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CAPÍTULO SESENTA Y NUEVE: JEDIK MARCONE

Jedik Marcone

Después de todo lo que acababa de ocurrir, necesitaba hablar con el doctor a solas. No podía quedarme quieto mientras Irene seguía sufriendo por algo que nunca debió haberle pasado. Esta maldición, esta vida que yo mismo la había arrastrado a vivir. 

Me quedé junto a ella hasta que se quedó tranquila, pero en su mirada aún veía el miedo, el rechazo. 

Salí de la sala sin mirar atrás y busqué al doctor. Lo encontré revisando algunos informes en su despacho. 

—Necesito hablar contigo—le dije, sin rodeos.

Él asintió y cerró el informe que tenía frente a él, indicándome que me sentara. 

—Todavía no están los resultados. 

—No es sobre eso. 

Suspiré, sin saber por dónde empezar. Me pasé las manos por el cabello, buscando las palabras.

—Se siente como si esto fuera un maldito círculo vicioso de nunca acabar, una pesadilla. Me siento una jodida mierda. Las dos primeras veces no fueron planificadas, pero esta vez lo hicimos bastante conscientes. Pero yo debía ser el fuerte, el que no se dejara arrastrar por la tentación. Ella había sido mordida por… 

—Abraham… tu padre.

—¿Ella te lo dijo?

—Sí. 

—No estoy seguro si entró en celo. Todo apuntaba que sí. Su temperatura corporal, cómo jadeaba, cómo su cuerpo reaccionaba al mío, eran síntomas similares a los que experimentó la primera vez. A diferencia que, luego del acto, la noté consciente de sus actos, como si se hubiera resignado o aceptado lo que pasó y las consecuencias que esto pudiera traer consigo. 

—¿A dónde me quieres llevar con esto?

—Si logras sacarla de esta situación… si Irene sobrevive a todo esto, te juro que no volveré a tocarla. Sé que todo esto es un castigo por lo que le hice. La arrastré a esta maldición que yo mismo he cargado toda mi vida. No solo a ella, también a ti, que me has ayudado tanto y has sido como un padre para mí. 

Me miró por arriba de los espejuelos. 

—Por mi culpa está sufriendo, aunque no sea de expresarlo en voz alta. Los embarazos han sido corridos, uno detrás del otro. Ninguno de los dos ha podido asentarse correctamente a la situación, a las pérdidas, a los eventos en la actualidad, a los cambios, a los problemas. Todos han venido en cadena. Por lo que más quieras, tienes que ayudarme a salvarla. No puedo permitir que esto la hiera o me la arrebate de las manos. Yo no podría aceptar perderla, mucho menos nuestros hijos que apenas están creciendo. Ella no puede siquiera quedarse en esta clínica. Mi madre, o lo que queda de ella, es una amenaza para Irene, y no tengo ni idea de por qué está detrás de ese bebé… pero es lo que la hizo irse y no matarnos. 

Le vi asentir, aún sin decir nada, pero su expresión se endureció.

—Lo que sucedió con mi madre… no lo entiendo. No sé cómo Leah pudo devolverla a la vida, o por qué se convirtió en esa cosa. Era algo horrible, ya no quedaba nada de la mujer que alguna vez conocí, de la madre a la que toda mi vida protegí y veneré. Leah me dijo que el calor la llevó a mutar, y…

Me interrumpió en ese momento.

—El calor, por supuesto. El virus, al estar expuesto a altas temperaturas, muta. Lo hemos visto en pruebas controladas, pero no sabía que en un cadáver ese proceso podía continuar—dijo, pensativo—. Esto podría significar que el virus en el cuerpo de Beatrice no estaba inactivo, aunque pareciera que lo estaba. Tal vez, con el tiempo, el virus sintió que su cuerpo era débil, que no le servía lo suficiente para sus fines, y comenzó a buscar un nuevo anfitrión.

—¿Un nuevo anfitrión? —repetí, sintiendo un escalofrío recorrerme la columna.

—Exactamente—respondió—. Es posible que Beatrice, aunque ya no estaba con vida, todavía tuviera el virus activo en su sistema, seguramente alojado en el cerebro. Al mutar bajo el calor, comenzó a perder su humanidad y se convirtió en… lo que sea que hayas visto. Pero si pudo sentir la presencia de ese feto en el vientre de Irene, eso podría indicar que el virus está buscando algo más fuerte, algo que pueda darle más poder. Y ese feto… tal vez sea lo suficientemente poderoso como para ser el nuevo portador del virus.

