Capítulo veintiuno |Irene Matthews |
Después de una larga conversación con el doctor, mis dudas más pesadas quedaron resueltas. Saber que no fue una reacción voluntaria, sino que mi cuerpo había actuado por fuerzas fuera de mi control, me trajo un alivio inesperado. No era algo que hubiera deseado ni siquiera en mi peor momento. No fue culpa mía. No había sido yo.
Pero aún quedaban muchas preguntas sin respuesta, sobre todo acerca del virus. Aunque me inquietaba pensar en lo que ese mal significaba, decidí apartarlo de mi mente. Había algo más importante, algo más urgente. Mientras me mantuviera lejos de Jedik, todo estaría bien, o al menos eso me repetía a mí misma.
El cansancio en mi cuerpo empezaba a ceder. Necesitaba moverme, salir de la clínica. Sentía que si seguía aquí, rodeada de paredes blancas, perdería mi propósito.
Si no conseguí lo que quería con Killian a las buenas, entonces no me queda de otra que irme por las malas.
ΠΠΠ
Los días que pasaron desde que salí de la clínica estuvieron cargados de planificaciones. No era momento para dudar, sino para actuar. Sabía que la única forma de llegar a Killian era atacando donde menos lo esperaba: su propio imperio tecnológico. Burton Security podía presumir de su innovación en ciberseguridad, pero toda fortaleza tiene una grieta.
Pasé horas frente a mis pantallas, accediendo a los sistemas de Burton, metiéndome en los rincones más oscuros de su red. Al principio solo observé, estudiando cada protocolo, cada movimiento, y luego, cuando ya tenía un mapa mental de su estructura de seguridad en línea, comencé a construir mi ataque. Sería algo grande, algo que paralizaría por completo sus operaciones durante unos minutos, lo suficiente para que la situación me abriera paso hacia Killian. Conocía perfectamente el interior, cada oficina, todo el personal.
Sabía dónde estaría él: en una conferencia de tecnología de alto perfil. Era el escenario perfecto, rodeado de gente, con una seguridad que se sentiría invulnerable. Lo que no sabían es que yo había dejado una puerta trasera abierta en su red interna días antes. Todo estaba listo.
El día del evento, el primer paso fue un ataque a su infraestructura tecnológica, un corte temporal en las cámaras de seguridad, mientras las comunicaciones internas se volvían inestables. El siguiente paso fue mucho más sencillo. Colocar un pequeño dispositivo explosivo cerca de una de las salidas de emergencia no fue difícil. No quería causar daño a los empleados, pero sí sembrar el pánico necesario para que todos corrieran hacia las rutas de evacuación.
Cuando el estallido resonó, los gritos comenzaron, y como había previsto, las personas se agolparon en las salidas. Yo, disfrazada como parte del personal de seguridad, me moví con calma en medio del corre y corre. Sabía exactamente a quién estaba buscando entre la gente.
Avisté a Killian en el centro de la confusión, rodeado por sus guardaespaldas, quienes alguna vez fueron mis compañeros, pero en este viaje, ellos no tenían invitación.
Ellos lo cubrían a vuelta y redonda para llevarlo a un lugar seguro, pero uno a uno de los que iban detrás fueron cayendo, rindiéndose ante mi arma. Los gritos de pánico ahogaron el suave chasquido de los disparos. La gente corría despavorida, empujándose unos a otros para salir. Todos fueron eliminados, hasta que solo quedaron dos, protegiéndolo de ambos lados.
Ajusté mi puntería y, con dos disparos certeros, les volé la cabeza a ambos, dejando un rastro de sangre que finalmente capturó la atención de Killian. Él se detuvo en seco, girándose lentamente hacia mí. En pocos segundos, solo quedamos él y yo en la sala.
—Has mostrado tu verdadera cara—dijo, frunciendo el ceño mientras me apuntaba con su arma.
—La tuya no ha cambiado nada, sigue siendo la misma cara de culo de siempre—respondí con una sonrisa ladeada, apuntándole a la cabeza sin titubear, sin perderlo de vista ni por un segundo—. Es agradable volver a verte. Sabía que tarde o temprano este día llegaría. Pero antes de que me juzgues... —incliné un poco la cabeza, divertida—, deberías darme la oportunidad de defenderme, ¿no crees? Después de todo lo que hemos pasado juntos—dejé que mis palabras fluyeran despacio, como veneno.
Él me observó fijo en completo silencio.
—Por la amistad que hemos forjado, te pido que vengas conmigo. A la buena. No quiero hacerte daño.
Me sostuvo la mirada, sus pensamientos siendo un misterio que solo él comprendía. Finalmente, tras unos interminables segundos, asintió con la cabeza, bajando su arma con calma antes de arrojarla al suelo.
—Sabía que lo harías—mi dedo aún descansaba sobre el gatillo.
Killian fue sorprendentemente juicioso. No opuso resistencia cuando lo conduje fuera de la empresa y lo llevé hacia la camioneta que había preparado. Abrió la puerta y se sentó en el asiento trasero sin decir una sola palabra, extendiendo las manos hacia mí, como si aceptara su destino.
—¿Realmente es necesario que me amarres? —preguntó, observándome desde abajo mientras yo sacaba las cuerdas del maletero.
—Sí—respondí sin mirarlo directamente, enfocada en mi tarea. Aunque cooperara, no iba a cometer el error de confiarme.
Le até las manos con firmeza, asegurándome de que no tuviera forma de liberarse, y luego, de la misma manera, inspeccioné cada rincón donde sabía que él solía ocultar armas. Empecé por los bolsillos de su chaqueta, luego sus costados, y finalmente me incliné hacia sus piernas. Mi mano recorrió sus muslos, apretándolos con fuerza cerca de la entrepierna para asegurarme de que no tuviera nada oculto.
Fue entonces cuando sentí algo duro. Mi primera reacción fue automática, asumí que se trataba de un arma, pues sabía que siempre cargaba con varias encima. Me detuve un segundo y alcé la vista, dispuesta a sacarla, pero él solo me miraba fijamente, con una chispa de diversión encendiendo sus ojos.
—No pierdas el tiempo. Esa arma no está cargada.
Lo miré sin poder evitarlo, entendiendo a qué se refería. No pude contener una pequeña sonrisa irónica.
—No es algo de lo que debas preocuparte.
Terminé la búsqueda rápidamente, satisfecha de que no llevaba nada más. Pero incluso mientras retrocedía, podía sentir su mirada fija en mí, como si quisiera decir algo más, algo que ambos entendíamos, pero ninguno se atrevería a pronunciar.
Lo llevé hasta mi guarida, el único lugar donde podía manejar la situación sin interrupciones. Killian permaneció en silencio durante todo el trayecto, pero sentía su mirada a través del retrovisor buscando respuestas. Lo dirigí hacia una silla de madera en el centro del cuarto y lo obligué a sentarse, atándole las manos detrás de la espalda con la misma firmeza que había usado antes.
Me quité el gabán y la identificación falsa del guardia, quedándome con la camisa negra de manga larga, subiendo las mangas hasta los codos. Sabía que tarde o temprano diría algo. Killian no era de quedarse callado, y no me equivocaba.
—Defiéndete, Ian. Dime por qué me traicionaste. ¿Qué trato tienes con Jedik Marcone?
Él siempre iba directo al grano, sin perder tiempo en rodeos. Yo también podía ser igual.
—No tengo ningún trato con Marcone—respondí, manteniendo la calma, pese a su tono cargado de resentimiento—. Es difícil de explicar cómo nuestras vidas se cruzaron, pero esto no tiene nada que ver con él.
Lo vi fruncir el ceño, incapaz de aceptar una respuesta tan sencilla. Siempre había sido lógico, exigente y calculador.
—Te di todo—continuó, su voz más baja pero cargada de frustración—. Te protegí. Confié en ti. Hasta arriesgué mi vida por ti cuando decidí que trabajaras para mí. ¿Y así me lo pagas?
Tomé aire, sabiendo que cualquier intento de suavizar la situación sería inútil.
—No es una traición, no lo veas así. Lo que busco no tiene nada que ver contigo. Mis decisiones son mías, no de Marcone, ni de nadie más. Simplemente necesito información de tu padre, pero sé que no la voy a obtener de ti.
Sabía cuánto significaba para él, la lealtad que siempre había tenido hacia su padre. No iba a traicionarlo, ni siquiera bajo tortura. Y no esperaba que lo hiciera.
—¿Estás detrás de mi padre? ¿Por qué?
—Tu padre mató a mi hermano, pero no es momento de entrar en esos… detalles—caminé hacia la cocina, en busca de la cizalla.
Un tic nervioso pasó por su rostro, una minúscula señal de su lucha interna. Él no se rendía fácilmente, pero también era lo suficientemente pragmático como para saber que yo decía la verdad. Mataría antes de traicionar a su padre.
—No te voy a pedir que delates a tu padre—continué—. Sé que eso nunca pasará. Sería una pérdida de tiempo, y yo no pierdo el tiempo con cosas inútiles.
Me buscaba con la mirada. Lo conocía lo suficiente como para saber que no aceptaba la derrota fácilmente, pero también que comprendía la lógica de lo que le decía.
—Voy a obtener las respuestas que necesito, pero a mi manera—le aseguré, acercándome por detrás suyo—. Me encargaré yo misma de sacarlo de su escondite.
Sin advertencia, sin darle tiempo siquiera a prepararse, bajé la cizalla hacia su mano izquierda. La hoja afilada se cerró sobre su dedo meñique, y el corte fue limpio, rápido. Su grito de dolor llenó la habitación, rasgando el aire. Su cuerpo se retorció, pero no pudo escapar del dolor que ahora lo consumía.
Me agaché y recogí el dedo del suelo, observándolo un momento antes de girarme hacia él, quien respiraba con dificultad, la mandíbula apretada por el dolor y las lágrimas recorriendo sus mejillas rojas. Nunca le vi llorar, pero había algo detrás de sus expresiones que me generaba cierta satisfacción e interés.
—Sabes que si lo cuidas bien, podrían volvértelo a colocar—me acerqué a la mesa, lo envolví con una gasa húmeda y lo coloqué dentro de una bolsa plástica sellada. Luego, con calma, puse esa bolsa dentro de un recipiente con hielo—. Tienes doce horas—coloqué el recipiente frente a él—. El dedo puede ser reimplantado si se mantiene en frío, así que asegúrate de que alguien lo vea rápido y le pasen el mensaje a tu padre. Si no recibo una respuesta en ese tiempo, no me importará enviarle pedazo tras pedazo de su único hijo a tu padre. Ojo por ojo, dedo por dedo, cabeza por cabeza.
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