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CAPÍTULO CINCUENTA Y SIETE: JEDIK MARCONE

—¿Tú también? Eres un sinvergüenza. 

—Sí, pero no has dicho que no te gustaría que este sinvergüenza te ayude. 

Kael comenzó a balbucear desde la cuna, rompiendo momentáneamente la tensión del ambiente, y aproveché para suavizar mi tono.

—Si quieres evitar que "asquerosos pezones" se acerquen a nuestros bebés, entonces tendrás que hacerte cargo personalmente de alimentarnos—me incluí.

—Sigue soñando. Soñar no cuesta nada. 

No podía apartar los ojos de ella, de su rostro lleno de emociones, mientras sus hijos, nuestros hijos, estaban allí, reclamando su atención sin siquiera saberlo.

—Has dejado a Kael en pelotas. Debemos limpiarlo antes de que se irrite. Su piel es sensitiva. 

Tal vez el olor de Kael, o la insistencia en mis palabras, la obligó a ceder. Con movimientos torpes y bajo mi atenta mirada, comenzó a cambiarle el pañal, siguiendo las indicaciones que le daba. A pesar de su falta de experiencia, lo hizo sorprendentemente bien.

—¿Ves? No era tan difícil—comenté cuando finalmente terminó. Kael, ahora limpio y cómodo, parecía mucho más tranquilo, aunque seguía balbuceando. 

Ella no respondió, pero tampoco necesitaba hacerlo. Había algo en el aire que me daba la sensación de que ese pequeño gesto era más importante de lo que ella misma quería admitir. Y fue en ese momento de relativa calma que decidí abordar lo que había estado en mi mente desde hacía tiempo.

—Sobre lo que pasó aquella noche... el accidente—empecé, observando su rostro para ver cómo reaccionaba—. Sé que no lo sabes, pero ya sé quién fue.

Su atención, hasta ese punto enfocada en Kael, se desvió lentamente hacia mí. 

—Fueron hombres enviados por tu amiguito Killian. Su objetivo era yo, no tú. Lo sé porque Leah... —hice una pausa, buscando las palabras correctas—. Leah logró interrogar a uno de los hombres mientras yo estaba en el hospital. Descubrimos que Killian había ordenado el ataque que debía resultar con mi muerte. 

—Es una pena que no te hayan dado en la cabeza. 

—Habrías sufrido mucho si algo así hubiera sucedido. 

—¿Eso crees?

—Estoy seguro. Y bueno, las razones de Killian son muy obvias, no hay que indagar demasiado. Los dos tenemos algo en común—dije, permitiendo una ligera sonrisa cruzar mi rostro—. Nos gusta la misma mujer.

Esbozó una sonrisa ladina, sabía que hablaba de ella. 

—Siento algo de lástima por él, ¿sabes? —continué, sin perder de vista sus reacciones—. Porque comenzó una guerra que ya tenía perdida desde el comienzo. Porque no voy a renunciar. Y mucho menos voy a dejarle el camino libre contigo. 

Irene levantó una ceja, como si mis palabras no la afectaran en absoluto, aunque sabía que tenían el efecto contrario. 

—¿Libre? —respondió con ese tono frío y desafiante que siempre usaba cuando quería que sus palabras dolieran—. No soy un premio para que se lo disputen. Y si crees que estoy interesada en alguno de los dos, estás más equivocado de lo que pensaba.

Su respuesta me hizo esbozar una sonrisa, aunque por dentro sentí una leve punzada de celos que me irritaba. No porque no creyera en lo que decía, sino porque Killian todavía existía en esta ecuación. Él seguía siendo un problema.

—Quiero saber una cosa… —agregó—. ¿Sabías que Killian, al igual que tú y que yo, está infectado?

No, no tenía idea. Mantuve la calma exterior, pero mi mente se aceleró. ¿Infectado? ¿En qué momento? ¿Cómo? Este era otro secreto que mi madre llevó a la tumba, porque seguramente ella debía estar al tanto de ello.

—No... no lo sabía.

—Cuando lo secuestré... lo llevé a mi casa. Lo até, lo interrogué, como parte de mis planes. Y en algún momento, de la nada, comenzó a transformarse. Parecía una bestia, como si perdiera todo el control y mi cuerpo se sintió… muy extraño. 

Mis pensamientos se alborotaron al escucharla. La posibilidad de que ese imbécil también estuviera infectado complicaba todo. Pero lo que más me preocupaba era la ventaja que eso le daba sobre ella. Si estaba infectado, entonces tenía las mismas feromonas, el mismo poder para hacerla ceder como yo. Rechiné los dientes solo de pensarlo. La idea de que Killian pudiera usar su infección para controlar a Irene me resultaba insoportable. 

Primero lo elimino del mapa antes de permitir que ponga sus sucias manos en mi mujer. No iba a permitir que ese inútil bueno para nada aprovechara la infección para obtenerla. Si había una guerra en marcha, iba a asegurarme de que él no tuviera ninguna ventaja. No sobre ella. No sobre mí.

—Si está infectado… Entonces las cosas cambian.

—¿Por qué?

—Porque tendré que hacerme cargo de ese pequeñito asuntito.

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