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Capítulo quince |JEDIK MARCONE| (+18)

Jedik Marcone

El dolor de cabeza fue como un golpe certero en la base del cráneo, tan intenso que casi solté el volante. Involuntariamente, pisé el freno del auto, deteniéndome abruptamente en medio de la carretera desierta. Era una sensación abrumadora, como si una avalancha de pensamientos ajenos se estrellara contra mi mente, sin darme tregua.

Escuché una voz, clara y femenina, que reverberaba en mi cerebro como si fuera un eco distorsionado. No era difícil reconocerla: era esa mujer. No sabía cómo, pero estaba seguro de que esos pensamientos, esas palabras, venían de ella.

Podía sentirlo, su confusión, su desesperación, pero había algo más que se arrastraba en esos pensamientos: un deseo intenso, crudo y visceral.

La rabia me golpeó el pecho, incontrolable. ¿Deseo? ¿Cómo podía ser posible? Ella era todo menos una mujer dominada por sus deseos carnales. Y, sin embargo, sentía una excitación, una atracción hacia Killian. La imagen de sus manos sobre él se proyectó en mi mente, como un recuerdo que no era mío. Podía escuchar su respiración entrecortada, su cuerpo respondiendo a cada roce.

Esto no era ella. Esa mujer no era así. Pero esos pensamientos... esos malditos pensamientos...

Un rugido de ira surgió de lo más profundo de mi ser. No entendía cómo estaba sucediendo esto, pero lo único que sabía era que tenía que detenerlo. No iba a permitir que esa conexión, esa maldita conexión que ahora compartíamos, me arrastrara en su espiral de lujuria y descontrol.

Di una vuelta en U con el auto, los neumáticos chillando contra el asfalto mientras aceleraba a toda velocidad hacia ese edificio de apartamentos al que se dirigió para encontrarse con ese bastardo.

El volante crujió bajo la presión de mis manos. Podía sentir el ardor en mi garganta, la sangre hirviendo en mis venas. El pensamiento de Irene con Killian era inaceptable. No iba a permitirlo bajo ningún concepto.

El número 559 resonaba en mi cabeza como una campana, un eco que se repetía una y otra vez. No entendía cómo había llegado a mí, pero estaba tan seguro de el como del latido furioso en mi pecho.

Llegué a la puerta y noté que estaba sin seguro. La empujé con cuidado, y la puerta se abrió sin resistencia. Lo que sea que se interpusiera en mi camino, lo derribé. Mesas, sillas, jarrones: todo quedó destrozado en mi furia ciega. No tenía tiempo para delicadezas. La imagen de Irene en mis pensamientos, tan viva, tan real, me empujaba a la cocina donde sabía que los encontraría.

Y ahí estaban, justo como en la visión. Irene, su piel enrojecida, sus ojos oscurecidos y confusos. Killian, parado frente a ella, con esa maldita expresión de desconcierto. Desenfundé mi arma y disparé sin pensarlo, los disparos resonando en la pequeña cocina mientras los fragmentos de vidrio y azulejo volaban por todas partes.

Estaba completamente vestida, lo cual me calmó un poco. Al menos ese bastardo no había tenido la oportunidad de verla más de lo que debía.

Pero entonces, en el instante en que estaba a punto de apretar el gatillo contra ese bastardo, Irene se movió. Con la agilidad de una criatura salvaje, se lanzó sobre mí, sus piernas rodearon mi cintura y sus manos se apoyaron en mis hombros. Mi cuerpo respondió automáticamente, asegurándola con un agarre firme, mientras mi mente se desbordaba por lo que sucedía.

No movió los labios, pero la escuché. Sus pensamientos invadieron mi cabeza con la misma fuerza que sus piernas me rodeaban. "Quiero frotarme contra ti, sentirte". Su deseo se filtró en mí, arrastrándome a un abismo del que no había escapatoria. Mi arma bajó sin que me diera cuenta.

Maldita sea. Esta no era ella, al menos no la que yo conocía. Pero esa mujer, esa nueva versión de ella, me estaba volviendo loco. Podía sentir cómo su deseo crecía, arrastrándome en su marea, debilitando mi resolución.

Volví mi atención a Killian, que todavía estaba congelado en su lugar. Ese maldito no tenía idea de lo cerca que estaba de morir.

—Si vuelves a acercarte a Ian, te haré rogar por una muerte rápida.

