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Capítulo veintidós| IRENE MATTHEWS|

Me quité la gorra, sintiendo cómo el sudor resbalaba por mi frente. La última pieza del disfraz que me quedaba y ya no tenía sentido mantenerla puesta. Me acerqué al espejo, necesitando un segundo para respirar y evaluar la situación. Pero lo que vi me desconcertó, en los últimos días, mi cabello se había vuelto más blanco en ciertas zonas. Tomé algunos mechones entre los dedos, tratando de asimilar lo que veía. Este proceso estaba acelerándose, mucho más de lo que imaginaba.

Suspiré y, al soltar el mechón, me percaté de los residuos de sangre en mi dedo. Seguramente fue cuando le vendé la mano. No me di cuenta antes, pero mientras me tocaba el cabello, manché ligeramente mi mejilla, cerca de los labios. Un escalofrío recorrió mi espalda. Las palabras del doctor aparecieron por mi mente: “No puedes tener contacto con sangre ajena. Es uno de los tantos medios de contagio”.

Pero era solo sangre, ¿verdad? Sangre fuera de su cuerpo, no dentro de él. No corría riesgo… al menos eso me repetí a mí misma. Aun así, sentí algo que no esperaba, una apetencia. Una curiosidad malsana que me encendió por dentro. Olí la sangre en mis dedos y, para mi sorpresa, era… exquisita. El color, el aroma. El doctor también me había advertido sobre esto: cuando sintiera el impulso, debía regresar a la clínica. Era el primer síntoma de que podía perder en cualquier momento el control, y la única manera de aplacar esa sed era con un suero que administraban allí.  

Pero no podía irme. No ahora, con Killian en mis manos. Tenía que controlarlo, ¿no? Me convencí de que solo sería un poco, solo lo necesario para calmar esa sensación que me quemaba por dentro. Llevé mis dedos manchados de sangre a los labios y los probé. Un leve gemido escapó de mi garganta. Delicioso.  

Pero fue demasiado poco. Apenas había tocado la superficie de la sed que sentía, una sed que se alimentaba de algo más profundo y salvaje dentro de mí.

Sacudí la cabeza, volviendo en mí. Me dirigí de vuelta al cuarto donde Killian estaba amarrado. Ya no lloraba, pero su mirada seguía ahí, llena de odio y rencor. No podía quitármela de la cabeza. Me excitaba de una forma inexplicable tener ese control sobre él, verlo así, derrotado ante mí. Esa arrogancia, ese narcisismo. Los Burton siempre habían sido así: orgullosos, prepotentes, manipuladores. Siempre creyéndose con el derecho de dominar a los demás.  

Ahora lo tenía a él. Un pensamiento cruzó mi mente, oscuro y violento: Arrancarle los ojos. 

La idea me provocó un calor que me recorrió el cuerpo entero. Sin pensarlo, me dejé caer de espaldas sobre la cama, abriendo las piernas de par en par frente a él. Mi respiración se aceleró de inmediato. Un hormigueo intenso se apoderó de mis pezones. Los vendajes húmedos que cubrían mis pechos me incomodaban, pero lo que realmente me perturbaba era la sensación de que estaba segregando leche. El virus, otra vez el virus. Recordé las palabras del doctor. Este síntoma desaparecería con el tiempo, pero ahora me torturaba.

Sentía burbujas dentro de mí, una humedad que se extendía desde lo más profundo de mi cuerpo hasta mi intimidad. Me llevé los dedos a la boca, chupándolos, sin apartar la mirada de Killian. Sus ojos sobre mí, alimentando ese poder que ahora sentía tan arraigado.  

Mi mano bajó lentamente hasta mis pechos. Los vendajes no hacían más que irritarme, la comezón me volvía loca. Los toqué por encima de la ropa, sintiendo una necesidad urgente de que alguien, algo, los atendiera. Ese líquido que los llenaba, que me mortificaba, parecía querer salir, pero no encontraba forma de liberarlo en su totalidad. La frustración crecía, al igual que el deseo insaciable de controlarlo todo, de manejar a Killian hasta el último de sus suspiros de dolor.  

Me puse de pie lentamente, sin perder de vista su expresión, desabotoné la camisa, un botón tras otro, con una calma deliberada. La dejé caer al suelo sin prisa, exponiendo los vendajes que envolvían mi pecho. Killian me miró, primero con confusión, luego con sorpresa. Sus ojos se abrieron más de lo habitual, y noté el ligero temblor de su cuerpo, como si no pudiera procesar lo que veía.  