La posibilidad de que ella estuviera buscando poseer a ese bebé era algo que nunca había considerado.

—Entonces, ¿quieres decir que el virus la llevó a mutar porque su cuerpo ya no servía, y ahora ese bebé es lo que está buscando? —pregunté, intentando entender la magnitud de lo que me estaba diciendo.

—Esa es una teoría, sí. Si ese bebé tiene ambas variantes del virus en su composición, la dominante y la débil, el virus podría estar buscando estabilizarse dentro de un nuevo huésped. Beatrice podría haber sentido esa fuerza, esa mezcla inusual de poder, y eso la atrajo. Es posible que su intención sea reclamar el control de ese cuerpo una vez que nazca.

Mi mente iba a mil por hora. Todo esto tenía más implicaciones de las que jamás habría imaginado. 

—No puedo dejar que eso ocurra. No podemos dejar que ese bebé sea lo que mi madre está buscando.

—Lo sé. Pero si ese feto ya ha establecido conexiones profundas con el cuerpo de Irene, no hay mucho que podamos hacer sin ponerla en un riesgo inmenso.

—¿Conexiones?

—Sí. El feto ha desarrollado una red de conexiones con su sistema circulatorio y nervioso. Es increíblemente rápido, pero no es imposible, considerando las condiciones en las que está. Cualquier intervención drástica para removerlo ahora podría resultar en un daño irreversible tanto para ella como para el feto.

—Eso lo escuché, pero entonces… ¿qué sugieres? 

—Lo mejor que puedo hacer es monitorearla de cerca. Si Irene quiere continuar con este embarazo, tendremos que vigilar cada pequeño cambio. No es algo que podamos dejar al azar. Y francamente, creo que sería mejor que la llevaras a un lugar más seguro. La clínica no es segura si Beatrice sigue representando una amenaza.

—Eso estaba pensando. Quiero que vengas con nosotros, fuera de aquí. Que la monitorees personalmente. No puedo quedarme aquí sabiendo que Beatrice podría intentar algo. Y si ese feto sigue desarrollándose tan rápido, necesito que estés allí, vigilando cada segundo.

—Lo haré. Estoy más que interesado e intrigado con esto. Si ese bebé sigue creciendo a este ritmo, nos enfrentaremos a algo que jamás habíamos visto. Y francamente, me preocupa enormemente que el cuerpo de Irene no sea capaz de tolerar un cambio tan drástico. 

Hizo una pausa, como si procesara lo que acababa de decir.

—Cada segundo que pasa, el feto se expande. Mientras realizaba el estudio, vi cómo pasó de ser del tamaño de un frijol a adoptar el tamaño de una bola de béisbol en cuestión de minutos. No es algo natural ni biológicamente explicable en términos convencionales. Y lo peor es que no tengo idea de si ese crecimiento se detendrá en algún momento, o si continuará acelerándose sin control. Si esto sigue así, no sé si su organismo podrá resistir la presión. Cada expansión somete sus órganos a una tensión increíble, y temo que, si no encontramos una solución, el feto podría acabar matándola, incluso antes de nacer.

Suspiré pesadamente. 

—No solo es el crecimiento lo que me desconcierta, sino las formas que adopta. Durante el sonograma, pude ver cómo pasaba de una figura humanoide, a algo completamente distinto. A veces parecía un dragón, con alas y una silueta monstruosa; en otras ocasiones, era una masa informe que cambiaba de aspecto. Nunca había visto algo así, y no puedo predecir qué forma tomará finalmente. El ritmo de crecimiento y la mutación son impredecibles. Podría detenerse mañana o seguir acelerándose hasta que sea insostenible para ella. Y si ese virus que lleva dentro está mutando también, como sucedió con Beatrice, entonces estamos ante una amenaza que no conocemos ni entendemos del todo. 

Mis manos se cerraron en puños. No podía perderla. No ahora. Tenía que encontrar una manera de mantenerla a salvo, sin importar el costo.

—Haré lo que sea necesario para protegerla. Solo necesito que tú también hagas lo mismo, doctor. 

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