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♣13.Un Paseo por el Bosque♣

Hacía buen rato que la comitiva organizada por Julia había emprendido el paseo secreto planeado al vuelo noches anteriores. Después de miles de explicaciones y remilgos por parte de su padre el Prior naturalista se había salido con la suya.

Annabella llegó a la conclusión de que la joven naturalista era de armas tomar en cuestión de discusiones diplomáticas. Marina debería tener en cuenta en el futuro integrarla a su grupo de consejeros.

Al final todos habían podido salir a montar sin escolta y después de casi dos horas Julia había anunciado que estaban cerca del lugar maravilloso que les había prometido. Annabella tuvo que ordenar de forma categórica que tampoco los acompañara ninguna de las sacerdotisas que no se le separaban. Estas aceptaron, en contra de sus voluntades, le quedaba claro. Sabía que tendría que dar explicaciones muy bien justificadas a la Gran Sacerdotisa en cuanto regresara pero no le importaba.

Pierce y el Conde Constantino junto a los hermanos Glet se encargaron de calmar los ánimos comprometiéndose a velar por la seguridad del grupo y sobre todo de las reinas. El pequeño logro de poder estar sin supervisión les animó muchísimo y en toda la cabalgata no dejaron de reír, hacer anécdotas y jugar entre ellos. Hasta la Reina Elemental había cedido en su mal humor matutino y había sucumbido a una que otra juerga del grupo.

A pesar de ello, le era inevitable ponerse a la defensiva, cerrando sus barreras rudamente, ante los pequeños atrevimientos del Conde para con ella y agradecía que estos fueran sutiles e ignorados por el resto, porque a veces no sabía cómo reaccionar, sintiéndose un poco fuera de lugar.

No estaba acostumbrada a estar rodeada de gente y muchos menos de intimar en esos grados de afición y confianza. Estaba segura que le costaría trabajo llegar a considerar a aquellos o cualquier otros, como compañeros, con el grado de unión que se profesaban. Era envidiable aquella hermandad. Miraba de reojo a Marina. No parecía que hubiera estado en las mismas condiciones que ella, aislada toda su vida.

Se le veía disfrutando de lo lindo aquel paseo. Se reía a carcajadas y a veces hasta se unía a las anécdotas, era increíble, se veía tan feliz. También estaba Pierce como una lapa pegado a ella. Era como si el mundo de Marina girara ahora solo a su alrededor. « ¡Por la Diosa! ¿Sería aquello a lo que todos le llaman amor?,era patético» Se dijo, convencida.

A cada segundo le acariciaba sutilmente el brazo, pegaba tanto ambos caballos que parecía que la besaría. Le susurraba al oído y Marina sonreía. Era capaz de arrancar cualquier flor de cualquier árbol y regalársela con una sonrisa y ella la aceptaba como si fuese una joya única. Definitivamente, era patético.

—Se ve feliz ¿verdad? — se sobresaltó sobre la montura, el acercamiento del Conde la sorprendió. Optó por ignorarlo. — Su hermana quiero decir... — continuó él. Las miradas se cruzaron inevitablemente. Él le dedicó una atractiva media sonrisa y ella se tensó — Debería relajarse un poco usted también, alteza. Hay que admitir que el paseo ha sido entretenido y sobre todo interesante — insistió impertinente.

Después de un largo suspiro Annabella le dirigió la mirada otra vez.

—No he dicho que no lo esté disfrutando... — dijo sin ganas

—No parece...

—Conde, es su impertinencia la que lo hace más tedioso — declaró con molestia.

El Conde abrió la boca para protestar pero se arrepintió y solo resopló. Ya se había acostumbrado a los bruscos comentarios de la malhumorada Reina Elemental y lo dio por incorregible.

La comitiva que se había adelantado a ellos giró y comenzó a internarse en el bosque a su derecha a través de un estrecho sendero. En un segundo desaparecieron entre los árboles aunque todavía se alcanzaban a oír sus armoniosas risas. Annabella detuvo de repente su caballo.

— ¿No sabía que habría que internarse en el bosque? — expresó. El Conde pasó de largo a su lado, ignorándola. Ella arrugó la frente molesta — Si ahora su silencio es una especie de venganza por mi queja de hace un momento, créame Conde, nunca pensé que fuera tan inmaduro — él se detuvo sin voltearse.

Annabella se quedó a la expectativa, mirando la ancha espalda y la trenza en mohicano que colgaba sobre esta.

Después de unos segundos en que ella misma no supo porque ni siquiera respiro, el Conde giró al fin su caballo para quedar frente al camino y a su vez mirarla a ella.

— ¿Inmaduro? ¿En serio? Con todo el respeto alteza, sabe en verdad como actúa una persona inmadura — la miró y alzó una ceja. Annabella entendió la reprenda y se cruzó de brazos.

—Usted en verdad no entiende lo fácil que sería para mí meterlo en un calabozo ¿verdad?

—No lo haría — la retó mirándola intensamente.

—Pruébeme... — él ladeó la cabeza en un suspiro, dando la impresión de que imaginaba otro sentido a aquella palabra. Annabella se sonrojó tontamente al comprender y se regañó por lo bajo.

—No se atrevería... — repitió a propósito sonriendo pícaramente y siguió mirándola con esa intensidad que la hizo sentir un calor subiendo por sus piernas. Suspiró y desvió la mirada de los intensos y atrevidos ojos azules. Lo escuchó suspirar resignado — Mejor... dejémoslo ahí... — dijo sin muchos ánimos — Aún le asusta el bosque ¿verdad alteza? — cambió el tema y continuó sin esperar respuesta. — Es de entender. Toda su vida lo único que la rodeaba era la oscuridad y ferocidad de este enorme paisaje. Pero sabe que es lo absurdo de todo esto. Que pretenda ser la más fuerte solo porque siente un miedo que la aterra. No tema a lo desconocido, no le tema a las cosas nuevas que le quedan por descubrir, alteza... pero sobre todo no sea una soberbia y una tirana con las personas que solo quieren acercarse para ayudarla a vencer sus propios miedos.

— ¡Como se atreve...!Yo no tengo miedo, ni me convierto en soberbia... — replicó exaltada pero se detuvo. Estaba completamente fuera de lugar una discusión. Decidió ignorarlo pero se quedó helada cuando el Conde se adelantó súbitamente hasta quedar ambos caballos tan cerca que su cara casi pega a la de ella.

— ¿No tiene miedo? Pues acepte venir conmigo. La llevaré a un lugar asombroso y mágico, que nada tiene que ver con el lado sombrío que conoce del bosque. Tenga por seguro alteza que no todo dentro de este monte no es tan horrible como se imagina. — indicó con las manos el paisaje mientras hablaba.

—No iré con usted sola a ningún lugar... — contestó molesta.

— ¿No confía en mí?

—Por supuesto que no confío en usted... Y aparte de eso, me indigna su insolencia.

—Muy bien — aceptó y se adelantó tomándole la mano más cercana.

Annabella no se movió, entre el asombro y la calidez que le transmitía el apretón de aquella mano que resultó tan poderosa y suave a la vez, no atinó a reaccionar. Sin poder explicarlo ni evitarlo el corazón se le aceleró en el pecho.

El Conde estaba muy serio, pero sus ojos tomaron un brillo especial. De pronto y con mucho cuidado llevó la mano de Anna que comenzó a temblar sutilmente y la colocó sobre el fornido pecho que en aquella mañana solo lo cubría una ajustada camisa de lino. Annabella se estremeció al contacto y sintió traspasar el calor a través de la tela. Los latidos del corazón del Conde parecían un tambor de guerra, pero por fuera continuaba muy sereno.

— ¿Qué hace?

—Usted es elemental. Su don puede traspasar mi cuerpo y descubrir mi alma. Entre. Revise mi interior. Convénzase de que usted ya tiene un lugar aquí... — dio unos golpes sobre el pecho aun sujetando la mano de Anna entre la suya. Ella continuaba atónita y nerviosa. — Alteza, yo...

—No... — lo interrumpió y retiró la mano con violencia. — No diga una palabra más Constantino, se lo prohíbo. No quiero escucharlo...

—Quiero hacer una confesión... — insistió él con un gesto casi infantil en el rostro.

—No quiero escuchar esa "confesión"... — impuso ella seria. Se quedaron mirándose muy fijamente.

Annabella hizo un esfuerzo inmenso para que no se notara el temblor de su cuerpo. No podía describir lo que sentía, no conocía aquel extraño placer. Su interior estaba más convulso que de costumbre y temió al calor en sus entrañas. El Conde permaneció en silencio e inmutable por más tiempo del esperado, sin dejar de mirarla, hasta que de pronto apartó la vista hacia el camino por donde habían desaparecido los demás y Annabella aprovechó para volver a respirar.

—Muy bien. Si usted me lo prohíbe... entonces me callaré esto que siento — dijo y bajó la cabeza decepcionado o triste tal vez. Annabella supuso que en verdad estaba afligido o que por lo contrario era un experto manipulador. Lo peor era que a ella le provocó una sonrisa divertida — Yo no puedo hacer nada más que obedecer — continuó él, optimista ante la sonrisa de ella — Vamos entonces, alteza. No nos alejemos más de los demás — giró su potro y se encaminó hasta el sendero donde se detuvo para esperarla. Ella se le acercó y lo sorprendió al sonreírle pícaramente.

—Pensándolo bien... Quiero que le bajen esos humos, Conde. Usted es un atrevido y merece que le den una lección de humildad... — al mismo tiempo que soltó semejante estupidez se mordió el cachete por dentro recriminándose. Pero era tarde, aquellos intensos ojos azules estaban detenidos sobre ella.

—Nada se ha escrito de los cobardes... — se defendió con una sonrisa.

—Podíamos escribir un capítulo de cómo fue a la horca un tonto valiente por sobrepasarse con la reina elemental — el sarcasmo en las palabras de Annabella le arrancó una carcajada sonora. Anna sonrió contagiada.

—Oh... alteza. Es usted... indescriptible... — movió la cabeza.

— Entonces... señor valiente. Veamos si dice usted la verdad y existe ese lugar tan mágico. Pero tenga por seguro Constantino, que si por un mínimo instante usted me hace sentir incomoda, el castigo será indescriptible...— abrió los brazos exageradamente —... inimaginable — exageró sonriendo.

Había soltado las ataduras de su cohibición y a pesar del ligero temblor de sus piernas, la aventura le encendió su energía interior.

—Pero... eh... — balbuceó sin salir de su asombro, pero sonrió — Oh alteza es usted un poco caprichosa y...

—Si se atreve a decirme algo más Constantino, esto termina aquí. Y en cuanto regresemos, lo haré apresar.

—Oh no, por la Diosa, perdóneme. No quiero echar a perder este momento tan repentinamente cambiado a mi favor, por nada de este mundo. Sígame por favor, alteza. — Annabella rió por lo bajo. «Patético» volvió a pensar. Reanudaron la marcha muy despacio como si quisieran que el tiempo fuese más lento. Evitaron mirarse sin proponérselo y cuando sus ojos se cruzaban, sonreían. Annabella se dejó llevar por la extraña sensación que le comenzaba a deleitar.

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El majestuoso carruaje oficial del Concilio se detuvo bruscamente ante la inmensa puerta remachada del Templo Mayor. Sin esperar a que Antuan llegara hasta la portezuela para ayudarla a descender, Katherine bajó y empujó las puertas entrando aparatosamente.

Dentro varias sacerdotisas se sobresaltaron al verla aparecer de semejante forma. Katherine se contuvo al descubrir a Inna avanzar hacia ella por el centro del gigante salón abovedado, con sus decorados de oro y alineado con columnas de capitel esculpido, que adornaban aquella sala común usada para el recibimiento de los invitados que acudían al Templo.

En cada pared colgaban inmensas pinturas de pasajes de la historia y la magia de HavensBirds que Katherine recorrió rápidamente con la vista, para hacer tiempo hasta que la Gran Sacerdotisa llegase junto a ella. Podría haber seguido con el ímpetu que entró, pero no se movió. Era muy peligroso desafiar así el nido de las elementales.

Inna se acercaba con su paso demasiado lento. Katherine se exasperó y comenzó a golpear el suelo de mármol con su tacón, casi involuntariamente, el eco retumbaba en los altos arcos de la construcción. Estaba muy alterada, sentía que el cuerpo le temblaba violentamente y al mirar sus manos, estas se lo confirmaron. Las apretó fuertemente hasta sentir sus uñas clavárseles en las palmas.

Agradeció que Inna despidiera a todas las sacerdotisas que estaban cerca y que al llegar junto a ella, quedaran completamente solas. La Gran Sacerdotisa la miró un instante, silenciosa e inamovible como siempre.

Katherine pensó por un segundo que era casi insultante que no se mostrara ni siquiera un poco nerviosa ante la situación que ella misma le comunicó en su mensaje. La Eritrians sabía que estaba leyendo cada uno de sus gestos con su inquiriosa mirada pero no estaba de humor para camuflar su exaltación. La furia irascible mezclada con impotencia y miedo le recorría las venas y sentía ganas incluso de romper algo.

—Primero: cálmate... — la voz de Inna sonó tan pasmosa que solo consiguió impacientarla aún más.

— ¡Por favor Inna, ahórrate el sermón! Esta vez ha ido muy lejos. ¡Oh si, muy lejos! Ella misma se ha condenado. El SacrifusCorpus será una bendición comparado con el castigo que merece en realidad y ¡lo sabes muy bien...! — alzó la voz chispeante de furia.

—Todo no está totalmente esclarecido aún Katherine. Pero esta vez no voy a discutirte el hecho de que Elizabeth realmente es peligrosa... y que tenías razón cuando supusiste ... — hizo una pausa — que está recibiendo algún tipo de ayuda... y podemos decir que no de gente que se ande con remilgos. Y eso definitivamente, tengo que admitir, que me desasosiega y me preocupa grandemente — Katherine la miró sorprendida y le alzó una ceja en tono de queja — Una de mis sacerdotisas ha sobrevivido y me ha contado todo lo sucedido... — contó. Katherine contrajo el rostro un poco inquieta por esta confesión que no le había adelantado en el mensaje. Pero se mantuvo en silencio, a la espera.

Por muy controlada que pudiera estar la Suma Sacerdotisa, si hubiera descubierto lo que ella misma ordenó a su lugarteniente, estaría ahora mismo lanzándole improperios e incluso hubiera sido capaz de acusarla ante el Concilio antes de que consiguiera llegar hasta allí. Así que la sobreviviente no le había contado realmente "todo" lo sucedido.

— Tuvo ayuda. Y esa persona que la ayuda, es al parecer, demasiado poderoso y demasiado cruel. Puedes notarlo al ver el resultado horrible que ha dejado a su paso — bajó la cabeza un instante congojándose ante sus propias palabras — Pero sobre todo... es alguien decidido a hacer lo que sea sin tener el más mínimo atisbo de piedad. Eso es lo más perturbador. Si Elizabeth se alía a este lado oscuro de la magia de HavensBirds, créeme Katherine... La Gran Guerra habrá sido una pequeña batalla en comparación con lo que se puede desatar. Te aviso desde ahora que no me mantendré más al margen. El Templo necesita activarse. Hay que prepararse y orar, orar y revivir la fe de nuestros seguidores. Reforzar la alianza con la fe del Templo aún más que nunca. Necesitamos consolidar una unión.

—No queda ningún enemigo desde la Gran Guerra. En contra de lo que todos piensan siempre, me he encargado que el Concilio acabe con cada uno de los restrojos conspiradores. Cada bruja ha sido quemada, cada elfo: crucificado, cada...

—Calla... — la interrumpió haciendo un gesto de desagrado — Cada acto del Concilio lo que ha conseguido es que crezca el resentimiento y la rabia en esta tierra... y ahora está reaccionando en nuestra contra. Ten por seguro que la mitad de los desplazados al otro lado del Mediodor no esta tan conforme como tú crees. Alguien está ayudando a Elizabeth, la está protegiendo sin importar razones ni consecuencias, hasta ser capaz de cometer estas atrocidades, por lo tanto debemos entender que nada la detendrá. Eso quiere decir que ella representa el fin de su opresión y ese devotísimo sentir es muy, muy peligroso. No podemos permitir de ninguna manera que ella tenga una alianza mayor a la nuestra, perderíamos. Eso es lo único importante ahora. El caos al que tanto le has temido siempre, se cierne sobre nosotros, como una gran Walsh, la tormenta más terrible, Katherine... — la mirada severa de Inna la hicieron estremecerse. Contrajo el rostro, a su ya insoportable inquietud se sumó ahora una cierta ansiedad y preocupación.

—Quiero ver a la chica que ha sobrevivido — soltó fríamente.

—Ahora no. Está muy mal herida y necesita descansar. Está viva de milagro.

—Yo no creo en los milagros, Inna. Déjame hablarle. Una sola persona no puede estar detrás de todo esto, Inna. Como tú has dicho, tenemos que prepararnos y estar mucho más alertas... No tenemos certeza de quién debemos confiarnos y de quién no debemos.

—No vayas a hacer ahora una cacería de brujas como siempre y volverte paranoica sin sentido... — enfatizó la sacerdotisa.

— ¿Sin sentido? Inna, por la Diosa, te contradices...

—No quiero que la incordia empeore las cosas, Katherine. Pero está bien... Está bien — suspiró resignada y dio media vuelta — Sígueme... — dijo y Katherine obedeció en silencio.

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Annabella ha sentido un pequeño escalofrío al terminar de atar su caballo a la rama del árbol donde ya Constantino había dejado el suyo. Delante de ella se expandía el bosque, más tupido que nunca. Empezó a dudar de haberse dejado llevar por la curiosidad. Había sido una pésima idea.

El Conde le daba la espalda en ese momento. Estaba parado delante de un trillo adoquinado de piedras maltratadas y llenas de musgo, entre una hilera de robles, que era prácticamente imperceptible, pues las hojas mojadas sobre el suelo lo cubrían casi en su totalidad. Pero el camino estaba allí y por lo visto desde hacía mucho tiempo.

Él lo observaba en silencio con las manos en jarras, dándole la espalda aún, tan seguro e intenso como siempre. Annabella siguió con su mirada la línea que formaban sus anchos hombros pegados a la tela de la camisa de lino. Su vista llegaba hasta el final de su espalda, «¿Anna que rayos te pasa?» Respiró hondo y desvió la vista a otro punto.

— ¿Me está mirando el trasero, alteza? — Anna dio un brinco sorprendida mientras el Conde se dio vuelta para mirarla con esa sonrisa descarada muy propia de él.

— ¿Perdona? — requirió. Sintió como se ruborizaba. Él se le acercó aun sonriendo.

— ¿Puedo tocarla? — preguntó atrevidamente. Extendió una mano como si ansiara tocar algo sublimemente prohibido.

—No — espetó tajante y lo esquivó a un lado con demasiada rudeza. Él se encogió de hombros, esperaba la respuesta. Se adelantó deteniéndose justo frente al sendero.

—Está bien. Entonces sígame — dijo fingiendo desánimo.

—Creo que esto ha sido mala idea, Constantino. Será mejor encontrar a los demás y marcharnos de aquí. ¿Cuánto hemos andado? Creo que estamos muy lejos — replicó Annabella.

El Conde la rodeo y se pegó a su espalda sin que lo notara, hasta que lo tuvo tan cerca que casi sentía el aliento detrás de su oreja.

—No. De ninguna manera alteza. Y perder la apuesta que hicimos de camino hasta acá. No. Ya qué más da, estamos aquí ¿no? — sentenció en su oído. Luego se separó ante la visible tensión de Anna y volvió a rodearla hasta quedar frente a ella, cruzándose de brazos y volviendo a sonreír. Annabella suspiró.

—Eso es una tontería...

—¿La apuesta? — ella asintió como respuesta. Ladeó la cabeza poniendo en duda sus palabras con provocación. Ella alzó una ceja.

—Sí. Es una tontería... — insistió pero sonrió y se dio cuenta que no convencía para nada. Él movió la cabeza a los lados.

—Puede ser — se metió las manos en los bolsillos, despreocupado — Pero esta mi honor en juego si no logro que usted quede impresionada y admita: que el lugar donde la llevo es extraordinario — Anna sonrió otra vez, liberando un poco de la tensión que sentía en un suspiro de resignación.

—Eso también es una mala idea. Puesto que a estas alturas no he conocido muchos lugares, y será fácil para usted... — el Conde rió interrumpiéndola. Apartó unas ramas y le indicó con una pequeña reverencia que continuara el camino. Anna no protestó para sorpresa de ambos y se adelantó. Él la siguió muy de cerca por el estrecho sendero lleno de hojarascas. — Digo, que será fácil convencerme de que este lugar es extraordinario, como usted dice... Y eso es una desventaja desleal.

—Eso no es verdad, alteza. Por el poco tiempo que he podido estar en su presencia... que ha sido poco, muy a mí pesar, debo decir... demasiado poco tiempo a su lado — se quejó dramáticamente. Annabella hizo una cómica mueca que le produjo una carcajada contagiándola a ella — En ese poco tiempo he notado que su carácter no es de los que se impresiona con facilidad.

—En eso tiene razón, Conde — confirmó la reina.

Llegaron hasta el final del sendero donde los sorprendió la ladera de una montaña de piedra, cubierta en alguna parte por espesa vegetación. Annabella se detuvo de pronto y chocó su espalda con el pecho de Constantino. Él sonrió y aprovechó para tomarla por los hombros. Anna volvió a sentir un escalofrío recorrerle de pies a cabeza y se quedó muy quieta.

