CAPÍTULO CINCUENTA Y TRES: JEDIK MARCONE
Me quedé en silencio, sin saber cómo responder. Entonces, ella dio un paso hacia mí, agarrando mi mano que sostenía el arma, forzándola hasta que el cañón quedó directamente apuntado a su frente. Sentí su piel arder contra la mía.
—Cuando cruzaste la ventana vi en tus ojos que estabas más que dispuesto a hacerlo. ¿Por qué no lo haces ahora?
Su mano apretó la mía con fuerza, haciendo que el arma temblara contra su piel.
—Si no soy nada, entonces mátame. Vuelame los sesos, como has hecho con tantas personas. Estás cerca. No puedes fallar. Adelante, Jedik. Hazme el favor.
Me provocaba, me empujaba al límite, buscando que apretara el gatillo. Su mirada no vacilaba, no había rastro de duda. Quería que lo hiciera. Quería que acabara con ella.
Bajé el arma lentamente, dejando que el cañón rozara su nariz y luego deslizándose hacia sus labios, rozándolos apenas.
—Lo haré, pero no cuando ni dónde tú lo ordenes. Eso lo determino yo.
Puse el cañón entre sus labios, y de inmediato los mordió con fuerza, sus dientes apretados como si quisiera demostrar que, aun en ese momento, no cedería.
—Ni siquiera en estas circunstancias puedes renunciar a ese maldito orgullo tuyo.
—¿Esperabas que te rogara o te pidiera clemencia? —murmuró entre dientes, su voz apenas audible por la presión de su mordida—. Jamás he rogado en mi vida, y esta vez no será la excepción.
Sin perder tiempo, empujé el cañón más profundamente en su boca. Ella soltó un quejido, uno cargado de desafío y una oscura provocación. No podía hablar, pero sus ojos seguían transmitiendo todo. Un retorcido intento de mantener el control, de mostrarme que, incluso con un arma en su boca, no me había doblegado.
El sonido de su quejido, la resistencia en su mirada, todo me atacaba justo donde no debía hacerlo. No debía seguirle la corriente. Debía ser fuerte y no dejarme tentar por esa mujer. Pero era inevitable, una tormenta rugía en mi interior, confusa, violenta. Cada fibra de mi ser gritaba en contra de lo que estaba haciendo, pero la imagen de ella, con el cañón del arma en su boca, sus labios alrededor del frío metal... Me estremecí.
Podía sentir su respiración forzada, cada exhalación vibrando a través del arma, como si tratara de comunicarme lo que no podía con palabras.
Bajé la mirada hacia sus labios, el cañón aún dentro, y sentí cómo mi corazón latía con una fuerza descontrolada. Quería matarla, quería hacerla pagar por todo, por lo que hizo a nuestros hijos, por lo que me hizo a mí, pero en ese momento... lo que más deseaba era otra cosa. Algo mucho más oscuro.
No sabía si era por lo que me provocaba o porque, en el fondo, sabía que estaba tan atado a ella como ella lo estaba a mí.
Lentamente, saqué el cañón de su boca, su respiración volviendo a la normalidad mientras me miraba con esos malditos ojos fieros. Me acerqué a ella, inclinándome hasta que nuestras caras quedaron a escasos centímetros.
—No voy a darte lo que quieres. No voy a matarte... todavía.
—Claro, claro… Porque prefieres torturarme, ¿verdad? Porque necesitas sentirte mejor contigo mismo, pero al final… sigues siendo el mismo débil y cobarde. No puedes ni matarme.
Odiaba darle la razón. Parte de mí quería acabar con todo, otra parte no podía soportar la idea de perderla. ¿Hasta dónde he llegado?
—Has pasado la mayor parte de tu vida destruyendo todo lo que tocas. Lo que no puedes controlar, lo rompes. Pero incluso tú debes saber que hay cosas que no puedes simplemente borrar con sangre.
—¿Y eso qué?
—¿Qué tal si me demuestras que eres capaz de algo más que destruir? Te ofrezco una oportunidad de redimirte.
—¿Redimirme?
—Necesito a alguien que cuide de mis hijos.
—¿Tus hijos? ¿Me ves cara de niñera? —rio—. Eso de cuidar hijos ajenos no es el mío. Tampoco tengo paciencia con los niños, por si no lo has notado.
—Es lo menos que puedes hacer luego de lo que hiciste. No venimos al mundo con un manual. Nadie nos enseña cómo hacer lo correcto desde el principio. Pero a veces, corregir el daño es la única forma de no convertirnos en aquello que más odiamos.
—¿Y cómo diablos crees que cuidar de unos críos que ni siquiera son míos arreglará lo que hice? ¿Qué te hace pensar que quiero redimir ese daño?
—Hazlo por ellos. Porque lo que les hiciste a nuestros bebés, lo que les quitaste... eso no se puede devolver. Pero quizá puedas evitar que otros sufran lo mismo. ¿Vas a seguir huyendo de todo, o vas a enfrentar lo que hiciste, aunque sea de esta forma?
—Ya veo. Estás usando esos bebés como un método de vengarte de mí. ¿No tienes miedo de que ellos paguen por ti?
—Una verdadera madre no lo haría. Y eso es lo que serías para ellos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro