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CAPÍTULO CIENTO CATORCE: NAIA MARCONE

Naia Marcone

Han pasado dos semanas desde aquellos besos con el doctor, y todavía siento el cosquilleo en mis labios. Era como si su roce hubiera dejado una marca, algo embriagador que no puedo sacarme de la cabeza. 

A veces cierro los ojos y puedo recordar la delicadeza con la que me tocó, como si cada gesto estuviera lleno de respeto. Y, aunque anhelo que vuelva a pasar, el doctor ha hecho todo lo posible por levantar una barrera de distancia entre nosotros. Pidió unas semanas de descanso y desde entonces no lo he vuelto a ver. ¿Será que mis besos no le gustaron? ¿O es que hice algo mal? 

Intento convencerme de que solo han pasado dos semanas, pero me siento inquieta y ese sentimiento punzante en el pecho me está volviendo loca. Él insiste en que soy una niña inmadura, incapaz de entender lo que quiero. Pero sé exactamente lo que quiero… y lo quiero a él. 

No me importa si levanta mil paredes entre nosotros; haré que cuando nos reencontremos, él no pueda pensar en nada más que en mí.

Suspiré y me dejé caer en la cama de mi hermana Rhea, quien estaba en su habitual postura de indiferencia.

—Por favor, hoy no estoy de humor para oírte hablar de ese viejo—refunfuñó, sin levantar la vista.

—No seas aguafiestas.

—No quiero seguir escuchando tus lamentos. Si lo espantaste, es mejor que se quede así. Esa relación no va a ningún lado, y mucho menos si mamá se entera.

—Papá está de acuerdo. Con eso me basta. Ya sabes que para mamá siempre hay un "pero" en todo.

Resopló, cruzando los brazos y mirándome con una expresión crítica.

—En esto debo darle la razón. Ese señor podría ser tu abuelo.

Un suspiro escapó de mis labios mientras en mi mente dibujaba su cabello canoso, sus manos fuertes y la textura suave de sus labios. 

—Besa tan rico... —solté en voz alta, sin darme cuenta.

—¡¿Se besaron?! Eso no me lo habías dicho—replicó, con los ojos ligeramente abiertos.

—Sí.

—¿Y… llegaron a algo más?

—¿No eras tú la que no quería saber nada de él? Ahora sí te da curiosidad, ¿eh? —reí, intentando cambiar de tema. 

Se quedó en silencio, buscando una respuesta rápida, pero en ese instante escuchamos un suave toque en la puerta, y Melanie apareció con su típica sonrisa divertida.

—Chicas, sus padres me dieron permiso de llevarlas de compras conmigo. ¿Quieren venir? Día de chicas...

—No quiero salir... —dijo mi hermana, mirando hacia otro lado.

—Vamos, anímate—la alenté—. Papá y mamá están de buen humor. Nos dejarán salir de aquí. ¿No te da curiosidad ver el exterior?

—A ti no te da curiosidad nada. Seguramente quieres salir con la esperanza de encontrarte con el innombrable... —me miró de reojo, maliciosa—. Pero yo… no me siento bien. Quiero descansar un rato. Salgan ustedes y diviértanse.

Melanie frunció el ceño.

—No me voy sin las dos. Así tenga que llevarlas agarradas de las orejas, lo haré. 

Melanie terminó por convencernos, aunque, sinceramente, no hizo falta mucho esfuerzo conmigo. La idea de salir, de explorar un poco fuera de la rutina, era más que suficiente para entusiasmarme. Sin embargo, el entusiasmo de Rhea desapareció en cuanto Cassian apareció en la entrada, listo para acompañarnos. 

—¿Es en serio? ¿Por qué tiene que venir él con nosotras? ¡Era un día de chicas! —bufó Rhea, cruzando los brazos y mirándonos como si se tratara de una traición.

—No las voy a dejar solas.

—Claro, claro… —dije, lanzándole una mirada de complicidad—. Sabemos que no te importa en lo más mínimo estar con nosotras. Solo lo haces para estar con Melanie y no dejar que otro la mire.

Melanie estalló en una risa clara y despreocupada, mientras le daba varias palmadas en el hombro a mi hermano, quien se tensó como un resorte.

—Él es el hombre más apuesto que existe, Naia—contestó entre risas—. No necesito mirar para otro lado.

