CAPÍTULO CIENTO VEINTICINCO: CASSIAN MARCONE
Cassian Marcone
Papá no era el mismo desde hacía rato. Lo observé vagando por la casa, cabizbajo, murmurando cosas para sí mismo, con el celular en una mano y la otra apretada en un puño. Nunca lo había visto así. No era normal. Él siempre era el que mantenía la calma, el que lo controlaba todo.
Por más que sabía que no debía meterme en sus asuntos, no pude evitarlo.
—Papá, ¿pasó algo? ¿Dónde está mamá?
Se detuvo de golpe y soltó un suspiro cargado de frustración.
—Tu mamá... esa mujer me va a volver loco—dijo, exasperado, mientras caminaba de un lado a otro. Apretaba el celular entre las manos como si quisiera romperlo—. Fui un imbécil. Debí tomar medidas más drásticas. ¿Cómo iba a servirme un simple rastreador de móvil y de auto si ella conoce todos esos trucos? Lo dejó todo. ¡Todo! —gruñó, mirando el techo, como si buscara respuestas—. Debí insertarle uno en la nuca... o en algún lugar donde no pudiera extraerlo, pero no lo hice. Me confié como un idiota, pensando que todo estaba bien entre los dos.
Lo miré, sin poder creer lo que estaba diciendo.
—¿Insertarle un rastreador? ¿De qué hablas? ¿Cómo que mamá se fue?
—Si tu madre no aparece pronto, creo que voy a perder la cabeza.
—Pero… ¿a dónde fue? ¿Cómo que huyó? ¿De qué? Ya terminamos con todo ese problema, ¿no?
—No lo entenderías—respondió, apretando la mandíbula—. Esto no tiene que ver con esa cosa.
—Entonces, ¿con qué? ¿Discutieron? Mamá estaba en el cuarto con mis hermanas. Es cierto que salió y se perdió, pero seguro está por ahí, en algún lado, tomando algo de aire fresco y deseando espacio.
Soltó otro suspiro y comenzó a caminar de nuevo.
—Tu madre está confundida... pero incluso si lo está, ¿por qué irse así? ¿Por qué marcharse sin decir nada? ¿En qué demonios estaba pensando?
—¿Confundida? ¿Por qué? ¿Qué pasó?
Él no respondió enseguida. Se quedó mirando un punto fijo en la pared, como si estuviera recordando algo. Luego murmuró, como si hablara más para sí mismo que para mí.
—Hasta parece que está de luto... por ese infeliz.
—¿De luto? ¿Por Killian? —pregunté, incrédulo.
Apretó los dientes.
—¿Qué le habrá dicho ese cretino antes de morir? ¿Qué hizo para que ella reaccionara así? ¿Acaso en el fondo sí sentía algo por él? Tal vez remordimiento... o algo más. ¿Quién sabe? Pero ¿por qué arrastrarnos a esto? ¿Por qué condenarnos otra vez a su ausencia? —golpeó la mesa con la palma de la mano y se giró hacia mí, su expresión llena de impotencia—. No puedo entenderla. Nada de lo que hace tiene sentido. Un día está aquí, cariñosa, cercana... y al siguiente, es como si se evaporara, como si nunca hubiera estado realmente con nosotros.
No sabía qué responder. Papá no era de los que se dejaban vencer por las emociones, pero en ese momento, parecía verdaderamente afectado.
—Entonces... ¿es cierto? ¿Ese tal Killian estaba enamorado de mamá? ¿Ellos tuvieron algo?
Dudó un momento antes de responder.
—Creí que no... pero ahora no sé qué pensar. Todo es un maldito caos en mi cabeza. Y si tu madre no aparece pronto—su voz se quebró un poco, pero lo escondió apretando los dientes—. No sé lo que voy a hacer.
—Papá, cálmate. Todo va a estar bien. Mamá volverá. Tal vez solo necesita tiempo para procesar todo lo que pasó. Ya verás, estará aquí antes de que amanezca.
Negó con la cabeza.
—No conoces a tu madre... No va a volver. Lo que sea que esté en su cabeza ahora, va a nublar cualquier pensamiento de razón. No sabes cuánto amo yo a esa mujer, aunque sea tan jodidamente necia y testaruda.
Por mucho que papá odiara sus decisiones, sus fugas y su forma de ser, la amaba con todo lo que tenía. Esa contradicción lo estaba destruyendo. Por primera vez en mi vida, sentí miedo por él y por mamá. ¿Acaso no volvería a verla? No, mamá no puede hacernos eso. Nosotros la necesitamos.
El grito desgarrador de Rhea retumbó por toda la casa, tan fuerte que me hizo dar un respingo. Era su voz, quebrantada y llena de dolor. Había formado un escándalo, algo que no era propio de ella, sobre todo en su estado.
Papá y yo nos miramos por un segundo antes de reaccionar.
Él no perdió tiempo y fue directo al despacho del doctor. Yo lo seguí de cerca, mi mente corriendo con preguntas. ¿Qué estaba sucediendo? El doctor había dicho que ella debía descansar y evitar cualquier tipo de alteración. Pero ahí estaba, gritando como si el mundo se estuviera cayendo a pedazos.
