CAPÍTULO CIENTO TREINTA Y SIETE: DARIÉN & HADIS
Darién
La situación se volvió mucho más complicada de lo que jamás imaginé, cuando se acercó, su cuerpo rozó el mío, cálido, suave, y cargado de una energía que me replanteé mi convicción. Sentí su respiración en mi cuello, y el aroma de su cabello húmedo invadió mis sentidos. Mi reacción fue inmediata, la sostuve por los hombros, firme pero sin brusquedad, tratando de detenerla antes de que las cosas se salieran de control.
—Rhea, basta.
Entendía perfectamente lo que estaba pasando, la intensidad de lo que debía estar sintiendo, pero no podía ni quería aprovecharme de su vulnerabilidad.
—Sé que es difícil para ti. Lo que sientes... lo que tu cuerpo te pide. Pero no puedo hacerte esto. No voy a hacerlo.
Ella no me escuchó. Sus ojos, más oscuros y brillantes de lo habitual, se clavaron en mí mientras me ignoraba por completo. Su voz salió baja, casi un ronroneo, cargada de una sensualidad que me retó a no apartar la mirada.
—Hueles... tan rico—acercó su rostro al mío, y pude sentir su aliento cálido en mi piel—. Puedo sentir tu pulso. Lo siento en tus venas, la sangre ardiendo justo debajo de tu piel. Nunca había olido algo como esto... Quiero untármelo en cada parte de mi cuerpo. Me pregunto... —sus labios se curvaron en una sonrisa peligrosa—, cuán delicioso sería probarte.
Mis manos temblaron un poco, pero logré empujarla suavemente hacia atrás, manteniéndola al margen. Tomé aire, obligándome a mantener la compostura, repitiéndome una y otra vez que esto no estaba bien. Ella no era una mujer cualquiera; era la hija de mi jefe, quien confió en mí para protegerla, no para fallarle de esta manera.
—Rhea, escucha—intenté sonar calmado, aunque mi garganta estaba seca y mi corazón latía con fuerza—. Estoy por servirte el caldo que te preparé. Seguro ese es el olor que estás percibiendo. Lo hice para ayudarte, para que te sientas mejor y puedas superar esto.
Ella inclinó la cabeza, mirándome como si acabara de contarle el peor chiste del mundo.
—¿Y qué te hace pensar que solo eso podría satisfacerme?
Mantuve mi postura, negándome a ceder a su juego.
—Tendrá que hacerlo. Porque de mí no vas a obtener nada más que ese caldo.
Se rio, un sonido bajo y casi cruel, como si hubiera dicho algo absurdo. Dio media vuelta, caminando hacia la sala con una actitud indolente.
—No quiero tu mediocre caldo.
La seguí con la mirada, pero me quedé donde estaba, viendo cómo se movía. Su caminar era deliberadamente lento, sus caderas balanceándose con un ritmo que sabía perfectamente cómo lucía. Me mantuve quieto, aunque cada parte de mi cuerpo parecía luchar contra mí mismo.
Cuando finalmente desapareció en el pasillo, regresando a su habitación, suspiré profundamente, liberando la tensión que me había estado quemando por dentro.
«Debo irme», pensé. No podía quedarme más tiempo bajo el mismo techo que ella. No sabía cómo había logrado contenerme, pero una cosa era segura: si volvía a pasar algo así, no estaba tan seguro de que podría resistirme otra vez.
No sé si era parte de ese dichoso virus o qué, pero jamás había sentido algo así con una mujer, una desquiciada y sofocante necesidad, donde estuve a punto de dejarme llevar.
Hadis
Desde el apartamento de Darién, observaba todo con lujo de detalles, como si fuese una obra de teatro escrita únicamente para mi placer. Había sentido el cambio en ella días antes, una señal inconfundible de que estaba a punto de caer en su ciclo. El calor en su cuerpo, la forma en que sus feromonas alteraban el ambiente, era imposible no notarlo. Por eso me había dejado ver. Por eso me había acercado. Quería estar presente cuando todo comenzara.
Ella era... fascinante, a pesar de lo mucho que la detestaba. Esas mujeres, con su naturaleza desquiciante y sus impulsos desbordantes, me sacaban de quicio, pero ella tenía ese algo que la hacía diferente al resto, algo que me propuse averiguar.
Su cuerpo, ahora completamente desnudo frente a Darién, era una obra maestra de la evolución del virus; sus curvas preciosas, esa piel que parecía clamar por el tacto, y esa forma de moverse, deliberadamente sensual, que casi parecía un reto.
Sí, la odiaba tanto que podría aplastarle la cabeza con la suela de mis zapatos, pero no podía negar que me encantaría probarla, aunque fuera una vez.
Y luego estaba él. Darién. Tan rígido, tan correcto. El contraste entre su autocontrol y la tormenta de deseos que claramente trataba de reprimir era... delicioso. Verlo sostenerla por los hombros, intentando razonar con ella mientras su cuerpo le traicionaba, me provocó un escalofrío. ¿Cuánto tiempo más podría resistirse? ¿Cuánto tiempo antes de que sus manos se deslizaran por esas caderas que ahora rozaban contra él?
La idea me excitaba. Verlos juntos, presenciar el momento en que él finalmente cediera a su naturaleza, era una fantasía que no había podido apartar de mi mente desde que noté cómo la miraba mientras la seguía. Su primera vez con una mujer como Rhea... con cualquier mujer, en realidad. Ser testigo de eso sería un espectáculo único, algo que no me perdería por nada del mundo.
Una sonrisa ladeada se dibujó en mis labios mientras seguía viéndolos. ¿Qué haría Abraham si supiera lo que estaba pensando de su nieta? Ese pensamiento me arrancó una risa.
Mi lealtad hacia Abraham estaba en la cuerda floja. Cedería a sus malditos caprichos, si pudiera alimentar los míos. Ciertamente ahora las cosas eran diferentes. Rhea compartía el mismo virus que Abraham me contagió, el mismo que me ataba a él. Quizás eso explicaba esta nueva fijación, este deseo de ver cómo Darién y ella caían juntos en el abismo del celo.
Pero no era solo eso. Me atraía la idea de estar ahí, en medio de ellos, de ser algo más que un espectador. Qué interesante sería… Verla sucumbir a sus instintos y, al mismo tiempo, ver a Darién dejar de lado su moralidad. La imagen era demasiado tentadora.
Un calor incómodo creció en mi cuerpo mientras seguía observándola moverse hacia la sala, su andar provocador como si supiera exactamente lo que estaba haciendo.
No soporto a esa pequeña caprichosa, pero joder, su cuerpo no tiene nada de despreciable. La curiosidad de experimentar con su cuerpo, con esa boca tan insolente, me calentaba a más no poder. Pero más que eso, estaba Darién sembrado en mi mente. ¿Cómo se vería follando por primera vez? O mejor aún, ¿siendo follado?
He encontrado un nuevo entretenimiento. Por nada del mundo pienso renunciar a el.
Esto será divertido.
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