CAPÍTULO CIENTO NUEVE: RHEA MARCONE & BENJAMÍN CHAUCER
Rhea Marcone
Llevaba horas encerrada en mi habitación, sin fuerzas ni ánimos de enfrentarme a mi familia. Ellos no sabían nada de lo acontecido y la visita de Killian, pero era mi mente la que no dejaba de sentirse culpable. La hora de la cena ya había pasado, y a juzgar por el silencio, todos debían estar terminando de recoger.
El sonido de un toque ligero en la puerta me hizo tensarme. Antes de que pudiera contestar, la puerta se abrió lentamente, y me sorprendió ver a mi madre asomarse. Era extraño; rara vez venía a mi habitación, y mucho menos para preguntar por mí. Su semblante era serio, pero sus ojos, de un modo que parecía casi incómodo para ella, reflejaban algo parecido a preocupación.
—¿Todo está bien? —preguntó sin rodeos, mirándome de arriba abajo como si buscara signos de enfermedad—. No bajaste a cenar. ¿Te sientes mal?
Me senté, tratando de disimular mi sorpresa.
—No tengo apetito, mamá. Comeré más tarde, no te preocupes.
Asintió, y aunque pareció relajarse un poco, su mirada seguía fija en mí, como si intentara leer entre líneas.
—Bueno, me alegra saber que no es nada grave—dijo, dándose la vuelta para salir.
—Mamá… ¿Papá alguna vez te ha mentido?
Su espalda se tensó y vi cómo su postura cambiaba, como si mis palabras hubieran tocado una fibra sensible. Se giró lentamente, y una ligera sonrisa irónica se formó en sus labios, aunque sus ojos parecían más oscuros, como si recordara algo que prefería olvidar.
—Ese bastardo es lo más… —se mordió la lengua y exhaló, conteniendo algo que estaba a punto de decir—. Sí, me ha mentido varias veces. ¿Por qué? ¿Sabes algo que yo no sepa?
Negué con la cabeza, sintiéndome un poco cohibida bajo su mirada escrutadora.
—No… solo quería saber si hay alguna manera de saber cuando alguien te está mintiendo. Si existen señales… algo que sea evidente.
Su expresión se volvió pensativa. Bajó la mirada unos segundos antes de volver a enfocarla en mí.
—Hay muchas maneras de saberlo, pero… a veces la mejor forma es la más directa. Enfrentas a la persona, la obligas a decir la verdad, aunque ya no hayan dientes o extremidades que arrancarle…
Sus palabras quedaron en el aire y sus ojos se abrieron, como si se diera cuenta demasiado tarde de lo que acababa de decir.
—Claro, no en el sentido literal, obviamente —añadió rápidamente.
Pero su intento de arreglarlo no me convenció del todo. Entrecerré los ojos, mirándola fijamente.
—¿Alguna vez le has arrancado los dientes a alguien? —pregunté, sin dejar pasar la oportunidad.
Su respuesta llegó rápida, quizá demasiado rápida.
—No.
Pero la forma en que evitó sostenerme la mirada me hizo fruncir el ceño. Algo en su tono no me cuadraba.
—Me estás mintiendo, ¿verdad?
Soltó un suspiro y me lanzó una mirada entre divertida y resignada.
—¿Lo ves? No es difícil descubrir cuando alguien miente… siempre y cuando conozcas bien a la persona.
Asentí, sintiéndome un poco más segura para hacer la pregunta que me rondaba desde hace rato.
—Mamá… ¿conoces a alguien que se llame Killian?
Su rostro cambió al instante, y una sombra oscura se instaló en su mirada, como si acabara de nombrar a alguien que estaba prohibido mencionar en esta casa. Por un segundo, pensé que no iba a responderme.
—Sí. ¿Por qué?
Sus palabras fueron breves y su tono, cortante. Tragué en seco, sintiendo el impulso de saber más, de preguntar qué relación tenía ese nombre con nosotros. Pero la frialdad en su mirada me hizo dudar, y sentí que debía ser cautelosa.
—¿Quién es? —me atreví a preguntar, intentando no sonar demasiado curiosa.
—Es hermano de Jedik. Por consiguiente, viene siendo tu tío.
"Tío." La palabra resonó en mi cabeza, pero algo en el tono de mamá me indicó que esa conexión no era algo que debiera alegrarme.
—¿Dónde oíste ese nombre? —preguntó, con una mirada que exigía una respuesta.
—Lo escuché en una conversación de papá con el doctor—mentí.
—No vuelvas a mencionar su nombre en esta casa, ¿de acuerdo?
—Entendido, mamá.
Mi curiosidad no había disminuido en lo más mínimo. De hecho, ahora solo quería saber más sobre ese hombre llamado Killian y por qué su nombre causaba tanto malestar en mi madre.
Benjamín Chaucer
La observé detenidamente por unos segundos, procurando mantener un tono de respeto absoluto. La manera en que se mantenía rígida, en tensión, me indicaba que se sentía fuera de lugar o, quizá, confundida con la dirección de nuestra conversación.
Sin embargo, era necesario abordar estos temas con la mayor profesionalidad posible. A fin de cuentas, su bienestar era la prioridad, y tenía claro que su padre esperaba que yo le ayudara en todo lo que pudiera.
—Sé que quizás esto no sea fácil de escuchar—empecé, intentando romper un poco la rigidez en el ambiente—, pero es importante que tengas ciertas herramientas para entender mejor tu propio cuerpo y tus necesidades.
Apreté los labios y, con calma, extendí hacia ella una pequeña colección de libros que había seleccionado especialmente. Había pasado un buen tiempo eligiéndolos, pues no todos abordan el tema con la delicadeza y el respeto que ella merecía.
—Aquí tienes algunos materiales que pueden ayudarte. Este primero es una guía general sobre anatomía femenina, muy básica, pero útil para comprender cómo funcionan algunas cosas en nuestro organismo. Este otro… —le mostré un libro con una portada discreta—, aborda el placer y cómo distintas mujeres experimentan y descubren lo que les hace sentir bien. Cada cuerpo es diferente, Naia, lo que se siente bien para algunas personas, tal vez no lo sea para otras. Por eso, lo importante es que tomes estos textos con calma y encuentres lo que resuene contigo.
Vi cómo pasaba los dedos sobre la cubierta de uno de los libros, sus ojos explorando el título. Sabía que esta era información sensible, y por eso me aseguré de que entendiera que era algo que podía abordar a su propio ritmo.
—No tienes que leer todo de inmediato ni obligarte a seguir cada página. La idea es que explores cuando te sientas cómoda. Lo importante es que te sientas segura en este proceso, sin presión.
—¿Mi papá te pidió esto?
Asentí.
—Sí, está preocupado por ti y quiere que tengas acceso a toda la información que pueda ayudarte. Sabe que es un tema delicado, pero también sabe que eres lo suficientemente fuerte e inteligente como para afrontarlo con madurez. Quiere que aclares tus dudas y que no te sientas sola en esto.
—¿Le contaste lo que hablamos ayer?
—No con detalles.
Permaneció en silencio, sus ojos bajaron nuevamente hacia los libros, sus dedos tamborileando suavemente sobre la superficie de uno de ellos.
—Así que, cualquier cosa que necesites… cualquier inquietud o consejo que te pueda brindar, puedes contar conmigo.
—¿Estos libros son para alejarme de ti? ¿No sería más fácil dialogar y discutirlo entre los dos?
—Hay ciertas cosas que debes experimentar en la privacidad de tu cuarto.
—¿Como la masturbación? Ya lo he hecho.
—¿Lo has hecho?
—Sí. Le pedí algunos consejos a Melanie y los puse en práctica. Pero siento que algo me falta, doctor. Se vuelve aburrido y repetitivo. Me dijo que se siente diferente cuando es alguien más quien lo hace. ¿Es eso verdad?
—Ciertamente.
—¿Cuán diferente es?
—Bueno, la razón es que el cuerpo, en algunas circunstancias, reacciona de otra manera cuando hay una conexión profunda con otra persona. Es algo que no solo tiene que ver con la acción física en sí, sino también con el componente emocional y sensorial.
—Entonces… ¿me perderé de esa sensación hasta que alguien más lo haga por mí?
—No necesariamente. Lo que ocurre es que cada experiencia es distinta porque cada persona lo vive de manera única. Lo importante, antes que cualquier otra cosa, es que te sientas cómoda y segura contigo misma. La idea de los libros es ayudarte a conocerte mejor y a explorar lo que puede hacerte sentir bien, sin depender exclusivamente de la presencia de alguien más. Es normal que quieras entender más sobre esto. Y lo que sientas puede cambiar con el tiempo y con las experiencias. Por eso es importante que te des el tiempo y el espacio para explorarlo a tu propio ritmo.
—Entonces, ¿por qué no me ayuda a obtener esa experiencia que, evidentemente a usted le sobra? ¿Por qué no me comparte un poco de su sabiduría y mejores experiencias? Hoy sus manos están desocupadas. Tal vez podría ocuparlas en otras cosas que no sean estos aburridos libros. ¿Me las presta? Prometo darles buen uso.
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