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CAPÍTULO CIENTO VEINTITRÉS: IRENE MATTHEWS

Irene Matthews 

Ni él mismo se atrevió a responderle. 

Él alzó la vista hacia mí, y sus labios, agrietados, se curvaron en una sonrisa débil, cargada de resignación.  

—Irene... —murmuró con una voz que parecía más aire que sonido. 

—Por primera vez te escucho decir mi nombre…

No esperaba nada de él, y menos ahora. Si esperaba compasión, había venido al lugar equivocado.

—Rhea es... especial. Criaste a una niña maravillosa.  

—Por supuesto que lo es. Es mi hija. Pero el que hayas puesto tus asquerosas manos en ella es algo que jamás te perdonaré.  

Una sombra de tristeza cruzó su rostro, un gesto tan humano que casi me hizo olvidar lo que era ahora. Killian Burton siempre había sido un hombre roto, alguien atrapado en un ciclo miserable, buscando un propósito que nunca encontró. Por un instante, casi sentí lástima por él. Qué trágico debía ser existir sin rumbo, vagar sin dejar una huella, sin propósito, sin nada que justificara el peso de tu existencia. Un vacío perpetuo que parecía consumirlo desde siempre.

—Ella me mostró algo que nunca pensé que podría tener... —Su voz era un susurro que apenas se elevaba sobre el viento—. Gracias a ella, pude ver la vida de otra manera... sanar, aunque fuera por poco tiempo. Me dio algo que jamás había tenido: esperanza. Una pequeña esperanza en medio de la soledad y la desesperación. 

Un amago de lástima se formó en mi interior, pero lo ahogué antes de que pudiera tomar forma.  

Lo miré en silencio. No lo interrumpí. No porque me interesara lo que decía, sino porque el brillo en sus ojos me dijo que ya había tomado una decisión.

—Por eso... necesito hacer esto por mi cuenta. No quiero lastimar a nadie más, especialmente a las personas que más amé. No quiero que me recuerden como un monstruo... aunque sé que es demasiado tarde para eso.  

—Demasiado tarde desde el principio—espeté, poniendo las granadas sobre su pecho, sin un ápice de duda en mis movimientos—. Lástima que necesites tanto tiempo para llegar a una conclusión tan obvia.    

Él rio suavemente, como si mi desprecio le resultara casi entrañable.

—Siempre tuviste un talento para las palabras. Incluso cuando pretendías que no te importaba nada.

—No finjo. Esta es la mujer que soy y siempre he sido.

—Prométeme algo… Cuidarás de Rhea y de mi bebé… Ella, especialmente, merece algo mejor que lo que yo habría podido darle. Merece... un futuro. 

Por un momento, me pregunté si alguna vez había conocido a este hombre en absoluto. 

—Me enferma que hables de ese bebé con tanta naturalidad, obviando el hecho de que compartes la misma sangre que mi hija… Por cierto, no me hace falta que me lo digas. Es mi hija, por supuesto que voy a cuidarla. 

—Gracias... Eso era todo lo que necesitaba oír. Por favor, llévala dentro. No quiero que me vea así.  

No respondí. Era innecesario. Mis acciones ya hablaban por mí. Me giré sobre mis talones, con el peso de sus palabras aún colgando en el aire.  

—Confío en tu sano juicio... Nos volveremos a ver... bastardo—murmuré, mientras me alejaba.  

Su tentáculo depositó a Rhea en el suelo frente a mí. Ella forcejeó, pataleó y gritó como una niña pequeña, completamente ajena a la gravedad de la situación.  

—¡Déjame! ¡No lo hagas! ¡No puedes hacerle esto!  

La ignoré. La sujeté con fuerza, alzándola sobre mi hombro como si fuera un saco de arena, mientras ella luchaba con toda la energía que su cuerpo podía reunir.  

—¡Déjame! ¡Por favor, mamá, no! ¡Él me necesita! 

Avancé sin mirar atrás. Kael y Cassian me siguieron en silencio. No hubo palabras entre nosotros; no hacían falta.  

Cuando crucé la entrada de la casa y la cerré tras nosotros, Rhea aún forcejeaba, sus gritos rebotando en las paredes. De repente, un estruendo ensordecedor sacudió la casa. Las paredes vibraron, y el suelo tembló bajo nuestros pies. El grito de Rhea fue desgarrador, perforando el aire como una aguja afilada.  

Cerré los ojos por un breve instante, dejando que el sonido del sacrificio de Killian se asentara en mi mente. No era tristeza lo que sentía, ni alivio. Solo un extraño vacío. Sus últimas palabras las llevaría a la tumba conmigo. 

—Se acabó—dije, más para mí que para ellos, mientras soltaba a Rhea, quien cayó al suelo sollozando.  

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