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Capítulo veintinueve: JEDIK MARCONE

En un maldito instante, me hundí a medias en ella sin siquiera planearlo. Estaba tan mojada, que con el más mínimo movimiento en falso, podría atravesar las puertas del mismísimo cielo. Su cuerpo se tensó, pero en vez de apartarme, sus piernas se enroscaron alrededor de mi cintura, acercándome más a ella. 

¿Era eso una invitación a que continuara? ¿Verdaderamente quería que lo hiciera? ¿Por qué no podía oír sus pensamientos cuando más lo necesitaba?

La miré a los ojos, esa frialdad habitual en su rostro había dado paso a algo más. 

—¿Alguna vez te has imaginado... uniendo tu vida a la de alguien más? —la pregunta salió de mis labios antes de poder detenerla. No tenía sentido, lo sabía, no era el momento, también lo sabía. Pero la imagen estaba ahí, en mi mente. Ella y yo, nuestros hijos… aunque nunca había querido eso para mí, la simple idea me erizó. 

Frunció el ceño, su mirada se oscureció.

—¿A qué viene esa ridícula pregunta? 

—Respóndeme—le dije, sin apartar la mirada de ella—. No puedes decirme que alguien realmente quiere terminar solo. Irse de este mundo sin dejar una huella, sin haber vivido plenamente.

Sabía que sonaba a un ideal absurdo, pero no podía evitar pensar en ello. No podía evitar pensar en ella, en lo que podría llegar a ser si no estuviera tan consumida por su odio. Si no estuviera tan marcada por su pasado. Pero entonces vi cómo su expresión cambiaba, cómo volvía a erigir esa barrera infranqueable que siempre llevaba consigo.

—No estoy interesada en esas cosas mundanas—replicó, con voz cortante—. Ni en hombres, ni en familia. Soy la excepción a esa manera tan cerrada que tienes de ver el mundo.

No podía creer que alguien pudiera vivir únicamente para odiar. No podía ser que toda su vida girara en torno a algo tan vacío como la venganza. Pero ¿quién era yo para juzgarla? Nuestras metas eran diferentes, pese a cierto enemigo en común. 

—¿Cuáles son tus metas, entonces? —le pregunté, buscando en sus ojos alguna respuesta más allá de su desprecio—. Porque todos tenemos una meta, algo que nos mueve, más allá del odio.

—Lo único que me mantiene conectada a este mundo es mi venganza. Es lo único que me importa. Lo único que me ha importado siempre.

—¿Qué piensas hacer luego de concretar tu venganza? La venganza no es suficiente para vivir—susurré contra su piel—. No puedes sostenerte solo con odio.

Me enfurecía. No podía aceptarlo. No podía aceptar que esta mujer, la madre de mis hijos, pudiera resignarse a vivir de esa manera. Sentí una rabia interna, no hacia ella, sino hacia el mundo que la había llevado hasta ese punto. Quería sacarla de esa oscuridad, pero al mismo tiempo, sabía que no era yo el más indicado para hacerlo.

Me acerqué más, dejando que mis labios rozaran su cuello. Sentí su piel estremecerse, pero su mente parecía estar en otra parte, como si estuviera atrapada entre querer y no querer.

—¿Quieres que continúe? —susurré en su oído.

Ella no me miró, pero su respuesta fue clara.

—No.

Sin embargo, no hizo ningún intento por apartarme. Mis caderas seguían atrapadas entre sus piernas, y por un momento, me quedé observándola. ¿Por qué decía una cosa y hacía otra? Mis manos se apoyaron en la cama, sobre sus costados, y me incliné un poco más cerca de su rostro.

—Si quieres que me detenga, ¿por qué me retienes entre tus piernas? Si me dejas ir, puedo salirme.

Sus ojos finalmente se encontraron con los míos.

—Mi cuerpo no responde.

No pude evitar sonreír. Era fascinante verla tan incómoda, tan fuera de su control, cuando ella siempre era la que tenía el mando. 

—Ni creas que en mi sano juicio te permitiría sembrar eso en mí—sentí su interior palpitar, como si cada vez que se resistía, el la traicionara.

—Es como si estuvieras esperando que yo tome la decisión por los dos. 

—Termina con esto de una vez. 

—¿Y si soy yo quien no quiere terminar con esto? ¿Y si simplemente quiero comenzar algo contigo, a sabiendas de que siempre recibiré una negativa de tu parte?

Abrió sus ojos de par en par. 

—Quiero que me des la oportunidad de conocerte más a fondo. Tal vez, tomándonos el tiempo de conocernos mejor, podamos llevarnos bien—mi voz fue más baja al final, porque sabía que esas palabras podían caer en saco roto con ella—. Pero para eso, necesito que pongas de tu parte, fierecilla. Esto es cosa de dos.

Su risa fue breve, como si le hubiera contado un mal chiste.

—¿Quién te dijo que me interesa conocerte o llevarme bien contigo?

—Existen tres razones para hacerlo. 

Ella entrecerró los ojos, su ceño fruncido, desconfiada.

—¿Cuáles son esas supuestas tres razones?

—Te lo revelaré solo si me concedes una cita—respondí, con una sonrisa más amplia, saboreando la sorpresa y la frustración en su rostro. 

—¿Una cita? —enarcó una ceja—. Eres patético. 

Finalmente, luego de varios segundos en completo silencio, asintió. 

—Está bien. No tengo nada que perder. 

No esperaba convencerla tan rápido. Pensé que tendría que acudir a otras tácticas, tal vez más sucias. 

—¿Podrías quitarte?

—Se siente rico dentro de ti. ¿Me concedes unos minutos más aquí? 

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