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CAPÍTULO CIENTO TREINTA Y TRES: RHEA MARCONE

Si no había sido mi padre quien lo envió, entonces…  

—Si no fue mi papá, entonces, ¿quién? ¿Mi madre? —pregunté, con el ceño fruncido, evaluando su reacción.  

Él soltó una risa baja, como si la pregunta le resultara cómica. Dio un paso hacia mí, inclinando ligeramente la cabeza.  

—Mínimo invítame un trago antes de hacer tantas preguntas, niña.  

—¿Algo más que se le ofrezca al señorito? —repliqué, cruzándome de brazos—. No importa de parte de quién vengas. Simplemente desaparece y deja de seguirme.  

Le di la espalda, dispuesta a marcharme, pero su voz volvió a romper el silencio, esta vez cargada con algo que parecía diversión.  

—¿Y si te digo que vengo de parte de tu abuelo?  

Me detuve en seco.  

—¿Abuelo?  

Mi mente fue directa a una conversación que tuve con Killian no mucho antes de perderlo. Me había mencionado a su padre, un hombre que había tratado de comunicarse con él en varias ocasiones, pero Killian siempre lo había evitado. “Todo lo que hizo fue usarme”, me había dicho con amargura. Sin embargo, ahora que estaba aquí, sola y buscando respuestas, no podía evitar preguntarme si ese hombre sabía algo sobre lo que le pasó.  

Me giré para enfrentarlo nuevamente.  

—Llévame con él.  

—Me temo que eso no podrá ser posible.  

—Entonces, te invitaré a ese dichoso trago si me das la información que quiero.  

Arqueó una ceja, claramente interesado.  

—Me parece un trato justo.  

—Lo único que tengo para ofrecer es un trago de jugo o café. Espero que no seas demasiado exigente, porque no pienso darte nada más que eso.  

—Esos no son el tipo de trago que disfrute o que haya pedido.  

—Entonces solo me queda un vaso de agua.  

—¿De verdad crees que la información que quieres vale un vaso de agua? No me jodas.  

Suspiré, frustrada.  

—¿Y qué más quieres? Son los únicos tragos que tengo.  

Me miró como si acabara de decir la estupidez más grande del mundo.  

—No puedes ser más estúpida porque no eres más grande.  

Cerré los ojos por un segundo, conteniendo el impulso de golpearlo. 

[•••]

Me debatía internamente mientras terminaba de colocar las bolsas de la farmacia sobre la encimera de la cocina. Sabía que no era prudente traer a un extraño, especialmente a un hombre, a mi apartamento. Sin embargo, había algo en él que no encajaba con la idea de una amenaza inmediata. Aun así, no me arriesgaría. Disimuladamente, tomé un cuchillo del cajón y lo deslicé dentro del bolsillo de mi pantalón. Más vale prevenir.  

A pesar de todo, si quisiera hacerme daño, ya lo habría hecho, ¿no? Llevaba meses detrás de mí, siguiendo cada uno de mis movimientos, sin jamás cruzar el límite. ¿Por qué acercarse justo ahora? ¿Qué lo motivaba a romper el hielo? ¿Era un mensajero o solo un peón? ¿De verdad venía por mí? ¿Por qué mi abuelo, alguien a quien ni siquiera conocía, estaría tras de mí?  

Mi mente divagaba, pero lo corté en seco al servirle un vaso de jugo, solo por cortesía. Coloqué el vaso frente a él y lo observé, esperando una reacción. No tardó en llegar; tomó el vaso, pero lo movió de un lado a otro con desconfianza, como si estuviera evaluando si lo había envenenado.  

—Ya cumplí mi parte. Ahora dime, ¿qué quiere mi abuelo conmigo?  

Levantó una ceja, dejando el vaso a un lado, sin probarlo.  

—Un mínimo “¿Cómo te llamas?” no estaría de más, ¿no?

—No me importa saber tu nombre.

—Eres idéntica a tu madre. Son como dos gotas de agua.  

—No me compares con esa mujer.

Soltó una risa irónica, recostándose contra el respaldo de la silla.  

—Killian tenía gustos particulares, ¿sabes? Le gustaban las mujeres dominantes, con carácter. Se tomó muy a pecho eso de que un clavo saca otro clavo. Qué mejor reemplazo pudo conseguir que no fuera la hija de la mujer que nunca pudo tener, ¿no crees?  

Sentí mi pecho arder, mi mano levantándose casi por instinto, pero él fue más rápido y sujetó mi muñeca en el aire.

—Piénsalo. Es enfermizo por donde quiera que lo mires. Tío y sobrina, ¿en serio? ¿Sabes cuántas probabilidades tenían de que ese bebé que estabas esperando naciera con deformidades y complicaciones? Más allá de la vergüenza que iba a cargar, sabiendo que sus padres eran unos incestuosos.  

Sus palabras atravesaron mi corazón como un puñal. La ira me cegaba, pero lo único que pude hacer fue liberar mi brazo de su agarre, retrocediendo un paso.  

—¿Quién demonios te has creído para hablar de esa manera tan insensible? 

—Es la verdad; y la verdad es hija de Dios—se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa—. Eres una hija ingrata. Abandonaste a tus padres solo porque no hicieron lo que tú querías y creías que era lo correcto. 

Quise interrumpirlo, pero él continuó, su voz aumentando en intensidad.  

—Tus padres hicieron bien en no ceder a tus caprichos. Crees que el mundo solo gira alrededor tuyo, que eres merecedora de todo, pero no lo eres, niña. Tú escogiste ese final con las malas decisiones que tomaste. Así que asúmelo y no culpes a los demás por tus malditos errores. Desde el comienzo era más que evidente que esa relación no iba a funcionar. No sé porqué dejas que te afecte tanto.

—¿Terminaste? Lárgate. 

—Aprende a asumir las consecuencias de tus actos y a escuchar el punto de vista de alguien más ajeno al tuyo. No sabes nada de la vida. Todos cargamos con nuestros propios demonios y no por eso irás por la vida pisoteando a los demás para sentirte mejor contigo misma. 

Sentí como si me hubieran arrancado el aire de los pulmones, pero no se detuvo.  

—Te puedo demostrar que nunca estuviste enamorada de nadie. Lo que sentías por él no era amor, era simple lástima. Lo que sentiste por él, no es diferente a lo que sentirías por cualquier hombre que se acercara lo suficiente.  

—No sabes de lo que estás hablando.

Se levantó de la silla, acercándose a mí  y antes de que pudiera retroceder, tiró de su camisa y sacó algo que colgaba de una cadena alrededor de su cuello. Era un pequeño cilindro, oscuro y reluciente, pero que, en cuanto estuvo expuesto, hizo que mi cuerpo reaccionara de una manera que no pude controlar.  

Primero fue el calor, subiendo por mi cuello hasta mis mejillas, extendiéndose por mi pecho y mis extremidades. Mis piernas comenzaron a temblar, y en un intento desesperado por recuperar el control, las crucé, como si eso pudiera detener lo que estaba sucediendo. Pero no sirvió de nada.  

El sudor empezó a cubrir mi frente y mi respiración se aceleró, como si mi corazón estuviera luchando por salir de mi pecho. Mis manos temblaron, y mi mirada se dirigió al objeto en su mano como si fuera la fuente de todo mi tormento, lo cual probablemente era.  

—¿Lo sientes? Eres un animal. Un animal que solo actúa por instinto de reproducción. Tus sentimientos nunca han estado comprometidos genuinamente. No pueden estarlo. No hay lugar para ellos en lo que eres.  

Odié lo que me estaba diciendo, odié que pudiera tener razón, y sobre todo, odié cómo mi cuerpo respondía a su presencia como si yo no tuviera control alguno sobre mí misma.  

En ese momento, no sabía si quería golpearlo o rogarle que detuviera lo que fuera que había hecho conmigo. 

—Por cierto, me llamo Hadis. Seré tu guardaespaldas hasta que tu abuelo determine lo contrario. Será mejor que intentes llevarte bien conmigo o nuestra convivencia no será muy agradable del todo. 

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