Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo diecinueve: |IRENE MATTHEWS|

Abrí los ojos lentamente, cada centímetro de luz que se filtraba en mi campo de visión me hacía sentir como si miles de agujas se clavaran en mi cráneo. Mi cuerpo dolía, estaba entumecida, pero lo peor era el vacío en mi pecho, como si algo me faltara. Me tomó un instante darme cuenta de dónde estaba, en esa habitación blanca, otra vez... La misma clínica, el mismo lugar donde una vez había jurado no regresar nunca. Y, sin embargo, allí estaba, como si todo hubiera sido parte de una pesadilla sin fin. 

Mis pensamientos eran borrosos, todo me parecía difuso, como si alguien hubiera estado manipulando mi mente. Recuerdos fragmentados comenzaron a filtrarse en mi cabeza. Yo, lanzándome encima de esos dos hombres. Dos. ¿Cómo era posible que hubiera llegado a eso? Mi corazón comenzó a latir más rápido. No, esto no era normal, jamás habría hecho algo así. No sin razón. Alguien debió estar detrás de todo... Jedik. 

La respuesta estaba frente a mis narices. Él tenía que haberme drogado, no había otra explicación. Todo lo que sucedió, el frenesí, esa necesidad incontrolable, no podía ser yo. Mi estómago se retorció, tanto de asco como de furia. Había caído en sus manos, en su trampa... otra vez. Sentí un calor en la cara, era la ira hirviendo bajo mi piel, el desprecio en su forma más pura.

Apenas podía moverme, todo me pesaba, y un vacío helado se alojaba en mi pecho. Una oleada de náuseas me sacudió. Toqué mi vientre instintivamente, como si tratara de recordar qué había sucedido con mi cuerpo. Algo no estaba bien. Había algo diferente. No podía explicarlo, pero lo sentía, una especie de conexión rota. Algo me faltaba.

La imagen de Jedik volvió a mi mente, su rostro arrogante, esa mirada oscura que siempre parecía saber más de lo que decía. Mi estómago se revolvió de nuevo. Me había acostado con él. Había sentido su piel, sus manos, su cuerpo... y, lo peor de todo, había sentido placer. Cómo podía odiarlo tanto y, aun así, haber sucumbido a esa... necesidad. El pensamiento me desgarró. Las ganas de arrancarle la piel, de verlo sufrir, se mezclaban con la repulsión hacia mí misma. El asco de haber sentido algo en sus manos. ¿Qué me había hecho? ¿Qué había hecho conmigo?

La puerta se abrió y me puse de pie de inmediato, aunque mi cuerpo protestaba. Las piernas me temblaban, pero me aferré a la máquina del suero como si fuera un escudo. Era lo único que tenía a la mano, lo único con lo que podría defenderme si se atrevían a intentar algo. Sentía la cabeza a punto de explotar, pero no me importaba. Estaba cansada, furiosa, y no iba a dejar que me sometieran otra vez. No iba a permitir que me siguieran manipulando.

Ahí estaba él, justo detrás del médico que había visto antes. Ambos me miraban, pero solo mis ojos se clavaron en los suyos. Mi cuerpo temblaba, pero no de miedo, sino de pura rabia.

El doctor dio un paso adelante, sus palabras sonaban vacías en mis oídos. 

—Por favor, baja la máquina, Irene. En tu estado, lo mejor es que descanses... No deberías alterarte, empeorarás las cosas—pero yo no le escuchaba, ni me importaba. Solo podía ver a ese hombre. Su maldita cara. Sus ojos eran inexpresivos, como si no hubiera nada detrás de ellos. Como si nada de lo que yo sintiera le importara.

—¿Qué me hiciste, maldito cabrón? —le solté, con la voz rota por la ira—. ¡Me drogaste! ¡Me usaste como una maldita muñeca! ¡Te odio! ¡Te odio tanto que no puedo respirar sin querer arrancarte la cabeza con mis propias manos! 

Mi voz se quebró, pero no bajé la mirada. Lo odiaba tanto que no me importaba nada más. Había sentido placer en sus manos y en su boca, y eso me quemaba por dentro, me devoraba viva. 

De repente, sentí como si alguien me hubiera clavado una aguja en el vientre. Una punzada, un dolor que me cortó la respiración. Las piernas me fallaron y la máquina del suero se deslizó de mis manos. Todo empezó a girar, la habitación, las voces. Pero antes de que tocara el suelo, sentí unos brazos fuertes rodeándome, atrapándome.

—Deja de ser tan testaruda—su voz grave resonó en mi oído mientras me sentaba de vuelta en la cama. 

Quise gritarle, apartarlo, pero mi cuerpo no respondía. Estaba agotada. Me levanté el camisón de un tirón y miré mi abdomen, pero no había nada. Solo un leve hormigueo donde sentía que debía haber algo que explicara el dolor.

Me puso el dorso de la mano en la frente, sin siquiera mirarme. Como si le importara. Sacudí la cabeza, empujando su mano, con el poco aire que me quedaba. 

—¡No me toques! —le grité. No podía soportar que me tocara. No él. No después de todo lo que me había hecho.

Pero él ni siquiera parpadeó, ignorando mis gritos como si no fuera más que ruido de fondo. Se giró hacia el doctor. 

—Tómale la temperatura. Creo que tiene fiebre.

Él no apartaba su mirada de mí, podía ver algo en sus ojos que antes no había notado. ¿Era preocupación? No, no podía ser. Ese monstruo no podía preocuparse por mí. Todo era parte de su plan, de alguna manera retorcida me estaba controlando aún más. Pero, ¿cómo? 

El doctor le entregó un termómetro que sacó de su bata y él lo presionó suavemente contra mi frente. No podía soportarlo, no podía estar tan cerca de él.

—Te estoy advirtiendo… —murmuré, mis manos temblaban mientras intentaba apartarlo otra vez—. Si no te alejas de mí, lo lamentarás.

Pero no me escuchaba, o simplemente no le importaba. Quería luchar, pero mi cuerpo estaba traicionándome, una vez más. Sentía una ola de calor recorrerme desde el vientre hasta la cabeza. La punzada en mi abdomen persistía, pero era como si todo mi cuerpo estuviera luchando contra algo invisible. Algo que no entendía.

El termómetro pitó y el doctor lo miró antes de dirigirse a él.

—Tiene fiebre, está debilitada. Necesita reposo inmediato.

Jedik asintió, todavía sin mirarme, y se volvió hacia mí como si fuera un simple caso médico más, sin emociones. 

—Hazle caso. Te estás haciendo daño.

—¿Hacerme daño? ¿Estás de chiste? —espeté, con la voz desgarrada—. ¡Tú eres el que me hizo esto! ¡Eres un maldito hipócrita!

Mis manos se aferraron a las sábanas, con tanta fuerza que los nudillos se me pusieron blancos. El mareo volvió, pero no estaba dispuesta a perder otra vez el control. No delante de él. Lo miré con odio puro, mis ojos fijos en los suyos, esperando que algo en él se ablandara, que reconociera lo que había hecho. Pero su rostro era una máscara.

—Irene… —murmuró el doctor, mientras se acercaba, intentando calmarme con su tono bajo—. Por favor, coopera, o las cosas solo empeorarán. Necesitas descansar. 

Pero yo no podía descansar. No mientras todo lo que había pasado me daba vueltas en la cabeza. Mi mente seguía repitiendo la misma escena una y otra vez: esa noche, el control que había perdido sobre mí misma. No era yo. Eso es lo que no podía aceptar. No había sido yo quien se lanzó contra esos hombres, quien buscó el contacto de ese desgraciado. Y, sin embargo, ahí estaba el recuerdo, claro como el agua.

—Dime qué me hicieron. Quiero la verdad. ¿Qué me hicieron?

Ellos intercambiaron miradas, y sentí como si realmente hubiera algo que estaban ocultándome. 

Un líquido tibio comenzó a filtrarse por la tela de la bata, cubriéndome en un desconcierto infinito. Miré hacia abajo y vi cómo se empapaba, oscureciéndose por el líquido blanquecino que parecía no detenerse. Mis pechos estaban... segregando un extraño líquido y de la nada. El pánico se instaló de inmediato en mi pecho y, sin pensar, levanté la bata para mirarlos de cerca. No fue hasta un segundo después que me di cuenta de que estaba mostrando mis pechos a ambos.

Sentí una oleada de vergüenza ardiendo en mis mejillas, pero rápidamente la desplazó la inquietud. 

—¿Qué es esto? ¿Qué me hicieron?

Los ojos del doctor se ensancharon por un segundo, pero fue Jedik quien atrapó mi atención. Algo en su mirada cambió. Sus ojos, que antes tenían ese tono avellana, comenzaron a oscurecerse, volviéndose casi negros. Su mandíbula se tensó, y vi cómo sus pupilas se dilataban mientras fijaba la vista en mis pechos.

