♣11. ¡Corre, alteza, corre!♣
En la casona naturalista el gran banquete se había convertido en una fiesta alborotada. De sobremesa los invitados habían decidido quedarse en el salón conversando animadamente y bebiendo sin recelo.
La música no cesó ni un segundo, pasando de suaves melodías a desenfrenos de tambores. Algunos de los más contentos se dejaban llevar por el ritmo y bailan ruidosamente. Marina y Annabella eran de las más entusiastas. Con su nuevo círculo de amigos danzaban dando vueltas y saltos estrepitosos en medio del salón. Las risas a veces sobrepasaban los acordes del laúd y contagiaban a los presentes.
Katherine las continuaba observando de lejos. A pesar de su rostro rígido sentía una especie de complacencia al verlas divertirse. Se contenía para no regañarlas cuando rompían el protocolo oficial como en aquel preciso instante. Pero ya habían sido tantas las veces que sabía que ni ella misma les impediría pasarla bien sin control. La mirada se perdía entre los saltos rítmicos de la danza y se dejó llevar por sus pensamientos. A pesar de no demostrarlo, la inquietud no la abandonaba ni un solo momento.
Elizabeth no salía de su mente. La duda se apoderaba de ella como tantas otras veces.«Tal vez hubiera sido mejor que estuviera ahora allí». Pero ya no podía hacer regresar el tiempo atrás. Todo se había transformado en un desastre. Elizabeth descubrió de la peor manera que fue engañada toda su vida y escapó exaltada. Sin beber la poción que todos estos años había preparado para ella, que dominaba sus demonios internos y con la ira que debía sentir, Elizabeth iba a desatar sus poderes sin control, de eso estaba completamente segura. Conocía su carácter y eso era muy peligroso.
El susurro sinuoso de la capa de Antuan la hizo volverse, para encontrárselo como un fantasma detrás de la columna más cercana, mirándola con esa extraña mirada tan de él, que no acababa de entender. Tantos años a su lado y no podía acostumbrarse a esa forma de sombra fantasmal que hacían a Antuan tan valioso para sus asuntos más discretos. A veces imaginaba que tal vez realmente era un ser sobrenatural. Dio un paso hacía él y los dos quedaron disimulados por la ancha columna de piedra. Katherine se sonrió al notar el leve estremecimiento del Comandante.
—Mi señora... — le saludó con una reverencia
—Antuan... ¿le entregaste la nota y el frasco a la Sacerdotisa Nun como te ordené?
—Si mi señora.
—Esperemos que la Sacerdotisa entienda la importancia de no subestimar lo que le he ordenado. Aunque doblegar a una Elemental siempre es un reto. Son muy fieles a Inna y al Templo, y decididamente muy obstinadas... — miró sin querer a Anna mientras decía la frase.
—Se la entregué en el preciso momento en que se marchaba con la Gran Sacerdotisa y algunas otras del séquito... — Katherine alzó una ceja sorprendiéndose de la noticia.
—Entonces... ¿Inna se marchó...? ¿A estas horas de la noche? Eso es muy extraño viniendo de ella. ¿Estás seguro que no se ha enterado de la nota?
—No. El viaje ya estaba preparado de antes. Además el rostro de la Sacerdotisa del Primer Orden no daba a entender que la orden fuera insultante como para quejarse ante la Gran Sacerdotisa, incluso sonrío. Lo que es muy raro, en verdad,... mi señora... es que han hecho magia abiertamente. Se han ido volando, literalmente. El carruaje se ha iluminado de azul y ha flotado... — contó con algo de sorpresa. Katherine no pudo evitar volver a sonreír ante la cara de asombro de Antuan escuchando sus propias palabras. Pero a la vez se quedó muy preocupada.
—Inna verdaderamente tendría mucha urgencia de llegar al Templo si realizó el hechizo velovius para que el carruaje surcara los cielos con el peligro de incumplir la Ley de Uso De Baja Magia de los naturalistas en su propia cara y ponerse en entredicho.
—Sí, así es mi señora. Aunque no creo que nadie se percatara. Todos están muy animados aquí dentro — Antuan observo sus alrededores.
—Empiezo a creer profundamente que Inna me oculta algo importante... debería ponerle vigilancia...
—Puedo encargarme de ello si mi señora lo decide. — dijo con complacencia. Katherine sonrió complacida y Antuan tuvo que reprimir otro estremecimiento ante aquella mirada de ojos azules.
—Antuan, no te lo digo muchas veces... pero no puedes imaginar lo agradecida que estoy de tu lealtad... — le dijo con amabilidad. Él hizo otra reverencia esta vez poniendo la mano sobre su corazón como muestra de orgullo. Katherine escondió una sonrisa — De todas maneras, no, Antuan. Tengo que ser muy precavida con Inna, es un hueso duro de roer y es mejor mantenerla de este lado. Por ahora dejemos todo como está.
Casi sorprendiéndolos Pierce apareció de la nada con el rostro desencajado por la indignación. Katherine suspiró y se cruzó de brazos esperando una escena digna de aquella alteración.
—¿Qué sucede ahora Pierce? — preguntó dando tiempo a que se ordenara. Su sobrino dudó un instante en hablar mientras dedicaba una mirada a Antuan pero al notar que su tía no se inmutó, respiró resignado y acomodó su negro cabello con desgano.
—Es completamente intolerable tía. ¿Sabes quién está ahí fuera? Tu capitán Henry — espetó con indignación. Katherine se sobresaltó. Con tanta agitación en las últimas horas lo había olvidado completamente y se sintió mal — Está a punto de dar un escándalo. Ha sido una suerte que los soldados lo interceptaran y lo llevaran a un lugar privado sin que nadie se diera cuenta. Espero que comprendas lo mal que puede ser visto esto en medio de toda la situación que estamos pasando en estos momentos y precisamente en medio de la capital naturalista... Si me lo permites puedo ordenar a Antuan que justo está aquí presente, que lo encierre en la propia Racons.
— De ninguna manera. Yo me encargaré... — lo interrumpió
—¡Pero tía... ¿Serás tolerante a esta situación?! — se alteró
—¡Basta! Ocúpate de las Reinas — exclamó. Pierce resopló molesto pero terminó resignándose y se cruzó de brazos — Compórtate con madurez y no seas tú el que dé un escándalo — insistió Katherine.
—No puedo entender como permites... — protestó mientras se alisaba la solapa de satén de su lustroso traje gris oscuro.
—No tienes nada que entender, Pierce. Te he dicho que te ocúpate completamente de las Reinas, eres más valioso aquí siguiendo sus movimientos... — concluyó empezando a molestarse. Le indicó con la cabeza a Marina y Anna que danzaban cogidas de la mano y riendo. Katherine hizo una seña a Antuan y ambos se retiraron discretamente ante la mirada todavía ofuscada de Pierce.
Mientras, al otro lado del salón, Marina se llevó la mano al pecho para calmar un ataque de tos que le causó la agitación del baile y la risa.
—Marina no vayas a desmayarte... — bromeó mientras se acomodaba el cabello desordenado por los saltos de la danza y sonrió. Marina la miró con una ceja levantada recuperando el aliento y se quedó quieta cuando Anna también acomodó unos mechones rebeldes que escaparon de su peinado suntuoso.
—Oh por la Diosa, Anna. No puedo seguirte el ritmo — rieron.
—Bueno, de acuerdo, no me sigas los pasos de loca... — la tomó de las manos y se le acercó cómplice — Observa hacia aquella mesa. Allí está tu "caballero de brillante armadura", ve a que te quite todos tus males con un beso apasionado... — se rió burlona.
—Calla, Anna. No digas esas cosas... — le regañó ruborizándose
—Ay Marinita, por favor, relájate un poco. Anda ve ya. Crees que no noto que te brillan los ojos cuando lo miras, o incluso cuando solo hablas de él...
—¿Se nota tanto...? — Anna le hizo una mueca de burla. La soltó impulsándola y Marina se alejó sonriéndole.
La vio llegar hasta Pierce y los observó sonreír melosos. Por un momento meditó en cuanto a la poca confianza que le causaba el elegante envenenador. Seguía creyendo que Pierce era muy listo a su parecer. En ese preciso instante había mutado de un rostro desencajado y molesto, a uno encantador y sonriente justo cuando Marina llegó hasta él. «Demasiado complaciente, ¿No?» Definitivamente seguía creyendo que en el fondo era un falso.
Los brazos de hombres que rodearon su cintura inesperadamente la sorprendieron y la sobresaltaron.
—¿En qué piensa esa cabecita real tan solita aquí? No estará su alteza planeando una locura... — la voz le susurró en el oído y Anna se incomodó. Se soltó bruscamente y se volteó borrando la sonrisa del rostro del Conde con una mirada muy seria.
—Créame Conde, que su impertinencia está pasando del límite incluso de mi paciencia.
—Lo siento, lo siento mucho, alteza — alzó las manos en señal de rendición y bajó la cabeza un instante, apenado o más bien, fingiendo descaradamente. Annabella notó su rostro enrojecido por el vino así que optó por creer que el atrevimiento solo era posible por el nivel de uva fermentada que llevaba ingerido de igual manera se tensó aún más incomoda con la situación
—Ha sido un atrevimiento de su parte y no se lo toleraré...
— Ha sido una tontería. No debí... lo siento, creo que es el vino. Ha borrado toda mi cordura. He pasado una velada tan maravillosa en su compañía. Su forma de divertirse tan descohibida me ha encantado mucho. He perdido el juicio al tocarla de semejante forma. Puedo asumir con honor si me castiga ahora mismo por la falta...
—No lo mandaré a castigar por romper esta regla... por ahora, pero espero un poco más de buen proceder — el sonrió pero Anna evitó imitarlo. En aquel momento la mirada atrevida del Conde y el vino que ella había bebido, no le daban confianza en sus actos ni en los de él, y definitivamente su impertinencia la descolocaba.
—Así será, alteza... — hizo una reverencia y se quedó mirándola fijamente de esa manera inquietante en que lo hacía, en medio de un silencio que la puso muy nerviosa otra vez. Agradeció cuando Julia se acercó a ambos.
—Le has dado el mensaje a su alteza...? — dijo, mirando a Constantino.
—Oh no... lo he olvidado... — el Conde movió la cabeza fingiendo burlonamente su olvido.
—¿Qué mensaje? — preguntó curiosa.
—Perdone a mi primo, su alteza. Creo que se ha pasado en el vino o en la tontería... o en una mezcla de ambos — Julia lo miró acusadora pero el Conde no dejó de sonreír quitándole importancia — Hace un rato una sacerdotisa de su Templo le ha pedido a mi primo... —lo volvió a mirar muy seria —... que le informara que estaba afuera y que deseaba verla con urgencia, pues pronto partiría otra vez y le sería imposible anunciar cuando sería su regreso. Su nombre era Shell. — Annabella contrajo el rostro entre disgustada y preocupada. Dio un paso para marcharse, tratando de no parecer apresurada pero sin poder ocultar su imperiosa necesidad. El Conde se interpuso en su camino, interrumpiéndola y haciendo que su enojo le ardiera en las venas.
—No es necesario que vaya apresurada a su encuentro. Ya se han marchado todas. Y las palabras exactas fueron "ferviente deseo"... a mi parecer, poco correctas para pedir una audiencia...— dijo con burla. Julia volvió a mirarlo como si quisiera matarlo pero el Conde continuó sin prestarle atención — Por ello creí no era importante interrumpir su divertimento... parecía más "personal"... — el Conde continuaba sonriendo con malicia y Annabella comenzó a sentir como el enojo se cerraba en su garganta.
—¿Como se ha atrevido a no avisarme a tiempo...? Usted no es absolutamente nadie para creer que es importante o no, es una total estupidez de su parte— espetó. El disgusto ya era palpable en la voz y en el brillo de sus ojos. El Conde dejó de reír de pronto, un poco consternado por la furiosa mirada de los ojos claros de la elemental.
—Lo siento su alteza, no pensé que se disgustara tanto. Sinceramente pido disculpas... — bajó la cabeza un instante. Miró a Julia en busca de apoyo pero esta no se dignó si quiera en hablar.
—Nunca más vuelva a hacer algo así, Conde. Yo soy la Reina. Ahora si me disculpan... — inhaló pausadamente y se alejó de ambos, esquivando al Conde con brusquedad, visiblemente indignada.
—Te dije que no intentarás hacerte con la gracia. La Reina Annabella y sus sacerdotisas tienen un vínculo extraño y tú estás perdiendo terreno completamente si te burlas de ese vínculo.
—No puedes negarme que la sacerdotisa parecía más ansiosa personalmente que por vínculo sagrado. Y eso es muy curioso.
—A mi no me parece nada y no me incumbe. Debiste comunicarlo enseguida. Oh Constantino, no aprendes nada... Así no te ganarás el favor de su alteza que tanto deseas desde esta misma noche en que tu ambición ha trazado una idea obsesiva...
—Ahora la que habla tonterías eres tú, prima.
—Te conozco hace mucho tiempo, Constantino — le dijo seria y se fue dejándolo solo y con una réplica a medio formular en los labios. Apretó la mandíbula y se quedó muy serio. Dio un sorbo a su copa de vino visiblemente molesto.
-Sí, ella es la Reina... y será muy pronto... solo mi Reina
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La serenidad del cielo se rompió de pronto con un destello azulado que rebasó las nubes. En la plazoleta de entrada del Templo Mayor algunas sacerdotisas aguardaban con grandes antorchas y seguían con la vista el destello de luz azul. A medida que se acercaba a la tierra fue tomando forma el carruaje brillante de la Gran Sacerdotisa.
Justo frente a la inmensa puerta aterrizó entre los soplidos nerviosos de los caballos. La luz azul brillante se evaporó despacio, igual que la bruma que bordeaba las ruedas. La portezuela se abrió y bajó Nun colocándose a un lado, la siguieron Shell y otra joven sacerdotisa. Saludaron con serios movimientos de cabeza a las que las esperaban. Un segundo después descendió Inna notándose un poco cansada. Todas hicieron una amplia reverencia ante su presencia. Una Sacerdotisa de Segundo Orden al frente de las que permanecían junto a la puerta se le acercó un poco inquieta.
—Gran Sacerdotisa... — repitió la reverencia solemne ahora más personal.
—Espero que hayas preparado todo como te ordené en el mensaje que envió Nun... — Inna se detuvo y cerró los ojos un momento. Parecía como si fuera a desvanecerse de fatiga. Shell hizo un ademán para sostenerla pero la mirada fulminante que le dedicó Nun la paralizó. Inna notó el gesto y se dirigió a ella en una forma de agradecimiento — No te preocupes, estoy bien. Solo ha sido el esfuerzo del hechizo.
—Debe descansar antes de nada... Gran Sacerdotisa... — dijo con complacencia. La chica que las esperaba miró a Shell angustiada después de escuchar estas palabras.
—No. De ninguna manera Shell — dirigió la mirada a la que las aguardaban expectantes. Notó que la que se había acercado estrujaba sus manos en silencio — ¿Qué es lo que sucede, porque estás nerviosa?
—Es que inmediatamente después de que nos ordenara preparar la Cámara ha sucedido un destello muy fuerte, una señal extraña, nueva... y poderosa — todas las recién llegadas se sobresaltaron casi al unísono.
—¡Rápido...! lo ha hecho — se agitó la Suma Sacerdotisa — Sabía que no iba a esperar para usarlo.
—Gran Sacerdotisa, se que en su momento nos explicara. Puedo entender que es algo de suma importancia. Pero debo insistir. Después de ver y sentir la señal de la Cámara, puedo asegurar con respeto y temor a la vez, que no había tanta fuerza recibida nunca de una hermana. Por eso insisto que se reponga de la magia usada antes del ritual para su localización.
—No podemos perder tiempo. Es imperativo encontrar a esa chica, aun más sabiendo que su don está listo de esa manera... — Inna se apoyó en la sacerdotisa que había dado la noticia y que continuaba nerviosa mirándolas a todas sin comprender. Nun dio un paso hacia ella pero Inna la detuvo con un gesto algo brusco de su mano — No, Nun. Quédate aquí y prepara una nueva comitiva. Sales enseguida que revise la Cámara. Me acompañara Shell, su energía es bien aceptada en el ritual de comunicación y me servirá de apoyo — Nun obedeció no muy contenta y miró a Shell con desagrado cuando tomó de la otra mano a Inna y entraron al Templo, seguidas al instante por el resto que aguardaba.
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Katherine atravesó los jardines de Casa Naturalista con paso apresurado. Antuan la seguía. Llegaron hasta la zona descampada donde la Guardia Real había montado un campamento emergente. Algunos soldados que descansaban junto a las hogueras o las pequeñas tiendas, se pusieron de pie como saludo al verlos pasar, pero Katherine los ignoró y continuó su camino hasta la tienda del general al final del organizado campamento.
Antuan era un hombre rudo y poco civilizado pero llevaba una disciplina intachable en el sistema de sus tropas. Los años lo convirtieron en un feroz guerrero ganándose aquel respeto casi intimidante. Katherine siempre admiró esa característica de él.
La inmensa tienda de lona, adornada con símbolos y banderas alegóricos a la Guardia emergía impetuosa rodeada de antorchas. Dos soldados apostados ante la cortina de entrada se pararon en firme al verlos llegar.
—Entrare yo sola, Antuan... — ordenó
—Pero mi señora... — trató de replicar pero Katherine lo miró seria y este asintió en silencio. Hizo una seña a los guardias y estos retiraron la cortina dándole paso hacia el interior.
La cortina cerró detrás de ella y Katherine se tomó un segundo para mirar a su alrededor. La tienda circular estaba iluminada por varias lámparas. A un lado había un lecho forrado en mantas de piel de oso, que Katherine consideró pequeño para la estatura de Antuan. Al otro extremo reinaba un estante grande con varios objetos y pergaminos.
Frente a este una mesa cuadrada de tosca madera con varias sillas de igual constitución. Sobre esta, algunos utensilios de lo que creía habían sido de la última cena de los altos mandos. En un rincón sentado sobre una silla estaba Henry con la cabeza hundida en sus manos. Katherine se acercó en silencio pero al sentir el susurro de la tela de su vestido él levantó la vista. Ella realmente se impresionó al ver su rostro desencajado, con el traje descuidado y un temblor en sus manos, ese definitivamente no era el Henry al que estaba acostumbrada, pero se mantuvo inalterable.
—Al fin la gran señora Katherine se digna en atenderme... — el capitán abrió los brazos en son de burla y el tono de su voz era sarcástico en demasía. La Eritrians suspiró tratando de no perder la calma.
—He tenido muchos contratiempos Henry, no sabes... — explicaba sin ni siquiera entender porque lo hacía pero lo sintió necesario. Él, en cambio, se puso de pie con molestia, interrumpiéndola.
—¡Claro! Por supuesto... — se tambaleó un poco al acercársele. En ese segundo se dio cuenta de que estaba bajo fetos del vino — Tú siempre tienes cosas más importantes que hacer. ¡Yo solo soy un aditivo para tu entretenimiento! Eso es lo que dice siempre tu impertinente sobrinito y lleva razón... — la miró molesto con los ojos inyectados y ella le sostuvo la mirada comenzando a incomodarse con la insolencia del capitán y olvidando la benevolencia que le permitía.
—Voy a ignorar este sarcasmo tuyo porque entiendo de que no estás en plenos juicios. Estas borracho y por tu facha creo que desde hace varios días... — Henry dio un paso hacía ella fuera de sí.
—¡Basta! ¡Basta de tratarme como si fuera un monigote! ¡Katherine de Eritrians...! ¡No lo soy...! Estoy decepcionado de ti... — alzó la voz e hizo una mueca de desagrado. Ella comenzó a sentir que la molestia se agravaba en su pecho
—Sabes porqué estoy así, ¡porque me has traicionado...! Si esta fue tu forma de deshacerte de mí, hubiera preferido que me clavaras un puñal de frente y que tus sabuesos se hubieran deshecho de mi cuerpo. Pero no, la gran Katherine es así, una manipuladora... — no había terminado la frase cuando ella le cruzó la cara con una fortísima bofetada que lo hizo llevarse una mano a la adolorida mejilla y mirarla con los ojos muy abiertos.
Encontró la mirada con aquellos ojos azules que le transmitían una dureza tal que lo estremeció y volvió a tambalearse hasta el punto de necesitar sostenerse del respaldo de la silla.
—No provoques mi ira, Henry. Me conoces lo suficiente para saber que no es una buena idea — dijo con voz grave y respiró profundo para tranquilizarse mientras acariciaba sutilmente la mano. El capitán permaneció inmóvil, atónito.
Ella se acercó a la mesa y después de comprobar que una gran jarra sobre esta contenía agua, le sirvió en una de las copas. Despacio regresó junto a él y le extendió la copa. Henry la miró indeciso hasta que terminó por tomarla. Mientras daba un gran sorbo al contenido, Katherine se acomodó en una de las sillas frente a él pasmosamente, sin dejarlo de mirar con ese aire tan naturalmente superior e intimidatorio. Henry respiró mas repuesto, dudó un instante pero al fin la miró con resignación y vergüenza.
—Perdóname... — dijo y las palabras salieron con un hilo de voz. Ella suspiró.
—Lo mejor será olvidar este incidente, que voy a adjudicar al hecho de que has bebido demasiado... Pero jamás vuelvas a hablarme de esa forma, nunca... — sentenció con dureza. Henry apretó los dientes para no permitir que el enojo lo dominara otra vez — Pensé que habías partido, como tenías planeado...
—Tu "sobrinito" no te informó que no lo había hecho... porque claramente le pedí... — lo interrumpió con un gesto de su mano y él se calló.
—Sí. Si me lo dijo. Y me pareció bastante extraño que no lo hicieras... — Henry arrastró la silla para acercarse más a ella. Katherine lo miró algo nuevamente, notaba la alteración y hasta el miedo en los ojos desorbitados del capitán, cuestión que seguía sorprendiéndola. Realmente algo le sucedía y tal vez ella estaba subestimando la gravedad del asunto. Apoyó la barbilla en sus dedos y lo miró detenidamente.
—Katherine, te lo suplico... no puedo partir sin el cargamento que tu sabes... — hizo un gesto de comillas con sus dedos. Había angustia en las palabras — He cerrado tratos en Continente, no puedo regresar sin cumplirlos. Son gente muy peligrosa, Katherine. ¡Muy peligrosa!¡Oh no sabes cuánto! — se apretó los sentidos con los pulgares por un momento, la desesperación era palpable.—Puedes estar segura que soy hombre muerto si piso tierra de Continente sin lo que he prometido. Y no será para nada una muerte bondadosa... — sonrió falsamente. Katherine volvió a suspirar. Había olvidado que ya habían hablado del tema, no le había dado tanta importancia como al parecer él sí.
Tampoco lo mencionó en el mejor momento, habían acabado de hacer el amor desenfrenadamente y ella cansada no le prestó mucha atención. Pero tampoco imagino ni un segundo que haber olvidado aquella promesa que le hizo en la cama, desencadenaría en esta imagen completamente desequilibrada de su fuerte capitán.
—Por la Diosa, Henry. ¿Es eso lo que te tiene así? Imagine que sería algo más...no se... horrible que... — él se puso de pie bruscamente pasando las manos por entre sus cabellos despeinados.
—¡Es que no entiendes mi desesperación! Me he metido en asuntos bastante peligrosos...son gente muy despiadada Katherine... — insistió él con algo de angustia.
—¡Oh, Henry! Tú... en realidad, no conoces gente despiadada, Henry, créeme... — se puso de pie y lo abrazó apretándolo con fuerza y ternura a la vez. Luego se quedó con las manos alrededor de su cuello y notó el semblante de Henry aliviarse con su pequeña muestra de ternura.
—Pensé que te había dejado de importar... — la besó levemente — Te pido perdón. Perdóname, Katherine... Ya me habías explicado todo lo de la ceremonia de Ascensión que esta trastornando esta tierra y yo... yo soy un estúpido... Me deje dominar por mis miedos, por mi torpeza... — ella le puso un dedo sobre los labios y le acarició sensual.
—Shhh... ya basta. Tendrás el mineral, ya lo he prometido. Llevaras esa magia a tu Continente y espero que tú me traigas lo que corresponde al trato. No te preocupes más. Ahora incluso quiero que te quedes más tiempo, necesito de este abrazo. Aprovechemos que no has zarpado. Eso me permitirá preparar el cargamento para tu buque con más calma, con mucha premeditación. Tenemos que ser muy cuidadosos, Henry, mucho. En estos momentos todo está muy convulso en HavensBirds, demasiado y el peligro asecha a cada instante. Quiero que te vayas a cualquier Hostal y te instales. Quiero que te arregles y que desaparezca esta facha que traes. Estarás en las celebraciones. Quiero que estés a mi lado. — Henry se separó de ella y la miró asombrado. — Serás invitado, en honor a las relaciones con Continente y todos aceptarán tu presencia como embajador de buena voluntad para que sea testigo de nuestras costumbres. Justificación perfecta para tenerte a mi lado. Son tiempos agitados y necesito a alguien aquí conmigo en quien pueda confiar, en quien desahogar el peso que llevo a mis espaldas... — continuó serena. Henry la abrazó y la besó de pronto, interrumpiendo sus palabras. Todo atisbo de miedo se había borrado de la mente del capitán.
Sentía paz e increíblemente y sin darse cuenta la trasmitió a él. La poderosa Katherine se dejó llevar por el ardiente beso con ansia.
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El alba estaba por asomar y Elizabeth decidió apagar su fogata y emprender la marcha. No sabía bien hacia dónde dirigirse, ni siquiera se había detenido a pensar que sería de su destino a partir de ese momento, pero definitivamente tenía que salir de Bosque Sombrío. No pudo dormir en toda la noche. Sombras, movimientos y susurros entre la oscuridad, la maleza y los altos robles la mantuvieron en vilo.
No se había encontrado con ser alguno, pero sentía que la observaban desde la profundidad del bosque. Después de bordear una pequeña bajada, se incorporó a un estrecho trillo abierto entre la espesura de los árboles y decidió seguirlo, en fin de cuentas a algún lugar llevaría. Trató de ignorarlo, pero sabía que a cada orilla del camino continuaban los movimientos sutiles, como si pequeños animalitos corretearan escondidos en el matorral siguiendo sus pasos. Elizabeth miraba de reojo y solo podía distinguir las siluetas de lo que parecían pequeños hombrecitos. Presumió que debían ser alguna especie de duende de los que contaban los libros de criaturas y que habitaban el bosque desde hacía muchos años.
—¿Qué es lo que quieren? — dijo de pronto elevando el tono y notó como las sombras se alteraron al escuchar la pregunta que lanzó a la nada con voz autoritaria. Sin duda alguna, se habían sorprendido. Una se apresuró, otras se retrasaron, había confusión en sus movimientos.
Elizabeth respiró profundo y se detuvo abruptamente, mirando hacia su lado derecho para encontrarse con un par de ojos amarillos muy brillantes que se detuvieron atrapados por ella. Continuaba sin poder definir la silueta entre la hierba alta pero aquel par de pequeños ojos brillantes le dieron la seguridad de que eran duendes del bosque y de que sin lugar a dudas, ella los había tomado por sorpresa.
De pronto otros dos pares de ojitos se acercaron a los primeros. Elizabeth sonrió confiada y emprendió otra vez su marcha ahora con paso más lento. Los tres pares de ojos la siguieron desde su escondite. Escuchaba como susurraban entre ellos, con voces a veces chirriantes, como si fuesen actores de un teatro de marionetas fingiendo voces de niños detrás de las mascaras.
—Bueno, basta ya. ¿Qué es lo que quieren...? — alzó la voz esta vez más crispada. Apretó los puños dirigiendo su energía y haciéndolos brillar con el objetivo de amenazarles, pero lo que escuchó fue claramente las risas burlonas.
—¿Qué quieres tú? — dijo al fin una de las voces, la más discordante, con dejo de burla.
—Sí.¿Q-qué qui-quieres tú...? — repitió una segunda sonando como si fuese un niño más pequeño.
—Sí, si... ¿qué quieres...?— redobló fastidiosamente la tercera que sonó más femenina. Como una niña pequeña. Elizabeth inhaló cansada, tratando de no molestarse aún más.
—Bueno, que me dejen en paz sería algo que quisiera... — las risas escandalosas e irritantes rompieron el silencio del bosque. En un instante sopló una brisa extraña y dos cuervos cruzaron las copas de los robles alardeando con su graznido tenebroso.
Elizabeth se estremeció y sintió otra vez esa extraña sensación que le erizaba los vellos de la nuca y de repente le ardió la runa marcada en su muñeca. La observó por un segundo, la marca pareció irritarse y enrojecerse. Se quedó pensando en el pendiente de descubrir que era aquella runa que parecía revivir cada vez que sentía un mal presentimiento, y sobre todo tenía que descubrir porque Katherine se había alterado tanto cuando la descubrió. Movió la cabeza para desperezarse de esa inquietud.
—¿Que te dejemos en paz dice? — la primera voz volvió a dirigirse a ella con el tono desagradable y burlón y la sacó de sus cavilaciones.
Las otras dos repitieron la misma frase como si fueran un molesto eco. Ya bastante enojada, Elizabeth concentró su energía y de su mano salió un rayo de luz que disparó contra unas altas encinas mortecinas en la orilla del camino. Los árboles se encendieron en un fuego azul que las consumió de inmediato, desapareciendo en un polvo de cenizas. Las voces reanudaron con murmullos ininteligibles, asustados y enojados a la vez. Ella se sonrió altanera y triunfal.
—Es mejor que me dejen en paz... o les aseguro que la pasaran mal — dijo con altivez
—Oh, que engreída — contestó la primera voz todavía con su entonación despectiva.
—Sí. Pre-prepotente... — repitió la segunda. La tercera solo se rió. Elizabeth otra vez disparó su luz elemental y esta vez el fuego se tornó en tonos rosados quemando la maleza cerca de los ojos y haciendo que estos se movieran rápido y chillarán asustados. Elizabeth volvió a reír divertida.
—¿Creen que juego? Se lo advierto... — amenazó
—Yo te advierto a ti. Eres muy soberbia... — dijo la voz primera con algo de molestia en su pesado sonsonete.
—Sí. Sí-sí que l-lo eres... — continuó la segunda.
—Malo, ummm, malo... — concluyó la tercera con tono de suspenso.
—Te meterás en problemas... — repitió la primera voz.
—Sí. En gra-graves proble-blemas... — dijo la segunda.
—No puedes ser tan altanera — le siguió la tercera.
Elizabeth sintió el enojo hervirle la sangre. Aquella impertinente forma en que le hablaban sin dejarse ver, la molestaba muchísimo. Siempre con aquellos tonos irritantes y desdeñosos, las voces que sonaban falsas y el mismo cansino orden en que lo hacían repetitivo.
— ¡Basta ya! — gruñó molesta — ¡Déjenme en paz! No saben quién soy. No les temo... sean... lo que sean... — las risas burlonas no se hicieron esperar
—Sabemos muy bien quién eres, "Elemental"... — contestó la primera voz con intriga y desagrado a la vez.
—Sí, sa-sabemos m-muy bien qui-quién eres — le imitó la segunda pero al instante cambió el tono para rectificarle a su compañero — P-pero no le-e llame-mes Eleme-mental, no es co-correcto, ummm, no-no del todo...
—Te esperábamos hace mucho tiempo — dijo la tercera en medio de los susurros de protesta de las otras dos que parecía que habían comenzado a discutir.
—Somos demonios... y acompañamos a los tuyos. Tienes mucha oscuridad a tu alrededor, "princesa engreída..." — espetó de pronto la primera interrumpiendo la discusión con su compañero y soltó un risita malévola.
—Tú-tú eres extra-extraña... — dijo la segunda voz pero ya no sonaba tan petulante.
—Sí, sí que eres extraña... a veces nos das miedo... — dijo la tercera — Pero no le creas, no somos demonios.
—¡Calla!¡Los dos!¡Son tontos! ¿Qué dicen? — regañó molesto el primero.
—¡Basta! —ordenó la tercera — ¡Dile la verdad!
—Sí. Di-dile... o nos mete-teremos en pro-problemas nosotros — sentenció la segunda vocecilla.
— ¡Ahs! ¡Son tontos! — reclamó la primera — No dejan a uno divertirse. Además, no se lo merece. No ven... es vanidosa y petulante. No merece que hayamos venid en su ayuda... — dijo irritante. Elizabeth arrugó la frente dubitativa y muy enojada.
—No somos demonios, no le creas a este tonto. Somos duendes... y hemos venido a advertirte — dijo la tercera siendo ahora más amable y luego se quejó por lo bajo con la primera.
—¿Advertirme de qué? — preguntó Elizabeth suavizando la voz un poco preocupada.
—Un grave peligro se cierne sobre ti — dijo el primero, gruñón.
—Sí. Y es-está muy cer-erca. Cada-da vez más... De-debes tener mu-mucho cuida-dado — confirmó el segundo.
—Tienes un gran poder y eso conlleva una gran responsabilidad alteza... y debes cuidarte de quién no quiere que viva... — continuó la tercera con algo de piedad y solemnidad. Elizabeth se paralizó al escuchar estas palabras que le hicieron recordar a su madre.
—Pero no puedes ser arrogante y orgullosa. Eso está mal... — dijo el primero
—Así es. No puedes presumir superioridad por tus poderes, o usarlo para dañar a los demás... — dijo la tercera — Eso no es noble. Y tú eres una Reina. Una Gran Reina. No puedes dejar que tu poder enferme tu corazón de rencor y maldad. No debes...
—No-no. No de-debes... — sentenció la segunda.
—Aguarden... ¿Cómo...? — hizo una pausa y tragó saliva — Díganme quienes son, se los exijo... ¿Cómo saben quién soy? — reclamó perturbada.
—Ya te lo hemos dicho. Sabemos todo de ti — volvió a hablar la primera.
—Ya no hay tiempo... ¡ya no hay tiempo!... — exclamó la tercera y ahogó un gemido lastimoso.
—Ya tienes que salir de aquí ¡Rápido! ¡Tienes que irte! ¡Escóndete! — gritó la primera.
—¡Corre, alteza, corre! — gritaron al unísono casi espeluznantemente. Elizabeth sintió que las pequeñas criaturas se escurrían estrepitosamente y pudo alcanzar a escuchar la tercera voz gimotear asustada y lastimosa.
No supo si fue un segundo o un minuto, el instante solo valió para que se diera vuelta y descubriera las dos sacerdotisas abalanzándose sobre ella con sus túnicas moviéndose como destellos blancos. Elizabeth no pudo alcanzar a defenderse y ambas atraparon sus brazos y la lanzaron con todas sus fuerzas al suelo, cayendo de bruces, revolcadas en la tierra húmeda.
Trató de reponerse de la sorpresa, pero las sacerdotisas volvieron a sostenerla demasiado fuerte por cada uno de sus antebrazos y forcejearon las tres entre gruñidos de rabia. Elizabeth fue cargándose de ira y la energía en su interior tomó el poder, los puños apretados brillaron en destellos radiantes y un viento fuerte les movió el cabello a las tres. Estaba a punto de librarse, su fuerza era demasiado incontrolable y sus agresoras gruñían en el esfuerzo de intentar sostenerla. Pero justamente en ese ínfimo segundo, como si fuese una aparición, vio a Nun lanzarse sobre ella cayendo a horcajadas y apresándola con sus muslos mientras le sonreía malévolamente.
—Oh, su "alteza"... al fin la encontramos — dijo sarcástica y sin darle tiempo a reaccionar sacó de los pliegues de su túnica una especie de gargantilla gruesa con un cierre fijo, similar al collar de un gran can. El inmenso y raro artefacto parecía una trampa para osos de hierro, esculpido con raros diseños y runas, con el centro de piedras negras.
Lo más espeluznante de aquel artefacto eran las agujas finísimas que salían del borde interior y resplandecían macabramente. Sin pensarlo dos veces Nun lo colocó alrededor del cuello de Elizabeth, ante la mirada aterrada de esta, y al cerrarlo sobre su piel le provocó un alarido de furia y dolor. Las agujas se enterraron en la piel de la reina lacerando con pequeños hilos de sangre y causándole un dolor infernal. El collar resplandeció por un instante y las piedras que hasta el momento eran oscuras vaciaron su contenido y se tornaron rojas.
Las sacerdotisas la liberaron y se incorporaron dejándola en el suelo, revolviéndose violentamente por algunos segundos sin parar de gritar de dolor hasta que se fue quedando muy quieta, poco a poco. Nun continuó mirándola con una triunfal y malvada sonrisa en los labios. Al comprobar su inmovilidad se puso de pie también, sacudiéndose la túnica con satisfacción.
—¿Qué has hecho? — la pregunta cargada de espanto la tomó por sorpresa.
Nun se volteó para encontrase a Shell acercándose a ellas apresurada y horrorizada. Se detuvo frente a la Sacerdotisa de Primer Orden y la miró desafiante. La acompañaban dos chicas más que conformaban el total del grupo que salió en la misión. Aquellas dos al igual que Shell mostraban toda la indignación de aquella escena en su rostro. Shell no esperó respuesta y dio un paso hacia Elizabeth que continuaba en el piso hecha un ovillo y quejándose por lo bajo, como si fuera un animal herido. Pero antes de alcanzarla, Nun reaccionó y se interpuso, deteniéndola con un fuerte agarre.
—No des un paso más. Te dije que permanecieras cuidando los caballos. No te atrevas a desobedecerme — dijo con un tono tan filoso como un puñal
—Así no era como se suponía que debíamos... que debías actuar... — replicó Shell llena de ira
—¿Ah no? ¿Y cómo pensabas que podíamos controlarla...? — hizo una mueca irónica
—¡Es una Reina, Nun! No puedes usar un Horrodum con ella. Ese maldito collar está prohibido porque es terrible su tortura. No lo debes usar con ningún ser vivo, es espantoso.
—Escúchame, soy tu superior. No puedes cuestionar mis métodos. Ni siquiera sé porque rayos estás aquí...
—Tal vez para cuestionar tus métodos... — contestó y se cruzaron las miradas desafiantes. Una de las sacerdotisas que acompañaba a Shell dio un paso hacía ellas.
—Shell es la mejor de nuestras rastreadoras, sin ella no la hubiéramos encontrado — intervino —Tenemos una orden sagrada, cumplámosla hermanas lo antes posible, y evitemos más daño. — se refirió a todo el grupo pero nadie dijo una palabra.
—No estamos de acuerdo tampoco en que uses ese terrible collar con una de las nuestras — dijo la segunda dando también un paso cerca de Shell Podemos llevarla sin él.
- ¡Basta! !Cállense todas! — vociferó encendida. Hizo una pausa e inhaló profundo — Primero: No es una de las nuestras... y segundo: es muy peligrosa, créeme el collar es necesario.
—¿Peligrosa? ¿Dicho por quién? — objetó Shell ardiendo de rabia. Nun se le encaró mostrando en la mirada todo el rencor y el desprecio de su prepotencia. La Sacerdotisa de Segundo Orden tragó en seco y le hizo una mueca de desdén burlándose de la amenaza implícita. La vena de la frente de Nun parecía que explotaría de la rabia contenida.
—¿Vas a desobedecer una orden de la Gran Sacerdotisa? Dame una sola... — le dijo e hizo un gesto de pequeñez con los dedos —... una sola y pequeñísima oportunidad, y podré acabar contigo de una vez y por todas... — acentuaba pausada cada frase para hacer crecer, provocativa, el enojo en Shell que no se contuvo y dio un paso retador hacia su superior en rango olvidando cualquier cordura.
Sentía tanta indignación que apretó sus puños haciéndolos brillar de ira y poder. Las dos chicas junto a ella la detuvieron tocando sus hombros, precavidas. Nun la miró con esa maldad propia de ella y Shell sin dejar de sostenerle la mirada suspiró vencida reconociendo el toque de advertencia de sus compañeras. La Sacerdotisa de Primer Orden se volteó hacia sus dos escoltas que permanecían en silencio y a la expectativa
—¡Levántenla...! — ordenó molesta.
Ambas mujeres tomaron a Elizabeth por los brazos y la levantaron cuidadosamente. Ya no se quejaba. El collar le producía una debilidad extrema, sintió que su cuerpo le pesaba y el dolor del cuello se transportaba a cada uno de sus músculos. Era una especia de elemento mágico no tuvo duda alguna. Le impedía conectar con su energía interior, era como si estuviese apagada y sentía además náuseas y vértigo. Al colocarla totalmente de pie trató en vano de reñir para soltarse pero las fuerzas la abandonaron por completo, flaqueando sus piernas. Nun se le acercó y la miró estirando los labios en una sonrisa apagada.
—No te resistas más. Te tengo... — dijo con sorna.
—Que me has... has hecho... — preguntó con voz apagada.
—Es un Horrodum. Así que no intentes defenderte, es inútil. Este collar fue creado con una magia que bloquea por completo el poder de los Dones y debilita las fuerzas y la voluntad de la persona a la que le es colocado. Nada de lo que pretendas dará resultado. Me han enviado por ti y te llevare al Templo Mayor. ¡Vayan por los caballos! — el último grito fue una orden para Shell y sus dos acompañantes, con su voz severa y petulante.
