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CAPÍTULO NOVENTA Y SIETE: CASSIAN MARCONE

Luego de desayunar en la habitación con ella, bajé las escaleras, siendo llamado por mi padre para hablar a solas y apartados de todos. 

—Todavía me cuesta asimilar que has crecido tanto. Que en tan poco tiempo pasaste de ser un gremlin con alas, como diría tu madre, a convertirte en un hombre—me apretó el hombro, como si estuviera felicitándome por algo. 

—¿Por qué estás tan feliz y satisfecho con todo lo acontecido? Al menos disimula un poco. Melanie no merecía ser engañada y traída aquí como experimento. 

—Supongo que cuando tengas tus hijos me entenderás. Antes veía el mundo en blanco y negro, todo giraba en torno a mí, pero cuando vi nacer a tus hermanos y los tuve en mis brazos, así como te tuve a ti, supe que sería capaz de cualquier cosa por ustedes, por protegerlos, por su felicidad, por su futuro, incluso si todo eso estuviera por encima del mundo. 

Era la primera vez que oía a mi padre hablar en un tono melancólico. 

—Siento que te me escapaste de las manos, antes de siquiera poder disfrutar de cargarte en mis brazos. Tú y tus hermanos me regalaron la dicha de convertirme en padre, de sentir cosas que jamás había sentido, debo regresarles por lo menos una cuarta parte de esa felicidad. Estoy lejos de ser el mejor papá, no he sabido cómo manejar mis conflictos internos, de demostrarles de la forma correcta y que deseo mi amor por ustedes. Pero que no te quepa la más mínima duda, de que ustedes y tu madre son mi mundo.

—Papá… 

Sus palabras me formaron un nudo en la garganta. No sabía qué tanto me hacía falta escuchar esas palabras hasta ahora. 

—Sé que seguramente lo pones en duda, pero nosotros te amamos demasiado. Especialmente tu madre. Tenle un poco de paciencia, ¿sí? Ella te ama más de lo que imaginas, pero necesita tiempo para asimilar todo lo que ha ocurrido. Le cuesta mucho expresar lo que siente. No tienes idea de todo lo que tuve que esperar para que ella se abriera a mí y decidiera darme una oportunidad. Todo ha sido muy complejo, muy reciente. 

—Lo entiendo, papá. 

—Estos temas son un poco incómodos para mí, al menos para hablarlo con mi propio hijo, pero es una conversación que, eventualmente, tocaba tener. Nunca tuve un padre que me aconsejara sobre estos temas, mi madre era algo reservada en ese aspecto. Ahora que Melanie está contagiada, es seguro que las cosas se volverán más apretadas… por así llamarlo. Hay impulsos incontrolables y necesidades que saciar. 

—¿Qué estás tratando de decir? 

—Elegí a Melanie porque entre tantas candidatas, ella me pareció la más conveniente y adecuada. Creí que ella podría enseñarte y aconsejarte sobre la sexualidad, teniendo en cuenta que estás atravesando esa etapa donde las hormonas están revueltas. Ella daba charlas de sexualidad en diversas instituciones, por lo que sentí que podría ser una buena idea tener a alguien con ese conocimiento, que pudiera responder tus dudas y curiosidades, ayudarte a experimentar y esas cosas. 

—Ella sabe mucho. 

—Ni siquiera puedo aconsejarte que uses protección, porque ni la protección divina nos protege de la influencia de esas mujeres. Es muy pronto para saber si ella podría ser la mujer ideal con quien podrás intimar, pero mi consejo es que lo intenten. Quiero saciar también mi curiosidad. No quiero seguir escuchando detrás de las puertas… 

—¿Escuchando? ¿Has estado espiándonos? 

—Solo quiero saber de primera mano que las cosas van por buen camino. Quiero estar preparado mentalmente para cualquier cosa. Es difícil de explicar, pero ya he estado preparándome frente al espejo, y memorizando el libreto de lo que te diré cuando me des la noticia de que  seré abuelo a esta edad, sin caer patas arriba en el intento. 

—¿Cómo podría hacerte abuelo, si ni siquiera hay certeza de que pueda estar con ella sin lastimarla? Además, ¿no es demasiado pronto y prematuro para tener esas ideas, papá? 

—Si logras experimentar lo rico y adictivo que es el sexo, te aseguro que esta casa se quedará pequeña, y no me quedará de otra que construir una fabrica de nietos. Ya vi la química que tienen ustedes dos. No pongo en duda que a la primera hagas un gol. 

—Tengo miedo; miedo de que lo intente y la lastime. 

—Pierde ese miedo. A veces hay que arriesgarnos y que sea lo que Dios quiera. Tírate de lleno y sin paracaídas, del suelo no vas a pasar y estaré abajo para apaciguar tu caída. No te olvides de contarle a papá, ¿de acuerdo? 

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