—No te asustes... — dijo por lo bajo

—¿Me estas tuteando, Conde...?— replicó ella, tratando inútilmente de relajarse. Pero el leve calor que le trasmitía el toque en sus hombros no se lo permitió. Un pequeño temblor la envolvió, y sobre todo persistía ese extraño cosquilleo en su estómago.

—Usted también me está tuteando, alteza... — reclamó él y ambos soltaron una risita tonta.

—¿De donde ha salido esta montaña? No la había notado — preguntó ella desviando el tema.

—Magia — exclamó algo sarcástico.

—Conde... — dijo en tono de advertencia. Él se separó y ella se quedó en silencio, observándolo. Se acercó a la pared natural de piedra y corrió una especie de cortina de plantas trepadoras que se habían adueñado de toda el área para dejar al descubierto una oscura boca de cueva

— De ninguna manera... — exclamó Annabella negando con la cabeza sin dejarlo hablar.

—¡Ah por favor, alteza! Aceptaré los azotes a los que seré condenado... — ella lo miró con los ojos muy abiertos sin entender el significado de sus palabras mientras él se le acercaba mirándola atrevidamente.

Con una sonrisa la tomó por la cintura y la alzó sobre sus hombros como un saco de heno, dando inmediatamente media vuelta y encaminándose por la estrecha abertura. Annabella se rebeló dando patadas donde le alcanzaban las piernas pero con los ojos cerrados. Lo escuchó sonreír. Estaba asustada y a la vez excitada.

Después de unos minutos Constantino se detuvo. Anna aún no abría los ojos y hundió los puños en la maciza espalda, sintiendo los tensos músculos bajo sus nudillos apretados. Las fuertes manos la sostenían por la espalda y la cintura y el calor que desprendían hacían que el cosquilleo de su estómago se corriera a su entrepierna. Notó dos gota de sudor correr por su espalda.

Él la bajó al fin de su hombro muy despacio, a propósito, para que su cuerpo rosase lentamente el suyo, y Anna lo supo. Sintió la descarga eléctrica recorrerle la piel y en contra de su voluntad, le gustaba lo que sentía. Notó al fin el suelo bajo sus pies y trató de ponerse firme, pero el calor que la envolvía y el hecho de que aún no se había atrevido a abrir los ojos la hicieron tropezar y chocar contra él otra vez.

El Conde aprovechó la situación y la abrazó, pegándose más. Se quedaron muy quietos. No lo veía pero sabía que él la miraba detenidamente, podía sentir la fuerza de su mirada. Deslizó las manos por los poderosos brazos y su inexperto sentido del tacto se desató a sus anchas desbordándole en su interior miles de sensaciones. Las manos silenciosas continuaron deslizándose bajo la camisa, explorando el torso,y luego prosiguió su despacio y tentativo camino hasta el pecho.

Anna sintió la tensión y el calor de la piel, el subir y bajar de la respiración del Conde que comenzó a agitarse pero que aún no se movía el resto de su cuerpo. Se separó un poco, deteniendo sus curiosas manos. No quería que él notara que su corazón latía con tanta fuerza que parecía salirse de su pecho y que el aire se demoraba en llegar a sus pulmones haciéndola abrir un poco su boca, sofocada.

De igual manera no pudo escapar. Las manos de él rodearon su cintura firme y suave a la vez antes de que lo intentara. Entonces apoyó el mentón sobre el agitado tórax y sonrió, ni siquiera entendía porque, pero sonrió al sentir que él corazón del Conde retumbaba tanto como el de ella.

—¿Ordenará que me azoten por este atrevimiento, alteza? — habló y la voz le salió ronca por el deseo contenido a pesar de intentar sonar seductor.

Anna volvió a sonreír deleitosa. No era tan ingenua como para no advertir que estaba visiblemente exaltado. Provocativa reanudo su juego, el ego de llevar el poder de aquel momento la inundó. Arrastró sus manos hasta llegar a su cuello y lo rodeó con ellas. Alzó finalmente su cabeza y abrió los ojos para encontrarse con una intensa mirada azul y una sonrisa encantadora.

—Lo haré yo misma — bromeó. Él la apretó hacia sí y sus labios se posaron al fin, despacio, sobre los de ella.

Annabella recibió el beso con ansias y ahogó un gemido cuando fue tomando intensidad. El Conde perdió el autocontrol y el beso se extendió apasionadamente. Las manos se movieron en su espalda, acariciándola, arrebatándola. Annabella sintió un calor extremo, su energía se excitaba en su interior como nunca antes y la recorrió una sensación de placer inevitable, nueva y deliciosa.

Pero otra parte de su ser se sentía atada, otra parte de su ser se escapaba de aquel momento. Cerró los ojos y por un segundo se mezclaron en su mente, los gemidos ahogados del Conde, con una risa dulce, una risa que ya conocía pero que en aquella sensualidad que la envolvía no se detuvo a recordar con exactitud, solo se quedó revoloteando en su pensamiento, haciéndose presente aunque no lo quisiera.

El beso se prolongó y ninguno de los dos provocó que terminara. Era como beber el néctar más dulce que había sentido jamás. El Conde separaba los labios de vez en vez solo para recobrar el aliento, su respiración estaba agitada y la observaba sutilmente para notar que no era él el único sin aliento. La abrazó con más fuerza y Anna sintió que la energía elemental se desbordaba de su interior y lo inundaba a él también.

De pronto unos destellos de luces multicolores se reflejaron en su retina. Pensó que era producto de su propia euforia pero el Conde se frenó de pronto y entonces sospechó que él también los había notado. Se separaron y vio como tomaba bocanadas de aire para recuperar el aliento, ella no se preocupó por sus propios jadeos. Siguió la mirada de él que estaba posada en algo tras ella. Se volteó despacio sin zafarse del abrazo. Abrió la boca llena de asombro y notó que él la estrujaba más contra su cuerpo, emocionado.

La cueva que los rodeaba había cambiado, sorprendiéndolos. Annabella no había detallado hasta aquel momento la caverna que se abría delante de ellos. Tenía una altura bastante elevada y un lago redondo se extendía hasta perderse en unas grutas bajas por donde goteaban pequeños ríos. El ronroneo del agua cristalina daba una sensación maravillosa y a lo largo de la orilla, el musgo verde se confundía con pequeños herbazales y flores silvestres que inundaban con olor fresco.

Pero lo extraordinario de todo aquel paisaje era el agua del estanque. Desde el fondo resplandecían en la superficie miles de colores. Annabella observó los cristales que nacían a sus alrededores.

Aquellos cristalinos de disímiles colores creaban y desprendían esa energía multicolor, inundándolo todo. Se separó del Conde demasiado atraída por aquel espectáculo y se acercó a la orilla. Apoyó su rodilla sobre el musgo húmedo y acarició el agua con la punta de los dedos.

Inmediatamente percibió una conexión fuerte y maravillosa, como si perteneciera a aquel sitio, como si la llamara, como si toda aquella distracción fuera solo por y para ella. Se sintió poderosa, era puro poder elemental, estuvo segura que los cristales tenían que nacer del mismo centro mágico de la isla.

