Capítulo veinticuatro: BEATRICE MARCONE
Beatrice
Leah subió el cuerpo inconsciente de Killian al auto, dejándolo caer pesadamente en el asiento trasero. Observé cómo se ajustaba el cinturón de seguridad, con su semblante habitualmente tenso.
—¿A dónde lo llevaremos? —preguntó, sin apartar la vista de Killian por el retrovisor, mientras yo me acomodaba en el asiento delantero, cruzando las piernas.
—Lo llevaremos con un doctor que conozco. Uno que no hará preguntas innecesarias. No puedo llevarlo con el médico de la familia. Ese hombre tiene la lengua demasiado suelta y no tardaría en decírselo a mi hijo. Al menos nos facilitó el dedo, pensé que sería difícil convencerla.
Soltó un bufido, arrancando el auto, pero no pudo contenerse.
—No entiendo el porqué buscaste a esa mujer. No es de fiar. ¿Por qué te empeñas en juntarla con tu hijo? —me lanzó una mirada de reojo, sus ojos oscuros reflejaban la misma preocupación que había sentido desde el principio—. Solo traerá problemas.
Sonreí suavemente, acariciando el brazo del asiento con una uña.
—Mi reina, criar a tres bebés no es tarea de una sola persona. Necesitan de una madre y un padre. Conozco a mi hijo, y sé que debe estar volviéndose loco. Ha desatendido los negocios por completo, todo para dedicarse a ellos. No puedo permitir que otra mujer se haga cargo de mis nietos. No sería justo para ellos. Mucho menos dejar que otra ocupe el lugar de su madre... cuando su verdadera madre está viva. Mi hijo necesita una compañera de vida. Si algún día falto, se sentirá muy solo.
Apretó el volante, sus nudillos blancos por la presión.
—Jamás permitiría que algo te pase.
—Lo sé.
El auto avanzaba por la carretera desierta, mientras mis pensamientos se dirigían hacia Irene y lo que había notado antes de irnos.
—¿Te diste cuenta? Sus pechos estaban hinchados... y segregando mucha leche. Esa leche es de mis nietos y de mi hijo. Se está perdiendo. Irene también debe estar sufriendo. Como madre, sé lo que es esa incomodidad constante, tener los pechos llenos de leche... sin poder aliviarse.
Me miró de reojo, frunciendo el ceño, claramente molesta.
—¿Y por qué diablos le estabas mirando los pechos a esa mujer? —espetó, su voz cargada de reproche.
Solté una ligera carcajada, encontrando su enojo y celos tan encantador. Me incliné hacia ella, mis dedos rozando su mejilla en un gesto íntimo y tranquilizador.
—Me encanta esa parte de ti—susurré, recorriendo su piel con suavidad—. Tus celos son encantadores.
Cerró los ojos brevemente bajo mi toque, dejando que su enojo se disipara un poco.
—Sigo pensando que fue mala idea. Esa mujer es rencorosa. No pongo en duda que sea capaz de atentar contra sus propios hijos.
—Lo rencorosa no la hace estúpida. Puede que su carácter se ablande un poco si mi hijo también pone de su parte. A mí parecer, hacen una bonita pareja.
—Estás omitiendo varios hechos a destacar. Tu hijo no tiene ningún interés en poner de su parte, si lo tuviera, en primer lugar, no le habría ocultado el embarazo, mucho menos a sus tres hijos. La actitud que asumirá esa mujer cuando se entere no será para nada agradable. Tú y tu mendigo afán de jugar a cupido. No se pueden forzar las cosas y eso es justamente lo que estás haciendo. Espero esto no resulte en una tragedia y esa misma mujer termine arrebatándote a tu propio hijo.
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