CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE: BEATRICE MARCONE
Beatrice Marcone
Puse mi huella dactilar sobre el lector y, tras un leve pitido, la puerta se deslizó con un sonido suave pero pesado. Un aroma a metal y encierro llenó mis pulmones al cruzar el umbral.
Caminé hasta la mesa del centro y me serví un trago de whisky, el hielo tintineando al chocar contra el cristal de la copa. Sin prisa, me senté en la única silla frente a las rejas, cruzando una pierna sobre la otra, como si estuviera en cualquier otro lugar y no aquí, en este lugar olvidado por todos, menos por mí.
—Te ves bien, mejor de lo que esperaba, en realidad—dije con una ligera sonrisa, observando sus ojos rojos que me seguían con un odio desmedido, como una bestia salvaje que no conoce otra cosa más que el instinto.
No esperaba una respuesta, nunca la esperaba, pero me gustaba imaginar que él, de alguna forma, entendía cada palabra.
Tomé un sorbo de whisky, el calor bajando por mi garganta mientras jugueteaba con la copa en mi mano, observando cómo las gotas se deslizaban lentamente por el cristal.
—Debo disculparme por no haber venido antes a visitarte. He tenido tantas cosas que atender allá fuera. Ya sabes, esas tediosas responsabilidades que conlleva estar siempre un paso por delante—levanté la vista y lo miré, sus manos encadenadas seguían firmemente apretadas alrededor de los barrotes—. Pero no vine a hablar de mí.
Me incliné hacia atrás, estirando un poco los hombros mientras mis pensamientos viajaban hacia el motivo real de mi visita.
—Jedik—dije con una leve sonrisa, saboreando el nombre como quien saborea un buen vino—. ¿Sabes? Por primera vez en mucho tiempo, está mostrando interés en organizar su vida, en tener una familia, con una sola mujer. ¿No es curioso? —reí suavemente, más para mí que para él—. Se convirtió en padre.
Giré la copa en mi mano, haciendo que el líquido se arremolinara dentro.
—Todavía no he conocido a mis nietos, ¿puedes creerlo? Los tiene ocultos de mí, como si no supiera qué es lo mejor para ellos. Dos niñas y un niño, más otros tres que vienen en camino. ¡Tres más! Es muy pronto para saber qué serán, pero no tengo duda alguna de que serán tan bellos como su padre. Y, claro, como la madre de esos pequeños.
Me tomé un momento para apreciar el silencio que él ofrecía, ese silencio lleno de una furia contenida, imparable pero inamovible.
—Ah, esa mujer... Desde la primera vez que la vi, supe que estaba destinada a ser parte de nuestra familia. Mi nuera. Ella es... diferente. Especial. Jedik lo sabe, aunque no lo admita. Hará cualquier cosa por ella. La vida que lleva, todo lo que ha hecho, es por ella. Me hace gracia pensar en cuánto ha cambiado desde que ella llegó a su vida.
Apoyé la copa en la mesa, observándolo fijamente mientras mis dedos tamborileaban sobre la madera. El brillo en sus ojos no se apagaba, y eso me agradaba.
—Pero Killian... Él no se queda atrás, ¿sabes? Ese hombre que desde niño le tenía pavor a las mujeres, que nunca mostró inclinación alguna por ellas... Ahora resulta que sí le atraen. Y lo más increíble es que, de todas las mujeres que hay en este maldito mundo, se vino a fijar en mi nuera. Mis dos hijos, enamorados de la misma mujer. Ahora entiendes lo especial que es ella, ¿verdad?
Su reacción no era tan inmediata, pero noté un ligero cambio en su respiración, una tensión en sus manos y garras afiladas.
—Estoy segura de que te traerá buenos recuerdos cuando la veas. Es idéntica a tu primer amor.
Me incliné un poco más, disfrutando del momento antes de soltar la bomba. Observé cómo su cuerpo empezaba a tensarse, como si ya supiera lo que iba a decir, aun así, no podía evitarlo.
—¿Cómo era que se llamaba? —hice una pausa teatral, fingiendo pensar mientras jugaba con el vaso en mi mano—. Ah, ya lo recuerdo. Josiah. Ese pobre joven que murió por tu culpa.
La carcajada que escapó de mis labios resonó en la habitación, fuerte y amarga. Era un sonido que había contenido por tanto tiempo, y ahora lo dejé salir, disfrutando de la respuesta que provocaba en él.
Sus alas intentaron moverse, temblaron, buscando elevarse, pero no llegaron muy lejos. Los sensores alrededor de ellas se activaron al instante, restringiendo cualquier intento de liberarse. Siempre reaccionaba igual cuando mencionaba a Josiah. Lo hería de una manera tan profunda, tan visceral, que no podía contenerse. Y yo disfrutaba cada segundo de su sufrimiento.
—Es curioso, ¿no? —dije, mirando cómo luchaba inútilmente contra las limitaciones—. No reaccionas cuando te hablo de nuestros hijos. Pero cuando menciono a Josiah... Ah, ahí es cuando muestras tu verdadera naturaleza.
Me levanté de la silla y me acerqué a las rejas, observando sus ojos inyectados en sangre y ese odio que nunca desaparecía.
—Tal vez ya sé el porqué ella me recuerda tanto a él. Quizá sea porque ella es su hermana.
Solté la bomba de golpe, disfrutando de cómo sus alas volvieron a agitarse con furia. Intentaba levantarse, intentaba liberarse, pero no había escapatoria. Ninguna. Lo sabía, lo sabía mejor que nadie.
—Sí—dije, con una sonrisa de satisfacción—. Ha venido por ti.
Lo dejé retorcerse en su impotencia mientras me alejaba, mi copa aún en la mano. Lo que más me fastidiaba era su falta de reacción ante nuestros hijos. Pero Josiah... Él siempre sería su herida abierta, su cicatriz imborrable. Y ahora, esa misma herida regresaba, encarnada en la mujer que mis dos hijos amaban.
—Pero bueno, no quiero agobiarte con tanto detalle familiar—sonreí de nuevo—. Después de todo, tú y yo tenemos todo el tiempo del mundo para hablar... ¿No es así, Abraham?
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