—¡Respóndanme! —vociferé.

Jedik no dijo una palabra, pero se inclinó hacia mí, como un depredador acechando a su presa. Sentí su aliento cálido rozando mi piel, acercándose cada vez más a mis pechos descubiertos. Mis manos temblaban, incapaces de detenerlo. Mi cuerpo estaba paralizado, atrapado entre la confusión y el deseo de apartarlo, pero, al mismo tiempo, una parte de mí no quería que se detuviera.

Sus labios rozaron la piel cerca de mi pecho, y un escalofrío me recorrió. Lo sentí más cerca, su boca a solo centímetros de mi pezón, su respiración caliente acariciando mi piel. Cerré los ojos por un momento, tratando de sacudirme la extraña sensación que comenzaba a apoderarse de mí. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué no podía detenerlo?

Su dedo índice se deslizó alrededor de uno de mis pezones, trazando un círculo lento y tortuoso. En mi mente, de repente, se desató una tormenta de recuerdos. Aquella noche. Esa sensación. El placer. Todo se amontonó en mi pecho, una necesidad desesperada de sentir lo mismo otra vez. 

El calor se propagaba por todo mi cuerpo, como si la fiebre me hubiera invadido por completo, pero no era solo eso. Lo quería. No entendía por qué, pero lo quería de una manera tan intensa y descabellada que me asustaba. Mis labios temblaron mientras él continuaba, sin apartar los ojos de mí.

Y, entonces, como si una cuerda invisible se rompiera, el doctor intervino, intentando apartar a Jedik. Su mano agarró su brazo, intentando separarlo de mí, pero Jedik lo empujó con una fuerza brutal, y el doctor voló al otro lado de la habitación, chocando contra la pared con un golpe seco que resonó en el cuarto. No podía entenderlo, pero mis piernas se negaban a moverse, mi cuerpo no obedecía.

Antes de poder reaccionar, él se lanzó sobre mí. Sentí su peso presionando contra mi cuerpo, su respiración agitada rozando mi cuello. Mi corazón martillaba en el pecho, y mis manos, que deberían haberlo empujado, se quedaron quietas a mis costados. Su boca bajó hasta mi cuello, besando con una lentitud que me desarmó, y cuando sus labios se deslizaron hacia mi oreja, me congelé. Su voz baja me hizo tragar saliva, porque de repente, sentí que la garganta se me secaba.

—¿Sabes? —susurró con una calma que me puso los pelos de punta—. Fuiste tú quien se lanzó sobre mí primero. 

El calor subió de golpe a mis mejillas, y no sabía si era por la cercanía o por sus palabras. No lo recordaba así. Algo en mi mente insistía en que yo jamás habría hecho tal cosa por voluntad propia, pero su tono seguro me hacía dudar. 

—¿Quieres que te recuerde cada detalle? —continuó, su voz aún más cercana, sus labios apenas rozando el lóbulo de mi oreja—. Cómo te ofreciste. Cómo me provocaste. Con esos pequeños "dotes" tuyos... —se detuvo un segundo, lo suficiente para que mi corazón palpitara contra mis costillas—. Si te di lo que querías, fue porque me enseñaron a nunca decirle no a una mujer—sus palabras goteaban veneno.

Una risa amarga escapó de mis labios, cortante, llena de desprecio.

—Vaya, qué conveniente, Marcone—le respondí con una sonrisa forzada—. Pero déjame recordarte algo… —levanté la cabeza, mis ojos fijándose en los suyos. Sabía dónde golpear, y estaba más que dispuesta a hacerlo—. Tú mismo dijiste que yo no entraba en tu lista de lo que llamas una ‘verdadera mujer’. ¿Qué pasa? —me acerqué más, sintiendo su respiración mezclarse con la mía—. ¿Te molesta que te recuerde que me veías más como un hombre? ¿O es que no soportas que, al final, cediste a alguien que no considerabas digna de ti? 

Su mandíbula se tensó y, aunque no apartó la mirada, pude ver que mis palabras lo habían golpeado en el ego. 

—En estos momentos no me he lanzado sobre ti, pero mira lo patético que te ves, poniéndote así de duro por mí y restregándome en la entrepierna lo que “esta mujer de pequeños dotes” puede provocarte sin mover un solo dedo. ¿Cuál es tu excusa ahora? 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro