CAPÍTULO NOVENTA: CASSIAN MARCONE
Cassian Marcone
La paciencia no era mi fuerte, y mucho menos cuando llegaba a mi habitación y me encontraba todo fuera de lugar, gracias a esa… mujer que mi padre había contratado. Melanie había logrado mover cada cosa, cada mínimo objeto que yo había dejado exactamente donde quería. Molesto, salí de la habitación dispuesto a buscarla y reclamarle, pero al asomarme por la ventana la vi charlando con dos de los guardias. Y claro, ahí estaba ella, con su eterna sonrisa de “profesional”, como si realmente le importara estar aquí.
Observé la escena un momento, preguntándome qué clase de persona podría llegar a interesarse en alguien con esa manteca. Había algo en su actitud que simplemente me sacaba de quicio.
Aguardé, esperando que terminara de una vez, pero los minutos pasaban y, para colmo, parecía que estaban coqueteando, por esa sonrisa que en medio de la entretenida conversación tenían. ¿En serio? ¿A eso se dedicaba? Mi papá le pagaba para que se quedara en la casa a “trabajar” conmigo, y ahí estaba ella, distrayéndose como si no tuviera nada mejor que hacer. Parecía un mal chiste. Ya podía imaginarme a mi padre, convencido de que esta era la persona perfecta para "ayudarme".
Molesto, salí al pasillo y me escabullí hasta una columna en el jardín, justo a tiempo para escuchar lo que decían. Ni siquiera sé por qué me oculté; esta era mi casa, después de todo. Pero no pude evitarlo.
—Solo queremos advertirle, señorita Melanie—dijo uno de los guardias, en tono bajo pero claro—. El joven Cassian es… complicado.
—Sí, más bien agresivo. Da mucho miedo—añadió el otro, mientras cruzaba los brazos y negaba con la cabeza—. Puede volverse muy caprichoso si no se le da la razón.
Me hervía la sangre solo de escucharlos. ¿Así me describían? ¿Como si fuera una especie de peligro público?
—¿Caprichoso, dice? —preguntó, esbozando una sonrisa serena—. Yo diría que es solo un joven incomprendido. No es para menos que se vuelva rebelde, considerando que no puede salir, ni divertirse, ni siquiera relacionarse con otros jóvenes de su edad. Vive rodeado solo de adultos. Cualquiera enloquecería.
Quise soltar una carcajada, aunque me mordí la lengua. ¿Incomprendido? ¿Rebelde por aburrimiento? Esa mujer no sabía nada de mi vida, y ahí estaba, dando opiniones como si supiera lo que significaba vivir en esta prisión. La idea de que pudiera “entenderme” era tan absurda que me enervaba aún más.
—No queremos asustarla—admitió, mirándola de reojo—, pero… estamos seguros de que Leah, la anterior empleada, murió por su culpa.
Melanie levantó una ceja, interesada y quizás un poco sorprendida.
—¿Por su culpa? —preguntó, aunque sin parecer alarmada—. ¿Qué pasó exactamente?
El primer guardia la miró, bajando un poco el tono.
—Lo vimos hostigándola. Quería hacerle la vida imposible, y al final… bueno, no pudimos hacer nada. Jedik nos tiene prohibido intervenir, a menos que sea para proteger su seguridad.
Me quedé sin aire por un segundo. Leah… ella estaba en mis pensamientos cada minuto, cada día, me acechaba su recuerdo en mis pesadillas. Si tan solo le hubiera hecho caso a mi mamá y me hubiera alejado de ella a tiempo, nada de eso habría pasado.
Observé a Melanie desde mi escondite, preguntándome qué pensaría realmente de todo lo que le acababan de decir. ¿Se espantaría? ¿Renunciaría? ¿Por qué no puedo leer sus pensamientos? En primer lugar, ¿por qué debería interesarme?
Subí a mi cuarto con los pies pesados, cerrando la puerta detrás de mí como si así pudiera apagar las voces de los guardias y lo que le habían contado a Melanie. Me dejé caer sobre la cama, mirando el techo, pero ese nudo en el pecho se hacía cada vez más fuerte, como si intentara ahogarme desde dentro.
Yo no quería que Leah muriera. Jamás imaginé que lo que empezó como un juego, como una simple curiosidad, terminaría en una tragedia. Había sido un accidente, algo que nunca tuve la intención de llevar tan lejos. Pero ahí estaba la verdad; Leah ya no estaba, y aunque nadie entendiera realmente cómo sucedió, todos parecían tener claro a quién culpar.
«Mamá me odia», pensé, cerrando los ojos para no ver el reflejo de esa culpa en cada rincón de mi habitación. Siempre había sido así, siempre me miraba con esos ojos fríos, como si no pudiera soportar que yo formara parte de esta familia. Mi papá era el único que realmente intentaba entenderme, el único que parecía saber que yo no era el monstruo que todos creían.
Pero no podía dejar de preguntarme, ¿algún día mamá podrá perdonarme? ¿Algún día podré perdonarme a mí mismo por lo que hice?
—¿Y bien, muchacho? ¿Qué haremos hoy? —la voz energética de Melanie me sacó de mis pensamientos.
Levanté la vista hacia ella, fastidiado, y me senté en el borde de la cama, lanzándole una mirada de desaprobación.
—Veo que ni modales tienes—le espeté—. La puerta se toca y se espera a que te den permiso para entrar.
—Con la velocidad que te tomas para vivir, estaría esperando afuera hasta que el sol se ponga. Además, parece que necesitas una mano para mover el día de hoy, así que vine a ayudar.
—¿Qué haces todavía aquí? —pregunté, ignorando su comentario—. ¿Cuándo planeas hacer un bien y largarte?
Dejó escapar una risa ligera, como si mi irritación le pareciera un chiste.
—Cuando tú seas capaz de levantar esa mirada de cachorro perdido y poner algo de actitud.
Se acercó un poco más y, con un tono sorprendentemente despreocupado.
—¿Y qué te gusta hacer en tu tiempo libre? —parecía genuinamente interesada en saberlo.
—Masturbarme —dije, esperando que eso la hiciera reaccionar como todos los adultos, incómoda y dispuesta a cambiar de tema.
—Eso es muy saludable. A tu edad, es importante que lo hagas a menudo o con frecuencia —dijo, con una calma pasmosa—. ¿Sabías que tiene beneficios para la salud? Puede reducir el riesgo de ciertos tipos de cáncer, aliviar el estrés, mejorar el estado de ánimo... e incluso ayudar a tu sistema inmunológico. Así que, en realidad, deberías verlo como algo bueno, algo que ayuda a tu cuerpo.
Me quedé en silencio, sin saber qué decir. ¿Estaba hablando en serio? ¡Era ella la que debería haberse puesto incómoda, no yo! .
Sentí el calor subirme al rostro, sin saber si lo hacía intencionalmente para darme una lección o simplemente era así de... abierta.
—¿Tienes algún otro “pasatiempo” del que quieras hablar?
Di un suspiro, cruzando los brazos en el pecho, sin atreverme a sostenerle la mirada esta vez.
—¿De verdad hablas de esto con todos?
Se rio suavemente y me dio una palmadita en el hombro.
—Con todos los que se ponen tan serios por algo tan natural. Ahora cuéntame, ¿qué otro pasatiempo tienes? No lo sé, jugar videojuegos, tocar algún instrumento, escuchar música, bailar.
—No—respondí secamente.
—Que aburrido—se dirigió hacia la puerta, y me puse de pie.
—No regreses.
Para mi desgracia, no pasaron ni dos minutos antes de que volviera a entrar con un aparato extraño que parecía tener dos bocinas redondas. Lo colocó en mi escritorio y, sin decirme nada, sacó un disco y lo puso a reproducir. De inmediato, una música ruidosa y movida llenó la habitación, haciendo que frunciera el ceño.
—Apágalo —le ordené, el ruido me crispaba los nervios.
—Escuchar música sirve para desestresarse, y bailar te ayuda a estirar y relajar los músculos—contestó como si estuviera en una clase de terapia—. No seas aguafiestas, ni tan tímido, ven a bailar conmigo.
Bufé para mis adentros. ¿De verdad pensaba que iba a bailar con ella? Primero, ni siquiera sabía cómo bailar, y segundo, no pensaba bailar con esa... bola de manteca. Sin embargo, ella parecía decidida y comenzó a moverse sola, dando vueltas y agitando los brazos como si fuera la cosa más normal del mundo.
Al principio solo me quedé quieto, observándola irritado y sintiendo vergüenza ajena mientras sus brazos y muslos se movían al compás de la música. Pero a medida que ella seguía dejándose llevar por el ritmo, mi atención se fue desviando, casi sin darme cuenta, hacia su cintura, tratando de distinguir dónde terminaba y dónde empezaban sus caderas. Pero era imposible saberlo, y por alguna razón, parecía moverse como si tuviera hormigas correteando por el cuerpo, sin el menor reparo.
Decidí que ya había visto suficiente, y extendí uno de mis tentáculos para apagar la radio. Pero ella, sin dejar de sonreír, lo sujetó con una mano y empezó a dar vueltas, enredándose con el hasta que quedó de espaldas a mí, el tentáculo atrapado entre nosotros.
—¿Qué demonios haces? —le espeté, intentando tirar del tentáculo para soltarlo.
Solo rio, sin mostrar ninguna intención de dejarme ir.
—Vamos, Cassian, estás demasiado rígido.
Me sentí completamente ridiculizado. ¿Me estaba tomando como un crío? ¿Como un niño que necesitaba este absurdo entretenimiento para pasar el rato? La miré con fastidio, decidido a que esta sería la última vez que permitiría algo así.
Pero de pronto, me congelé. Ella empezó a moverse de un lado a otro con una soltura que no había visto antes, como si... ¿me estuviera provocando? No lograba descifrar si lo hacía intencionalmente o si simplemente así era el baile, pero, fuera cual fuera el caso, me sorprendió su flexibilidad. Giraba y se contorsionaba de una forma que nunca hubiera imaginado en alguien como ella.
Mi sorpresa aumentó cuando, justo antes de que la canción llegara a su fin, bajó el ritmo y, con un movimiento rápido, pasó su pierna entre las mías, quedando de repente a la altura de mi abdomen. El aire se me atascó en la garganta. Sentí los vellos de mi nuca erizarse y un calor intenso subir hasta mis mejillas.
La posición era... sugerente desde esta perspectiva. Vi algunas revistas, pero no mostraban esta perspectiva desde arriba. Me quedé paralizado, sin saber cómo reaccionar ni cómo evitar que ella notara el efecto que tuvo en mí. Algo en su mirada y en la despreocupada naturalidad con la que se movía me descolocaba, me hacía sentir que, tal vez, solo yo estaba sobrepensando las cosas.
¿Cómo se sentirá la boca de una mujer? ¿Es diferente a usar la mano?
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