Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO TREINTA: IRENE MATTHEWS

IRENE MATTHEWS 

Nunca me habían pedido permiso. Siempre fue algo impuesto, un acto sin palabras, sin consideración. Mi corazón empezó a latir tan rápido que casi dolía, como si quisiera escaparse de mi pecho. ¿Cómo podía provocarme tanta confusión una solicitud tan simple?

No sabía cómo responder. Su hombría no estaba completamente dentro de mí, pero la sensación me envolvía, abrazando cada rincón de mi ser como si quisiera más. Me negaba a admitirlo, a aceptar que algo tan físico pudiera brindarme placer. Menos con él. Me llenaba de vergüenza sentir algo así.

Apoyó su rostro en mi hombro, y escuché su respiración agitada. El sonido me recorrió la piel como una ráfaga fría, aunque mi cuerpo ardía. Estaba a punto de perder el control, pero algo en mí —en esa pequeña parte que siempre mantenía a raya— comenzó a ceder.

¿Y si permitirlo no era tan malo? Solo una vez. Solo esta vez.

Cerré los ojos por un segundo, intentando ordenarme, pero me sentí deslizar hacia un abismo desconocido. La sensación de su peso sobre mí, su calor, su cercanía. Era más de lo que podía soportar.

En algún momento me quedé dormida. ¿Cómo había sucedido? No lo recordaba. Me desperté confundida. Lo primero que sentí fue su mano en mi cintura. No me atreví a moverme de inmediato. Miré a mi lado y lo vi, dormido profundamente. Estaba junto a mí, su respiración lenta y expresión relajada.

El calor subió a mi rostro de golpe, y empujé su mano rápidamente, como si su contacto me quemara. Me levanté de la cama tan rápido que sentí un leve mareo, y mis ojos buscaron desesperadamente la ropa tirada por el suelo. ¿En qué momento había bajado la guardia de esa manera?

Me vestí con manos temblorosas, tratando de mantener la calma, aunque por dentro solo quería gritar. Había bajado la guardia, algo imperdonable.

Sentí que él se movía detrás de mí. Su risa suave, casi burlona, me heló la sangre.

—¿Ni un buenos días me he ganado? —su voz sonó adormilada, pero burlona, como si la situación le divirtiera.

No respondí. Solo me concentré en vestirme lo más rápido posible, sin mirarlo.

—Te llamaré para decirte dónde recogerte mañana—dijo con una confianza irritante—. ¿Qué dices? Podríamos tener esa cita.

Una cita. ¿Quién diablos se creía? Claro, anoche había accedido a esa estupidez. 

Ni siquiera me molesté en responderle. Me largué de su apartamento a las carreras. 

[•••]


Al día siguiente, amanecí sintiéndome extraña. Mi cuerpo no reaccionaba como siempre, y aunque trataba de ignorarlo, algo me molestaba. Los mareos comenzaron temprano, pero pensé que sería el cansancio acumulado. Me había forzado demasiado en los últimos días. Sin embargo, cuando las náuseas me atacaron, ya no pude engañarme. No me sentía bien.  

Ese hombre me había contactado en la mañana para confirmar la cita que, estúpidamente, accedí a aceptar aquella noche, en ese momento de debilidad. Le respondí con una negativa rápida, inventando una excusa que ni yo misma creí. Pero él... sentí que algo en su tono había cambiado, como si no se tragara la mentira. No importaba, pensé. Lo que sea que estuviera sintiendo, seguramente desaparecería en unas horas.

Pasé el día como pude, luchando contra la constante sensación de mareo y los golpes de náuseas que parecían aumentar cada vez más. No tenía ni fuerzas para intentar comer algo, porque cada vez que lo intentaba, la simple idea de la comida me revolvía el estómago. 

Cuando sonó el timbre, no esperaba a nadie, pero al abrir la puerta, ahí estaba él. Jedik. Lo miré sorprendida, sin saber cómo reaccionar.

—¿Cómo supiste dónde vivo? —le pregunté, sin poder ocultar el desagrado en mi voz.

—Siempre lo supe. Solo quise respetar tu espacio y privacidad, pero eso no importa ahora.

Lo fulminé con la mirada, sintiéndome traicionada por saber que todo este tiempo él había tenido esa información. Pero antes de poder responderle, el mundo pareció inclinarse bajo mis pies. Sentí cómo mis piernas flaqueaban y, antes de darme cuenta, aterricé en su pecho. Su calor, su olor, todo eso me atrajo de una forma que me dejó aún más desorientada.

—Estás ardiendo en fiebre—dijo con el ceño fruncido, apartándome un poco para mirarme de cerca—. ¿Desde cuándo estás así?

—Desde esta mañana... —murmuré, sintiéndome ridícula por no haberlo mencionado antes—. Debe ser el virus. Nunca me enfermo, no es normal.

Sin decir una palabra más, me levantó suavemente, llevándome dentro de la casa y acomodándome en el sofá. Lo vi irse directo a la cocina, fisgoneando en lo poco que había en mis alacenas. Me sentía demasiado débil para pelearle en ese momento.

—¿Ya comiste algo? Porque, si no lo has hecho, entonces la cita será aquí. Y yo cocinaré.

No tenía fuerzas para discutir, pero la náusea volvió con tanta fuerza que no tuve opción. Me levanté de golpe, tapándome la boca para no vomitar en el suelo, y corrí al baño. Apenas llegué, me arrodillé frente al inodoro, y lo poco que salió fue bilis amarga. No había comido nada en todo el día, solo había aguantado con el estómago vacío, creyendo que no era nada grave.

Sentí cómo mis fuerzas me abandonaban mientras me quedaba inclinada sobre el inodoro, agotada. Esto era más serio de lo que pensaba. ¿Era realmente el virus? 

Me incliné hacia el lavabo, sintiendo las náuseas una vez más. El malestar no parecía disminuir, y cuando intenté tomar aire para estabilizarme, sentí un líquido correr por mis piernas. Un escalofrío recorrió mi espalda. ¿Acaso me había orinado? No podía ser. Bajé la vista, notando el brillo húmedo en el suelo debajo de mí. Instintivamente quise revisar, pero en ese momento la puerta del baño se abrió de golpe.

—Lárgate, dame privacidad—le ordené, mi voz entrecortada. No quería que me viera en ese estado.

Pero él no se movió. Sus ojos viajaron hacia mis piernas, y solo entonces me di cuenta. No era orina. Era sangre. Goteaba lentamente, formando un charco a mis pies. Antes de que pudiera decir algo más, él ya estaba a mi lado, agachándose para levantarme.

—Déjame en paz—lo empujé con lo poco de fuerza que me quedaba. Pero fue inútil. 

Me levantó en sus brazos con facilidad, ignorando mis protestas.

—No te resistas. Te llevaré a la clínica.

Mis manos temblaron cuando intenté apartarlo. No quería su ayuda, no quería que me viera así, tan indefensa. Pero estaba demasiado débil, y el miedo por la cantidad de sangre que seguía bajando por mis piernas me paralizó. Dejé caer la cabeza sobre su pecho, agotada, sin energía para luchar más.

Sin decir nada más, sentí cómo me llevaba hacia la puerta. Todo se volvía borroso a mi alrededor, y lo último que percibí antes de perder la conciencia fue el sonido acelerado de su respiración.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro