CAPÍTULO CIENTO SIETE: RHEA MARCONE
Rhea Marcone
Desde el umbral de la cocina, escuché la conversación entre mi padre y el doctor. El tono divertido de mi padre me sorprendió, y las palabras que seguían saliendo de su boca me dejaron incrédula.
¿Cómo podía él, con toda su autoridad y juicio, estar apoyando el comportamiento de mi hermana Naia? ¡Mi propia hermana, que estaba actuando como una desquiciada, persiguiendo a un hombre que podría ser nuestro abuelo! Sabía que el doctor tenía cincuenta y siete años, aunque su rostro no lo demostrara del todo. Aun así, no podía comprender cómo Naia había puesto sus ojos en alguien como él. Me hervía la sangre al pensar en la desfachatez de mi hermana y en la indiferencia de mi padre.
Me giré sobre mis talones y subí rápidamente las escaleras, dejando atrás las risas de mi padre. Cuando llegué a mi habitación, me dejé caer sobre la cama y me quedé mirando al techo, los pensamientos rebotando en mi mente.
¿Por qué todos mis hermanos estaban tan conformes con esta vida encerrada? ¿Ninguno de ellos sentía curiosidad por lo que había más allá de estas paredes, más allá de este mundo protegido? Yo sí. Cada fibra de mi ser clamaba por algo más, por esa libertad que parecía estar justo fuera de mi alcance.
En medio de esos pensamientos, lo sentí. Era una presencia, una energía distinta. Un olor familiar, casi como una mezcla de la frescura de la noche y la melancolía de algo añejo, como una antigua canción que no puedes recordar del todo. Sabía que él estaba ahí, en algún lugar afuera, observando.
No me inspiraba mucha confianza. Siempre actuaba con un aire misterioso, como si ocultara algo. Aun así, cada vez que lo sentía cerca, también experimentaba una extraña familiaridad, una conexión que no podía entender.
¿Quién era él y qué buscaba? ¿Por qué parecía conocerme tan bien? ¿Y por qué solo aparecía en mi ventana, como un fantasma que no quería que nadie más lo viera?
Me levanté y me acerqué a la ventana, moviendo las cortinas ligeramente. Ahí estaba, flotando en la oscuridad, como una mariposa nocturna que se niega a entrar en la luz. Su cabello negro flotaba con el viento, enmarcando esos ojos profundos, tan oscuros como la noche misma. Sentí un escalofrío al verlo, una mezcla de temor y... deseo de saber más. De saberlo todo.
Abrí la ventana lentamente, y él permaneció allí, fuera de mi alcance, pero cerca.
-No sé qué te trae hasta aquí todas las noches-murmuré, sin apartar la mirada de sus ojos-. ¿Por qué vienes a verme? ¿Qué buscas?
Él inclinó la cabeza, como si mis palabras lo divirtieran o lo intrigaran.
-¿Y si te dijera que vengo porque quiero mostrarte algo? Algo que aquí nunca podrás ver.
Había algo en su tono, en su mirada, que me hacía querer confiar en él, a pesar de todo. Pero también sentía miedo, miedo de lo desconocido, miedo de lo que podría significar cruzar esa barrera invisible entre este mundo y el suyo.
-Aquí no tengo mucha opción. Pero tú... tú eres libre. Tienes esa libertad que yo solo puedo imaginar. Puedes volar, puedes ver el mundo desde las alturas. ¿Sabes lo que daría por eso?
Extendió su mano hacia mí, invitándome.
-Ven conmigo. Puedo enseñarte lo que hay más allá de estas paredes, puedo mostrarte lo que has estado deseando ver.
Lo miré, con el corazón latiendo con fuerza. Todo en mí quería aceptar, quería sentir el frío de la noche en mis mejillas, quería ver el mundo desde arriba, como él lo hacía. Pero también sabía que aceptar esa mano significaba dejar atrás todo lo que conocía.
Dudé un instante, pero algo en mí, una chispa de rebeldía y deseo, comenzó a inclinar la balanza.
-Si tomo tu mano... ¿prometes no dejarme caer?
Él sonrió, y aunque sus palabras eran escasas, había una promesa en sus ojos.
-Confía en mí, Rhea.
-¿Cómo quieres que confíe en ti... si ni siquiera me has dicho tu nombre?
En sus labios se asomó una sonrisa ladina.
-Me llamo Killian. Ese nombre debe quedar entre nosotros, ¿entiendes? Nadie puede saberlo, ni siquiera tu familia. Será nuestro secreto.
Ese nombre me resultó extrañamente familiar. Pero ¿dónde lo habré oído antes?
-Te prometo que estarás a salvo conmigo. Nadie sabrá que saliste, ni que yo te llevé. Te traeré de vuelta sana y salva.
Mis dedos temblaron levemente sobre el marco de la ventana. La idea de pisar ese mundo desconocido, de escapar de las paredes que me habían envuelto toda mi vida, era una tentación tan real que sentía cómo el deseo me llenaba de calor.
-¿Por qué yo?
-Porque eres distinta. No has renunciado a tus sueños, a esa curiosidad que llevas dentro. Y quiero mostrarte lo que se siente vivir de verdad, aunque solo sea por esta noche.
Mi corazón dio un vuelco, y cuando él extendió la mano de nuevo, me encontré alzando la mía en respuesta, cuando de pronto, la puerta de mi habitación se abrió abruptamente. Me giré, viendo a mi padre pararse en medio del cuarto.
-¿Con quién estabas hablando?
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