Aquel lugar era un paraíso de energía que la llenó de éxtasis. Se volteó despacio, el Conde la miraba con el ceño fruncido, todavía un poco desconfiado. La reina elemental le sonrió y comenzó a caminar de espaldas, adentrándose despacio en las aguas, que la envolvieron haciéndola experimentar una sensación pura de placer.

La energía de sus elementos conectó completamente con aquella otra misteriosa y se multiplicó. El Conde dio un paso hacia ella asustado pero se detuvo en la orilla. Anna podía advertir lo nervioso que estaba. Fue tierno verlo preocupado por ella. 

Aunque el lago no era profundo, el agua solo le cubría hasta su preciosa cintura, le consternaba que Annabella estuviera alejada de la orilla y no poder ver con claridad el fondo de aquel estanque. Inevitablemente se puso a la defensiva.

—Alteza... — se dispuso a argumentar la advertencia que le pasaba por la mente, pero no emitió palabra. La reina comenzó a desvestirse muy despacio mientras sonreía sin dejar de mirar la cara estupefacta de él.

Se sentía poderosa y demasiado excitada. La ropa húmeda pasó rosando la cara aún anonadada del Conde cuando la lanzó sobre él. Anna se sumergió hasta los hombros y jugueteó con sus manos bajo el agua. Las luces multicolores le seguían los movimientos como si la obedecieran en un practicado baile y pequeños hilos de luz sobresalieron de la superficie.

Retozaron con su cabello ondulado, rosando sus mejillas que se tiñeron de rojo de su propia excitación. Eran como entes luminosos y amorfos surgidos de su propia magia. El don Elemental dentro de ella se liberaba de una forma nueva y ardiente y lo estaba disfrutando.

Por otra parte era un espectáculo erótico y completamente arrebatador verla así, el Conde no dejaba de mirarla y el punzante latido en su entrepierna le hizo sentenciar: «Vale la pena cualquier castigo que lleve el poder hacerle el amor a la Reina Elemental»

—¡Constantino! ... — el grito juguetón lo saco de su pensamiento.

La miró a los ojos del mismo color de aquella agua y ella sonrió. Ella no pudo adivinar que exactos pensamientos cruzaron su cabeza pero notó su poderoso pecho exaltado y sus ojos llenos de lujuria, no necesita palabra.

—Alteza vuelva a que... — soltó con la voz ronca de excitación

—Lo siento mucho... pero me has traído a tu propia perdición. — lo interrumpió. Él ladeó la cabeza un poco desconcertado. — Tengo que admitir, uuf y me cuesta pero tengo que admitir, que he perdido la apuesta completamente, Conde. Este es, sin lugar a dudas, el lugar más maravilloso que podría haber imaginado conocer... pero solo el lugar... usted... digamos... no es necesario aquí. — sonrió con malicia mientras seguía adentrándose en el lago y separándose de la orilla.

Veía aún el rastro de desconfianza en el rostro del Conde con respecto a la misteriosa agua y disfrutaba sonriendo el debate entre frustración e indecisión que se dibujaba en su mirada mientras caminaba de un lado a otro en la fangosa orilla.

Cerró los ojos y solo pasó un segundo cuando el agua le salpicó la cara y le hizo volverlos a abrir rápidamente, borrando su sonrisa. El Conde se había lanzado y con dos braseadas la alcanzó en medio del estanque.

Al mismo tiempo que se estrujaba los ojos frente a ella por la molestia del agua, Anna miró sobre su hombro notando la ropa de él en la orilla junto a la de ella y un escalofrío la recorrió poniéndola muy tensa. «¿Acaso estaba loco? Como se atrevía a desnudarse en su presencia.» Pensó, y le molestó no indisponerse por ello. Al contrario, el calor en sus entrañas se volvió completamente diferente. Sin darle tiempo a reaccionar, las manos poderosas rodearon otra vez su cintura bajo el agua.

—Me niego alteza... me niego...

—¿A obedecerme? — preguntó. Él asintió mientras emitía una especie de gruñido bajo.

—A que el placer solo se lo otorguen estas aguas... — protestó

—Conde... — se dispuso a replicar ante aquella advertencia pero él, inesperadamente, la besó sensual y demasiado ardiente. No lo separó, un instinto primario la dominó y se pagó a él con fuerza, sintiendo otra vez corrientes eléctricas al rosarse las pieles desnudas.

Él la apretó haciendo el beso más profundo. Deslizó una mano por toda la espalda de Anna hasta su nuca, tomándola con deseo, haciendo que escapar gemidos de su boca. Apoyó la otra mano sobre su trasero y giró en el agua. Ambos sonrieron sin separar sus labios.

Las ondas de sus movimientos desprendieron luces de las aguas. Annabella se colgó con ambas piernas cruzadas sobre su cintura y se separó para mirarle a los ojos, detenidamente, por un instante en silencio, acariciando despacio su rostro con ternura, descubriéndolo y disfrutándolo. Lo hacía con tanta naturalidad, como una niña llena de curiosidad, que el Conde sintió el impulso y la besó en la frente.

Deslizó la mano que apretaba su nuca y acarició con ternura la barbilla de ella, rosando el labio inferior con el pulgar. La reina volvió a sonreír y él volvió a apoderarse de sus labios en un beso que se multiplicaba, ascendiendo con pasión. Anna enredó sus manos en el cabello del Conde y lo obligó a que los besos se separaran de sus labios y avanzaran por su cuello haciendo que los jadeos de ambos se aceleraran al mismo ritmo de sus corazones.

Arrastró sus manos hasta la espalda de Constantino y enterró las uñas, su cuerpo se movió por instinto restregándose contra el de él. El agua a su alrededor brilló con más intensidad.

El Conde gruñó hinchado de deseo y posó ambas manos en las caderas de Anna y las acomodó sobre su virilidad excitada, bajo el agua. Annabella ahogó un grito al contacto y se aferró más a su espalda asustada y expectante. El Conde se apoderó totalmente de su voluntad moviéndola a su antojo y haciéndola perder completamente la cordura. Así continuaron moviendo sus cuerpos pegados en un vaivén que creció en ímpetu y ardor, envolviéndolos en la danza del placer con sus gemidos como música de fondo.

♠♠♠♠♠♠♠♠♠♠

Inna y Katherine caminaban por un estrecho pasillo y después de sortear algunas escaleras de mármol y varios corredores alumbrados por enormes candelabros de cobre y adornados con esculturas y frescos, llegaron ante una pequeña puerta. La Gran Sacerdotisa dio dos pequeños toques y sin esperar respuesta abrió. Ambas se adentraron en la habitación.

La alcoba esta hermosamente adornada con un estilo jónico con capiteles de hojas de acanto haciéndola acogedora y lujosa a la vez. Sobre el lecho, las cortinas de lino habían sido corridas y dos sacerdotisas curaban las heridas sangrantes de Shell, que hacía gestos de dolor terrible ante cada toque, pero no se quejaba. Las toallas de algodón eran humedecidas con algún enjuague preparado especialmente por sus compañeras en un cazo de plata. Al ponerlas sobre su piel dañada las manos de sus curadoras se iluminaban de azul celeste transmitiendo su poder sanador.

