Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO CIENTO VEINTINUEVE: IRENE MATTHEWS

Mis sospechas eran ciertas. Vi su auto estacionado a las afueras del club al que me había llevado aquella vez. La que fue, quizá, nuestra primera y única cita. Si es que se podía llamar así.  

Pensé en infiltrarme, planear mi entrada como siempre lo hacía, pero había algo en mí que me decía que esta vez debía enfrentar las cosas de frente. No tenía tiempo para estrategias. 

Me acerqué al guardia de seguridad, un hombre alto y corpulento que al principio me miró con cierta desconfianza, pero en cuanto me reconoció de aquella noche, me dejó pasar sin cuestionarme ni alertar a Jedik. Eso era un golpe de suerte, uno que no pensaba desaprovechar.  

Imaginaba posibles escenarios, preparándome para lo peor. Si estaba en este lugar, sería lógico pensar que estaría revolcándose con alguna de esas mujeres de compañía que frecuentaban este club. Incluso me sentía preparada para ese golpe. Pero lo que encontré al abrir la puerta de su despacho sin tocar fue algo que nunca había previsto.  

Vidrios rotos cubrían el suelo. Papeles desperdigados y arrugados, mezclados con botellas vacías y ceniceros llenos. El olor a tabaco era tan fuerte que me golpeó de inmediato, impregnándolo todo, pero lo más devastador fue ver a Jedik, con la cabeza apoyada sobre el escritorio, en medio de una nube de polvo blanco.  

Mi respiración se detuvo por un momento. El impacto fue tan fuerte que me quedé paralizada en la puerta, contemplando la escena. Allí estaba él, el hombre que alguna vez había sido mi roca, mi fuerza, reducido a esto. Su arma descansaba en el borde del escritorio, sin el cargador. Era como si hubiera querido quitarse una tentación, pero aún no lo suficiente.  

Sentí una culpa sofocante. Hasta el último momento había querido creer que Cassian estaba equivocado, que sus sospechas eran solo eso, sospechas. Pero la verdad estaba frente a mí, cruda y demoledora.  

Casi sin darme cuenta, corrí hacia él. Levanté su cabeza y le di varias palmadas en la cara, tratando de hacerlo reaccionar. Su pulso era débil pero estaba ahí, lo que me dio un alivio momentáneo. Arranqué un pedazo de mi camisa y lo usé para limpiarle el rostro. Incluso en sus párpados había restos de ese maldito polvo.  

—¡Jedik! —le llamé, mi voz cargada de desesperación mientras seguía golpeando suavemente sus mejillas—. ¡Despierta, maldita sea!  

Sus ojos se abrieron lentamente, desenfocados, pero pronto se fijaron en mí. Su mirada se llenó de algo que no pude identificar de inmediato. Tal vez incredulidad, tal vez, dolor.  

—Mi fierecilla... —murmuró con voz ronca.  

—¿Qué demonios es esto? —exigí, mi voz temblando—. ¿Qué has estado haciendo? Este no es el Jedik que conozco.  

Una risa sarcástica escapó de sus labios mientras se enderezaba ligeramente, tambaleándose.   

—¿Y tú? —espetó, su tono cargado de resentimiento—. ¿Eres acaso la mujer que yo conocía? O mejor dicho, ¿la que creí conocer? Porque la que yo conocía era fuerte, valiente. No una cobarde que abandona a sus hijos y al hombre que daba todo por ella.  

Sus palabras fueron como un puñetazo directo al estómago. Fui incapaz de defenderme. Porque tenía razón. Yo los había dejado. Los había abandonado. No tenía excusas, ni siquiera para mí misma.

—Esto estaba condenado a fracasar desde un principio… —citó, luego dejó escapar una risa seca, sin un ápice de humor—. Entonces, ¿yo fui el único que no consideró el fracaso como una opción nunca?  

Su mirada me quemaba, pero me quedé en silencio, intentando encontrar las palabras adecuadas. 

—¿Qué haces aquí, Irene? ¿No eras tú la que quería estar lejos? ¿No eras tú la que decidió irse? Entonces, ¿a qué demonios has venido ahora?  

—Jedik... —empecé, pero él me interrumpió, levantando una mano como si no pudiera soportar oírme.  

—No, no. Déjame terminar—se inclinó hacia adelante, apoyando las manos sobre el escritorio—. ¿Sabes lo que se siente? ¿Lo que se siente cuando la persona a la que amas más que a nada en el mundo te abandona? ¿Cuando te deja solo con todo lo que construyeron juntos y ni siquiera se molesta en mirar atrás?  

Quise hablar, pero las palabras no llegaban. 

—¿Tienes idea de cómo me sentí cuando te fuiste? De lo que fue para mí quedarme con nuestros hijos tratando de mantenerme fuerte por ellos mientras todo lo que conocía se desmoronaba a mi alrededor. Y ahora apareces de la nada. ¿Qué esperabas? ¿Que te recibiera con los brazos abiertos? ¿Que fingiera que nada pasó? ¿Que todo puede arreglarse solo porque decidiste que ya era hora de volver?  

Mi paciencia se agotó. Algo dentro de mí explotó.

—¡No! —grité—. ¡No esperaba eso! ¡De hecho, no esperaba nada de ti! Ni siquiera esperaba que me dirigieras la palabra, porque sé que es más de lo que merezco.  

Él me miró sorprendido, pero no lo dejé hablar.  

—¡No hay un maldito día en que no me odie a mí misma por lo que les hice! —continué, sintiendo las lágrimas acumularse en mis ojos, pero sin permitirme derramarlas—. ¡No hay un solo instante en que no me reproche haberlos dejado, a ti y a nuestros hijos! Y no vine aquí porque esperara que me perdonaras, porque sé que no lo merezco. Vine porque no podía soportar la idea de que algo te pasara—admití—. Porque, a pesar de todo, todavía me importas. Porque estoy arrepentida. Porque necesito que sepas que, aunque fui una cobarde, nunca he dejado de amarte.  

—¿Y crees que con esas palabras voy a olvidarlo todo? —preguntó, cada palabra como un latigazo—. ¿Que voy a hacer borrón y cuenta nueva? ¿Que voy a seguir detrás de ti toda mi maldita vida, esperando a que finalmente decidas creer y luchar por lo nuestro?  

—No. No espero eso. 

Bajé la mirada por un momento antes de volver a encontrarme con sus ojos.  

—Solo sentí la necesidad de decírtelo, aunque sé que no me merezco ni eso. Porque, aunque sea demasiado tarde, tenía que decírtelo.  

Apretó los puños, como si estuviera conteniéndose.

—Es tarde. Muy tarde. Cuando realmente necesitaba escuchar esas palabras, fue cuando te fuiste. Fue en ese momento cuando mi mundo se vino abajo. Ahora... ahora ya no hacen falta.  

Tenía razón, pero me dolía escucharlo. Sin embargo, lo acepté, porque no podía hacer otra cosa. Era lo que merecía.

—Sé que es tarde. Sé que ya no hay nada que pueda hacer para reparar lo que hice. Pero, por favor, por ti... por ellos, deja esta mierda. Sabes que te está haciendo daño. Lo sabes. Y ellos... ellos no merecen esto. No merecen tener un padre ausente. Ya yo los decepcioné, pero tú… 

Su mandíbula se tensó, pero no dijo nada.

—Ellos te necesitan, más de lo que nunca me necesitaron a mí. No seas como yo. No te destruyas y, con ello, destruyas lo único bueno que nos queda, por favor. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro