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CAPÍTULO SESENTA Y SIETE: IRENE MATTHEWS

Jedik apretó la mandíbula. 

—Luego hablaremos de eso. Pero ahora no podemos tomar el riesgo de enfrentarnos a ella. No con los niños y Irene aquí. Tenemos que perderla, encontrar una forma de despistarla.

—¿Perderla? —mi voz salió tensa, casi una carcajada ahogada en la garganta—. Esa bruja me debe mucho. Esta oportunidad no la voy a desperdiciar. Con mucho gusto lo haré yo misma. Ustedes pueden llevar a los niños a un lugar seguro.

—No. Bajo ninguna circunstancia voy a dejarte sola.

Antes de que pudiera contestarle, Beatrice rompió el cristal de la ventana del copiloto con una fuerza brutal. El estallido nos alcanzó con fragmentos afilados de vidrio. Sentí uno rasparme el brazo, pero Jedik, con su cuerpo sobre el mío, nos protegió a mí y a los niños. Ellos no resultaron heridos, y por un segundo sentí un alivio momentáneo, solo para ser reemplazado de inmediato por la inquietud de lo que estaba ocurriendo.

Leah aceleraba el auto con desesperación, mientras disparaba inútilmente hacia Beatrice. Las balas no le hacían nada. Rebotaban o simplemente desaparecían contra esa cosa retorcida que su piel se había vuelto. Era como si nada pudiera penetrar su cuerpo.

Por las ventanas, esa sustancia negra y pegajosa comenzó a desplazarse con rapidez, envolviendo el auto casi por completo. Esa asquerosa capa de líquido latente traía consigo más arañas, que corrían hacia los pies de Jedik. Él las aplastaba con furia, pero por cada una que destruía, salían más. Lo veía luchar con todo su ser, aplastándolas una tras otra, y por un momento, en medio de todo, admiré su determinación por protegernos. 

—Todos morirán—la voz ronca y diabólica de Beatrice se coló por la ventana rota, su risa entrecortada resonando en nuestros oídos—. Morirán gritando como los miserables que son.

El auto se apagó de repente. Leah, con los ojos desorbitados, intentaba frenar utilizando la palanca de emergencia, luchando por evitar perder el control. No había visibilidad al frente; la sustancia cubría las ventanas por completo. La única luz que nos quedaba provenía de la ventana rota, donde Beatrice seguía aferrada, retorciéndose, riendo, como una maldita pesadilla hecha carne.

En ese mismo momento, vi cómo raíces de esa misma cosa negra y nauseabunda se arrastraban por el interior del auto, rodeándonos, infiltrándose por las rendijas. No me quedaba duda de que esa sustancia había apagado el motor y ahora buscaba aplastarnos también por dentro.

Leah golpeó a Beatrice con el agarre de su arma descargada, varios golpes duros y desesperados. Pero nada funcionaba.

De repente, una araña se deslizó bajo mi camisa. El asco y el pánico me recorrieron al sentir sus patas frías sobre mi piel. Me sacudí desesperada.

—¡Jedik! —dije entre dientes, tratando de quitarla de encima.

Justo entonces, Beatrice comenzó a reír de nuevo. Esa risa desquiciada y grotesca, como si estuviera disfrutando del espectáculo. Su mirada se fijó en mí con una intensidad aterradora, sus ojos inyectados en sangre.

—Mi querida Irene… —su voz sonaba distorsionada, como si mil personas hablasen al mismo tiempo—. Estás... tan radiante. 

Algo en su tono, en la forma en que me miraba, hizo que mi estómago se revolviera. 

—No tienes idea, ¿verdad? Estás... creando vida—se inclinó un poco más, mirándome por arriba del asiento, su aliento fétido alcanzándome mientras sus dientes afilados asomaban—. Dentro de ti, hay algo creciendo... Algo que es mío. Y vendré a reclamarlo cuando llegue el día. 

La risa de Beatrice se desvaneció junto con ella en la distancia, perdiéndose por completo de nuestra vista. Era pleno día y, aun así, aquella cosa se había esfumado con una rapidez que nos dejó atónitos.

Sin perder tiempo, Jedik le pasó a Naia a Leah, volviéndose rápidamente hacia mí al escuchar mi desesperación.

—¡Quítame esa cosa! —grité, sintiendo esa araña moverse bajo mi camisa. Estaba atrapada con Kael y Rhea en mis brazos, incapaz de quitármelo yo misma.

Levantó la tela de mi camisa con rapidez. Su expresión cambió de inmediato, una mezcla de asco y urgencia lo invadió. Agarró al bicho que se retorcía en mi abdomen y lo lanzó con fuerza por la ventana rota. Lo vi volar, una cosa pequeña y grotesca que desapareció rápidamente entre los restos de cristales en el suelo.

—Maldita sea —murmuré, sintiendo aún el cosquilleo donde había estado esa cosa.

—Leah, ¿qué mierdas hiciste? —demandó, su voz dura.

—Yo... la saqué del hospital. Pensé que hacía lo correcto. Pensé que si exponía su cuerpo al calor, podría traerla de vuelta. Escuché su voz... sentí que me llamaba, que me pedía que la liberara.

—Pero ella estaba muerta. Y bien que le di un tiro entre ceja y ceja. 

—¿Muerta? —pregunté incrédula—. No me parece que hayas sido tan certero que digamos.

—La llevé a la clínica sin signos vitales, con un agujero del grande de tu culo. 

Me hice la ofendida. 

—Beatrice está muerta, pero esa cosa… esa cosa tomó el control de su cuerpo. Está alojada en su cerebro. Por eso, si logramos cortarle la cabeza y exponerla a bajas temperaturas, como estaba, no habrá manera de que pueda regenerarse. Mucho menos manipular el cuerpo de Beatrice. 

—Maldita sea, jamás me dijiste que ese virus era capaz de tanto. ¿Resucitar a los muertos? No me jodas. ¿Acaso vamos a terminar así, convertidos en esa cosa? 

—Cálmate, Irene. Eso no pasará. Estamos muy nerviosos y eso no nos ayuda para nada. 

—¿Nerviosos? ¿Y cómo no voy a estarlo? Si no tuviera a estos dos bebés en mis brazos, ya habría reventado a esta perra contra el volante.

—No es momento para esto.

Leah bajó la mirada, apretando los labios, pero yo no pude evitar lanzarle una mirada asesina a través del retrovisor. 

—¿Realmente crees lo que dijo? —me cuestionó Jedik. 

Me encogí de hombros, sacudiendo la cabeza.

—Quizá sea demasiado pronto para saberlo, pero... no podemos descartar lo que dijo. Lo mejor será ir con el doctor y que te examine. Necesitamos saberlo con certeza. 

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