Ante una señal de Inna se detuvieron. Shell descubrió a Katherine detrás de la Gran Sacerdotisa, mirándola penetrantemente y no pudo evitar estremecerse.

—Por favor. Déjenos solas un momento. — ordenó suavemente.

Una de las sacerdotisas colocó una venda supuesta sobre las heridas y luego junto a su compañera, hicieron una pequeña reverencia con la cabeza y se retiraron en silencio. Shell aprovechó la pequeña distracción para inhalar profundo y tratar de controlarse. La Eritrians continuaba mirándola con sus ojos azules demasiados oscuros e intimidantes.

—Entonces, tú eres la sobreviviente... — dijo severamente. Alzó una ceja admirada, no dejaba de causarle atención. «Otra vez la Sacerdotisa de Segundo Orden» pensó. Se acercó despacio y se sentó al costado de Shell.

No parecía amenazante hasta que de pronto le agarró de la muñeca, sin que Inna la notase y la apretó, haciendo que Shell tragara en seco y sintiera un escalofrío de pavor recorrerle todo el cuerpo. Katherine notó como temblaba y mantuvo su mirada fulminante. Aquel agarre bastaba para dejar claro la amenaza que representaba encontrarla otra vez.

—Déjala en paz Katherine. Está convaleciente... — intervino Inna algo molesta por el acercamiento de la Envenenadora.

—Solo quiero hablar con ella a solas, Inna — respondió suavemente.

—De ninguna manera — se interpuso

—Por favor Inna... insisto — dijo severamente.

Había tanta maldad y rencor en el brillo azul de los ojos de Katherine que Shell sintió por un instante repulsión ante aquella mujer. Recordó todo lo sucedido y la frustración le brindó un poco de valentía en medio de su miedo.

—Está bien Gran Sacerdotisa... — intervino antes de que la Gran Sacerdotisa replicara nuevamente — Ya le he contado todo a usted. Puedo hacerlo otra vez a la señora Katherine sin ningún problema — Shell dudó si lo que acababa de hacer era una gran estupidez pero la mirada que se cruzó entre ella y Katherine le demostraron, que la gran Eritrians entendió que sabía y que no tenía miedo de saber.

—Pero qué tontería. Por esa misma razón no veo la necesidad de que tenga que dejarlas sola. Es mi discípula y aquí no puedes intervenir Katherine, lo sabes muy bien. No voy a permitir que la molestes y que vayas por encima de mi autoridad... — protestó Inna.

—Solo vamos a hablar, Inna, por la Diosa. Te aseguro que no la molestaré... — dijo casi indispuesta.

Apretó aún más la muñeca de Shell pero esta le sostuvo la violenta mirada conteniendo su miedo y su dolor. Katherine se dio cuenta de que no se amedrentaba y una disimulada sonrisa malévola se dibujó un instante en su rostro. Shell sintió que aquella hipocresía le causaba tanta impotencia que el temor hacia Katherine comenzó a quedarse en segundo lugar.

—Shell... — Inna la miró — ¿Estás bien para hablar?

—Sí. No se preocupe Gran Sacerdotisa — respondió. La sutil sonrisa de su pupila la convenció aunque no del todo. Puso una mano sobre el hombro de Katherine y lo apretó levemente.

—Te daré solo unos minutos. Luego la dejas en paz Katherine. Tiene que descansar y recuperarse de sus heridas — concluyó. Se separó y salió de la habitación muy despacio no sin antes dirigir una cómplice mirada a Shell.

Ya a solas, Katherine soltó la muñeca de Shell y se puso de pie sin dejarla de mirar.

—¿Qué ha sucedido? — preguntó muy seria. Shell la miró, retándola.

—Nun ha asesinado a esa chica por orden suya... — soltó impertinentemente.

Katherine se molestó y volvió a acercarse a ella. Sorprendiéndola, llevó una de sus manos a la herida que cubría parte de su hombro y su cuello y apretó intencionalmente la piel dañada causando que Shell soltara un alarido de dolor.

—Oh, no me parece que sea inteligente de tu parte hacerte la valiente conmigo, Sacerdotisa de Segundo Orden... — le dijo muy pegada a su cara, con un tono de voz que la hizo congelarse de miedo. Shell respiró agitada, tratando de tomar aliento en bocanadas grandes. El dolor era intenso, le laceraba. Pequeños puntos negros se dibujaron en su campo de visión y creyó por un momento que se desmayaría. Apretó los párpados para reconfortarse. Katherine continuó con su mano sobre la herida.

—Es... ¡el Bosque!... ¡criaturas del bosque...! — balbuceó. La Eritrians volvió a presionar con saña. Shell gritó otra vez y apretó las sábanas con tanta fuerza que los nudillos se pusieron blancos.

Katherine la observaba retorcerse entre quejidos, suspiró desganada y la soltó al fin. Se enjuagó la mano ensangrentada en el cazo donde descansaban las toallas de la cura. Shell respiró con dificultad mientras miraba la venda teñirse de carmesí. Colocó una toalla húmeda que tenía a su lado sobre esta, para que aliviara con su frialdad. Cerró los ojos para tratar de dominar el dolor.

—Quiero dejarte claro algo. Sé que puedes imaginar las consecuencias que traería que te enfrentaras a mí... sobre todo...que me mintieras... entonces, si eres lista, no lo harás...

—Tendría el mismo... el mismo destino que esa chica... — la confrontó mirándola con fuerza, aunque los ojos se le llenaron de lágrimas.

El miedo había sido borrado por el resentimiento y el terrible dolor. Katherine se secó las manos con desdén y sonrió con crueldad.

—No. ¿Cómo crees? Tú no has cometido ningún crimen tan grave como "esa chica"... — había sarcasmo en las palabras.

—¿Y ella sí...? — inquirió

—Por supuesto — contestó sin conmoverse.

—Entonces porque no es juzgada...

—¿Por qué sigues empeorando tu situación con preguntas estúpidas?, ¿Shell, verdad? Ese es tu nombre si mal no recuerdo... — Katherine la interrumpió ya molesta.

Shell supo, por el severo rostro, que sus preguntas empezaban a fastidiarla y se sonrió. Katherine respiró profundo para reconfortarse y trató de controlar su ira. Volvió a mirarla intensamente. Shell notó como si algo en su interior cambiara de pronto y le causara esa maldita sonrisa de triunfo. Se aterrorizó de imaginar que pasaba por la mente de esa arpía

— Si claro. ¿Shell? La confidente de la Reina Annabella, ¿No es así? Te recuerdo ahora perfectamente... — se regocijó ante la mirada acongojada de la sacerdotisa — Te diré algo, Sacerdotisa de Segundo Orden... Sabes lo tremendamente dolida y furiosa que quedaría tu Reina al saber que su más cercana compañera es una traidora de su propio clan y de ella misma... — Shell dio un respingo y se quejó por lo bajo al lastimarse. Notó la amenaza latente. «Anna no. De Anna no la puede alejar

—La Reina jamás la creería. Le he jurado lealtad eterna...

— ¡Oh, por la Diosa! Que ingenua eres. Si yo me lo propongo, puedo hacer incluso que te odie... ¿Quieres ponerme a prueba...? — le dijo intimidante.

—¡Una mujer...! ¡Fue una mujer extraña! — Shell la interrumpió escupiendo las palabras, dominada por el desespero y la angustia. Katherine la miró con atención — ¡Toda esta atrocidad que le ha pasado a mis compañeras lo ha hecho una mujer! No puede verle el rostro. ¡Juro que no pude verla! Tenía una inmensa capucha negra y raída que cubría hasta sus labios. No sé si era una bruja. Aunque no lo parecía. Tenía una voz demasiado suave. Y era muy poderosa, mucho. Y muy cruel. Asesinó a todas mis compañeras de esta forma bestial, ha sido un milagro que yo sobreviviera. ¡Lo juro...! esa es toda la verdad... — exclamó quedándose sin aliento. Ahogó un grito de angustia al recordar los cuerpos de las sacerdotisas esparcidos sobre el claro. Miró a Katherine con los ojos llenos de lágrimas y la encontró sumida en sus pensamientos, algo inquieta, restregando sus manos sobre el regazo.

En la mente de Katherine purgaban los recuerdos. Trataba de encontrar que era lo que le extrañaba en toda aquella historia. « ¡El protegium!» Elizabeth le describió a alguien similar. « ¿No puede ser? ¿Qué significa todo esto?»Tembló ligeramente sin proponérselo.

—Los labios rojos... —susurró sin mirar a Shell. Esta la observaba extrañada.

—¿Qué dice?

—¿Tenía los labios rojos...? — argumentó la pregunta aún un poco ida. Se hizo una pausa. La miró al fin, los ojos parecían un mar encrespado. Shell meditó un segundo.

—Sí. ¿Creo...? — contestó sin dejar un segundo de mirar cada reacción de la Eritrians.

— ¡¿Crees o estás segura...!? — exclamó exaltada. Shell temió, ante la alteración de Katherine, que su confesión pudiera identificar a la misteriosa mujer y permitirle llegar a ella. Así que intentó planear una escapada y se movió inquieta.

—No lo sé... todo fue muy rápido. Perdí el conocimiento y al volver en sí, estaba sola con los cadáveres.

— ¡¿Y Elizabeth...?!

— ¿Elizabeth? — inquirió mirándola con atención. Katherine estaba tan alterada que había cometido un desliz, se sonrió con la sola idea de agobiarla. «Así que este es el punto débil de la gran Katherine: Elizabeth, y... su miedo a ella.» Katherine le dio la espalda regañándose a sí misma y respiró hondo para tratar de controlarse. — ¿La chica se llama Elizabeth...?

—Olvida su nombre...

—¿Por qué?

—Por qué es lo mejor para ti, te lo aseguro...

—¿Ese nombre...? Resulta tan familiar... — Katherine se dio vuelta para volver a mirarla severamente.

—Es un nombre bastante común... — contestó con frialdad. Se quedaron en silencio un instante, retándose. La mirada de Katherine era una amenaza segura y Shell se convenció en declinar su insolencia, por precaución.

—Cuando volví en sí, solo estaba yo y mis compañeras. Luego me arrastre hasta el caballo y regrese como pude.

—¿Pero Elizabeth? La chica... ¿estaba allí? ¿Estaba muerta? — preguntó ansiosa.

— Ya no estaba. No sé si murió. Supongo que esa persona se la llevó — por un momento los ojos de Katherine se movieron inquietos en su órbita, trataba de ocultar su molestia pero era inevitable. Se presionó el puente de la nariz y suspiró al fin, convencida. Shell sintió algo de alivio. «¿He pasado la prueba?»Pensó.

—Espero que entiendas que esto no puedes contárselo a nadie más. Eso incluye a Inna y a tu Reina...

—No ocultaré nada a mi Templo... La Gran Sacerdotisa ya lo ha escuchado...

—¡A nadie más! — la interrumpió — Y créeme, es por un bien mayor. Sobre todo para Annabella — suspiró. Shell la observó con el ceño fruncido. — Debo presumir entonces... que no le has contado a Inna sobre la orden que cumplió Nun.

—No le conté porque supuse que lo sabía ¿no es así?

—Por supuesto... — no se inmutó, se había reconfortado de esa manera soberbia en que siempre lo hacía, pero Shell supo que mentía. De todas maneras decidió no seguir provocándola, era demasiado peligroso — Muy bien. Te dejaré recuperarte — dijo después de un silencio y se dispuso a irse, pero se detuvo en la puerta y volvió a dirigir una mirada severa a Shell — Nos volveremos a ver, Sacerdotisa de Segundo Orden... tenlo por seguro — salió y cerró tras de sí.

Shell soltó el aire que sin querer había contenido en los últimos minutos y se dejó caer sobre los almohadones. Le latían las sienes casi más que su herida. Tenía que tratar de comunicarse con Annabella lo más pronto posible, pero discretamente. Todo estaba cambiando peligrosamente.

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El grupo naturalista venía de regreso a Woodville con paso cansado. La tarde caía y se habían hartado de divertirse. Se bañaron en un espléndido río, jugueteando a veces con bastante atrevimiento pero ni siquiera la reina se cohibió en ningún momento. Midieron el poder de sus dones, jugaron con animales y cambiaron con magia los alrededores.

También conversaron de disímiles temas interesantes y muchos de ellos desconocidos para Marina hasta ese momento, por lo que resulto muy fructífero.

Julia era la anfitriona perfecta. Era extremadamente habilidosa e inteligente y enseñó a Marina muchísimas cosas que ni siquiera imaginó fueran así cuando las escuchaba en las clases de la Cabaña. Marina le prometió hacerla partícipe importante de su corte a lo que todos contestaron con una risotada tomándolo a broma, pero definitivamente Julia se convertiría en una aliada muy importante en el mundo naturalista y ella necesitaba que su don fuera el más poderoso, necesitaba su ayuda. Julia lo entendió a la perfección con la mirada silenciosa de la reina y le guiño un ojo cómplice.

Ahora, en la marcha de regreso, el grupo estaba un poco disperso. Julia continuaba riendo al fondo mientras conversaba por lo bajo de temas triviales con los hermanos Glet. Era incansable su energía. Al frente, Marina miraba indiferente la crin trenzada de su caballo, en silencio. Pierce a su lado tampoco emitía palabra alguna. Ante cualquier sonido del bosque o el chillar de alguna ave que pasaba fortuita, se volteaba a mirar con la cara preocupada y la frente arrugada.

—Marina... — Pierce susurró y luego suspiró cuando ella lo miró con su rostro contraído.

—No vuelvas a pedirme que no esté preocupada Pierce. No te das cuenta que no han aparecido en todo el día. ¡Todo el día! Esto es inconcebible. Pero lo peor es que siento mucha angustia de que le haya pasado algo malo.

—Algo malo no le ha pasado, no te angusties sin necesidad — le acarició el brazo con ternura — El Conde está con ella, la protegerá ante cualquier cosa. Es su deber — expresó intentando convencerla. Marina suspiró con algo de resignación.

—Si quiere podemos dividirnos y buscar en los alrededores, alteza — la voz de Julia la sorprendió. Se le había acercado junto a los hermanos Glet. Marina les miró y los tres le asintieron solidarios con su angustia — No me gusta verla así, mi Reina. Pero si de algo sirve, puedo asegurarle que mi primo Constantino no es un tonto, sabrá protegerla. Tal vez su hermana la reina Annabella quiso explorar otros lugares del bosque. Es comprensible que tengan curiosidad por miles de cosas que aún tienen que conocer. Si él la acompaña, estarán a salvo.