Lo dije sin apartar la mirada de sus ojos y sin aflojar mi agarre de la cintura de Irene. Killian tragó saliva, su rostro empalideció aún más al comprender que no estaba bromeando.

Irene se apretó más contra mí, su respiración caliente en mi cuello. Sentí su pulso acelerado, su piel contra la mía, y lo único que pude pensar fue en cómo demonios había llegado a esto.

Bajé el ascensor con ella encima. Las miradas estaban fijas en nosotros. Claramente no era un escenario que se viera todos los días; "dos hombres mostrándose cariñosos en público". Era irritante ver sus miradas especuladoras y juzgadoras. En otras circunstancias, ya habría tirado el edificio abajo con cada uno de ellos dentro, pero esta mujer, esta maldita mujer, no dejaba de frotarse contra mí.

Llegando a mi auto, abrí la puerta trasera para tirarla dentro, y así liberarme de su fuerte agarre, pero sus piernas me amarraban firme, tan firme que me hizo venir junto con ella. Rápidamente me incorporé en el asiento, teniéndola de regreso encima. Movía sus caderas sobre mi bulto, como si la ropa le estorbara y no pudiera resistirse más.

Su olor cada segundo se volvía más fuerte, más dulce, más delicioso. Estaba nublando mis pensamientos, desafiando mi propio autocontrol.

—No sé qué te pasa, pero será mejor que dejes de hacer eso. Tú no entras en el tipo de mujer que me gusta. Esto es una simple reacción involuntaria. El mismo roce del pantalón puede causar una erección en un hombre.

Por primera vez le vi sonreír con ironía.

—Entonces no debe molestarte que tome esto prestado—sus dos manos se ubicaron en mi cinturón, abriéndolo apresuradamente, para luego bajar el cierre.

Genuinamente, no sabía el porqué le permitía llegar a este extremo. Quizá, quería creer que se trataba de pura curiosidad por descubrir hasta dónde sería capaz de llegar.

"Me duelen. No puedo más", eran pensamientos que no encajaban en lo absoluto con sus acciones y comportamiento.

¿Qué le duele?

Lentamente desabrochó los botones de su camisa, dejando expuestos sus vendajes. Fue quitándose uno a uno, hasta revelar lo que se ocultaba bajo ellos y no había visto hasta ahora. Sus senos no eran enormes, todo lo contrario, los encontré bastante normales, en comparación a todos los que he visto. Fácilmente podría cubrirlos con mis manos. Fue curioso ver sus pezones húmedos, de ellos brotaba una especie de líquido blanquecino. He de admitir que sus pezones erectos y mojados me hicieron salivar demasiado.

Sus manos se juntaron alrededor de la base de mi pene y me masturbó despacio. Sus pequeños pechos brillaban ante los faroles del estacionamiento. Desde esta perspectiva, estos se movían a la par de sus manos.

¿Por qué le estaba permitiendo esto? ¿Qué demonios pasa por mi cabeza?

En modo automático, cerré la puerta del auto, evitando que fuéramos captados por alguien en estas circunstancias. Además, no descartaba la posibilidad de que Killian viniera tras nuestro.

"Dentro", su voz en su mente era tan diferente a la que suele usar cuando habla y era tan erótica y sensual que me puso la piel de gallina. Tal vez solo fue producto de la situación e imaginación. Estaba fallándome a mí mismo, al responder a sus manos, a sus pequeños senos y a su voz.

—¿Lo quieres dentro, fierecilla? Tendrás que esforzarte más.

Desgarró su pantalón por ambos extremos, con tal fuerza que me dejó impresionado. Usaba ropa interior de hombre. ¿Qué más esperaba?

Presionó su parte baja en mi glande y pude percibir el exceso de humedad que se había concentrado en su bóxer. Eso era lo único que estaba de por medio entre los dos... Ese fino material que yacía empapado.

Joder, si tan solo pudiera meterlo...

¿Qué estoy pensando? ¿He perdido la cabeza?

El olor que desprende su rica piel... su cuello... ese sonido tan excitante para mis oídos de su coño mojado agitándose sobre mi pene, esos pechos que se frotaban con tanta soltura en mi torso.

Este no soy yo... Esta mujer está jugando con mi mente.

Alcancé el teléfono en el bolsillo de mi pantalón, enviando mi ubicación en tiempo real al doctor y marcándole directamente por llamada en busca de auxilio, antes de que perdiera la poca cordura restante. ¿Cómo era posible que mi cuerpo no la rechazara?

—Te he enviado mi ubicación en tiempo real. Necesito que vengas inmediatamente y me quites a esta mujer de encima—mi voz era apenas un susurro, los gruñidos se aflojaban de mi garganta sin poder retenerlos.

Estaba duro. A mi alrededor, todo poco a poco estaba perdiendo relevancia.

—¿De encima? ¿Qué está sucediendo?

—Esta mujer se ha vuelto loca y me está contagiando. No deja de provocarme y de frotarse contra mí. Trae un calmante contigo.

—Ya salgo para allá. Mientras puedas, evita ceder a sus provocaciones. Lo que me estás contando indica que posiblemente ha entrado en la etapa de celo.

—¿En celo? ¿Es eso siquiera posible?

—No se suponía que estuviera tan avanzado el virus, pero por lo visto, esta situación se ha vuelto más alarmante y peligrosa. Por ningún motivo cruces la línea con ella.

—La línea, ¿eh? —en mis labios se curvó una sonrisa.

No, no había ninguna jodida línea, solo una maldita prenda de por medio que acabaría por destruir, del mismo modo que me visualizaba destruyéndola a ella.

—¿Me oyes? ¿Marcone?

—Esta mujer no tiene ni puta idea de cómo voy a dejarla.

—¿Marcone?

Arrojé el celular a nuestros pies.

—Un hombre es lo que tu coño pide, pues un buen hombre te daré.

Me deshice de esa maldita barrera, tomándola firme con una mano por alrededor de la cintura y empujando su cuerpo hacia abajo, sintiendo su estrecha cavidad abrirse para mí y amoldarse a mi tamaño. Nunca, en mi jodida existencia, había sentido algo como esto. Me costaba asimilar los masajes que me proporcionaban sus paredes, los fluidos que segregaba a mares en cada embestida, brindándome una sensación fuera de este mundo. Su coño se adhería a mi pene, del mismo modo que lo hacía un tentáculo a su presa. Era como una boca que me tragaba y me succionaba hasta el alma.

Por fin dejó escapar su verdadera voz, esa que ocultaba arduamente detrás de varias capas de supuesta masculinidad. Era una mujer en todo su esplendor, dejándose arrastrar por este mar de infinitas y alocadas sensaciones.

Aferré mi mano a su nuca, manteniendo su espalda erguida, quedándome lo suficientemente cerca de sus antojables senos. Estos rebotaban a la par de su cabalgata. Mi boca acaparó su pezón, probando a su vez ese líquido que fluía a través de ellos, tan similar a la leche materna, levemente dulce, deliciosa y abundante. Entre más los succionaba, más gemidos escapaban de su garganta. Se veía tan vulnerable. Su expresión dura se había reemplazado por una bastante erótica, algo que encendió un volcán en mi interior todavía más agudo.

No quería desconectarme de ella ni un solo instante, pero ansiaba tener mejor alcance, poder verla completamente y grabar cada detalle de mi pene cubierto de sus fluidos desbordantes.

Tomé su cuerpo por la cintura y lo tendí en el asiento, levantando sus piernas hasta donde el espacio del auto me lo permitía y abriéndolas de par en par. El asiento no tardó en mojarse de sus fluidos. Era descomunal la cantidad que fluía sin cesar.

Me dejé arrastrar por la marea, mi garganta seca no pudo contenerse de tomar de ese manantial que se desplegaba ante mis ojos. Su sabor era incomparable y único que me amarraba la lengua entera. La cascada que se proyectaba entre sus pliegues les daba un brillo particular a sus labios. Su cavidad se dilataba y se contraía, lo veía como una invitación a que mi lengua pudiera hurgar en su interior. Me excitaba en sobremanera imaginar lo que sería que se corriera en mi boca.

Chupé sus pliegues, succionando y acaparando todos sus jugos y degustando su inigualable exquisitez. Lentamente fui fugándome a otras zonas, hasta llegar a su clítoris, mismo que me esperaba inquieto por recibir atención también. Lo frotaba con mi labio inferior, luego con mi lengua, dejando por último las constantes succiones que hacían temblar su cuerpo entero.

