Capítulo diecisiete: JEDIK MARCONE
JEDIK MARCONE
Tomar la decisión no fue fácil, pero sabía que era la única opción. El doctor se encargó de todo sin protestas, manteniéndome informado de cada paso del proceso. Sabía que Irene no podía enterarse, no solo por lo impredecible que sería su reacción, sino también porque ella jamás aceptaría llevar a término ese embarazo. Yo tampoco podía marcharme lejos de la clínica. Mi madre, siempre metida en asuntos ajenos, comenzaba a sospechar que algo más sucedía. Era difícil mantenerla alejada, pero Leah, mi mano derecha, vigilaba constantemente la puerta de la habitación de Irene. Nadie podía descubrir lo que estaba ocurriendo.
Los días pasaron lentamente. Observaba a Irene cada vez que tenía oportunidad. Estaba en un coma profundo, completamente ajena a todo lo que sucedía a su alrededor. Su cuerpo, aunque inerte, empezaba a mostrar cambios. Su cabello, cada vez se volvía más opaco, hasta adquirir ciertos mechones blancos y brillantes. Su vientre comenzó a crecer de manera inquietantemente rápida. Cada vez que lo miraba, una sensación amarga y dulce al mismo tiempo se apoderaba de mí. Decía odiarla, pero ver cómo mis hijos crecían dentro de ella me dejaba con sentimientos contradictorios. No podía evitar sentirme responsable, y al mismo tiempo, esa sensación de paternidad, aunque retorcida, me atrapaba.
No me visualizaba en esta situación… A punto de convertirme en padre. Me había hecho la idea de que esto nunca sería posible, que mi conexión a este mundo no era más que un simple fenómeno que no debió ver la luz del día. Sentía que mi único propósito en esta vida era vengar a mi madre por todo lo que vivió, ayudarla a sanar, a encontrar una cura, pero ahora sentía que había encontrado otros propósitos; unos propósitos más personales, más míos… no quería renunciar a esto. No había manera.
Me he mantenido al tanto de cada cambio. El doctor me informaba regularmente del desarrollo de los fetos. Me decía que todo avanzaba según lo previsto, que los nutrientes del suero estaban funcionando y que los bebés se formaban como debía ser.
La espera me obsesionaba. Quería verlos, no podía conformarme con verlos en una pantalla. El doctor intentaba tranquilizarme, explicándome que no debíamos apresurarnos, que todo tenía su tiempo. Pero yo no podía esperar. Una parte de mí, aquella parte paternal que jamás había considerado, ansiaba ver a mis hijos. Quería asegurarme de que estuvieran bien, que todo este proceso no los hubiera dañado de ninguna manera.
Finalmente, cuando el día de la cirugía llegó, no pude contenerme más. Me dirigí al doctor, exigiéndole estar presente durante el procedimiento.
—Voy a estar ahí. No pienso quedarme afuera. Quiero verlos nacer.
—Entiendo que quieras estar presente, Marcone—respondió—, pero ten en cuenta que no puedes intervenir.
—No lo haré.
—Antes de proceder con los preparativos de la cirugía, hay algo que me gustaría dialogar contigo, algo que me ha tenido intranquilo. He estado analizando los síntomas de Irene, revisando todo lo que hemos recolectado sobre su estado. Y no puedo evitar ver las similitudes con algo que ocurrió hace tantas décadas.
Sabía a qué se refería, todos lo sabíamos. La plaga que casi acaba con la humanidad, ese maldito virus que convirtió a personas comunes en bestias salvajes. Pero esto… esto no era exactamente lo mismo. O al menos, eso creía.
—¿Te refieres a la epidemia de hace tantos años?
—Sí. Pero hay algo más. Después de revisar los cambios en Irene, cómo su cuerpo ha reaccionado tan rápidamente, no solo al virus, sino a esos fetos, todo apunta a que estamos ante una variante de ese virus. Algo que ha evolucionado o mutado de alguna manera. Y lo que más me preocupa es que hay un patrón. Un patrón que me lleva a pensar que estos experimentos no terminaron y que son los Burton quienes han continuado con esto.
Mi mente se llenó de imágenes de mi madre, los laboratorios, los experimentos a los que fue sometida por los Burton, del hombre que me había creado a través de ella, y a quien me negaba llamarle… padre.
—¿Crees que están relacionados?
—No creo en las casualidades. Los síntomas que Irene ha mostrado hasta ahora se alinean con lo que sabemos sobre la combinación de ADN que tú portas. Por un lado, están las características del murciélago: la sed de sangre, la resistencia, tus colmillos... Y por el otro, están los rasgos de los cuervos: la monogamia, los vínculos sexuales, y todo lo relacionado con el apareamiento. Lo que sospecho es que el virus que Irene está portando, una variante de lo que tu madre tiene, ha activado todos esos instintos a un nivel más intenso. Por eso tu reacción a ella fue tan fuerte, tan carnal. Es más que solo un deseo físico, es algo biológico, químico. La conexión que sentiste con Irene no es exactamente emocional como en los casos anteriores, es algo más ligado a los cuervos y a su manera de vincularse durante el celo.
Mis pensamientos comenzaron a ordenarse mientras lo escuchaba. Todo encajaba de una forma que no me había detenido a analizar.
—Los experimentos con humanos comenzaron hace décadas, buscando una forma de controlar y entender el virus. Y si los Burton también están detrás de esto, no sería descabellado pensar que ahora están experimentando con una mezcla de ADN de murciélagos y cuervos para estudiar su evolución y cómo afecta a sus portadores. Esto explicaría por qué Irene quedó embarazada tan rápido, por qué los fetos están desarrollándose a una velocidad anormal. Todo apunta a que los experimentos no solo continuaron, sino que ahora están utilizando nuevas variantes del virus.
—Sería muy jodido que ese sea el caso. Lo más frustrante es no encontrar pistas que nos guíen a ese bastardo. Pero no importa lo que tenga que hacer, pero voy a encontrarlo y cuando lo haga, le haré vivir un infierno.
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