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Capítulo cuatro |IRENE MATTHEWS|

Irene Matthews

Después de semanas de estar encerrada en esta maldita villa, mi paciencia estaba al límite. Podía caminar, mis costillas aún dolían, pero nada que no pudiera soportar. Sin embargo, Killian se empeñaba en tratarme como si fuera de cristal. No me dejaba salir, hacer mis rondas, ni siquiera entrenar. Era frustrante.

—Ya te lo he dicho—le espeté, cargada de irritación—. Estoy bien. No necesito que me cuides como si fuera un maldito niño.

—No me importa lo que pienses—replicó, con un matiz difícil de interpretar—. El doctor fue bastante claro en sus indicaciones. Necesitas descansar, no estar deambulando como si nada hubiera pasado.

—No estoy inválido—rebatí—. Déjame salir, hacer mi trabajo. Sabes tan bien como yo que no necesito más descanso.

—Lo que sé es que te vas a quedar aquí hasta que yo diga lo contrario—sentenció, acercándose a mí.

Estaba a punto de contraatacarlo, cuando la puerta se abrió de golpe, y Levian, uno de los guardias de la villa, entró con el rostro serio, haciendo que Killian retrocediera.

—Señor, hay algo que debería ver.

Killian frunció el ceño, pero siguió al guardia hacia la ventana. Me acerqué detrás de ellos curiosa y preocupada en partes iguales. Al asomarme, vi lo que había causado la preocupación de Levian; en la entrada de la villa, un repartidor había dejado un ramo de rosas negras, meticulosamente colocado sobre una caja metálica, que de inmediato daba la impresión de ser un artefacto peligroso.

—¿Alguna nota? —indagó Killian.

—Solo tenía un nombre, señor—contestó, fijando la mirada en mí—. Ian.

Tensé la mandíbula al instante. No necesitaba más pistas para saber de quién provenía. Solo él enviaría algo tan... peculiar. La elección de las flores, la presentación, todo tenía un sello. Eso significaba que había descubierto mi verdadera identidad.

¿Qué planeaba? ¿Generarle sospechas a Killian de mí o confesarle directamente quién soy?

Killian se giró hacia mí, la preocupación dibujada en su rostro.

—Esto podría ser una amenaza—declaró—. Levian, que se deshagan de ese artefacto de inmediato y prepara las camionetas. Debemos irnos de aquí.

Antes de que Levian pudiera moverse, hablé rápido, interrumpiéndolo.

—No es una amenaza. Sé quién lo envió—hablé sin titubeo—. Es de un viejo amigo que ha vuelto de la ciudad.

Frunció el ceño, observándome fijamente con sus ojos azabaches.

—¿Un viejo amigo? —repitió con desdén—. ¿Qué amigo es ese que yo no conozco? ¿Y por qué diablos te estaría enviando esas flores?

El tono de su voz cambió, volviéndose más cortante, casi celoso.

¿Es eso lo que más le preocupa, no tanto que haya revelado la ubicación a un "extraño" de su propiedad?

—Es una broma entre nosotros—le expliqué suavemente—. Algo que solíamos hacer. Las flores negras son su manera de decir que ya está de vuelta. Es un poco excéntrico, nada más.

Me estudió por un largo tiempo, sus ojos buscando en los míos alguna señal de traición o mentira.

—Espero que tengas razón—dijo finalmente—. Pero si este "amigo" tuyo se convierte en un problema, no me importará quién sea, me aseguraré de que lo sepa.

Asentí, consciente de que no estaba bromeando. Levian se retiró, y Killian me dedicó una última mirada antes de salir y dejarme sola en la habitación. Estaba caminando en una cuerda floja, un paso en falso podría costarme todo.

Cuando Levian trajo el artefacto de metal a la habitación, lo observé detenidamente. El objeto era pesado, sólido, con un diseño que parecía a simple vista indescifrable. Lo dejó sobre la mesa y me dio una última mirada antes de retirarse, cerrando la puerta detrás de él.

El artefacto tenía una forma rectangular, pero no había bisagras, tornillos visibles, ni una cerradura convencional. Estaba claro que no era algo que se abriera fácilmente. Una sonrisa se dibujó en mis labios al sentir una chispa de la adrenalina que hacía tiempo no experimentaba. Esto me recordaba a mis días en el ejército, trabajando con explosivos y desactivando trampas.

Lo levanté, examinando cada detalle con mis dedos y ojos. Al principio, no parecía haber ninguna pista, pero cuando lo giré, noté un pequeño relieve en una de las esquinas. Pasé mi dedo sobre la superficie, buscando algún mecanismo oculto. Había una leve diferencia en la textura, como si ese borde pudiera moverse. Con cuidado, presioné la esquina y, para mi sorpresa, un pequeño panel se deslizó hacia un lado, revelando un diminuto teclado numérico.

Al inspeccionarlo más de cerca, vi que las teclas estaban algo desgastadas, sugiriendo un patrón de uso. No era un simple código, sino una secuencia más complicada.

Recordé entonces una técnica que había aprendido en el ejército: «seguir el desgaste». Las teclas que se utilizaban con más frecuencia suelen desgastarse, y eso puede dar una pista del orden que deben ser presionadas.

Analicé las teclas, los números 4, 7 y 9 mostraban signos de uso, pero también el 2, aunque en menor medida. Lo más probable era que el código implicara una combinación con esos números.

Empecé con una combinación básica: 4-7-9. Nada. Probé 7-4-9. Aún nada. Luego decidí incorporar el 2 en el orden: 7-2-9-4. Hubo un clic apenas audible, y el artefacto emitió un leve zumbido. La parte superior se deslizó suavemente hacia arriba, revelando un compartimiento en su interior.

Dentro, lo primero que vi fue una tarjeta de color negro, elegantemente diseñada, con letras doradas que brillaban bajo la luz. La tomé con cuidado, sabiendo que cualquier cosa que Jedik enviara no era simple o inofensiva.

"Para la ovejita que se escapó de mi corral. Me encantaría volver a verte en persona. Te espero esta noche en mi club. Si tienes el valor".

La nota llevaba el sello de Jedik en cada palabra, insinuación, provocación y un desafío implícito. No me ofrecía otra opción más que aceptar su invitación. No tenía intención de permitir que siguiera respirando después de lo que había pasado. Esta era la oportunidad perfecta de deshacerme de un cabo suelto que amenazaba con arruinar mis planes. 

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