CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO: IRENE MATTHEWS
Cuando nuestros labios se separaron, me quedé unos segundos con la respiración entrecortada, aún sintiendo el calor de su boca en la mía. Sin pensar, apoyé mi frente contra su cuello, buscando un respiro en la proximidad de su piel. Mis labios se deslizaron lentamente hasta su clavícula, depositando un beso antes de dejar que mis dientes lo rozaran. Lo escuché gruñir, un sonido bajo, casi animal, que me recorrió el cuerpo como una corriente.
Mi lengua acarició su cuello, sintiendo la piel estirarse bajo la presión de mis labios. Sus venas comenzaron a marcarse, como si su sangre latiera al compás de mi propia respiración, cada vez más errática.
Sentí una incomodidad extraña en los dientes, una presión, como si algo dentro de mí quisiera salir, manifestarse. Fruncí el ceño, sorprendida por la intensidad de esa sensación. Algo me empujaba a morderlo, a hundir mis dientes en su carne, como si el deseo no solo fuera mío, sino también de mi propio cuerpo.
El cosquilleo en mis encías se volvió casi insoportable, y antes de poder detenerme, apreté mis dientes contra su cuello. Al principio lo hice suavemente, pero esa extraña necesidad me empujaba más fuerte, hasta que finalmente, cedí. Hundí mis dientes en su piel, y lo escuché temblar bajo mis labios. El sabor metálico de su sangre se extendió en mi boca, y soltó un gruñido profundo, su mano cerrándose con fuerza en mi nuca, asegurándose de que no me apartara.
Mi mandíbula se ajustó más, el placer oscuro que me embriagaba me impulsaba a seguir, a morder más fuerte.
El fuego que ardía en mi interior alcanzó su punto más alto, como una electricidad que me recorrió de pies a cabeza, haciéndome perder la noción de todo excepto de la agitación de sus dedos tan profundos en mi interior. Estos me llevaron más allá de lo que creí posible, hasta que mi cuerpo se rindió por completo, entregándose al éxtasis que había estado conteniendo. Fue como si el mundo se desvaneciera en ese instante, dejándome suspendida en una sensación tan intensa y abrumadora que me dejó sin habla, pero llena de una plenitud que nunca antes había experimentado.
En medio de ese trance, cuando apenas empezaba a recuperar la conciencia de lo que había hecho, lo sentí retroceder. Mis ojos se enfocaron en su cuello, donde varias lágrimas de sangre se deslizaban lentamente desde los cuatro pequeños agujeros que mis dientes habían dejado en su piel. Mi corazón dio un vuelco al verlo. El rojo oscuro contrastaba con la palidez de su piel, y su rostro… su rostro ya no era el mismo. Estaba encendido, de un rojo intenso, y sus ojos… negros, casi completamente, excepto por un pequeño punto blanco y brillante que los atravesaba. No era el color que recordaba, ni el que había visto aquella vez.
Su respiración era otra, más pesada, más profunda, como la de un animal herido o excitado. Antes de que pudiera procesar todo lo que estaba viendo, él me tomó por la nuca nuevamente y me atrajo hacia su pecho. Pude escuchar el latido acelerado de su corazón, el ritmo irregular de su respiración, y me sorprendió cómo cada sonido parecía resonar en mi cabeza.
—Deberíamos irnos—me propuso—. Siento que voy a perder el control.
Era difícil mantenerme en pie, una sensación de inestabilidad me envolvía, como si el suelo temblara bajo mis pies.
Cuando salimos, se ofreció a pagar por el vestido, pero en cuanto estuvimos frente a la tienda, lo arrojé al zafacón sin pensarlo dos veces. No necesitaba recordatorios de lo que acababa de suceder.
Mientras me acomodaba en el auto, mis ojos no podían apartarse de sus manos sobre el volante. Las venas en su piel se veían mucho más marcadas y negras que en el probador, como si petróleo estuviera fluyendo a través de él.
En el mismo trayecto a la casa, algo de repente nos impactó, sacudiendo el auto en el acto. No tuve tiempo de procesar lo que sucedía, ni para ver qué nos había impactado, antes de que el auto girara violentamente. Sentí cómo mi cuerpo era lanzado de un lado a otro, mientras el sonido de metal retorciéndose y vidrios haciéndose añicos inundaba mis oídos. El mundo giraba fuera de control, cada vuelta arrancándome las energías, cada golpe recibiéndolo en mis huesos. Mi cabeza chocó contra algo, y de inmediato un dolor agudo se expandió por todo mi cuerpo.
Intenté sujetarme, pero mis manos resbalaban, y todo lo que podía hacer era soportar los golpes, esperando que terminara. El vértigo era insostenible, y el dolor en mi pierna me hizo gritar cuando algo filoso la atravesó, inmovilizándome en mi asiento.
La adrenalina me mantenía consciente, pero el dolor era tan intenso que me nublaba los sentidos. El olor a gasolina y humo llenaba el aire, y el fuego comenzaba a extenderse, chisporroteando cerca del motor.
Miré a mi alrededor, intentando comprender lo que había sucedido. Mi pierna izquierda estaba atrapada, atravesada por una varilla de metal que se había desgarrado de alguna parte del auto.
Intenté desesperadamente desengancharme del cinturón de seguridad, pero mis dedos temblaban. Tenía que salir. Si no lo hacía, moriría allí. Mi respiración era un jadeo descontrolado, pero entonces lo vi a él. De alguna manera, había logrado llegar hasta mi lado. Estaba mal herido también. Sin decir una palabra, arrancó la puerta de cuajo para tener acceso al interior. Tiró de mí, tratando de liberarme de la trampa de metal que me mantenía prisionera.
El sonido de los disparos llegó primero. Tres detonaciones, rápidas y contundentes. Vi cómo su cuerpo se sacudió ante los impactos por la espalda. Mi mente no pudo procesarlo a tiempo. La sangre, espesa y negra, brotó de su boca mientras sus ojos, por un instante, se encontraron con los míos. Un cuarto disparo lo atravesó, y su cuerpo se derrumbó sobre mí.
—¡No!
Sentí una opresión en el pecho cuando logré tomar su rostro entre mis manos, sin poder obtener ninguna respuesta. Un dolor que no era físico, sino profundo, como si algo en mí se estuviera rompiendo en mil pedazos se hizo presente. Lo quería muerto, sí, pero no así. No de esta manera. No acribillado, desangrándose frente a mí mientras no podía hacer nada.
Levanté la mirada hacia la carretera. A través del humo y las llamas, vi cómo varios hombres se acercaban al auto.
Mi arma… no tengo mi arma. ¿Dónde demonios cayó?
Un dolor punzante atravesó mi vientre, tan agudo que me arrancó un quejido. Fue como si algo se hubiera despertado dentro de mí, empujando, rasgando, tratando de liberarse. Fue tan violento que me arqueé hacia adelante, soltando un gemido desesperado. Punzadas, profundas y feroces, se extendían por mi abdomen, y por un momento pensé que mi cuerpo estaba partiéndose en dos.
Sentía como si algo se moviera dentro de mí, como si estuviera tratando de abrirse paso desde lo más profundo. Las punzadas se volvieron cada vez más frecuentes, y cada una arrancaba otro grito de mis labios, mientras me retorcía en el asiento. Era como si mi propio cuerpo se estuviera rebelando contra mí.
El calambre que vino después fue peor. Un dolor tedioso y constante que me paralizó por completo. Todo mi cuerpo se tensó, cada músculo rígido, cada nervio encendido por el sufrimiento. Mi visión comenzó a oscurecerse, los bordes de mi consciencia difuminándose. No podía respirar correctamente, no podía siquiera moverme o luchar. Sentí como mi cuerpo se rendía, y la última cosa que vi antes de entregarme a la oscuridad fue el rostro ensangrentado de ese bastardo… mi bastardo.
Luego, todo se apagó.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro