♣1.La Cabaña Negra♣
El humo espeso de la estufa se elevaba a la altura de los sauces llorones que rodeaban la Cabaña Negra. Mal llamada cabaña, porqué en verdad era una gran casa de campo hecha de madera y rocas. Los costados tapizados con grava gris evitaban el lodo de los días de lluvia. Varios corrales rústicos con chivos, cerdos y gallinas adornaban todo un lateral y en el fondo el viejo establo daba refugio a dos ancianos alazanes que aun mantenían su vitalidad. El local servía también como almacén de víveres, amontonados en varios sacos. Los actuales inquilinos llevaban muchos años escondidos allí y la comida debía ser copiosa para su casta.
De pronto la puerta del fondo se abrió y una mujer de mediana edad que vestía falda amplia, blusa de mangas abultadas y un pañuelo envolviendo su cabello, salió y lanzó un balde de agua sobre la gravilla. Fue solo una excusa para quedarse parada en silencio, mirando hacia la espesura del bosque como si este le hablara a través de los murmullos que desprendía el viento a los inmensos sauces llorones. No le gustaba cuando el bosque lloraba así, era mal presagio. Suspiró hondo y volvió a entrar.
Atravesó el largo pasillo hasta la cocina. La cabaña por dentro era sorprendente. En el primer piso la puerta inmensa de roble de la entrada daba a una sala amplia con butacones mullidos y una gran chimenea adornada con paisajes fantásticos tallados en la propia piedra. Las paredes estaban ataviadas de extrañas pinturas y repisas con los más disímiles decorados. Todo se notaba un poco desgastado por el propio tiempo pero aun así inspiraba calidez y hasta misterio.
Lo más atrayente de la misteriosa posada era la única puerta del lado derecho del largo corredor que la atravesaba hasta la cocina. La habitación que escondía aquella puerta la llamaban: La Biblioteca. Una habitación que se había convertido en un lugar mítico a través de los siglos. Solo algunos privilegiados sabían con certeza que existía allí. Era un cuarto mágico, que a simple vista parecía una habitación más pero una vez que se entraba en ella se perdía en infinitos corredores tan largos que parecían no tener fin y repletos de enormes estantes llenos de libros de todos los siglos y todas las civilizaciones, mágicos y no mágicos, de maldad y de bondad. Entre los libros se guardaban también artefactos mágicos y muy estrafalarios.
El Concilio Obscuro había creado esta habitación para poder esconder de forma segura y lejos de palacio los secretos más poderosos y oscuros del reino. La puerta de la habitación era impenetrable y la llave dorada que podía abrirla dormía siempre colgada del cuello de Genovieves, la cuidadora.
El resto de la casona lo conformaban habitaciones comunes de reposo y un ático; y al final del corredor estaba la siempre concurrida cocina. Sus dos grandes hogares que simulaban bocas de dragón con fuego vivo daban la bienvenida no más atravesar el arco de piedra. Una enorme mesa de madera con bancos a lo largo de sus costados, decorada con un jarrón de flores naturales en su medio, dominaba el espacio central. Dos ventanas inmensas daban luz a la estancia y permitían ver el extenso paisaje del bosque que la rodeaba.
Esa mañana gris, junto a una de esas ventanas, sentada sobre el alféizar, Annabella miraba con desgano hacia afuera con el mentón apoyado en una mano. Estaba tan hermosa como siempre aunque vestía esas ropas de guerrera, como decía siempre la nana Genovieves. El conjunto ajustado a su figura con los pantalones de cuero demasiado pegados y ataviados de hebillas y cintos, y sus anchas pulseras de metal. Ya estaba acostumbrada a la protesta de Genovieves. Nunca le agradaba que vistiera así. Prefería verla como una princesa con vestidos pomposos. « ¿Cómo podría ponerse un vestido pomposo en medio de la nada donde estaba confinada?» Además aunque sus hermanas usaban vestidos de telas gruesas y colores oscuros, nada esplendorosos, también ajustados a sus cuerpos con cinturones de cuero y hebillas, Genovieves nunca se metía con ellas. El problema eran sus apretados pantalones.
Suspiró aburrida. Su larga y rebelde cabellera oscura estaba dominada en una trenza que hacía enredados dibujos y nacía desde su sien, esa fue su protesta final. Con su dedo índice comenzó a trazar invisibles formas sobre el opaco cristal, llena de hastío. Había regresado temprano del paseo por la parte del bosque a donde le permitían ir con sus hermanas dentro de los límites protegidos de la cabaña y dentro de las estrictas restricciones de la Eritrians. «Si, la maldita Eritrians que no las dejaba respirar.» Aunque le habían dado miles de explicaciones no terminaban de convencerla. « ¿Por qué tienen que obedecerla siempre?» Resopló molesta solo de recordarlo.
Al final de cuentas aquella mañana había regresado porqué no tenía ganas de ver a Marina otra vez con esa tonta manía de juguetear con los animalitos a la orilla del arroyuelo o revivir las plantas muertas con su don. O incluso madurar las trufas y las manzanas para que ella y Elizabeth se hartasen de comerlas. Su hermana siempre era igual, jugaba con su don en vez de practicarlo concientemente para hacerlo poderoso. Ella por su parte no perdía oportunidad alguna de explorar la magia que le fue concedida al nacer. Era una Elemental y por naturaleza era temperamental por eso en ocasiones se atrevía a ir más allá de lo que conocía o dominaba hasta su momento.
Practicaba con el agua del arroyo pero aquel elemento era muy vigoroso no podía controlarlo totalmente. Elizabeth la consolaba repitiéndole que aún era muy pronto para que dominara su Don Elemental a su máximo nivel, en ocasiones no le valía, se frustraba demasiado.
Elizabeth sería otra que tendría que darle una buena explicación aunque para ello tampoco tenía ganas. Tendría que interrogarla para descubrir a donde iba o que hacía cuando se escurría y se alejaba de ellas, sola, tanto tiempo, cada día que salían a pasear. Este no era un asunto que olvidaría. Quedaría pendiente hasta que descubriese que había detrás de esas escapadas. Pero definitivamente no sería esa mañana.
El aire estaba cargado, sentía los elementos demasiado inquietos y esto la desconcertaba tanto que no tenía cabeza para nada más. Podía sentirlo en su interior y no lograba descifrarlo. Esto aumentaba su sensación de frustración y desasosiego. Y para colmo esa maldita tormenta volvía a crecer sobre Bosque Sombrío. Una tormenta extraña que no era la primera vez que amenazaba. « ¿Es que nadie se daba cuenta que era la misma tormenta que había empezado a aparecer y desaparecer hacía casi un mes atrás?» Nadie le creía cuando decía que era la misma tormenta. Nadie lo comprendía porque era ella la elemental, ella podía saberlo porque lo sentía, no era una tormenta normal.
Un golpe sobre la mesa la hizo volverse para descubrir a Genovieves tendiendo un mantel de lino blanco con mala gana y luego la observó dirigirse a uno de los estantes para sacar la vajilla y servir. Se levantó y se sentó junto a la mesa mientras miraba a la casi siempre imperturbable "Nodriza por obligación" poner los platos en sus lugares sin poder ocultar su nerviosismo.
— Juro por la Diosa Ha que jamás te había visto tan nerviosa. — Genovieves la miró y alzó una ceja.
— No sé qué dices.
— Lo sabes muy bien.
— Solo estoy preocupada porque tus hermanas no han regresado. Caerá una tormenta. ¿No te das cuenta?
— Sí. Siento muy pesado el aire. Es la misma tormenta de siempre. Extraña...
— No empieces con lo mismo. No es ninguna misma tormenta de siempre. Las tormentas no son iguales.
— Los Whals sí. Son tormentas vivas. Y surgen por algo malo.
— Si esto fuera un Whals... — se interrumpió inquieta. —No sabes lo que dices.
— ¿Has visto alguno?
— Nadie ve un Whals y vive para contarlo —suspiró reprendiéndose a sí misma —Porque no existen... es un mito — habló demasiado rápido y la rectificación no convenció a Annabella que ladeó la cabeza incrédula — Tienes que dejar de escuchar las historias fantásticas que te cuenta tu hermana. Demasiada imaginación en la cabeza de Elizabeth... demasiada... — hizo gestos exagerados con las manos —Y demasiada irresponsabilidad. Deberían haber vuelto ya.
—No te preocupes, ya estarán de regreso.
—Deberías ir a buscarlas.
— ¡Qué! No. Ni pensarlo. No regresaré a buscarlas. — la cocina se iluminó con el resplandor de un rayo que fue seguido de inmediato por un estruendoso trueno. Genovieves se estremeció. Automáticamente comenzó a llover con gran fuerza.
—Te lo dije. Que horrible tormenta — repitió, al tiempo la gran puerta de roble de la entrada se abrió y entraron Elizabeth y Marina riendo alborotadas. Genovieves salió a su encuentro seguida por Annabella — A ver, sus altezas, ¿creen que es gracioso esperar a que las alcanzase la lluvia?
—Oh mi Geno, no, no... no te enojes... — Elizabeth se acercó a ella y la abrazó con ternura. Siempre había sido la más cariñosa tal vez porque era la mayor y fue la más necesitada de afecto cuando con tan solo seis años llegó a sus manos para ser cuidada. Además era la "mensajera de paz" como la misma Genovieves le llamaba, pues no tenía un Don Puro pero poseía un gran poder persuasivo y convencedor que la hacían ganar siempre o salirse con la suya, para decirlo mejor. Su sonrisa, su ternura y su gran inteligencia audaz eran armas muy peligrosas en ella. —No te preocupes, estamos bien. —le sonrió tranquilizadora. Genovieves le hizo una mueca de incredulidad.
—No trates de convencerme con esa sonrisa. Están empapadas. Saben que se pueden enfermar ¿verdad?
—Es que Eli otra vez se demoró en regresar al arroyo yo solo podía esperarla pacientemente.... — Marina se había vuelto a distraer reviviendo el color de las rosas marchitas en el jarrón de la sala con la magia de sus manos. Siempre lo hacía como si estuviera en el limbo. No se daba cuenta de las palabras que escapaban de su boca casi sin querer. Annabella miró a Elizabeth con un signo de alarma. Si Genovieves descubría que ella se alejaba de las demás y se metía no sabe dónde, sería castigo para todas y se acabarían los paseos.
— ¿Cómo has dicho? — la nana arrugó la frente mientras la miraba intrigosa. Elizabeth tosió haciendo reaccionar a Marina que descubrió a sus dos hermanas mirándola con los ojos muy abiertos, como si quisieran tomarla por el cuello. Se sonrió.
—Quiero decir... que no quería volver. En verdad nos entretenemos mucho en los paseos Nana. Nos gusta salir de la casa. — cambió tan sutilmente que Genovieves se convenció con su dulce sonrisa.
—Lo sé mi amor. —la besó en la frente con cariño despejando las dudas de su cabeza. Desde siempre había tenido debilidad por la dulzura de Marina. Aunque es físicamente exacta a su hermana Annabella excepto por el tono más claro de su castaño cabello, no habían existido dos mellizas más diferentes en carácter en toda la historia. Marina era muy noble, su bondad se extralimitaba en demasía. Hacía muchos años que el reino no tenía una heredera que desbordase tanta inocencia y tanta ternura. Aunque a veces se distraía de forma casi tonta
— Yo me preocupo por que les pueda ocurrir algo malo afuera. Solo es eso...—Elizabeth hizo una mueca cariñosa y la abrazó también. Le dio señas a Annabella moviendo su mano para que se uniera y esta obedeció alzando una ceja en señal de protesta. Su nodriza era lo más parecido a una madre que habían tenido desde pequeñitas tampoco se podía negar. — Bueno en fin — Genovieves las separó suavemente antes de que le ganara el sentimentalismo — Vayan a secarse y sentémonos a la mesa.
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Después de unas horas las tres herederas descasaban la siesta en su piso, que habían decidido destinar en el ático justo semanas después de que las hubieran llevado hasta aquel lugar nuevo y extraño. La rutina en soledad a veces les hacía olvidar que desde aquella noche oscura en que las sacaron de palacio ya habían pasado dieciséis largos años. La amplia habitación que compartían estaba acomodada con modestia pero sin perder el lujo de su casta. Las tres camas, al igual que los tres roperos y los escritorios eran de una finísima carpintería.
El cuarto fue inundado de sus toques personales a través del tiempo, lleno de manualidades en arcilla y dibujos colgados de pequeños cordeles. Espacios que lograron atrapar allí sus recuerdos de infancia y su nostalgia casi impuesta. Genovieves dormía a esa hora su tradicional siesta vespertina en su alcoba del piso inferior así que las hermanas aprovechaban para jugar y charlar sin la supervisión de la cuidadora.
Marina y Elizabeth jugaban a las cartas entusiasmadas sentadas sobre la cama de esta última. Mientras, Annabella acostada en la suya miraba a través del tragaluz circular como la tormenta que parecía implacable se disipaba con la naturalidad con que apareció sobre el bosque. No podía sacarse de la cabeza la idea de que algo raro pasaba en HavensBirds y que ella y sus hermanas enclaustradas allí no se enteraban de nada. Las carcajadas de Elizabeth y Marina la sacaron de sus pensamientos. Se volteó hacia ellas apoyando la cabeza sobre su brazo.
—Te he ganado otra vez. —Elizabeth se estiró, burlándose de su hermanita con falsa actitud triunfal. Marina fingió enojo cruzándose de brazos.
—No es justo Eli. Por la diosa Ha, ¿Cómo es que ganas siempre? No quiero jugar más. — se volvieron a reír escandalosamente.
—Porque es demasiado lista, Marina. No ha heredado ningún don pero es demasiado ingeniosa y perspicaz para salirse con la suya. Por ejemplo ¿mira cuanto tiempo ha logrado mantener oculta sus escapadas incluso ocultándonos a nosotras mismas la causa de ellas? A pesar de que hemos jurado mil veces no tener ningún secreto entre nosotras. —la miró acusadora fingiendo severidad. Elizabeth ladeó la cabeza y se puso de pie seria. Pero de pronto se dejó caer sobre Annabella y la atacó a cosquillas. Se revolcaron ambas en la cama hasta que Annabella logró librarse de la loca de su hermana con falta de aire por la risa. Se quedaron sentadas las dos a cada extremo del colchón recuperando el aliento.
—Tú estás loca, Elizabeth. — rió
—Y tú eres una gruñona, Anna. Debería ser yo la que siempre este de mal humor. No tengo un don maravilloso como ustedes dos. No sé ni siquiera cual será mi destino cuando salgamos de aquí pero no me entristezco por ello. En cambio tú siempre estás intrigosa, mal humorada y protestando... —Marina soltó un sonido de burla y Annabella le sacó la lengua en defensa — Recuerda que siempre, siempre, tienes que luchar por mantener una sonrisa en tus labios. Es el arma más poderosa de todas, créeme. —Annabella la abrazó con fuerzas mientras suspiraba.
— De igual manera... — alzó la cabeza para mirarla — No me cambies el tema. ¿A dónde te vas? — Elizabeth le alzo una ceja y aprovechando la distracción de Marina le señalo su presencia a Annabella en silencio. Esta sonrió cómplice.
— No es nada extraordinario. Prometo contarles. — le guiñó el ojo y Anna sonrió otra vez volviendo a hundirse en el abrazo cálido.
Su hermana mayor siempre lograba calmar el volcán de elementos que se revolvían de vez en cuando en su interior. Su presencia y su voz le transmitían esa paz inmensa, la seguridad y el cariño como si fuese una madre. Anna y Marina tenían dos años cuando su madre murió y solo quedaba en el fondo de sus recuerdos el casi extinguido sonido de su voz y un vacío en el corazón.
Marina se conmovió al mirarlas y se lanzó sobre ellas, abrazándolas también. Su forma de ser era más pegajosa y jamás había dudado en estar siempre prendida, como animalito asustado, del regazo de su hermana mayor. También para ella era el recuerdo viviente de su madre a la que disfrutaron tan poco. Elizabeth se recostó al respaldo de la cama mientras acariciaba las cabelleras de sus hermanitas. Sus ojos color aceituna se llenaron de lágrimas nostálgicas.
— ¿Me haces trampa, verdad? — Marina soltó las palabras de pronto con ese tono ingenuo tan característico y arrancó una carcajada de ambas —Por eso siempre ganas ¿no es cierto?
—Pero como crees mi hermanita... — Elizabeth le besó en el pelo.
—Claro que te hace trampa, Marina. No ves que eres muy tonta.
—No digas eso Annabella. — Elizabeth la regañó y todas volvieron a reír.
—Hermana... — Anna se incorporó para verla a la cara sentándose sobre las piernas cruzadas. Elizabeth sintió como su pequeña hermana tragó en seco antes de continuar. Siempre había sido la más fuerte de carácter y le costaba mostrarse conmovida, pero Elizabeth sabía que tenía un corazón inmenso detrás de esa armadura — ¿No sientes que hay una extraña fuerza sobre el bosque? No sé, siento que los elementos me quieren transmitir algo y no puedo descifrarlo. Y siento mucho desasosiego. Siento que estar encerrada aquí no ha hecho más que alejarme de mi poder. Soy una tonta, no puedo entender la magia.
—No, ¿pero qué dices? Eres muy joven aún. Tienes que practicar mucho más tu don. El está ahí... — le tocó sobre el corazón con la punta de sus dedos — No tengas miedo y no digas esas tonterías. Eres una gran elemental. Solo espera y verás cuando estés en el Templo y desates todo ese poder —sonrió compasiva — Lo que pasa es que ha llegado el año de la Ascensión. Es normal que la magia que vive en HavensBirds este inquieta. También es normal que ustedes estén ansiosas. Cumplirán la mayoría de edad y tendrán que salir de la cabaña para que todo HavensBirds las conozca al fin y ustedes también conozcan todo este mundo maravilloso. Una de las dos será la Reina Regente.
—Tú también saldrás de aquí ¿no? — Marina levantó la mirada para verle el rostro. Elizabeth le sonrió evitando que el miedo que a veces se apoderaba de ella impulsado por las dudas se reflejara en sus ojos.
—Claro que se irá con nosotras. Ella también es una reina —Annabella la miró con ese fuerte convencimiento que la caracterizaba, dibujado en su mirada.
— ¿Por qué no te fuiste cuando cumpliste la mayoría de edad, Eli?
—Porque no iba a dejarlas solas.
—Tú deberías ser la Reina Regente. — dijo Marina con tono tierno.
— ¿Por qué? Acaso porque soy más vieja — ríeron.
—No. Bueno, no sé. Porque eres... A ver ¿te imaginas a Annabella de Reina de HavensBirds? Todos andarían de mal humor siempre, protestando por todo y peleándose a cada rato — la risa fue más alta esta vez y Annabella hizo una mueca.
—Muy graciosa Marinita. Si tú fueras la reina todos terminarían contagiados con tus tonterías.
—No me digas tonta.
—No me digas gruñona.
—Bueno basta las dos. Ya dejen de decir tonterías. Cada una de ustedes es como es, no hay nada de malo en ello y nunca deben dejar de serlo. El año de la Ascensión es justamente para que el pueblo de HavensBirds desde una punta a la otra, sin importar sus Dones ni sus estatus, las conozca, pero tal y como son. En sus manos estara elegir a su Reina Regente y el mejor propósito será esto precisamente, ser uno mismo. Es siempre lo más importante. Sin importar lo que pase, es lo único que te hace ser una gran persona y más aún, una gran Reina. Así siempre lo decía mamá.
— ¿Te acuerdas de ella?
—Si... a cada instante.
— Yo casi la he olvidado —Marina se movió la nariz para evitar sollozar.
—Las dos eran muy pequeñas... Pero aunque no lo crean, ella está ahí en sus corazones... — les besó en la frente a cada una con dulzura — Ella siempre estará junto a nosotras, siempre. Y aunque no nos demos cuenta guiará nuestro camino. Cualquiera de las dos que resulte Reina Regente será una gran reina como lo fue mamá.
—Ves, ¿te das cuenta Eli? Las palabras que nos dices... Son tan lindas. Tú deberías ser la reina regente sin duda alguna —sentenció Marina bajo la mirada aprobatoria de Annabella. Elizabeth sonrió complacida.
—Pero yo no tengo ningún don, Marina. Es imposible que puedo regir. No te preocupes tanto. Además las dos que no seamos elegidas de igual manera seguiremos siendo Reinas, es la ley. Aunque no estemos en el trono del SkyHall somos herederas. Y todos tienen que tratarnos con la distinción especial que merecemos.
