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CAPÍTULO CIENTO VEINTIDÓS: JEDIK MARCONE

Jedik Marcone 

Me quedé al borde del agujero, observando cómo mi hijo se transformaba frente a mis ojos, desplegando todo el potencial que llevaba en su sangre. No podía llamarlo un ser monstruoso; ¿cómo hacerlo? Era una fuerza única y sublime. Su cabello blanco y lacio caía sobre su rostro, ahora oculto tras la maraña de tentáculos que surgían de su espalda y brazos, moviéndose como si fueran extensiones vivas de su voluntad.  

Desde el suelo, Killian se incorporó. Sus ojos, negros como el vacío, reflejaban una fría arrogancia. Y aun así, no pude apartar la vista de Cassian. 

Cassian no esperó a que Killian hiciera el primer movimiento. Con un rugido que estremeció el aire, cargó hacia él con una velocidad que desmentía su tamaño. Los tentáculos se alzaron, cada uno adoptando una forma distinta: una hoja afilada, un látigo, una garra dentada. Cada impacto sonaba como un estruendo, y las losas bajo sus pies temblaban bajo la fuerza de los golpes.  

Sin embargo, ese parásito que había poseído el cuerpo de Killian no era un oponente fácil. Esquivó cada ataque como si anticipara cada uno de sus movimientos. Sus manos, ahora cubiertas de raíces oscuras que parecían surgir de su carne, se alargaron de manera grotesca, atrapando uno de los tentáculos de Cassian y lanzándolo contra el suelo.  

Me sorprendí a mí mismo conteniendo la respiración mientras veía a mi hijo levantarse. La sonrisa que se dibujó en su rostro no era de derrota; era de desafío. Su cuerpo comenzó a cambiar de nuevo, sus músculos se tensaron, y los tentáculos que antes habían sido atrapados por Killian se transformaron en púas que se liberaron con un chasquido.  

—¿Eso es todo lo que tienes? —gruñó Cassian.  

No pude evitar sentir un orgullo feroz al escucharlo. Era mi hijo. Mi sangre.  

Cada ataque de Cassian era más impredecible que el anterior, sus tentáculos cambiaban de forma en fracciones de segundo, adaptándose a cada movimiento de Killian. Por su parte, Killian demostraba ser igual de letal. Las raíces que cubrían su cuerpo parecían tener voluntad propia, protegiéndolo de los ataques y contraatacando casi al instante. 

Por un momento, pensé que Cassian había tomado la delantera. Uno de sus tentáculos, ahora transformado en una garra, logró atravesar las defensas de Killian y lanzarlo contra un árbol cercano. El impacto partió el tronco por la mitad. Pero mi instinto me advirtió que no debía confiarme.  

Killian se levantó de los escombros, riendo. Su risa era grave, distorsionada, como si varias voces hablasen al unísono. Levantó una mano, y las raíces a su alrededor comenzaron a retorcerse y crecer, formando una pared de espinas que se dirigió hacia Cassian. Mi hijo intentó esquivarlas, pero una de las raíces logró atraparlo por la pierna, inmovilizándolo.  

—¿Es esto lo mejor que puedes hacer? —imitó la voz de mi hijo. 

Cassian gruñó, tratando de liberarse, pero las raíces seguían creciendo, envolviéndolo como una serpiente hambrienta. Mi corazón latía con fuerza; por primera vez en toda la pelea, sentí el miedo desgarrador de perderlo.  

Fue entonces cuando algo inesperado sucedió. Desde las alturas, un sonido cortante atravesó el aire. Antes de que pudiera procesarlo, una sombra descendió con la velocidad de un rayo, impactando directamente contra Killian y lanzándolo al suelo con una fuerza brutal.  

Mi mirada se alzó hacia la figura que ahora estaba sobre Killian, y mi aliento quedó atrapado en mi garganta. Kael. Mi hijo menor, que hasta ese momento nunca había mostrado indicios de transformación, estaba allí, envuelto en una nueva forma que no había visto antes. Tentáculos más delgados pero increíblemente afilados surgían de su espalda, brillando con un tono oscuro que parecía absorber la luz de la luna. 

Con un movimiento rápido, clavó cada uno de sus tentáculos en las extremidades de Killian, inmovilizándolo contra el suelo.  

—¿Tú quién te has creído? A mí hermano lo tocas.

Killian se retorció, tratando de liberarse, pero Kael no cedió. Sus tentáculos se apretaron, hundiéndose más profundamente en su carne. 

Cassian se liberó de las raíces que lo habían atrapado y se puso de pie, su respiración agitada pero su espalda erguida. Sus ojos se encontraron con los míos por un breve momento, y vi en ellos una súplica a que no interviniera bajo ningún concepto. 

—Esto aún no ha terminado—dijo Cassian, dirigiendo su mirada hacia Killian, quien seguía luchando contra las ataduras de Kael.  

Killian, atrapado por los tentáculos de Kael, dejó de luchar por un momento. Algo en su cuerpo comenzó a cambiar. Vi cómo su piel, antes marcada por las raíces y sombras, adquiría un extraño brillo, como si una nueva fuerza surgiera desde su interior.  

Sus extremidades se hincharon grotescamente, y su torso se expandió con un crujido espantoso. Una forma negra y viscosa emergió de su espalda, alzándose como una serpiente, retorciéndose en el aire. Los tentáculos de Kael que lo sujetaban comenzaron a temblar, incapaces de contener esa mutación, pero él persistía, con tal de que no se levantara. 

—¡Atrás! —le grité a mis hijos, pero mi orden quedó ahogada cuando la voz de mi hija Rhea se alzó sobre la mía. 

—¡Deténganse todos!  

—¿Qué demonios haces aquí? ¡Entra a la casa ahora mismo! —le ordené. 

Negó con la cabeza, dando un paso adelante, desafiándome una vez más, con ese mismo carácter heredado de su madre.  

—Esta vez no te voy a obedecer, papá. ¡Ustedes están locos! Todos quieren hacerle daño, pero Killian no es el enemigo. ¡Él nos necesita!  

Le había pedido al doctor que llevara a mis hijos a un lugar seguro y que los protegiera a toda costa. ¿Cómo había escapado Rhea? 

Cassian reaccionó antes que yo. Uno de sus tentáculos, ágil y preciso, se lanzó hacia ella, envolviéndola. La levantó del suelo, ignorando sus protestas, y la trajo hacia mí.  

—¡Suéltame, Cassian! ¡No entiendes nada! —gritó, retorciéndose en su agarre.  

Cuando estuvo a mi lado, intenté sostenerla, pero ella se zafó.

—Él es el padre del bebé que estoy esperando. No tienen ningún derecho de prohibirle que esté en mi vida y en la de este bebé. 

—Esa relación es algo que no voy a aceptar ni muerto—le dije, agarrándola nuevamente.

—Esa no es tu decisión. No voy a permitir que le hagan más daño.  

Intenté arrastrarla hacia la habitación, alejarla de ese infierno, pero ella me apartó con una fuerza que parecía imposible para su tamaño.  

—¡Estoy embarazada! —gritó, con intenciones de que Killian la escuchara—. Si aún puedes escucharme, Killian, ¡por favor! Vámonos juntos.  

—¿Has enloquecido? —refunfuñé. 

Nuestras miradas se posaron en Irene, saliendo de la casa mientras sostenía varias granadas en las manos. No dijo nada, pero sus intenciones eran claras. Vi cómo se acercaba donde Killian seguía luchando contra los tentáculos de Kael.  

—Irene...  

Ella se plantó frente a Killian, colocando su pierna sobre su frente mientras sostenía una granada lista para detonar.  

—En el infierno es donde seguramente nos volveremos a encontrar.

—¡Mamá, no! —gritó Rhea, liberándose de mi agarre y lanzándose hacia el exterior sin pensar siquiera en las consecuencias.  

Todo sucedió en un instante. Antes de que pudiera alcanzarla, un tentáculo oscuro salió de la tierra y atrapó su cuerpo en el aire, manteniéndola suspendida. La voz de Killian, ahora menos distorsionada, emergió de su monstruoso cuerpo. Esta parecía luchar contra las otras voces. 

—Hazlo ahora. Mátame de una vez, así como mataste mis ilusiones y el amor que sentía por ti, mucho antes de poder siquiera demostrártelo. 

A pesar de todo, todavía quedaba algo de Killian dentro de ese ser deformado, algo que compartíamos, y era el amor por la misma mujer. Y eso me quemaba como ácido por dentro. Detestaba infinitamente entenderlo, verme reflejado en como alguna vez me sentí con ella. 

—Tú… ¿amabas a mi mamá? —la pregunta de Rhea cortó el aire—. ¿Eso era verdad? 

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