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Capítulo veinticinco: IRENE MATTHEWS

IRENE MATTHEWS 

Me quedé dándole vueltas a la idea de si aquello era una trampa. Conociendo a los Marcone, no suelen moverse con ese tipo de tácticas tan baratas. Además, Beatrice no parecía tener ese tipo de intención. Sin embargo, algo en lo que dijo despertó mi curiosidad, y la única forma de sacarme esa duda era yendo hacia esa dirección. 

Aunque Jedik y yo habíamos hecho una tregua, tenía que estar preparada, así que me aseguré de encontrar un buen punto para vigilar antes de cualquier movimiento. 

Me quedé observando aquella propiedad que parecía surgir de la nada. Estaba en medio de un terreno vasto, alejada de todo, sin ninguna señal de civilización cercana. Solo había árboles, colinas y un cielo gris que le daba al lugar un aire aún más desolado. La casa no era especialmente grande, pero sí lo suficiente para dejar claro que nadie iba allí buscando compañía.

Desde mi posición en el árbol, podía ver los caminos de tierra que serpenteaban hacia la entrada, mal mantenidos, como si nadie los hubiera usado en mucho tiempo. No había vecinos, ni tráfico, ni ruidos, solo el leve susurro del viento y el crujir de las hojas secas. El perímetro estaba rodeado por una cerca metálica, aunque la verdadera defensa eran los sistemas de seguridad que había identificado: cámaras escondidas entre las ramas de los árboles, sensores en el suelo, y al menos dos guardias que patrullaban a intervalos.

Moví los binoculares, explorando los detalles de la casa. Las ventanas eran estrechas, como si fueran más defensivas que decorativas, y había una torre pequeña en el lado este, posiblemente una vieja caseta de vigilancia. Parecía el tipo de lugar donde uno iba cuando quería desaparecer del mundo, lo cual encajaba con la naturaleza de Marcone.

De repente, vi a una mujer empujando un coche grande, uno de esos con tres espacios, y me llamó la atención. No tenía pinta de ser una visitante cualquiera. Marcone la guiaba hacia la entrada, como si fuera una rutina que ya conocían bien. La escena me hizo fruncir el ceño. ¿Hijos? ¿Marcone tenía hijos?

La idea me sacudió por un momento, pero no dejaba de parecer absurda. Solo una mujer con pésimo gusto y falta de amor propio le daría hijos a un hombre como ese. 

Justo cuando estaba bajando los binoculares, lo sentí. Marcone giró su cabeza hacia mi dirección, y aunque era imposible desde esa distancia, sentí como si me estuviera mirando directamente. Tal vez era pura coincidencia… o tal vez él sabía mucho más de lo que aparentaba y su madre lo puso en sobre aviso. 

—Puedo olfatear tu repugnante olor a tierra mojada a kilómetros—escuché su voz retumbar desde la distancia, firme y burlona, rompiendo el silencio del lugar. Él no había perdido tiempo en hacerme saber que me había detectado.

—Y yo puedo sentir tu ego inflado desde el otro lado del planeta. 

—¿Tus padres no te enseñaron que es de mala educación aparecer sin avisar? Estas no son horas de visita. Ah, espera... olvidé que no tienes padres.

Hizo un gesto hacia sus perros guardianes, indicándoles que no abrieran fuego contra mí, y comenzó a caminar hacia la cerca, donde yo seguía al otro lado. Lo observé con cautela mientras se acercaba, sus movimientos relajados, como si no le importara en lo absoluto mi presencia.

—¿Puedo saber cuál es el propósito de esta visita? ¿Te tomaste la molestia de encontrar mi ubicación porque... me extrañabas?

Bufé, soltando una carcajada seca. Dejé que los binoculares colgaran de mi pecho y me puse de pie sobre la rama del árbol, preparándome para saltar la cerca. No tenía la más mínima intención de quedarme en ese lugar observando desde lejos.

Sin embargo, no contaba con que Jedik se iba a poner justo en medio, esperándome. Salté, y en lugar de rodar por el suelo como había planeado, me encontré cayendo directo en sus brazos. El golpe fue suave, amortiguado por su cuerpo, y lo primero que percibí fue el aroma de su colonia. Ese maldito olor me rodeó y, con rapidez, me solté de su agarre, dando dos pasos hacia atrás.

—Habíamos acordado que no te aparecerías ante mí nunca más—me recordó—. ¿Por qué has roto nuestro acuerdo?

Lo miré con atención, más cerca de lo que me hubiera gustado. Sus ojos, siempre tan intensos, ahora mostraban signos evidentes de fatiga. Las ojeras o manchas oscuras bajo ellos indicaban que llevaba días sin descansar.

¿Por qué había venido aquí? ¿Qué demonios estaba buscando?

Por un momento, me quedé en blanco, la razón de mi visita difuminándose entre mis pensamientos. Pero entonces las palabras de Beatrice resonaron en mi cabeza. Abraham Burton. Eso era. Claro que sí.

—Eso es… 

La mujer que llevaba a los bebés se asomó por la puerta principal y llamó a Jedik. Él apartó la mirada de mí por un segundo, aunque pude notar un destello de irritación en su expresión. Cuando volvió a mirarme, su tono fue más neutral.

—Espérame en la entrada—me dijo, cruzando los brazos—. Cuando regrese, te llevaré a otro lugar donde podamos hablar con más tranquilidad. Digo, si es que has venido a hablar.

Me quedé quieta, considerando si realmente valía la pena esperar o si debía largarme antes de que las cosas se complicaran más.

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