CAPÍTULO CIENTO VEINTIUNO: BENJAMÍN CHAUCER
Benjamín Chaucer
No esperaba volver a encontrarme con esa cosa, pero Rhea no mintió. Mi mente hizo las conexiones en un instante. La mirada perdida de Beatrice, las raíces que crecían en su cráneo, el parásito que había infectado su cerebro. Era lo mismo. No tenía dudas.
—Rhea no mentía. Es el mismo parásito que infectó a Beatrice. Este no es Killian; él también está siendo controlado. No sabía que era posible que tomara el control de un ser vivo con voluntad y razonamiento.
¿Cómo había tomado el control de Killian? ¿Por qué él entre todos los anfitriones a los que pudo haber elegido? ¿Tendrá algo que ver con esa conexión que compartía con los Marcone? ¿Era eso lo que le llamaba?
Irene apretó la mandíbula.
—Necesitamos una distracción—susurré, mirando a ambos—. Déjenme sacar a Naia de aquí y llevarla a un lugar seguro. Cassian es el único que puede enfrentarse a esto. Ya saben lo que esa cosa es capaz de hacer, y no podemos arriesgarnos a que esto escale. No mientras tenga a Naia de rehén.
—Encárgate de mi hija—respondió Irene—. Ya es hora de ponerle un punto final a esto.
Jedik asintió, y ambos dieron un paso adelante, armas en mano. Killian, o lo que fuera, giró su cabeza hacia ellos, soltando una risa grave y burlona que hizo que los pelos de mi nuca se erizaran.
—¿De verdad creen que esto funcionará? Se las devolveré, de todas formas. Ninguno de sus hijos me sirve. Todos son unos inútiles.
Hizo una pausa, y entonces sus ojos negros, como pozos sin fondo, se fijaron detrás de Irene.
—Excepto él.
Mi corazón se detuvo por un instante. Seguí la dirección de su mirada y vi la silueta de Cassian, inmóvil, parado fuera del baño. Su figura estaba envuelta en sombras, pero incluso así, emanaba una presencia poderosa, casi intimidante.
—Deja a mi familia fuera de esto—agregó Cassian.
Las raíces empezaron a retraerse lentamente del cuerpo de Naia, como si obedecieran a su orden. Su cuerpo comenzó a caer, y sin pensarlo, corrí hacia ella. Llegué justo a tiempo para amortiguar su caída, engullendo su pequeño cuerpo entre mis brazos para proteger su cabeza del suelo duro.
Naia estaba temblando, su respiración errática, como si no pudiera llenar sus pulmones. Su piel estaba helada, y su cuerpo entero se sacudía en espasmos. Me quité la bata blanca y la envolví con cuidado, sujetándola contra mí para darle algo de calor.
—Shh, estás a salvo ahora—le dije, mi voz más calmada de lo que me sentía—. Todo va a estar bien, lo prometo.
Ella no respondió, apenas podía controlar los temblores que la sacudían. Sus manos se aferraron débilmente a mi bata, como si eso fuera lo único que podía mantenerla anclada al presente.
—¿Así que fuiste tú quien sembró su asquerosa semilla en mi hermana?
Cassian, sin pronunciar una palabra más, flexionó sus rodillas en un movimiento que fue tan rápido como peligroso. Antes de que pudiera entender lo que estaba ocurriendo, lo vi lanzarse hacia adelante, pasando entre Jedik e Irene con una agilidad y rapidez que me hizo estremecer.
El impacto fue como un trueno en un espacio cerrado. Cassian se llevó a Killian consigo, arrastrándolo en un movimiento violento que destrozó la ventana y parte de la pared de concreto del baño. El estruendo de la destrucción resonó por toda la casa. Pedazos de escombros volaron en todas direcciones, y el aire se llenó de polvo y fragmentos de vidrio.
Jedik e Irene corrieron hacia el agujero en la pared, asomándose a la escena. Yo los seguí con la mirada desde mi posición, todavía sujetando a Naia contra mi pecho. A través del roto, pude ver la silueta de Cassian de pie en el techo adyacente al costado de la casa, justo sobre la grieta que había dejado. Su espalda estaba erguida, su figura recortada contra la luz de las lámparas exteriores y sus ocho tentáculos lentamente dejándose ver.
Tronó los dedos y el cuello, el sonido sonando como una declaración de guerra. Los disparos comenzaron a sonar de inmediato; los guardias, en su intento de detener esa cosa, abrieron fuego. Pero las balas no lograron nada. Vi cómo los proyectiles rebotaban contra su piel como si estuvieran hechos de plástico.
—Estas armas no sirven contra esa cosa—dijo Irene—. Pero yo sí sé lo que va a acabarlo de una vez. Protege a nuestro hijo.
Antes de que Jedik pudiera siquiera responder, Irene ya se había dado la vuelta y marchado con una decisión que no dejaba lugar a discusiones.
Jedik apretó los puños y miró hacia mí, su mirada pesada, cargada de emociones que rara vez mostraba. Se arrodilló junto a Naia y a mí, colocando una mano firme en mi hombro.
—Te estoy confiando a mis mayores tesoros, doctor. No me falles. Lleva a todos a un lugar seguro mientras pasa la tormenta.
No necesitaba que me lo repitiera. Miré a Naia, aún temblando, y supe que mi prioridad ahora era sacarla de aquí y llevarla a un lugar seguro junto a sus hermanos.
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