—No me moveré de aquí — contestó Shell de mala gana. Nun se volteó para mirarla.
—Te estoy dando una orden, no me desobedezcas. Ellas solas no pueden traerlos todos — repitió molesta.
A regañadientes Shell se alejó con las dos sacerdotisas que la acompañaron. Por un instante sus ojos se cruzaron con los de Elizabeth en una mirada de miedo y compasión. Elizabeth encontró sin saberlo, en los ojos de la Sacerdotisa de Segundo Orden, la misma confianza y seguridad que su hermana Anna encontrara cuando la conoció por primera vez. Con un suspiro, las observó desaparecer por el camino y la envolvió un escalofrío de pánico que se mezcló a todo su dolor.
En un intervalo extraño, el silencio inundó el claro pero se quebró al instante, como si se hubiese roto la cerradura de la peor de las maldiciones. Se detuvo a percibir su alrededor, hasta aquel momento no había notado como el bosque comenzaba a estremecerse, y se apegó a aquella idea como a una esperanza. Nada en su entorno era ya normal y pidió en silencio que las tres irritantes criaturas volvieran aparecer.
De pronto, todo lo que parecía una paz silenciosa, comenzó a agitarse irascible, justo con las primeras claridades del alba. Los altos sauces llorones parecían gemir cuando una extraña y helada brisa sacudió la espesura con violenta ira. Las sacerdotisas miraron también a su alrededor, asustadas, pero no se movieron de su lugar, o por temor al bosque o por temor a Nun.
—No sabes lo que estás haciendo. Haré que te arrepientas de cada uno de tus actos... — soltó Elizabeth, amenazante, mientras gruñía furiosa ante la sonrisa burlona de la sacerdotisa.
—Oh, qué miedo, "alteza". — se burló — Sé perfectamente lo que estoy haciendo. Sé que nuestra Gran Sacerdotisa a veces nubla su juicio por la compasión de su alma, y me entristece tener que... tomar el control... — las otras dos sacerdotisas la miraron algo asustadas y nerviosas.
El bosque rugió a su alrededor, como si tomara vida. Parecía que los árboles podían moverse a su voluntad haciendo retumbar la tierra. Todo se agitó.
- ¡Soy tu Reina...! — exclamó y la miró con fuerza. Con cada gruñido de ira de su ser, el bosque se encendía y crecía, como si lo reviviera con su rabia, como si despertara un monstruo. Nun se puso muy seria por un momento meditando las palabras de Elizabeth. El miedo comenzó a metérsele dentro como un halo helado, igual que a sus compañeras.
—Nun... ¿qué esta diciendo? ¿qué está pasando? — preguntó una de las sacerdotisas con un hilo de voz.
—Mira el Bosque... esta... — habló la otra, pálida por el pánico.
—¡Cállense...! — exclamó alterada. Volvió la vista a Elizabeth nuevamente y le poso una mano sobre el hombro. — No eres mi Reina... — susurró. En silencio deslizó despacio la otra hasta los pliegues de su túnica — Mi Reina es Annabella de Galp y ya no estarás en su camino al trono... — sentenció con frialdad.
Aquella oración se le clavó en las sienes a Elizabeth, «¿Anna? No, su hermana no podía saber de aquel acto atroz, se negaba a imaginarlo siquiera» La miró y creyó por un instante que la Sacerdotisa de Primer Orden comenzaba a dudar de sus propias palabras con un vestigio de incredulidad.
Pero todo desapareció cuando la miró directamente y sus ojos oscuros brillaron con sadismo.
—Mis actos están justificados por "El Bien Mayor..." — dijo como en un trance y Elizabeth abrió los ojos impresionada. Supo perfectamente de donde surgían aquellas palabras. Los ojos vacíos de cualquier misericordia de la Sacerdotisa de Primer Orden le dieron la certeza de que estaba perdida. «Ella la había convencido» — Y seré recompensada por el acto de coraje...— confirmó. Se hizo una pausa. El afilado acero tallado, de la Daga Elemental destelló un segundo en su mirada.
—¡No...! — la voz de Elizabeth fue un hilo de súplica. Trató de moverse. Un zumbido cortó el aire y la fina lámina se enterró completa en su costado. El metal abrió la carne con un ardor abrazador, gritó doblándose de dolor. Nun retiró el cuchillo con vehemencia ante la mirada atónita de sus subordinadas.
Elizabeth rompió a llorar, no pudo evitarlo, a pesar de su rabia, el dolor era demasiado y sus fuerzas estaban débiles desde que colocaron el collar. Poco a poco sintió la cálida humedad de su sangre empapar toda su túnica. Todo comenzó a tornarse borroso a su alrededor, sentía las voces de las sacerdotisas como si estuviesen muy lejanas y terminó perdiendo la conciencia.
Las sacerdotisas la dejaron caer con un golpe seco y miraron a Nun desconcertadas. En el instante en que tocó el suelo, la tierra comenzó a temblar muy violentamente. El bosque rugió con ferocidad. El cielo que prometía una mañana luminosa se tornó oscuro en segundos. Las ramas de los árboles se movían de un lado a otro, encolerizadas. Las raíces rompieron la tierra.
Se escuchó un ruido ensordecedor como si se acercara una estampida de gigantes. Detrás de los troncos empezaron a surgir sombras disímiles con ojos brillantes, escondidas en la oscuridad, haciendo diversos sonidos espeluznantes. Las tres sacerdotisas no pudieron evitar sentir un escalofrío de terror. Se pararon en alerta mirando con desespero a cada lado.
—¡Oh por la Diosa!, ¿Qué has hecho? — la voz amedrentada de Shell las hizo voltearse otra vez, sobresaltadas. Los caballos relincharon encrespados y se soltaron para salir en estampida. Shell contempló a Elizabeth en el suelo, envuelta en la roja sangre y luego miró todo alrededor, horrorizada — ¡Oh por la Diosa, que cosa tan despreciable has hecho...! — repitió angustiada y con ira.
Sintió un nudo en la garganta, llena de impotencia y dolor. Apretó los puños y se colocó en firme. De sus manos cerradas surgió una luz tornasol, que salió de su piel y revoloteó alrededor.
—¡No te atrevas...! — exclamó Nun, encarándola con furia y en sus manos también se contenía la luz de su Don, listas para explotar en un fuego cruzado de energía elemental. Las escoltas de cada una se posicionaron a cada lado de ambas, también preparadas para luchar.
En medio de la tensión, la brisa que agitaba las ramas se convirtió en un viento huracanado, prácticamente surgido de la nada. Remolinos de hojas secas y polvo las envolvió haciendo que se desconcentraran y tuvieran que entrecerrar los ojos, colocando las manos para cubrirse la cara, sin poder ver a su alrededor.
Cegadas por el tornado que se iluminaba con sobrenaturales relámpagos de colores llameantes, no pudieron distinguir al extraño ser de capa oscura y raída que se acercó con paso lento y amenazador, hasta detenerse justo al lado de Nun. Se quedaron sin reaccionar a la inesperada aparición.
El remolino violento cesó tan repentinamente como surgió, permitiéndoles presenciar el momento exacto en que la mano blanca y huesuda de aquella presencia, se extendió y tomó a la Sacerdotisa de Primer Orden por el cuello sin que esta atinara a hacer nada para impedirlo. Las dos sacerdotisas a su lado intentaron intervenir, pero la mano libre de la extraña presencia realizó un gesto al vacío y una fuerza invisible las lanzó por el aire varios metros.
Ambas chocaron contra los troncos de dos robles. Los árboles revividos por la fuerza maligna del bosque las apresaron con sus retorcidas ramas haciendo crujir sus huesos en el macabro abrazo y arrancándoles terribles alaridos de dolor.
Shell y las demás observaban la escena paralizadas de horror. El ser misterioso continuó apretando el cuello de Nun, mientras esta fue deteniendo su infructuoso forcejeo para liberarse, hasta que se dejó vencer. La criatura susurraba raras oraciones en una antigua lengua, doblegándola por completo, con un poder casi sobrenatural. Nun comenzó a moverse de forma antinatural, sus brazos y piernas se doblaron como si fuesen de arcilla.Chillidos de terror y dolor agonizante inundaron el espacio, las que la observaban no pudieron evitar impresionarse.