—Este es mi otro pequeño secreto—me acerqué un poco más, inclinándome lo suficiente como para que pudiera ver mejor los vendajes húmedos, apretados sobre mi piel—. ¿Estás decepcionado de saber que tu "hermano", en realidad, es una “hermana”?

Tragó saliva, tratando de encontrar una respuesta, pero sus palabras quedaron atascadas en su garganta. 

—Me da la impresión de que siempre has tenido ciertas inclinaciones por los hombres. 

—Esto no puede ser verdad—soltó entre dientes.

Dejé caer los vendajes, exponiendo mis pechos al desnudo. 

—¿Todavía lo piensas?

Incluso cuando intentaba mirar al otro lado de la habitación, sus ojos lo traicionaban.

—¿Y ahora qué? —continué, sentándome en su regazo—. ¿Te vas a quejar porque tu “hermano” te mintió? Vamos. Eres más inteligente que eso—me acomodé sobre él, sintiendo su erección punzante debajo de mí—. No pensé que, incluso estando en esta situación, ibas a reaccionar como un pervertido masoquista—tomé su rostro con mis dos manos y lo enfrenté—. Mírame cuando te hablo—sus mejillas estaban enrojecidas y gotas de sudor se deslizaban por su barbilla hacia el cuello—. Al parecer, solo tú me guardas rencor por lo del dedo, pues este está más vivo que nunca. 

—Pasé por alto todas las banderas rojas... Me hice el de oídos sordos cuando me decían que no confiara en ti... hasta cierto punto, puedo aceptar que tu propósito de acercarte a mí fue para dar con mi padre. Incluso puedo aceptar también que me hayas ocultado lo que eres, que te estés vengando de él por medio de mí, con la mentalidad de que él aparecerá para sacarme de aquí. Pero lamento decirte que estás perdiendo el tiempo. No importa lo que hagas conmigo, él jamás moverá un solo dedo para sacarme de aquí. Mi padre no me quiere. Él no quiere a nadie. Siempre he sido un peón más para él. Puedes cortarme dedo por dedo, extremidad por extremidad... y no hará ninguna diferencia. 

—Incluso si no logro mi cometido, esta es una oportunidad que no desperdiciaré. 

—Todo lo que tengas en mente hacerme puedo tolerarlo, pero lo que no aceptaré jamás es que te burles de lo que me haces sentir. No juegues con eso. 

Lo miré de arriba abajo, buscando algún indicio de burla o sarcasmo en su expresión, pero no había nada. ¿Realmente hablaba en serio? Killian Burton… ¿enamorado de mí?

No pude evitarlo. Una risa fría y amarga salió de mis labios. Era absurdo.

—¿Lo que te hago sentir? ¿Estás insinuando que estás enamorado de mí? —solté, incrédula, mientras mi mente repasaba los momentos. 

Los celos, la sobreprotección, la manipulación… Ahora todo tiene sentido. 

—Eres patético. Un hombre como tú, arrogante, narcisista, creyendo en algo tan ridículo como el amor. Vamos. ¿Realmente hay algo en ese podrido corazón tuyo? —me burlé, incapaz de contenerme.

Con un solo tirón, rompió las sogas que lo mantenían atado con las manos a la espalda. Por más fuerza que tuviera, mis amarres debían ser lo suficientemente resistentes como para ser arrancados de esa manera tan brusca. 

En un movimiento rápido, me levantó en el aire y me dejó caer de espaldas sobre la cama. Sentí el golpe recorrer mi cuerpo, dejándome momentáneamente aturdida.

—Ya fue suficiente de juegos. Hace mucho tiempo que dejé de jugar, desde que seguí pensando en ti… aun después de verte marcharte con Marcone esa noche. Renuncié a mi puto orgullo por ti. 

Sus palabras eran como dagas, pero lo que vi en sus ojos fue lo que realmente me paralizó. Sus ojos, que siempre habían sido de un gris frío, se volvieron completamente negros. Lágrimas negras empezaron a correr por su rostro, deslizándose hacia su barbilla, mientras las venas en su cuello y brazos se hinchaban, teñidas de un color oscuro, como un líquido y espeso como el petróleo fluyera a través de ellas. 

—Lo mínimo que puedes hacer ahora es aceptar tu derrota. Así sea fingiendo… como tan bien sabes hacerlo. Miéntele una sola vez a mi maldito corazón y hazme creer que es recíproco. 

No podía apartar la mirada de sus ojos. Eran iguales a los de Jedik.

—Y entonces… —susurró, subiéndose sobre mí—, entonces te dejaré concretar tu venganza.

Las lágrimas negras, el cambio en sus ojos, el color oscuro de sus venas… No podía ser. Killian estaba infectado con el mismo virus. ¿Cómo había sido posible? 

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