Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO TREINTA Y DOS: JEDIK MARCONE

Jedik Marcone

Estábamos en la habitación de Irene, esperando que despertara. El doctor había sido claro conmigo, no podíamos soltarle todo de golpe. Sabía que tenía razón, pero eso no hacía más fácil la tortura de esperar a que despertara. Sabía que en cuanto estuviera completamente alerta, el doctor iba a preparar el terreno para soltarle la verdad... y yo estaría allí, observando cada pequeña reacción en su rostro, sintiendo cada cambio en su respiración como si fuera propio.

La había visto en momentos vulnerables antes, pero esto... esto era diferente. Esta vez, sería su mente, no su cuerpo, la que iba a desmoronarse. Me quedé observando cómo el doctor verificaba sus signos vitales, tomando notas en su pequeña libreta. Mi atención estaba por completo en ella, en el momento en que sus ojos finalmente se abrirían y me mirarían.

Cuando despertó, su primera reacción fue de confusión, como era de esperar. El doctor hizo su parte, le habló en un tono suave, preparando el terreno para la noticia. Yo me quedé en silencio, inmóvil, como si cualquier movimiento brusco pudiera romper la frágil calma que se estaba construyendo.

-¿Qué hago aquí? ¿Qué me pasó?

-Marcone te trajo. Estaba preocupado por tu condición.

-Sí, claro...

-El virus no fue el verdadero causante de tu hemorragia. Hay algo que debemos decirte, pero necesitamos que lo digieras con calma, ¿de acuerdo?

-¿Me estoy muriendo?

-No, eso no es.

-Con la expresión de velorio que tienen los dos, me da esa impresión.

-Irene... -el doctor me miró y luego la miró a ella-, estás embarazada. Hay tres fetos que están formándose en tu vientre.

El silencio que siguió fue más pesado que cualquier palabra. Irene me miró, pero no fue la mirada de sorpresa o confusión que esperaba. No. Nunca nadie me había mirado con tal desprecio. Como si fuera un insecto, una cucaracha que debía aplastar. Esa mirada me atravesó como una bala.

Un estremecimiento recorrió mi cuerpo, un latido descontrolado en mi pecho, una taquicardia que no esperaba. Esa sensación... ¿por qué? ¿Por qué me fascinaba tanto verla odiarme de esa manera? Ser una basura para ella, algo despreciable, me causaba un retorcido placer que no podía explicar.

Había tenido muchos enemigos, muchos que me odiaban por una razón u otra, pero nada se comparaba con esto. Había algo en la intensidad de su odio, en la manera en que su mirada me destrozaba y a la vez me fortalecía, como si el hecho de ser el objeto de su desprecio me hiciera sentir más vivo que nunca.

El doctor siguió hablando, intentando tranquilizarla, pero mis oídos ya no escuchaban. Solo podía concentrarme en ella, en su respiración acelerada, en la forma en que sus labios se tensaban y en la furia contenida en cada músculo de su cuerpo. Estaba lista para explotar, y yo... yo no podía evitar desear verlo.

No fue una reacción medida ni controlada. El doctor no había terminado de hablar, cuando ya se estaba levantando de la camilla, arrancándose el suero con movimientos violentos. El sonido del metal del soporte del suero cayendo al suelo resonó en la habitación, pero no fue nada comparado con el estruendo de su furia cuando sus manos se cerraron alrededor de mi cuello.

-Lo sabías, ¿verdad, cabrón? -escupió entre dientes, apretando con una fuerza que no habría imaginado que tuviera-. ¡Esas eran las tres putas razones que no quisiste decirme y tu madre tampoco!

¿Mi madre? ¿Ella estuvo en comunicación con mi madre? Claro, Leah soltó la lengua...

El peso de su cuerpo temblaba de rabia mientras me sujetaba, como si quisiera exprimir cada onza de vida que pudiera quedarme. ¿Por qué demonios me estaba calentando con esto? Jamás había estado en esta situación.

-No sé cómo pasó. ¡No tengo ni siquiera matriz! -giró la cabeza hacia el doctor-. Sácalos... saca lo que sea que esté creciendo en mí ahora mismo. ¡No quiero nada que me ligue a este maldito infeliz!

No intenté resistirme, no levanté las manos siquiera para defenderme. Por un momento, el doctor dio un paso hacia nosotros, pero con un gesto sutil, le indiqué que no interviniera. Ella necesitaba esto, desquitarse conmigo, golpearme, gritarme, hacerme pagar por todo... y yo también...

-¿Me detestas tanto? -pregunté, mi voz ronca por la presión en mi cuello-. ¿De verdad me odias tanto como para odiar a tus propios hijos? Sangre de tu sangre.

-Odiaría cualquier cosa que venga de ti.

No era solo a mí a quien odiaba. Odiaba todo lo que representaba, todo lo que traía conmigo. Y saber que nuestros hijos, esos que ella aún no había visto nacer, eran parte de ese odio, me hirió de una manera que no quería admitir.

Pero ahí estaba, de pie, dejándola intentar. Dejándola destruirme de la única forma en que sabía hacerlo. Porque, de alguna forma retorcida, era lo que merecía.

Sus agarre era como si todo lo que había reprimido durante años finalmente hubiera encontrado una válvula de escape. Si quería hacerla razonar, tenía que tocar esas heridas abiertas que ella trataba de ocultar.

-Fierecilla-mi voz salió ahogada-. Piensa en tu hermano... en el orfanato y todo el sufrimiento que le causaron.

Sus ojos se abrieron más, pero no aflojó su agarre.

-¿Realmente crees que esos bebés tienen la culpa de algo? ¿Vas a odiarlos como... como te enseñaron a odiar en ese lugar? ¿Como Abraham te enseñó a odiar cuando te arrebató a tu hermano?

Su rostro palideció y sus manos temblaron. Sabía que estaba entrando en un terreno peligroso, pero era el único camino.

-¿De verdad tu corazón está tan podrido por el odio? ¿Tan lleno de rencor que no puedes amar siquiera a esos bebés? Yo podría odiarlos del mismo modo que te odio a ti, pero ellos no tienen la culpa de lo que pasó entre nosotros. Ellos merecen vivir. Merecen ser amados, aunque no sea por ti.

Me soltó de golpe, dando un paso atrás, como si mis palabras la hubieran golpeado físicamente. Respiraba con dificultad, su pecho subiendo y bajando a un ritmo frenético, mientras procesaba lo que acababa de decir.

-No quiero nada que me conecte a ti.

-Si no puedes amarlos, entonces tenlos. Déjame a mí ocuparme de ellos. Yo asumiré la responsabilidad. Cuando nazcan, si no quieres tener ningún vínculo con ellos, los llevaré lejos, tan lejos que nunca volverás a saber de ellos. No te pediré que los ames, pero no les quites la vida antes de que siquiera tengan la oportunidad de conocer el mundo.

Podía escuchar su respiración, pesada y entrecortada. Podía ver su lucha interna reflejada en sus ojos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro