CAPÍTULO TREINTA Y CINCO: IRENE MATTHEWS
El arma en mi mano, que hace un instante se sentía tan firme, ahora parecía más pesada que nunca. Sentía mis brazos temblar, y aunque quería apretar el gatillo, no podía.
Mis manos empezaron a bajar, junto con el arma, casi por inercia. Era como si una fuerza invisible me empujara a rendirme, a dejar de luchar contra él.
Lentamente, tomó el arma de mis manos, apartándola de mí sin perder el contacto visual, como si temiera que pudiera cambiar de opinión en el último segundo. Sentí el calor de sus manos en las mías, y por un instante, me estremecí, pero no hice nada para apartarme.
—Solo te pido una cosa. Tómate unos días para pensar. Solo unos días. No tomes una decisión tan drástica ahora, sin haberlo pensado bien, sin analizar lo que realmente quieres.
Sus dedos envolvieron mis manos y levanté la mirada.
—No puedes pedirme eso. No puedes pedirme que piense cuando todo lo que quiero es que desaparezcas, que desaparezca todo lo que me recuerde a ti.
—Solo unos días—insistió—. No te pido nada más.
Justo en ese momento, sentí un movimiento extraño en mi vientre, un retorcimiento que no podía ignorar. Mi respiración se detuvo por un segundo. Me levanté la camisa, dejando expuesta la mitad de mi barriga, y lo que vi me llenó de repulsión. Había pequeños bultos, presionando desde dentro hacia afuera, como si algo se estuviera empujando para salir.
¿Qué demonios estaba creciendo en mi interior? ¿Era una monstruosidad creada por el virus o realmente eran bebés? ¿Normales, como él y como yo? Los movimientos se volvieron más evidentes, más reales, y sentí una oleada de pánico que me recorrió de pies a cabeza. ¿Qué iba a hacer con tres monstruos? No quería eso. No quería ser un recipiente para algo así.
Mientras las preguntas se arremolinaban en mi mente, Jedik, como si estuviera leyendo mis pensamientos, puso su mano en mi vientre. Sentí su contacto cálido, y algo dentro de mí se revolvió aún más fuerte. Quise apartarlo, agarrando su muñeca con fuerza, pero ya era demasiado tarde. Su mano acariciaba mi barriga con una familiaridad que me disgustaba y, al mismo tiempo, algo dentro de mí reaccionaba a su toque.
Los movimientos en mi vientre se volvieron frenéticos bajo su mano, como si estuviera pasando un imán sobre un metal.
—No son monstruos. Son humanos, como tú y como yo.
—¿Cómo estás tan seguro? Ah, claro, olvidé que tienes tres renacuajos esperándote en casa. Veo que vas por la vida embarazando mujeres. ¿Qué hará tu mujer al respecto cuando se entere que has embarazado a otra?
—¿Eso ha sido un reclamo o un ataque de celos? Pues te lo anticipo, no tengo mujer… aún. La mujer que quiero todavía no se decide, está luchando con un orgullo que no la llevará muy lejos, pero supongo que puedo esperarla.
—No me toques.
—¿Te has dado cuenta? —continuó, ignorando mi rechazo—. Aunque aún no se han desarrollado completamente, pueden sentir esto… y les gusta. Imagina todo lo que pueden ser capaces de sentir.
Mi rostro se calentó con una facilidad que me irritó.
—No me importa lo que sientan. No quiero esto. No quiero nada.
Quise sonar fría, definitiva, pero incluso a mí me sorprendió lo temblorosa que mi voz se escuchó. Inclinó la cabeza, observándome con una intensidad que me hacía sentir incómoda, como si pudiera ver algo en mí que yo misma no reconocía.
—No quieres esto porque tienes miedo. Pero yo no tengo miedo. No de ellos, ni de lo que puedan ser. Ellos no tienen la culpa de nada. Y tampoco tú.
Fruncí el ceño, odiando la forma en que sus palabras se colaban en los huecos de mis defensas. No tenía idea de lo que estaba hablando. Mi vida había sido una cadena de errores, traiciones, dolor.
Sentí su mano moverse levemente sobre mi vientre y, por un segundo, imaginé a esas… cosas… respondiendo a él, como si supieran algo que yo no podía comprender.
—Puedo esperar. Por ti… puedo esperar.
Me reí, un sonido corto y seco, pero él no se inmutó. Mis manos seguían aferradas a la muñeca que aún estaba sobre mi abdomen. Intenté apartarlo una vez más, pero no pude. Mi cuerpo no respondía como debería.
—¿Esperar para qué? ¿Para que decida seguir con esto? No tienes ni idea de lo que yo quiero.
—No, no la tengo. Pero creo que tampoco tú lo sabes del todo. Lo único que te pido es que lo pienses. Unos días, nada más. Si después de eso decides seguir adelante con lo que sea que decidas, no me interpondré. Sé que no todo lo que sientes por mí es odio. Si fuera así, me habrías disparado antes.
Quise gritarle que se equivocaba, que no sabía nada de lo que yo sentía, que no entendía nada. Pero las palabras se atascaban en mi garganta. Mi mano temblaba, todavía agarrando la suya, pero no la apartaba. Y lo odiaba por eso, por hacerme dudar de todo.
Sentí una presión en el pecho. ¿Podría realmente pensar en algo más que en deshacerme de todo? ¿Podría permitir que lo que fuera que estaba creciendo dentro de mí siguiera adelante?
Pero el calor de su mano seguía presente, y aunque me dolía admitirlo, parte de mí ya no sabía qué sentir.
—Por favor, fierecilla. Solo unos días—insistió, con un tono que, por primera vez, parecía suplicante.
Algo en mí flaqueó, algo pequeño, casi imperceptible, pero lo suficiente para hacerme soltar la presión de mis dedos sobre su muñeca.
—Quiero salir de aquí. No quiero estar un segundo más en este maldito lugar.
—Está bien. Te sacaré de aquí. Pero a cambio, te ofrezco mi apartamento.
¿Qué pretendía ahora? ¿Acaso su estrategia era mantenerme vigilada?
—¿Tu apartamento? ¿Qué carajos te hace pensar que quiero algo de ti?
—No quiero que vuelvas a tu casa. Quiero estar al pendiente de ti. No puedo arriesgarme a que te pase algo estando sola.
—¡No necesito tu maldita preocupación!
Pero a pesar de mis palabras, algo en su tono hizo que mi enojo y fastidio chocara con una pared invisible. Él parecía genuinamente preocupado, y eso solo me frustraba más.
Luché con la idea de ceder, pero la única cosa que me importaba en ese momento era largarme de ahí. Necesitaba aire, espacio. No podía soportar otro segundo en ese lugar. Suspiré, resignada, dejando caer los hombros.
—Está bien. Solo sácame de aquí.
Él asintió, mirándome de una manera que casi me hizo pensar que creía haber ganado algo. Pero no había ganado. Yo solo quería que todo terminara, aunque fuera por unos días. Estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa, con tal de quitármelo de encima, al menos por ahora.
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