Mis dedos entraron al juego, agitándose rápidamente mientras jugaba intermitentemente con mi lengua en su clítoris. Su cavidad se ajustaba a mis dedos, razón por la cual seguía taladrando más profundo con ellos.

Sus músculos se tensaron, algo se aproximaba, los espasmos se volvieron constantes, pero me tenía prohibido dejar pasar esta oportunidad, por eso no perdí el ritmo, no hasta que sentí la presión de su orgasmo, mismo que expulsó mis dedos y mi boca tomó el lugar, recibiendo así su explosión. De mi barbilla goteaban sus jugos mientras continuaba devorándola. Jamás creí que me sentiría tan a gusto como para darle un oral a una mujer que apenas conozco. Debo estar delirando.

Levanté la mirada, avistando a través del cristal a un grupo de hombres que venían acompañando al doctor. Aunque el sudor nos tenía empapados y era algo sofocante estar sin la calefacción encendida y los cristales estaban algo empañados por el calor, no iba a permitir que nos interrumpieran. Por medio de las llaves, le di al botón de cerrar los seguros.

—Ahora no habrá interrupciones.

Ignoré por completo los toques que le dieron al cristal y me enfoqué en ella, quien tampoco se inmutó, estaba inmersa en el roce de mi pene duro y erecto entre sus piernas. Enredó su mano en mi corbata, impulsándome a continuar, por lo que no me contuve por más tiempo y le di justo lo que quería.

Abrirme paso me arrancó un gruñido de lo más profundo de mi garganta. Lo reitero, su estrechez no era de este mundo. Su calor me estaba derritiendo por dentro.

—G-golpéame m-más, m-más duro—sus ojos llorosos de placer y esa expresión suplicante me acabó de rematar.

Mi mano, como un collar, se ajustó a su cuello y me puse aún más duro como una roca. Su expresión miserable, vulnerable, esa vista de su coño siendo perforado sin escape, cómo se retorcía debajo de mí y se mordía los labios. Mi cabeza solo giraba alrededor de cómo se sentiría correrme dentro.

Me incliné hacia su rostro, atrapado por su mirada como si fuera un imán, tanto como sus labios rojos e hinchados por las mordidas. Nuestras bocas se encontraron, en un arranque de hambre y deseo que no podía, ni quería controlar.

Cada uno de sus fluidos corporales tenían algo en común, una dulzura que desafiaba cualquier lógica, pero tan envolvente y adictiva como la droga. Ninguna mujer me había hecho sentir así, con esta jodida necesidad sembrada en el pecho.

Mi orgullo, ese que había tratado de mantener intacto, se desmoronaba lentamente. ¿Cómo podía tragarme el hecho de que esta mujer, a quien debería haber matado, despertaba en mí una necesidad tan violenta, tan posesiva?

Indiscutiblemente esto que sentía no era sano. La idea de que pudiera ser de otro, de que alguien más se atreviera a tocar lo que, secretamente, comenzaba a considerar mío, me llenaba de una furia fría. La quería muerta, lo sabía, pero al mismo tiempo, la imagen de su cadáver ahora me llenaba de dudas.

Mi mirada se desvió hacia su cuello. Las venas, claramente marcadas bajo su piel, me atraían de una forma enfermiza. Me acerqué más, mi nariz rozando su piel, inhalando profundamente su aroma embriagador.

Mis dientes se alargaron, afilándose, y antes de poder detenerme, los hundí en su cuello. Su sangre, caliente y espesa, llenó mi boca. No podía detenerme, no quería detenerme. Cada gota que bebía parecía alimentar algo más oscuro dentro de mí, algo que me reclamaba más y más.

El estallido de vidrio me hizo girar la cabeza hacia la ventana. Apenas tuve tiempo de procesar lo que estaba ocurriendo cuando sentí una punzada aguda en el cuello. Mis reflejos intentaron reaccionar, pero el líquido frío que me inyectaron se expandió rápidamente por mi torrente sanguíneo. Todo en mí se volvió pesado, como si el mundo se hubiese ralentizado de golpe.

Intenté resistir, pero era inútil. Podía sentir cómo mis músculos se aflojaban, mi respiración volviéndose cada vez más lenta y errática. Mis dedos acariciaron su rostro involuntariamente, y mi cuerpo comenzó a ceder. Todo se volvió negro mientras mi cuerpo colapsaba sobre el suyo. 

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