—Pero todo el día... — protestó Marina. Julia se encogió de hombros sin poder hacer nada más.

Las risas llegaron como un eco y los cuatro se detuvieron a la expectativa de la pequeña curva en el camino delante de ellos. Los caballos de Anna y el Conde no se hicieron esperar y aparecieron frente a ellos. Ambos venían conversando animadamente. No fue hasta que llegaron junto al grupo que notaron la cara disgustada de Marina. El resto los observaban con disimulo.

La reina naturalista se cruzó de brazos con el ceño fruncido mientras miraba a su hermana de arriba abajo. Anna llegó mojada aún, el peinado dejó de existir hacía buen rato y en su cara roja había una mueca de burla. El Conde evitó el escrutinio y siguió de largo hasta el final del grupo, silencioso. Cruzó una mirada cómplice con Julia y sonrieron ambos.

—Marina, ¿qué cara es esa? — dijo despreocupada

—Annabella, tú y yo vamos a hablar ahora mismo — contestó visiblemente molesta.

—Marina no me parece buena idea. Pronto se ocultara el sol completamente y no es bueno estar en el bosque aún. Pueden hablar en la Gran Casa — terció Pierce

—No intervengas Pierce... — lo interrumpió groseramente, estaba verdaderamente molesta. Pierce decidió quedarse callado antes de echar leña al fuego.

—Oh, has callado a tu perfecto Pierce. Esto es legendario...— Anna sonrió burlona.

Marina acercó el caballo al de su hermana y Annabella vio dibujada en su rostro enojado las intenciones de abofetearla. Reaccionó sosteniéndole la mano, apretándola por la muñeca antes siquiera de que pudiera levantarla de la montura. Le habló desde muy cerca.

— Marina, no te atrevas... — advirtió mirándola, a su hermana le chispeaban los ojos.

—Has estado perdida todo el día — reclamó

—No es tu problema — el enfado fue creando una tensión en el aire.

—¡Altezas! — Julia se adelantó y Anna soltó a Marina antes de que esta lo notase, resoplando ambas, aún molestas. Todos estaban expectantes pero al ver la amplia sonrisa de Julia la tensión se relajó un poco — Altezas, disculpen... pero debo insistir en los mismo que Sir Pierce comentaba, debemos regresar ya. He prometido a mi padre que volveríamos antes del anochecer y no debemos romper esta promesa para que este no sea el último paseo del que podamos disfrutar — no esperó respuesta, sabía que no habría réplica.

Emprendió la marcha seguida inmediatamente por los hermanos, el Conde y Pierce. Annabella y Marina se quedaron al final, cabalgando una al lado de la otra.

—Terminaremos esta conversación más tarde, Annabella — dijo sin mirarle.

—No hay nada más que hablar, Marina. Tienes que dejar de actuar de esta manera. Desde que hemos salido de la cabaña no eres la misma. Por la Diosa, eres mi hermana... — replicó indispuesta.

—Y soy la Reina Naturalista. Y tú la Reina Elemental. Solo me estoy comportando como se debe comportar una Reina, deberías hacer lo mismo. Ya no estamos en la cabaña, ya no somos esas niñas que soñaban y vivían solo de sueños e ilusiones. Esto es el mundo real... — miraron a los demás delante de ellas para cerciorarse que las ignoran. Observaron a Julia empezar otra vez una animada conversación y todos la seguían. Ambas hermanas aprovecharon para seguir hablando en voz baja.

—Desearía mil veces que siguieras siendo aquella niña como tú dices, que inventaba historias mientras nuestra hermana nos peinaba. Siento tristeza... tristeza y miedo de perderte... — la miró con añoranza.

Marina la ignoraba, aún seria. Annabella suspiró con angustia mientras recuerdos nostálgicos en su mente, se cruzaron con esta nueva imagen de los ojos demasiado oscuros de Marina.

—No digas tonterías. Yo sigo siendo tu hermana. Pero nos toca madurar. Además no me podrás negar que incluso Elizabeth nos exigía cambiar cuando estuviéramos fuera. Tenemos que ser fuertes, Anna. Lo sabes. Somos las Reinas, y todos en esta isla tienen que adorarnos, respetarnos y sobre todo obedecernos ciegamente. Somos poderosas y superiores a cada ser... y ellos tienen que entenderlo, y si actúas de esta forma tan ligera, no lo harán. Si es necesario, hacer que nos teman. Como lo harán si ven que eres una... tan simple como ellos — Anna abrió la boca para replicar pero la cerró sin decir nada. Marina continuaba sin mirarla directamente a los ojos y Anna se congojó aún más.

—Oh Marina... — susurró el nombre como en una añoranza, sin dirigirse directamente a su hermana. Como si aquella no fuera ya su hermana. Fijó la vista en el camino vencida ya. Marina limpió una lágrima de su mejilla antes de que Anna la descubriera, regañándose de aquella debilidad.

—No puedes actuar de esta manera Anna. Eres la Reina Elemental. Te has alejado de todo el grupo el día entero. ¡Sola con el Conde! Eso no es correcto. Además de lo riesgoso que resulta. Que no sabemos los peligros que pueden acecharnos a nuestro alrededor. Has escuchado a Katherine y a los Priores, incluso a la propia Sacerdotisa. No sabemos cómo pueden actuar algunos habitantes con respecto a nosotras. Tenemos que estar protegidas — insistió Marina, aún estaba molesta pero su tono era más suave. Annabella fue la que se molestó otra vez.

—No entiendo como aún sigues escuchando y obedeciendo ciegamente las manipulaciones de Katherine, después de todo lo que ha pasado. Como sabes que siente el pueblo si te alejas de ellos y piensas en intimidarlos. Ya hablas como ella...

—No cambies mis palabras a tu conveniencia. Además tu Suma Sacerdotisa te ha advertido también...

—Pero no me ha manipulado... — Marina la miró reprendiéndola enojada. Annabella inhaló profundo. — No te preocupes, el Conde estaba protegiéndome... — contestó y sonrió solo para molestar — Marina, no estoy haciendo nada aborrecible. Tampoco estés preocupada, se perfectamente quien soy y como debo actuar. Pero no cambiara nada en mí ser, el hecho de que ya esté fuera de la cabaña. Esta tarde conocí más mi poder, conocí y sentí muchas cosas nuevas, que me unen a mi don. Dominé más mi energía interior — dijo serena y sonrió triunfante ignorando por un segundo a Marina que la miró recelosa.

—¿Sola con el Conde?

—Una cosa no tiene nada que ver con la otra. Además eres la menos indicada para reprenderme sobre el asunto de estar sola con un hombre — protestó. Marina la miró con los ojos muy abiertos.

—Quieres decir que te has... — arrugó la frente — ¿Con el Conde? — hizo una mueca desagradable. Annabella se irritó.

—Estoy segura que es mucho mejor que tu Pierce — provocó. Marina le dedicó una mirada fulminante.

—Esto no terminará bien... — hizo una pausa. Adelantó su caballo para hacerle ver que no quería ya seguir hablando con ella. Annabella resopló protestando y optó por seguirla sin decir nada más.

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