maldita...

—No te metas en mi cabeza. — protestó ella y bloqueó su conexión, aunque sentía un insipiente dolor de cabeza.

—Como pretendes que logre eso. ¿Qué le has hecho a la Eritrians?

—No hablaré de ello, es mejor para ti...

—Oh por favor. Ese misterio lo único que lograra es hacer crecer aún más, si es posible, mi fascinación por ti, sabías. Mi chica tiene los... quiero decir... — rectificó con una sonrisa — Tiene el valor suficiente para molestar tanto a la gran Eritrians, al punto de hacerla desatar una casería tras ella. Oh, seguro le quitas el sueño a esa bruja. Eso es espectacular — lo dijo sinceramente exaltado. Elizabeth suspiró sonriendo inevitablemente.

—No soy tu chica... — aclaró

—Eres difícil Elemental... — protestó él. Ella se encogió de hombros divertida.

—¿Dices que eran dos mujeres las que estaban conmigo cuando llegaste? — el asentó con la cabeza — No, no las puedo recordar...

—Una de ella era una sacerdotisa del Templo y de Segundo Orden, por lo menos vestía así. La otra mujer no pude verla bien, la cubría una gran capa oscura hasta los pies... — Elizabeth lo escuchaba intrigada pero por más que insistía mentalmente no podía recordar detalle alguno sobre todo después de perder el conocimiento.

La cabeza le palpitaba de dolor y se sintió demasiado cansada. Rendida se dejó caer otra vez hacia atrás y suspiró desanimada.

—No las recuerdo. De hecho no recuerdo mucho, todavía estoy confundida...

—Tranquila, es normal... estás viva por un milagro de la Diosa. Había todo un desastre cuando llegue junto a ti... Ahora bien, piensa algo... — Elizabeth lo observó divertida por el tono cómplice y alegre de él y disimuladamente detalló la atractiva mezcla de salvaje y misterioso que desprendía su extraño nuevo amigo-bandido.

« ¿Podía considerarlo así "amigo-bandido? » Se rió de su propia definición. «Si. Definitivamente estaba viva gracias a él.» Eso significaba mucho y jamás lo olvidaría. Si ella decidía considerarlo como un amigo tal vez entonces él dejaba de insistir en ese deseo ardiente para con ella y en ponerle tan difícil el hecho de lograr ignorar las sensaciones sin explicación que le hacía sentir y que empezaban a agradarle demasiado. No podía permitir que le vencieran sus más bajas pasiones...

—«¿Me estas escuchando...?» — se metió en su cabeza sorprendiéndola pero justo logró impedir que descubriera lo que reflexionaba sobre él. — «Oh ya me has bloqueado otra vez. Seguro estabas imaginando algo muy sucio sobre ti y sobre mí...»

— «Sal de mi cabeza. Y no estaba imaginando nada...» — protestó en su mente y Alec otra vez sonrió con esa mueca descarada.

—Te das cuenta que esta conexión que tenemos es algo escrito en nuestro destino. Si tu súplica no hubiera llegado a mi mente jamás podría haberte salvado, tu energía me guió hasta ti. Solo yo podía hacerlo... solo yo... — la miró fascinado y emocionado. Ella no evitó sonreír otra vez pero se quedó pensativa.

—Estás loco... — dijo por decir algo para restarle importancia a su reflexión.

—Por ti — contestó él sin preámbulo, mirándola con intensidad.

—Ni siquiera sabes quién soy...

—No me interesa. Tus labios me dan lo que necesito... Aunque me gustaría saber tu nombre por lo menos. Podría entonces poner nombre a cada poema que navega en mi mente para ti.

—¿Cada poema? O cada cosa lujuriosa como la que estas imaginando ahora mismo y que si recuerdas bien, yo puedo ver en tu cabeza con claridad... — él soltó una carcajada ante la mueca de regaño de ella.

—Algo, por cierto, muy injusto. Porque ya has bloqueado tus pensamientos para mí... Vale, lo siento... Pido disculpas por lo que acabo de imaginar. Se me escapan a veces las ganas. — ella volvió a incorporarse apoyándose en sus codos para quedar más cerca y se miraron ambos directamente a los ojos.

Aquella intimidante sensación que le causaron los ojos de felino, la primera vez que se perdió en ellos ya era solo un leve recuerdo. Ahora aquellos ojos le daban paz y fuego, energía extraña que la hacía sentirse protegida por su fiereza, sin encontrarle una explicación lógica, la atrapaba.

—Pudiera estar perdido en el verde inmenso de tus ojos toda la vida, como un condenado, sin pedir nada más. — respiraron fuertemente.

—No digas tonterías... — esquivó la mirada y trató de calmar el retumbar de su corazón.

—Sigues tomándome en broma ¿verdad? ¿Qué tengo que hacer para que me creas...? Ya te he salvado. Quieres que vaya y mate personalmente al vil ser que te ha puesto en este peligro... Se quien es, y no temo dar mi vida por ti. Lo haré...

—Pero ¿te estás escuchando? No merezco que des la vida por mí, créeme. No insistas, no mereces malgastar tus sentimientos en una causa perdida, no soy para ti. Si realmente tienes sentimientos por mí y no es una patraña. — reprochó. Él hizo una mueca de desacuerdo ante la broma.

—Eso ha sido muy cruel...

—En serio, no puedo permitir jamás que te expongas al peligro por mi causa, no podría, no es justo. Créeme, yo puedo causar daño a personas que amo y no quiero que nadie más sufra por mí o por ayudarme o por solo estar a mi lado. Yo no puedo darte lo que quieres, no puedo corresponder a ese amor que dices sentir por mi... ni siquiera me atrevería a que fueras mi amigo y te pusieras en peligro... No me lo perdonaría jamás. Y si, créeme, el estar cerca de mi te hará daño... soy muy peligrosa.

—Son las mismas palabras que me ha dicho mi hermana... y mientras más me la repiten más creo que son tonterías.

—¿Tú hermana? ¿Alguien más sabe que estoy aquí...? Oh no, eso es insensato. Tu familia... podría estar en peligro. El Concilio... — su rostro se agobió por un atisbo de miedo.

—El Concilio, la Guardia y hasta las mismas Sacerdotisas... eres muy cotizada. Por eso me muero de las ganas de saber que has hecho... Vale la pena el riesgo. — sonrió.

—¿Es que no tienes sentido común? No estoy bromeando... — le dijo seria

—Calma, solo mi hermana sabe que estas aquí. Ella fue la que te ha curado. Pero no te preocupes, todo está bien... Y aunque ella y tú insistan en que es peligroso estar cerca de ti... estoy dispuesto a correr ese peligro...

— ¿Ella insiste también? — preguntó algo extrañada.

—Mjum — aseguró — Toda una insensatez.

—Y si te cuento la verdad y resulta ser aterradora... — él hizo otra mueca incrédulo.

—Está bien. No tienes que caer rendida a mis pies tan rápido es comprensible, dado a que eres una dama fascinante y sublime y además una Elemental, que son obstinadas por naturaleza. Será maravilloso conquistarte paso a paso... no me preocupa tu reticencia ahora... — dijo reconfortándose. Elizabeth rodeó los ojos y suspiró cansada.

—Estoy hablándote en serio...

—Ni la más terrible verdad que puedas decirme hará que desista. No entiendes, no depende de mi voluntad lo que siento, va mucho más allá y no me molesta que me domine... He estado en medio del peligro desde que nací. Créeme no había una causa que valiera tanto como ahora tu persona...

—Pero... — él le puso el dedo índice sobre los labios para hacerla callar. Elizabeth se estremeció. Los ojos felinos brillaron.

—Haremos algo. Insistiré solo... digamos que cien días. Te daré cien días para que te enamores de mí. Cien días y caerás rendida a mis pies. Te lo aseguro. — se fue acercando a sus labios hasta casi rosarlos y por un instante reinó un silencio extraño. — Además ya has probado a que saben mis besos... y ha sido de los más tímidos... — Elizabeth sonrió involuntariamente — En serio te lo digo... sobraran días... — Ambos contuvieron la respiración, no entendieron ni siquiera porque, pero ambos corazones latieron con fuerza.

La tos fingida de Alia los hizo reaccionar. Al verla Alec se puso de pie algo nervioso, Elizabeth se incorporó sentándose, una punzada de dolor le recordó su herida.

—Buenos días... — dijo manteniéndose seria. Puso una gran canasta tejida cerca de los bloques de heno y luego sacó de ella un paño donde envolvía algunas vendas. — Has despertado. Definitivamente eres muy fuerte. — se dirigió a ella sin mirarle. Elizabeth sintió una ligera incomodidad ante el tono descortés.

—Ella... ella es Alia, mi hermana. Es la que ha curado tu herida. — Elizabeth agradeció con un movimiento de cabeza, pero una impasible Alia continuó ignorándola. Con manos diestras comenzó a hurgarle en el vendaje.

—Muchas gracias por ayu... —Alia la interrumpió sin mirarle.

—Estas mucho mejor. Te cambiaré el vendaje y te podrás marchar inmediatamente...

—¡Alia...! — la regañó por su sequedad.

—Alec, no es seguro que continúe aquí y ella lo sabe muy bien... — los ojos vivaces de Alia se fijaron por un instante en los de Elizabeth. «Es increíble, tiene los mismos ojos de él, pero más maduros, más sabios y sobre todo mas asustados.»

Sin proponérselo sintió una especie de respeto por aquella persona. Con ella no podía conectar como con él pero estaba casi segura lo que sus ojos le decían. «Ella sabe más

—Lo siento, no quería causar ninguna molestia... — se disculpó tratando de ganar terreno.

—Eso es una tontería. Tú estabas muriéndote. ¡Alia por favor...! — Alec intervino

—No te preocupes. Me siento muy bien. Puedo marcharme. No quiero poneros en peligro. Tu hermana tiene razón, mi presencia aquí solo traerá problemas. Estoy segura que aún me buscan...

— ¡Eso es una tontería...! — replicó cruzándose de brazos ofuscado.

—Alec si no considerara que puede marcharse no insistiría — dijo un poco más suave y volvió a mirar a Elizabeth — Es lo mejor créeme... para ti y para todos nosotros. — Elizabeth sintió la comprensión en su interior. No podía negar la extraña confianza que le trasmitía y se sintió ante todo agradecida.

—Pero que... ¡cállense ambas...! — protestó alzando la voz.

—Tú, será mejor que salgas de aquí ahora. La última vez fuiste tan pudoroso que te convertiste en un estorbo.

—¿Pudoroso él? — dudó Elizabeth

—Lo conoces ¿verdad? Si, a mí también me asombró —hizo una mueca cómica y Elizabeth sonrió.

—Sí, definitivamente es asombroso escuchar eso de él... ¿Alec? Así que ese es tu nombre.... — susurró la última frase mientras lo miraba. Él sonrió.

—Alec Cross hijo de...

—De naturalistas... — lo interrumpió Alia. Elizabeth la miró y notó como se levantaba nerviosa a buscar algo dentro de la cesta que trajera con ella. — Y demasiado charlatán...

—Vaya Alia te has encargado de echarme por tierra todo mi discurso en un minuto... — Elizabeth sonrió ante la queja y contagió por un instante a Alia.

—Yo no me he presentado... — dijo de pronto. Los dos la miraron atentos.

—Mi nombre es Elizabeth... — se sobresaltaron con el sonido del frasco que Alia tenía en las manos y que se le cayó al piso.

Por un instante todos se quedaron en silencio. Alia y Elizabeth cruzaron miradas y la primera intentó ocultar el pequeño temblor de sus manos.

—Lo siento, que tonta, se me ha resbalado... — se disculpó limpiando el pequeño desastre y evitando así las miradas extrañadas de ambos.

—E-li-za-beth... — pronunció Alec, saboreando la palabra — Sabía que tendrías un nombre precioso. Entonces eres Elizabeth, Sacerdotisa... ¿de qué orden...?

—No soy sacerdotisa Alec... — él hizo una mueca de confusión.

— Ah, cierto. Eres Envenenadora. Una lástima. — dijo sin importancia pero Elizabeth se quedó pensativa.

— ¿Por qué dices eso?

— Porqué no habría forma de que hubieses sobrevivido al veneno impregnado en tu herida. Así dijo mi hermana...  — la miró esperando que argumentara pero su hermana no se dio por aludida. Elizabeth se sintió de pronto desconcertada con aquella nueva información. Odiaba sentir que tal vez podría tener el don de la maldita estirpe de ella.

Alia regresó junto a Elizabeth y se volvieron a mirar. La Reina percibió que el severo rostro se había disipado convirtiéndose en apenado y preocupado.

—¿Por eso huyes? Porque quieren convertirte en una a la fuerza... — siguió Alec con su pequeña investigación particular que parecía un juego.

—Oh por la diosa, deja de inventar historias Alec... — se quejó para que se detuviera.

—Qué bonito escuchar mi nombre en tu voz... — sonrió empalagoso. Alia se puso de pie quedando entre ambos, y los miró con cara seria.

—Quieres salir de una vez para poderla cambiar.

—Vale, vale, ya voy. Iré a la cocina por algo de comer. — Alec le hizo un guiño de ojo a Elizabeth a espaldas de su hermana mientras se retiraba y esta le devolvió una sonrisa. Sintieron el chirriar de la puerta cuando salió y luego silencio total.

— Si me permite necesito cambiarle los vendajes — Elizabeth la miró intrigada pero no dijo nada. Alia había cambiado el trato hacia ella y su rostro volvió a ser indescifrable. Le confirmo asintiendo.

La hermana de su amigo-bandido comenzó a despegar el vendaje con sumo cuidado. Elizabeth la notaba nerviosa a pesar de su indudable habilidad. Sin lugar a duda era una Sanadora. Se movió hacia adelante para ayudarle en su faena.

Ahogó un gemido de dolor cuando se libró de toda la venda sobre la herida. Se cruzó los brazos sobre sus pechos desnudos. Alia tiró todo al suelo y luego volvió a sentarse mirando fijamente la herida que comenzaba a verse cicatrizar con verdugones muy rojos. Elizabeth siguió la vista de su Sanadora hasta su herida y reprimió el asco. Luego miró el indescifrable rostro de la mujer.

—Está mal ¿verdad? — preguntó preocupada.

—Si lo hubiera visto como estaba ayer, hubiera vuelto a desmayarse créame. Esta increíblemente mejor. ¿Le duele mucho? — le palpó alrededor y Elizabeth asintió confirmando con una mueca de dolor. — Aún debo untarle algún remedio y vendarle. No podemos permitir que se infecte. Eres un verdadero milagro... — la miró y hubo un extraño brillo en sus ojos de gata que la sorprendió. Las palabras parecían tener otro contexto

—Realmente lo es — repitió y suspiró — Esta vez solo vendare sobre la herida será mejor para que se pueda vestir y caminar. — se puso de pie sin dar tiempo a seguir una conversación.

Sacó de la cesta una camisa amplia y se la extendió a Elizabeth.

— Puede cubrirse con esto, hasta que termine y pueda vestirse.

—Puedes seguir tuteándome como hasta hace un momento... — tomó el camisón y se vistió con cuidado. Luego lo levantó dejando la herida fuera.

—No debo... tenía dudas de que fuera... pero ya no están esas dudas... — respondió muy rápido y cambió de movimiento para no darle importancia. Elizabeth se inquietó.

Observaba como Alia proseguía profesionalmente su ajetreo entre la cesta y la herida y evitaba constantemente cruzar la mirada con ella. Sintió la tensión en el aire esta mujer sabía de ella más de lo que pudiera imaginar y lo ocultaba, incluso a su hermano. Aquello era muy extraño. «No puedo quedarme con las dudas»

—¿Eres una Sanadora verdad?

—Sí.

— No pensé que tendría el privilegio de encontrar a alguna en mi vida... He leído mucho sobre su clan. — Alia la miró por un instante algo sorprendida.

—El privilegio es totalmente mío de haberla curado... — se miraron y Elizabeth no puede evitar estremecerse.

—¿Hay otras como tú? — indagó

—No existimos, lo sabe. De este lado del Mediodor soy una naturalista más...

—Lo siento mucho... desearía que no fuera así. Que nunca hubiera pasado eso... — estas palabras hicierona Alia detener la cura y levantó la vista con admiración. Elizabeth tragó en seco otra vez, no sabía porque se sentía apenada.

— No es su culpa. Espero que mi secreto continué bien guardado con usted.

—Lo estará, sin duda alguna. Igual que el mío con usted... ¿Verdad? — la confrontó sutilmente. Alia se desconcentró y la lastimó haciéndola quejarse por lo bajo.

—Perdón lo siento mucho... — se disculpó nerviosa. Limpió la sangre que brotó de la herida. Las manos le temblaban. Elizabeth se las sostuvo entre las suyas y se miraron.

—No pasa nada... — la tranquilizó. Alia retiró sus manos como si hubiese hecho una gran ofensa.

—No es un desaire pero tiene que marcharse. No es seguro que permanezca aquí. Mi esposo trabaja para el Concilio. Bueno en la cámara común de Woodville, pero es casi igual. No puede encontrarla aquí. La herida mejorará se lo aseguro esta vez no la vencerá. — hubo una firmeza en cada palabra que calaron en Elizabeth. Alia miró a los lados como si confirmara que nadie las escuchaba — Es imprescindible que logre esconderse hasta que recobre fuerzas y hasta que domine su poder. ¿Ya lo ha descubierto verdad? Ahora tiene que hacerlo suyo.

— ¡¿Sabes quién soy...?! — exclamó alarmada. Podía suponer que sabía de su existencia como la tercera reina, pero que supiera su poder la inquietó mucho. «Como era que sabía tanto de mi persona... es... es intimidante...»

—Eres la Reina... — hizo una reverencia con la cabeza y Elizabeth se estremeció.

—No por favor no hagas eso. No soy la Reina...

— Majestad, está de más que me intente explicar algo. Es la Reina, lo principal ahora es esconderse. Es muy importante, está cambiando, majestad...

—¿Cambiando? ¿Qué quieres decir?Como es que sabes tanto de mí... — Alia tomó con delicadeza su cabello y ante los ojos sorprendidos de Elizabeth, lo desató. Luego le acercó la fuente donde había depositado los apósitos de la cura. Elizabeth se miró en el metal pulido y se estremeció. Una porción cada vez mayor de su cabello se estaba decolorando, era rubio. Empujó la vasija aterrada. — ¡Que es esto! ¿Qué me sucede...? ¡Me vuelvo un monstro!...

—No, cálmese... no es así...

—¡Sabes lo que es! Yo lo he visto en mis sueños. ¡Es destrucción...! — Elizabeth no pudo evitar comenzar a llorar con agobio.

—Oh majestad... no, no me haga sentir este pesar de verla llorar... — Alia la miraba consternada.

—Por la Diosa... no... no, quiero esto... no me llames de esa forma, yo... estoy... Soy destrucción — balbuceaba confundida y aterrada

—Será solo si lo decide así, alteza. — le tomó las manos, esta vez la que temblaba visiblemente era Elizabeth. — Permítame tocarla, majestad. — Elizabeth asintió, el hipo de los sollozos le impidió hablar — Esto es poder ilimitado solo usted decide si es destructivo o no... ¿Sabe que cuenta la leyenda? Que solo las nobles de corazón reciben este regalo de la Diosa. Porque con él renace la magia en esta tierra. Su madre lo tenía... — Elizabeth la miró con los ojos muy abiertos. Sospechaba esto pero la confirmación la estremeció. Se sorbió el llanto para calmar los sollozos ahogados.

— Y fue una gran soberana, usted lo sabe, alteza. Ahora bien, no puede ser la Reina que necesitamos si Katherine la encuentra antes y la asesina. Ya puede ver lo que es capaz de hacer esa arpía en las sombras detrás de su fachada del bien mayor. Tiene que ocultarse, y por ahora, ocultar estas características también. — se dirigió hasta la canasta y sacó un frasco ámbar. — He preparado esta poción. Debe tomar tres gotas. Solo tres gotas, al amanecer y al anochecer. Teñirá su cabello otra vez como antes y así evitara que despierte un miedo insensato en los que no confían aun. — Elizabeth inhaló hondo mientras miraba el frasco y luego a Alia.

—Katherine... Katherine me daba algo así. Pero perdía mis dones... ¡oh por la diosa!, siempre creí que era una Vacía, ella... — gruñó de impotencia y le ardieron las lágrimas que regresaron a sus ojos — Ella me humillo tanto, me ocultó todo... ¡oh! Me da tanta rabia. — apretó fuertemente las manos.

—No. Cálmese. Todo a su tiempo. Esta poción no limitara su poder ni lo más mínimo, es Ilusionara. Solo ocultará su cabello porque es muy llamativo en su caso. Todavía el pueblo de HavensBirds no está preparado para conocerla así. Usted es nuestra Reina, debe ser nuestra líder. Se hará justicia. Hará justicia. Pero todo tiene su tiempo.

—Pero yo... no sé que tengo que hacer... Es todo tan nuevo... estoy tan confundida y agobiada.

—Por ahora solo debe sobrevivir. Escúcheme bien. Tiene que volver al Bosque Sombrío. ¿Sabe dónde está la Cueva del Lago?

—Si... — contestó y se secó las lágrimas prestando más atención.

—Muy bien. Llegará hasta ella. Y justo frente a la grieta girará a la derecha. Hay un viejo roble de tronco ennegrecido. Debe fijarse, tiene una runa tallada, es un círculo dentro de otro... — Elizabeth alzó una ceja.

—Conozco esa marca es...

—De su madre, la Reina Aleene. — concluyó sorprendiéndola.

—¿Cómo es que...? — trató de indagar pero Alia se dirigió a la cesta para recoger y aquello le mostró que no alargaría la conversación.

—Hay muchas cosas que debe aprender y conocer pero no debemos apresurarnos. Hasta hace unos días habíamos perdido casi toda esperanza por una mentira. Saber que aún vive es un milagro divino...

—Por favor, se lo suplico... cuénteme todo sobre mi, sobre mi historia. Cuénteme todo lo que me han ocultado. Me siento tan mal, desorientada, perdida. Y me agobia sentir que gente desconocida tiene expectativas sobre mi persona que ni yo misma las creo, ni yo misma me conozco...

—Oh por la diosa, alteza, no me suplique. Qué más quisiera que complacerla pero no es a mí a quien corresponde. No se desespere. Ya le he dicho, todo a su tiempo. Por ahora solo debe llegar hasta el roble ennegrecido. Desde allí marchara siempre hacia el norte un día y una noche entera. Encontrara al final del camino un árbol inmenso casi sobrenatural bríndele su sangre a la corteza y las hijas brillaran de azul cuando esto suceda debe dar tres golpes en el lado izquierdo de su tronco. Allí se develaran todas sus dudas. Todas las preguntas encontrarán su respuesta. No olvide estas palabras.

—¿A quién encontraré allí?

