CAPÍTULO CIENTO VEINTIOCHO: IRENE MATTHEWS
El silencio en la casa era sepulcral. Demasiado pesado, demasiado ajeno a lo que recordaba. Apenas crucé el portón principal, un frío recorrió mi espalda, y no era precisamente el aire. Parecía como si la vida misma hubiera abandonado aquel lugar. Todo estaba en su sitio, impecable, pero vacío. No había rastros de ninguno de los guardias, ni siquiera del chófer.
Caminé por el pasillo principal, observando las puertas cerradas a ambos lados. Cada una era un recuerdo de las vidas que había dejado atrás, de las personas a las que había abandonado.
La primera puerta a mi derecha era la de Cassian. Me detuve frente a ella, mis dedos rozando la madera fría. ¿Estaba él al otro lado? Probablemente con Melanie, pensé.
—¿Mamá?
Mi corazón se detuvo por un instante antes de volver a latir con fuerza, golpeándome el pecho como si intentara escapar. Me giré lentamente, encontrándome con esos ojos familiares, llenos de sorpresa y algo más… algo que no merecía: esperanza.
Quería esconderme. Quería desaparecer de nuevo. No estaba lista para esto. Quería prepararme mentalmente antes de enfrentarlos, pero ahí estaba él, mirándome como si hubiera estado esperando este momento desde el día en que me fui.
Antes de que pudiera decir algo, Cassian cruzó la distancia que nos separaba y me envolvió en un abrazo tan fuerte que sentí como si todo el aire me abandonara. Un nudo se formó en mi garganta, tan grande y tan opresivo que casi me dolía. Una sensación extraña y cálida se instaló en mi pecho, una que no recordaba haber sentido en mucho tiempo.
—Volviste, mamá… Sabía que lo harías.
Quise responderle, pero no pude. Las palabras simplemente no salían. Cerré los ojos, intentando controlar ese nudo, esa culpa que me desgarraba por dentro. Lo mínimo que podía darle era una disculpa, aunque sabía que no sería suficiente.
—Yo… lo siento.
Cassian se apartó solo lo justo para mirarme a los ojos, negando con la cabeza.
—No te disculpes, mamá. No importa lo que haya pasado, lo importante es que estás aquí, que has vuelto con nosotros.
No me merecía ese perdón, no tan rápido, pero tampoco tenía la fuerza para discutir con él.
—¿Dónde están todos?
—Kael y Naia están en su habitación, seguramente dormidos. Rhea… ella se fue de la casa hace varios meses. Papá está devastado.
—¿Devastado?
—Es poco el tiempo que pasa aquí. A veces ni siquiera viene a dormir. Las pocas veces que me he cruzado con él, ha sido por puro milagro. Esta casa se ha vuelto un infierno desde que te fuiste.
—¿Por qué? ¿Qué sucedió con tu hermana?
—El día que te fuiste, papá tuvo una discusión con ella. Rhea estaba muy alterada con todo lo que había pasado y dijo cosas que estoy seguro que no sentía. Cosas llenas de enojo. Papá le dijo que, si no estaba a gusto, las puertas estaban abiertas. Al día siguiente tomó sus palabras. No hemos sabido nada de ella desde entonces.
Rhea… mi niña testaruda. Me dolió escuchar que había abandonado la casa, pero más me dolió saber que no había estado ahí para detenerla.
—¿Y tu papá?
Bajó la mirada, inquieto.
—Creo que está haciendo cosas malas…
Lo miré fijamente, esperando que explicara.
—¿A qué te refieres?
—Creo que está usando drogas, mamá.
Mi corazón dio un vuelco.
—¿Drogas? ¿Te refieres a fumar? Él siempre tuvo ese hábito, aunque lo dejó cuando empezamos a vivir juntos.
—No hablo solo de eso.
La seriedad en su voz me alarmó.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Porque las pocas veces que lo he visto, sus pupilas están dilatadas, sus ojos y nariz rojas, y no hace más que rascarse la cara y la nariz. Él no estaba así antes.
Mi mente intentaba procesar lo que decía. Jedik… mi Jedik, tan fuerte, tan indestructible, ahora reducido a esto.
—¿No sabes dónde está entonces?
—No.
Suspiré profundamente, intentando ordenar mis pensamientos.
—Creo que puedo darme una idea de dónde encontrarlo.
—Por favor, mamá, habla con él. Haz que todo vuelva a ser como antes. Solo tú puedes hacerlo. Mis intentos no han servido de mucho.
Lo miré, sintiendo el peso en mis hombros de su petición. No tenía respuestas ni soluciones, pero lo que sí tenía era una decisión; no volvería a huir. No esta vez.
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