Cuando entramos, el panorama era peor de lo que imaginaba. Mi hermana estaba de pie, descalza, con el cabello completamente alborotado y la bata que llevaba cubierta de manchas de sangre que se deslizaban desde la vena abierta en su brazo. Había arrancado el suero, y en su mano sostenía la aguja como si fuera un arma.
Parecía poseída.
Melanie, Kael y el doctor trataban de calmarla, pero ella ni siquiera los miraba. Su atención se desvió hacia nosotros apenas cruzamos la puerta. Sus ojos estaban desbordados de lágrimas, su rostro desfigurado por el enojo y el dolor.
—¡Todos ustedes son unos demonios! —gritó, señalándonos con la aguja. Su voz era ronca, llena de odio—. ¡Los odio! ¡Son ustedes quienes deberían morirse!
—Mi reina, baja eso—le dijo papá, con una calma que solo era aparente—. Te puedes lastimar.
—¿Lastimarme? ¿Más de lo que ustedes ya lo han hecho? ¡Imposible! ¿Dónde está esa arpía que dice llamarse mi madre? Por su culpa Killian y mi bebé están muertos. ¡Dame la cara, maldita asesina! —Su mano temblaba mientras nos apuntaba con la aguja—. ¿Vas a esconderte detrás de papá y de tu hijo favorito para que te defiendan, como siempre haces?
Mi padre endureció la mirada.
—Te prohíbo que hables así de tu madre. Lo que pasó no fue culpa ni de ella ni de nadie.
—¡Por supuesto que sí! —vociferó, avanzando un paso hacia nosotros—. Ella siempre queriendo controlarlo todo, haciéndose pasar por una santa. ¡Pero lo bien que lo tenía guardado! Ahora entiendo por qué no quería que estuviera con Killian. Porque la muy zorra lo quería para ella solamente.
El sonido de la bofetada resonó en la habitación como un disparo. Todos nos quedamos paralizados. Papá nunca había levantado la mano contra ninguno de nosotros, pero esta vez lo hizo. Y lo hizo con fuerza.
—Que sea la última vez que te refieras a tu madre de ese modo, o te juro que te corto la lengua y te dreno la sangre. No tienes ni puta idea de lo que estás diciendo. Ese bastardo estuvo detrás de tu madre por años, y cuando no pudo con ella, fue detrás de ti. Y tú, como una presa fácil, caíste en su juego. Me revienta que defiendas a un muerto que no conocías más que a tu propia madre. Gracias a ella estás viva.
Mi hermana no se echó atrás. Su mandíbula temblaba de rabia, y la aguja en su mano se tensó como si estuviera lista para usarla.
—Yo no pedí venir a este mundo. Si me hubieran dejado elegir, habría preferido no haber nacido. Así no tendría que cargar con la maldición de tener unos padres como ustedes.
Vi cómo papá levantaba la mano de nuevo, y antes de que pudiera hacer algo, lo detuve, sujetándolo por la muñeca.
—Papá, no sigas, por favor—le pedí, usando toda la fuerza que tenía para mantenerlo en su lugar.
Él me miró, respirando pesadamente, su mirada fija en la mía. Luego se soltó de mi agarre con un movimiento brusco y miró a Rhea.
—En ese caso, si hay algún culpable de tu “desdicha”, ese soy yo—respondió, con la voz más fría que nunca—. Yo decidí traerlos a este mundo, por encima de todo pronóstico, incluso por encima de tu madre. Y no me arrepiento... para tu desgracia—Sus ojos recorrieron la habitación, desafiándonos—. ¿Hay alguien más aquí que piense igual que esta señorita? Si es así, díganlo ahora. Este es el momento.
Nadie dijo nada.
Melanie estaba paralizada, el doctor en silencio, y Kael miraba a Rhea con el ceño fruncido. Si se le ocurría abrir la boca para decir algo en contra de mamá o papá, estaba listo para romperle la cara. Naia, por suerte, seguía profundamente dormida, ajena a todo.
—Papá, debes calmarte—le repetí, tratando de sonar razonable—. Rhea necesita reposo absoluto. Está alterada, no sabe lo que dice.
—Por supuesto que sabe lo que dice. Pero si no estás a gusto aquí, y tanto detestas a esta familia, a tus hermanos, a tu madre y a mí, ahí tienes las puertas abiertas. Ve a buscar un lugar donde puedas ser feliz. Donde la princesita no tenga que cargar esta maldición que tanto odia y reniega.
Rhea no dijo nada. Solo me miró por un segundo, con los ojos llenos de lágrimas, y luego bajó la mirada. Negué con la cabeza, desaprobando su comportamiento y decepcionado de haber escuchado sus ataques contra nuestros padres. Si a mí me había enfurecido y herido en sobre manera, no podía imaginar siquiera cómo debía sentirse mi papá por dentro. Primero lo de Killian, luego lo de mamá y ahora esta situación con mi hermana. Aunque disfrazara su verdadero sentir haciéndose el fuerte, sé que por dentro debía sentirse fatal.
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