Una de ellas vomitó dominada por las náuseas. Un minuto después Nun se calló por completo y la persona de capa larga la dejó caer al suelo donde aterrizó doblada como una tétrica muñeca de trapo. Al mismo tiempo las sacerdotisas atrapadas por los árboles fueron liberadas y cayeron bruscamente al suelo, con laceraciones horribles en gran parte del cuerpo y sangre brotando de sus ojos y nariz.
De pronto el bosque calló, pero las presencias semiocultas entre las maleza continuaban allí. No se dejaban descubrir, pero estaban mirando expectantes. Nadie se movió. La escena era tan espeluznante como la más terrible de las pesadillas. Shell fue la primera en salir de su estupefacción. Tragó saliva que no pasó por el nudo en su garganta haciéndola toser con una arcada. Volvió a contener la luz en sus manos, lista para disparar aunque estas le temblaban inevitablemente.
—¡Aléjate!... — exclamó con voz temblorosa pero fuerte. La alta figura se volteó hacia ella. La capa oscura y gruesa la cubría por completo, hasta los pies. La inmensa capucha ocultaba el rostro hasta encima de la boca. Fue en aquellos extraños y rojos labios donde Shell se quedó mirándola hipnotizada.
—No hagas una tontería... — la voz femenina sonó suave a pesar de lo amenazante de su apariencia.
Shell se sorprendió al escucharla, «¿parece familiar?» Pensó. El sonido de las túnicas de sus acompañantes la sacó de la distracción. Ambas lanzaron dos bolas de fuego azul contra aquel enemigo. La misteriosa mujer colocó las manos en señal de alto y una ráfaga de luz verde intensa interceptó las bolas de fuego lanzadas y las deshizo sin esfuerzo. Luego realizó un gesto de vaivén con ambas manos y de nuevo una fuerza invisible lanzó bruscamente a las dos sacerdotisas por el aire unos metros atrás, Shell las siguió con la vista. Sintió el crujido de sus cuellos rompiéndose de forma escalofriante, al caer contra unas grandes piedras del camino.
—¡Basta! ¡Por la Diosa! ¡Basta ya...! — se volteó y gritó desanimada. Miró a su alrededor y sintió arder los ojos por las lágrimas de impotencia — ¡Basta de todo este horror...!—- sorbió el llanto por la nariz para llenarse de fuerza. Se sintió por un momento tan sola y aterrada como una niña, pero aquella debilidad no la iba a demostrar. Inhaló, unió sus manos en movimientos practicados y entre ambas se formó una inmensa esfera de energía azul y naranja, que hizo que su melena se moviera con la fuerza que desprendía la bola de color dorado- No permitiré, tú, horrendo ser, que sigas esta matanza. - se enfureció
- No lo hagas, Sacerdotisa de Segundo Orden. Horror es lo que han hechotus "sagradas hermanas"... - dijo demasiado serena e hizo comillas con los dedos demostrando desprecio - Créeme... no quieres hacerlo...Sacerdotisa de Segundo Orden... - advirtió. Shell tembló de la ira. La esfera siguió creciendo y pareció centellar dentro. Se quedó paralizada por un tiempo manteniendo suspendida su bomba elemental. Aquel ser frente a ella no pareció inmutarse. Los labios rojos se tensaron en algo parecido a una sonrisa macabra.Nopodía explicárselo ni ella misma, pero terminó convenciéndosede bajar sus manos, haciendo desaparecer su esfera de energía. Su mano izquierda continuó cubierta por la luminosidad de su don aunque la bajo hasta su costado. Listo para usar en cualquier momento.
- ¡Has asesinado a mis compañeras de forma brutal...! - la voz se quebró sin que pudiera evitarlo.
- Ellas han hecho algo sumamente peor. Algo imperdonable... ¡un sacrilegio...! -sentenció la misteriosa mujer.Le dio la espalda, indignada.
Se acercó a Elizabeth que yacía inmóvil en el suelo.Se arrodilló a su lado y por un instante Shell creyó escucharla llorar. Luego la vio tomar las manos de Elizabeth entre las suyas y la luz verde que vio surgir de ellas minutos antes regresó a envolverlas esta vez como un humo leve.
- Rápido... debes quitarle el collar... - dijo con una voz que sonó algoreconfortada, ya no tan amenazante. Se mantenía cubriendo a Elizabeth con aquel humo verde y Shell dudó si en verdad la había sentido llorar, porque sonaba tan firme ahora y tierna a la vez.Arrugó la frente, todo era tan desconcertante. No atinaba a moverse, estaba paralizada. - ¡Vamos! ¡Qué esperas...! - ordenó,sobresaltándola ante el tono elevado - No podemos perder más tiempo. Necesita que la energía de sus dones vuelva, o no lo logrará... -la sacerdotisa reaccionó a la orden y se fue directohastael cadáver de Nun.
El estómago le dio un vuelco al verla de cerca. Era un monigote fantasmal. «¿Qué tipo de hechizo ha sido esto?» Era horrible, sus ojos eran cuencas vacías y venas negras sobresalían de su piel como ramificaciones de un árbol muerto. Aguantando una arcada de asco registró su cinturón y tomó la llave plateada. Volvió rápido junto a Elizabeth y la mujer.
Se detuvo un segundo, dudando.La misteriosa mujer aún le sostenía las manos y el sutil resplandor verde se movía como humo de incienso mientras la femenina voz susurraba extraños cánticos en otra lengua como hizo antes, pero esta vez son gráciles y suaves. De pronto se detuvo y sin decir palabra, levantó con mucho cuidado la cabeza de Elizabeth para dejar al descubierto el cerrojo del collar.
La sacerdotisa de Segundo Orden entendiólo indicado en silencio y se arrodilló junto a ella.Abrió aquel terrible artefacto y lo arrancó de su cuello,lanzándolo al suelo. Elizabeth se estremeció visiblemente, sin volver en si, como si algo se removiera en su interior. Luego volvió a quedarse muy quieta. Por un instante un resplandor blanco brillante recorrió todo el cuerpo y desapareció después.
- ¿Y ahora...? -preguntó Shell mirando a la misteriosa mujer con miedo y ansias.
- Ahora me ayudaras a salvar a la Reina. Eres Elemental, te necesita. Además tienes un alma noble, puedes hacerlo. Coloca tu mano sobre la herida... envía tu energía para sanar... - le dijo
- No, no puedo hacerlo. No se puede usar el Don para sanar. Desde los Antiguos se ha prohibido...
- ¡Basta! - la interrumpió - Cada minuto que pasa es irrecuperable. No puedo creer que Inna sea tan retrograda e impida desarrollar las cualidades elementales a su máximo nivel - soltó con algo de despecho. Shell siguió observándola con intriga, hablaba con tanta confianza como si conociera a todos.
- ¿Quién es usted? ¿Cómo es que conoce detalles...? - le fue imposible contener la pregunta.La capucha se volteó hacia ella haciéndola callar. Shell supo que la miraba aunque ella solo pudiera ver sus labios rojos.
- Eso no es importante, Sacerdotisa de Segundo Orden. Solo te baste saber que quiero lo mismo que tu. Salvarla... - sentenció.
Shell se irguió sobre sus rodillas, alentada por la extraña fuerza que trasmitía aquella misteriosa mujer. Colocó sus dos manos sobre la herida de Elizabeth. Sintió un escalofrío al notar la abundante sangre aún caliente. Se concentró, todo el poder de su don se transfirió a sus manos que comenzaron a desprender una luz blanca extremadamente brillante, cegadora.
Por un instante el cuerpo de Elizabeth se iluminó y levitó unos centímetros del suelo. Pero inmediatamente después se apagó y volvió a caer. Shell se tiró hacia atrás apoyada aún en sus rodillas y tuvo que inhalar profundo para recuperar el aliento. Sintió una debilidad extrema.
- No... No puedo. No sé qué ha pasado... oh me ha fatigado mucho... - dijo y se interrumpió con tos. Se llevó una mano al pecho, sentía el corazón desbocado en su pecho.La capucha aún estaba mirándola. Shell sintió ganas de llorar de impotencia. - ¡Perdón...! - sonó lastimosa y los ojos se llenaron de lágrimas, pero las contuvo. A su mente vino la imagen de Annabella y la impotencia se hizo mayor ante su inutilidad- ¡Perdón... pero no puedo! Tal vez no soy lo suficientemente fuerte... - se despreció
- No. No te culpes... Algo está mal... - hizo una pausa como si pensara.La mujer rompió la túnica sobre el costado de Elizabeth y limpió un poco la sangre para dejar al descubierto una herida horrible, que boqueaba como si estuviese viva, supurando sangre mezclada con algo negro y viscoso- ¡Maldita bruja!... -explotó. Había ira en su voz. - Esta envenenada. La daga tiene que haber estado untada dealgúnterrible veneno...uno extraordinario.Solo pudo haber sido creado por un Envenenador, sin dudas uno poderoso y despiadado, una... - se detuvo. Shell notó los labios temblar de rabia - ¡Es una maldita arpía! - exclamó con un gruñido
- ¿Katherine...? - preguntó con voz baja.Miró asombrada aquella capucha que temblaba de rabia y se estremeció algo asustada.
- Siii... la maldita serpiente ponzoñosa de Katherine está detrás de todo esto... no puedo creer que haya llegado a tanto... ¡Oh que tonterías digo!Claro que puedo creer algo así... - el desprecio era latente en aquella voz. Bajó la cabeza y Shell volvió a creer que lloraba. Sintió la necesidad de ponerle una mano bondadosa sobre el hombro pero se abstuvo, no podía evitar sentir una especie de temor, repulsión e incluso desconfianza ante aquella mujer extraña y poderosa. - No puede morir... no puede... ¡Por la Diosa...! no puedo dejar que Elizabeth muera. - dijo con una voz quebrada y vencida. Definitivamente entre su rabia, había ganado el llanto.
Shell observó asombradacomo aquella misteriosa mujer se doblaba sobre el cuerpo inconsciente de Elizabeth y la abrazaba con angustia y ternura.Las ganas de llorar le hicieron un nudo en la garganta ante aquella imagen. Un silencio extraño reinó alrededor. Sintió que el bosque rendía una especiede respeto ante la inminente oscura y terrible muerte de alguien, que aunque no conocía bien, significaba demasiado.
Por un momento se abstrajo en sus pensamientos. Lo que le habían enseñado siempre cuando decidió unirse al Círculo Secreto comenzaba a tomar sentido. Elizabeth era mucho más que lo que podía si quiera imaginar en su aún principiante conocimiento. En aquel pequeño momento se dio cuenta que cada ser de Bosque Sombrío, temible o no, estaba postrado a sus pies, con dolor.
El Círculo no era solo una conspiración contra el Concilio Obscuro, era una orden leal a la que sin dudas era la nueva Gran Reina.Allí no había imposiciones, manipulación u obligación, allí había algo más... había lealtad sublime, había confianza y sobre todo, esperanza. Sería que aquella misteriosa mujer también estaba en las filas del Círculo o... solo... la quería demasiado.No había dudas, aquel gesto de desespero y dolor no podía ser más que por un ser muy querido.
Unos pequeños pasos sobre las hojas secas hicieron a Shell sobresaltarse. Miró hacia un lado para descubrir tres criaturas acercarse hasta los bordes de la capa de la misteriosa mujer. Shell los observaba asombrada, jamás había visto ningún ser del bosque, pero estos eran pequeños y muy tiernos. Aquellos tres hombrecillos con trajes de hojas y sombreros hechos de gigantes zetas se acurrucaron en la capa de la misteriosa mujer, limpiándose las lagrimitas de sus pequeños ojos muy tristes. Las caritas pequeñas parecían de niños y los ojos eran muy amarillos. El mas regordete se acercó a Elizabeth con una lástima sincera. Shell notó que era una chica porque en vez de pantalón llevaba una pequeñísima faldita hecha de hojas adornada con flores silvestres y dos trenzas de hojarasca bajo el gigante sombrero de hongo de color rojo.
- Oh, lo sentimos... - dijo mientras ruidosamente se sorbía el llanto con la nariz. Shell no dijopalabra, ni siquiera se movió. Otro de los extraños seres, que parecía el mayor, o por lo menos el más alto de todos, se colgó por la capa escalando hasta llegar al oído de la misteriosa mujer. Colocó la pequeñita mano delante de su boca y le susurró algo secretamente.
Shell se sobresaltócuando la mujer se irguió sobre las rodillas, encendida de un ánimo nuevo. Las tres criaturas se alejaron susurrando y se quedaron más arrimadas a Shell que a aquella.La sacerdotisa continuaba mirándolas con un poco de escepticismo. Las tres caritas la miraron y sonrieron.
- No te preocupes. No te harán nada. Son duendes... Maravillosas criaturas que habitan el bosque, como todas las que nos observan ahora mismo... - alzó la voz y Shell creyó escuchar murmullos detrás de los arboles. - No porque sean diferentes son malvadas. Aunque puedo comprender que una idea contraria es la que te han enseñado siempre a ti y a la mayoría de los habitantes de HavensBirds. Tengo la esperanza de que eso cambie algún día. De que HavensBirds sea la tierra de la magia, libre y maravillosa que fue en tiempos gloriosos. No obscura y tiránica, cruel y discriminante como es ahora. Por eso debemos salvarla... - concluyó mientras miraba a Elizabeth. - Tenemos que salvarla... Sacerdotisa de Segundo Orden. Huggipoot me ha dado una idea brillante pero necesitaré tu ayuda...- el duende larguirucho sonrió orgulloso mientras trababa sus pequeños pulgares en los tirantes de hojas que sostienen su pantalón. - La profecía... como pude haberme olvidado por completo...
- ¿La profecía? De qué está habla... - Shell trataba de entender algo más de todo aquello
- No hay tiempo para dar explicaciones ahora. Debes ayudarme, necesito tu fuerza y tus deseos de salvar a tu Reina... - le dijo determinante y la aludida la miró sin salir del asombro. «¿Quién era este ser que le inspiraba tanto, y a la vez le confundía tanto?»- Coloca tus manos sobre su frente - continuó - Concéntrate en transmitir tu energía, solo eso, no te distraigas - Shell obedeció y segundos después las manos y la frente de Elizabeth se iluminaron con una luz brillante.
La misteriosa mujer plantó una mano sobre la de Shell y esta se sacudió al contacto de la fría piel pero no se distrajo. Retomó esos extraños cánticos en aquella lengua antigua. Minutos después puso la otra mano sobre el corazón de Elizabeth.
- Vamos Elizabeth... - exclamó. Shell se sorprendió de la familiaridad con que hablaba pero continuó sin moverse ni hablar - ¡Vamos! ¡Llámalo!Solo tú puedes hacerlo. Utiliza la energía de tu compañera, y ¡llámalo! El puede salvarte... solo él puede salvarte ahora. Es la última esperanza. ¡Llámalo! - le ordenaba fuerte y cariñosa a la vez.
Hasta aquel momento, el espíritu de Elizabeth vagaba en una oscuridad extrema. Se veía a ella misma abandonada sobre un suelo húmedo, sin ver nada a su alrededor. De pronto una luz brillante y segadora apareció frente a ella. Tuvo que colocarse la mano sobre la frente tratando de distinguir algo pero fue inútil. Intentó avanzar hacia ella pero el líquido viscoso que había en la superficie donde estaba se lo impedía.
Sintió una opresión en el pecho, un peso extenuante, una mezcla de angustia, rabia y cansancio. Cayó de rodillas, se convenció a ella misma que era el fin. Pero entonces su mente se arremolino de pronto, sintió la conexión, leve, fatigada, pero estaba ahí. Una voz suave, casi familiar le gritaba llena de esperanza... «¡Llámalo, solo él puede salvarte!» «¿Él? ¿Quién es Él?» El recuerdo se encendió con un clic. A la mente de Elizabeth regreso la imagen de su misterioso bandido.«¡Claro! ¡Él! » Podía hacerlo.
Podía llamarlo con su pensamiento. Solo él la escucharía. Pero estaba en ese Limbo, estabaadolorida ydesvanecida, como podría lograrlo si sus fuerzas parecían haberla abandonado, si su espíritu vagaba arrancado de su cuerpo. La voz femenina se repitió en el vacío, una y otra vez la misma orden «¡Llámalo!¡Llámalo!¡Llámalo!» Por fin, cerró los ojos, su respiración se aceleró. Se llenó de una misteriosa fe y gritó suplicando con toda su voluntad, su cuerpo se zarandeó cuando su mente gritó sin voz.
«¡Ayúdame... por favor... ayúdame! ¡Te necesito!!! ¡Tienes que salvarme!!!»
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