—Espere a llegar. En esta canasta he preparado más de la poción así como otras medicinas. También hay otras cosas que he estado guardando hasta este día y que le serán de utilidad. Se me ha ordenado entregárselas. Tiene que irse lo antes posible, alteza.

—¿Se le ha ordenado? ¿Pero quién...?

—Sus seguidores.

—¿Cómo sabían que usted podría entregármelas? — Alia le sonríe enigmática.

—Sé que ahora mismo todo es demasiado confuso. Pero le prometo que en cuanto llegue al Roble, todo se aclarará. Solo tiene que tener mucho más cuidado en el camino, tiene que sobrevivir. Es indispensable que siga ocultándose, ocultando incluso su identidad a personas que conozca, y con esto lamento referirme a sus hermanas. Oh, alteza, no sabe cuán maravilloso es saber que usted vive. Me siento honrada de haberla curado y sepa que yo como muchos más en HavensBirds, estamos felices y agradecidos. Usted es nuestra fuerza y esperanza y la seguiremos hasta el fin. Pero hasta que usted no esté preparada, tenemos que seguir como hasta ahora, en la clandestinidad. Tenemos que lograr que usted viva.

—No puedo negarte que me siento muy atormentada y hasta aterrada.
Como es que hay tantos con esa fe en mí... ¿Y si los decepciono? ¿Y si no soy lo que esperan de mí?

—Está escrito en las estrellas — la mirada felina estaba llena otra vez de esa extraña luz que le trasmitía tanta fuerza. Elizabeth suspiró llenándose de alguna emoción sin inexplicable.

—Confiaré en ti. Partiré enseguida hacia el lugar que me indicas. — se puso de pie adolorida pero ágil. Alia le acercó la cesta para que tomara su contenido.

—Yo quiero hacerle una petición, si usted me permite alteza...

—Oh por la Diosa, lo que quieras. Has hecho algo tan grande por mí que siempre estaré en deuda contigo.

—Alec... el no sabe quién es usted. No sabe nada de lo que hemos estado hablando aquí. Por favor no le cuente. Tal vez piense que es un atrevimiento de mi parte, usted es la Reina y cada ser de esta tierra debe servirle fielmente. Pero mi hermano no tiene cordura, el ya está ciego por usted sin saber si quiera quien es... — Elizabeth tragó en seco — Pero lo prometí a nuestra madre en su lecho de muerte, que no permitiría que le pasara nada malo. El Concilio ha hecho mucho daño a nuestra familia, no puedo permitir que la Eritrians ponga las manos sobre él. — había miedo y un rencor atroz en los centellantes ojos. Elizabeth sintió una extraña sensación de desasosiego.

—¿La Eritrians? Te refieres a Katherine. — Alia asintió agobiada

— No permita que mi hermano vaya con usted. Sé que el insistirá. Pero temo mucho que le ocurra algo. Es algo que no puedo explicar, un mal presentimiento. El es... bueno debe suponerlo ya, al saber que es mi hermano...

—Es un Shinning. — Elizabeth había leído sobre el clan del desierto en varios libros siempre tildados de salvajes y asesinos, pero no podía creer que los descendientes de un don que muchos años fue considerado puro fueran como describía el Concilio. Además después de conocer a Alec no creía nada más aparte que fuera atractivo.

—Así es...

—No creo que los Shinning sean lo que el Concilio dice...

—Pero Alec siente algo muy poderoso por usted y eso es peligroso. Por su misericordia, se lo suplico, majestad — se arrodilló en un acto desesperado que a Elizabeth le causó una punzada de desanimo y hasta de tristeza.

Haberlo mantenido cerca de ella ahora en este extraño giro de su destino había sido una idea que empezaba a parecerle tentativa. Había demostrado aparte de su insistente y casi gracioso deseo lujurioso que era un guerrero en el que podía confiar. Pero Alia estaba verdaderamente asustada. Le tomó por las muñecas y la hizo ponerse de pie.

—Lo haré. No dejaré que me siga. Te lo prometo — tragó en seco.

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