La cara de Cassian se puso como un horno. Era difícil no soltar una carcajada al verlo tan avergonzado, especialmente siendo él tan confiado y siempre tan seguro de sí mismo. 

—Ya basta de coqueteo. Vámonos de una vez—dijo Rhea, rodando los ojos—. Quiero regresar temprano.

—Eres aburrida—solté. 

Salir de la casa por primera vez me hacía sentir como si estuviera en un sueño. Cada rincón que pasábamos en el camino era un mundo nuevo, un despliegue de colores, sonidos, y rostros desconocidos que me llenaban de curiosidad. Miraba todo con los ojos bien abiertos, sin querer perderme ni un detalle. Melanie y Cassian iban a mi lado, y aunque Rhea estaba con nosotros, era evidente que no compartía la misma emoción. Su expresión era de fastidio, como si estuviera soportando una tortura en lugar de vivir algo emocionante. Me resultaba difícil entender por qué alguien querría regresar a esa casa tan monótona cuando el mundo ofrecía tanto por descubrir.

En la tienda, me distraje viendo a varias personas, especialmente a los hombres que se cruzaban en mi camino, pero por más que intentara poner mi atención en ellos, no lograba que mi mente dejara de pensar en el doctor. Sus besos, su voz calmada y la forma en que me trató seguían presentes, y ningún rostro nuevo lograba desvanecer esa sensación embriagadora que había dejado en mí.

Cuando llegó el momento de comer helado, nos sentamos en una banca mientras hablábamos animadamente. Bueno, todos excepto Rhea, quien se mantenía seria y distante. Se veía incómoda, como si estuviera contando los minutos para regresar. No entendía cómo podía sentir tanto disgusto por algo tan simple y agradable como salir a conocer el mundo. ¿Por qué le urgía volver a la misma rutina aburrida de siempre?

De repente, mientras disfrutábamos del momento, noté que el helado de Rhea se le resbalaba de las manos y caía al suelo. Antes de que pudiera preguntar si estaba bien, salió corriendo hacia un zafacón cercano y comenzó a vomitar. Nos levantamos de inmediato, preocupados, siguiéndola mientras ella no paraba de vomitar.

—¿Te cayó mal el helado? —le preguntó Melanie, visiblemente preocupada—. No es la primera vez que comes helado. 

Rhea se limpió la boca con el dorso de la mano.

—Quiero regresar a la casa —murmuró, evitando mirarnos directamente—. No me siento bien. Tengo mucho mareo. 

—Es raro que te sientas así, considerando que tú y tus hermanos siempre han sido tan sanos. Debe ser un problema estomacal—comentó Melanie.

—Mejor vamos a casa—dije rápidamente—. Quizá papá podría llamar al doctor para que venga y te revise.

Rhea se llevó una mano al estómago, encogiendo un poco el cuerpo.

—Me duele la barriga—admitió, en un tono bajo.

Melanie soltó una pequeña risa, claramente intentando aliviar la tensión del momento.

—Cualquiera diría que estás embarazada.

De inmediato noté cómo el rostro de mi hermana se puso tenso, y comenzó a alejarse del grupo. La detuve tomándola del brazo, mirándola fijamente.

—¿Por qué te pusiste tan nerviosa? —le pregunté, intentando que no huyera—. Tal vez solo te cayó mal el helado. Vamos a casa.

Se quedó quieta, su expresión cambió a una de preocupación y reflexión, como si estuviera procesando algo que la asustaba.

—¿Qué tienes? —le pregunté, intentando captar su atención.

—¿Y si… es verdad?

Solté una risa, restándole importancia y seriedad a su comentario.

—¿Cómo vas a estar embarazada si ni siquiera parece que te gustan los hombres? Actúas tan anticuada… Siempre encerrada en tu habitación, ni siquiera te he visto ligar con los guardias de la casa.

Me lanzó una mirada intensa, seria, que me hizo callar de inmediato. 

—Estuve con alguien.

Mis ojos se abrieron de par en par, y solté una carcajada, pensando que era solo una broma.

—No es cierto.

—Sí, estuve con alguien.

Fue entonces cuando noté que hablaba en serio. Mis risas se apagaron al instante, y la incredulidad se apoderó de mí. 

¿Mi hermana había estado con alguien? No podía entenderlo. ¿Cómo, cuándo, y con quién había sucedido algo así? 

Cada pregunta se amontonaba en mi cabeza, dejándome en completo desconcierto.

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