CAPÍTULO CIENTO TREINTA Y CINCO: DARIÉN
Darién
Había algo en Hadis que siempre me había irritado. Tal vez era su actitud arrogante, o tal vez el hecho de que trabajara para Abraham Burton, el maldito enemigo de mi jefe. Aunque ambos compartíamos un objetivo en común —proteger a Rhea—, no éramos más que dos piezas en un tablero enfrentado. Habíamos cruzado caminos en varias ocasiones desde que ella decidió vivir sola, y después de cada encuentro, lo único que nos quedaba claro era que no confiábamos el uno en el otro.
Habíamos llegado a un acuerdo: mantenernos al margen, evitar interferir y, sobre todo, no revelar nuestra presencia ni nuestra identidad a Rhea. Yo cumplí mi parte. Hadis, por otro lado, rompió el pacto.
La primera señal de que algo iba mal fue cuando los vi juntos. Era un instinto más que cualquier otra cosa, una sensación de incomodidad que se confirmaba al observar cómo interactuaban. Fue en ese momento que lo supe: Hadis había revelado quién era.
Decidí adelantármeles, necesitaba escuchar de qué iba esa conversación y qué demonios planeaba. Me metí en su apartamento usando la copia de llave que llevaba conmigo —algo que Jedik me había dado, por si alguna vez Rhea estuviera en peligro— y me oculté en el lugar más conveniente para escuchar sin ser visto.
Lo que oí fue suficiente para enfurecerme. Hadis, con su tono hiriente y altanero, no solo la estaba tratando mal, sino que mencionó cosas que sabía que afectarían a Rhea. Y esa cadena… esa maldita cadena que llevaba puesta, su reacción al tenerla cerca me confirmó lo que ya sospechaba: él tenía un propósito oculto.
No pude quedarme de brazos cruzados. Rhea estaba alterada, y lo primero que hice fue asegurarme de que estuviera bien. Ella era mi prioridad. La dejé en la bañera, en un intento desesperado de que se sintiera mejor, y por supuesto, mantenerla lejos de ese tipo.
Una vez que la dejé allí, segura, salí del apartamento, cerrando la puerta detrás de mí con mi copia de la llave.
Hadis estaba en las barandas del edificio, fumando con esa sonrisa ladeada que tanto me exasperaba.
—Hasta pareces una buena persona... —comentó, exhalando humo lentamente—. Tantos meses siguiéndola, no era para menos que tuvieras ganas de pegarle una buena mordida a ese pastel.
Mis manos se tensaron. Lo miré fijo, reprimiendo las ganas de golpearle esa expresión de suficiencia.
—Cuidado con lo que dices. Ella es la hija de mi jefe. Solo velo por su seguridad; lo mismo que pensé que hacías, pero al parecer, es todo lo contrario... Has roto el acuerdo.
Se encogió de hombros, como si no le importara. Esa actitud me molestaba aún más.
—Lo hice por su bien—su respuesta fue casual, como si eso justificara todo.
—¿Por su bien? —repetí, incrédulo. Mi paciencia estaba al límite—. ¿Qué bien le haces al tratarla así? ¿Qué bien le haces al exponerla emocionalmente cuando sabes lo que está pasando?
Él solo sonrió, apagando el cigarro contra la baranda.
—Eso no es asunto tuyo, Darién. Haz lo que mejor sabes hacer; fingir.
Me acerqué de golpe, acortando la distancia entre nosotros y lo agarré por el cuello de la camisa. Mi otra mano se cerró en torno a la cadena que llevaba colgada de su cuello.
—¿Qué llevas ahí dentro?
—Es un experimento. Nada de lo que preocuparse.
Fruncí el ceño, sin soltarlo todavía.
—¿Un experimento? ¿De qué clase?
—Es un compuesto que desarrollé. Suprime, aunque sea parcialmente, el olor que desprenden mis feromonas. También me ayuda a mantener el control cuando… bueno, cuando las cosas se complican.
—¿Qué? ¿Tú también estás infectado? ¿Cómo?
—Ese no es tu problema.
—Entonces, ¿llevas una especie de droga encima porque no puedes controlar tu maldito cuerpo?
—Es un supresor, no una droga—corrigió con tono seco—. Y sí, lo llevo porque a diferencia de otros, yo tomo precauciones. Prefiero prevenir situaciones lamentables. Tal vez deberías considerar hacer lo mismo. Aunque no estás infectado, si te acercas demasiado a esa niña, podrías terminar contagiado también. Cualquier hombre se vuelve irresistible ante los ojos de una hembra hambrienta y sedienta, sobre todo, uno tan casto como tú…
Había sido un error no reportarle antes a Jedik la presencia de Hadis. En su momento, no lo consideré una amenaza; después de todo, ambos queríamos proteger a Rhea. Pero ahora… ahora no estoy tan seguro.
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