—Es casi mejor —Annabella resopló fingiendo alivio —No ser elegida, quiero decir.
— Umm, tal vez. De todas maneras recordemos siempre que es nuestro derecho de sangre y nadie lo puede discutir. Ni siquiera nosotras. Hace casi medio siglo que la realeza no tenía más de una heredera. Eso hace más excitante aún este año. Verán todos los festivales y certámenes que organizará el Concilio, los Priores y todas las altas cámaras para agasajar semejante acontecimiento. No tendrán tiempo de aburrirse y de experimentar miles de cosas nuevas. Es una tradición y una celebración de nuestras costumbres y será algo maravilloso. Al fin saldrán de este encierro y disfrutaran de la efervescencia de esta tierra. HavensBirds es una tierra mágica y mágico será vivirla. Ya lo verán.
— ¿Como lo sabes? Hace mucho tiempo que estás encerrada igual que nosotras. Tal vez este reino no sea tan agradable como imaginamos — Annabella cruzó los brazos sobre el pecho. Elizabeth no pudo evitar sonreír al siempre presente escepticismo de su hermana.
—Pero me acuerdo de cuando era pequeña. Lo poco que pude conocer al recorrer las regiones al lado de mamá... Fue maravillosa la adoración que nos profesaban y solo éramos las pequeñas princesas. Ahora tenemos más cosas que descubrir y mucha gente que conocer. Y muchas más experiencias que vivir... —le alzó una ceja cómplice. Annabella se puso de rodillas sobre la cama impulsada por la emoción.
—Eso si me encanta. Explorar. Sentir todo la magia. Descubrir cosas nuevas, muchas cosas nuevas. Ser libre. Lo haremos, ¿verdad hermana? ¿Te encargaras de que sea así?
—Haré todo lo posible. Aunque tienen que cumplir con sus deberes reales, ¿está claro? Tú por ejemplo, Anna, tienes que ir al Templo Mayor. Eres Elemental y debes estudiar con las sacerdotisas. Es tu deber. —Annabella volvió a cruzarse de brazos con esa mirada de protesta que tanto sabía hacer — Eso hará que domines tu don al máximo. Que seas muy poderosa y que estés preparada como lo ha de estar una reina para su pueblo. Siempre habrá tiempo para lo demás, se los prometo. — Sonrió —Y qué decir de Marina, con lo pegajosos y alborotados que son los Naturalistas. No tendrás tiempo para las muchas cosas que harás con ellos.
— ¿Pero entonces... seremos separadas por nuestros dones?
—No, bueno. No es tanto así, Marina. Todos los Dones Puros son muy queridos y sobre todo respetados. Y el pueblo entero está feliz de tener reinas con distintos dones. Cuando estábamos en palacio con mamá era emocionante ver a tantas personas desconocidas que te amaban con gran fervor sin importar cual era nuestro don. Claro está, que cada una será la favorita de sus congéneres en lo que al don se refiere, eso es inevitable. Los naturalistas adorarán a su reina naturalista y los elementales a su sacerdotisa reina...
—¿Y a ti? ¿Quién te adorará? — Marina la interrumpió ingenuamente. Elizabeth se quedó en silencio un instante. Volvieron las dudas sobre su futuro y se sintió agobiada. Suspiró para dispersarlas.
—Pues... ustedes, quién más... — todas rieron ante la ocurrencia — Al final todos respetan y quieren a todas sus reinas. Así que no estaré triste estando a su lado — les guiñó un ojo. Annabella se dejó caer en la cama con la felicidad brillando en su rostro. Imaginó cada palabra dicha por su hermana como si ya las estuviese viviendo. De pronto se volvió a girar hacia ellas arrugando el ceño.
—¿Y los habitantes de las tierras bajas, ellos también participan en la celebración?
—Claro que no, Anna. Ellos son malos. Son Desplazados. Son nuestros enemigos — Annabella rodeó los ojos insatisfecha con la respuesta de su hermana melliza.
—Pues no debería ser así. Ellos también habitan HavensBirds.
—Sí, pero no puedes sentar a tu enemigo a tu mesa. Podría traicionarte. No es tan sencillo. ¿No es así Elizabeth? — Elizabeth asintió ante la cara preocupada de Marina, pero en el fondo siempre había tenido curiosidad por saber toda la historia detrás del Mediodor. No la historia que contaba Katherine y el Concilio, sino la que corría como un susurro escondido, de boca en boca. Siempre pensaba que había mucho misterio detrás de todo ese asunto. Un pequeño silencio se apoderó por un momento de todas. Marina suspiró sonoramente rompiéndolo.
—Ufff, esto de ser reina regente es muy complicado. Yo no quiero ser elegida. No sabría como mandar a tanta gente ni hacer que todos convivan en paz.
—No te preocupes por eso, no estarás sola. El Concilio está para apoyar a la Reina en cuestiones de estado... — Annabella se incorporó como resorte.
—Pues si soy Reina Regente para seguir bajo los hilos de Katherine prefiero no ser elegida. Mejor que se ponga de reina ella y listo.
—No puede. Somos herederas de sangre directas del linaje de Galp. Nuestra familia ha sido regente de estas tierras por generaciones enteras hace muchos, muchos años. Es uno de los linajes más puros y extensos. Y nuestra madre fue la última Reina Regente que tuvo HavensBirds, así que somos descendientes directas. Nos toca continuar su legado.
—Quiere decir que Katherine ni soñando puede tocar si quiera la corona — sonrió con malicia — Eso en verdad debe fastidiarle — vuelven a reírse
— Y se fastidiara doble, porque ninguna tiene el don de los Envenenadores. Así que se romperá la dinastía que tenía el Concilio por tanto tiempo, con herederas del don de Envenenadores en la regencia, ¿no es verdad?
—Sí, es verdad. El Concilio está formado casi totalmente por herederos del Don de los Envenenadores y estaban más que contentos de que en muchos años la Regente profesara su mismo Don. Son algo egocéntricos. Pero esta vez no hay ninguna heredera.
—Eli, tal vez tú tienes el don puro de los Envenenadores — soltó Marina y todas se miraron.
—Y que sugieres Marina, que le demos de beber a nuestra hermana un brebaje de mandrágora para ver si sobrevive. ¿Y si no tiene el don?
—Oh, no, ni lo menciones. — Se estremeció imaginando un segundo perder a su hermana — Lo siento Eli, no quise decir eso. No quise angustiarte — Annabella y Marina continuaron discutiendo tonterías entre ellas pero Elizabeth ya no las escuchaba.
Un escalofrío recorrió toda su espalda cuando Annabella mencionó el veneno. Recordó cuando Katherine la entrenaba en las cámaras secretas bajo el Templo Mayor. Mas que entrenarla la torturaba, con toda su experiencia en el arsenal venenoso, queriendo que Elizabeth fuera a toda costa una heredera con el Don Puro de los Envenenadores, el don que ella profesa.
Los dolores eran tan intensos que perdía el conocimiento y recordaba como pasaba semanas enteras para curarse las llagas que supuraban en su piel. Sintió en ese momento como si su cuerpo ardiera en llamas, como si volviese a vivirlo, igual que en sus pesadillas. Fueron los tres años más terribles de su vida. La última noche era solo un borroso recuerdo de luces muy intensas y multicolores centellando en rededor. No supo que ocurrió, cree que perdió la conciencia. Después de esa noche Katherine dejó de torturarla. Aquello rondaba su cabeza a cada rato sin encontrar una explicación. Ella cumplía solo 12 años y la relación entre ellas nunca volvió a ser la misma.
—Eli, Eli... — la voz dulce de Marina la hizo salir de sus pensamientos — ¿Por qué lloras? — sin darse cuenta dos lágrimas habían escapado de sus ojos. Las limpió e imitó una sonrisa.
—No es nada. No te preocupes.
—Creo que en verdad algo si te preocupa.
—Me preocupa que ya no podré controlarlas.... — las atacó con cosquillas y todas se rieron a carcajadas revolcándose en la cama. Así rompió la incertidumbre de su interior y volvió a intentar que un momento feliz las envolviera. Dentro de muy poco, aquellas tardes juntas no se repetirían nunca más.
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